Quedé con Ana, una vieja amiga de toda la vida desde el ya lejano instituto, con acuerdo del derecho a roce. No coitamos de manera habitual, ni tampoco tenemos una norma en el tiempo, ni el lugar, simplemente nos llamamos por teléfono. Por el tono sabemos si es para la explosión de los sentidos, pasar el tiempo, necesidad por horas bajas, o simplemente viajar, darnos una recompensa sin nada en concreto. Ayer me llamó a media tarde, estaba en mi casa tumbado en el sofá, hojeando “Toro” un libro escrito por Joaquín Vidal y fotografías de Ramón Masats que son extraordinarias. El volumen tiene casi veinticinco años imaginando estará descatalogado. Hablamos un rato largo, bromas, chanzas y risas. Llegamos a la conclusión que necesitamos encontrarnos, pasar unos días juntos, sin más. De acuerdo, fue la respuesta, con la condición de echar la tienda de campaña al coche. Iremos sin rumbo fijo, parando y continuando la ruta según nos convenga, ¿De acuerdo? Su respuesta fue afirmativa.
Ana un alma libre, sin ataduras, sin profesión definida. Es culta e inteligente, cuando se pone a trabajar en serio, hay que dejarla espacio para evitar te atropelle. Tan pronto pinta una casa a brocha gorda, como pinta con mucho arte un paisaje al óleo de encargo. Traduce textos del inglés o al inglés para una empresa exportadora, también es guía turística en la zona. Añadan otros mil oficios. Es una mujer de seducción, no es un bellezón al uso, pero tiene gancho y muchísimo encanto. Personalidad fuerte, pelo castaño corto a lo chico. Sus ojos castaños, grandes, vivarachos. Labios finos y largos, su cara es redonda, de pómulos marcados, resultona. La voz es cálida, envolvedora, agradable. Altura normal, un cuerpo armonioso con culo bien puesto, bien formado y atractivo. De pecho bonito, firme sin ser grande, pezones rosados extensos, muy receptivos, erectándose a la mejor caricia.
Quedamos al día siguiente en el cruce de salida del pueblo hacía el norte, a las nueve de la mañana. Allí estaba a la hora, con una pamela de paja, un vestido camisero amplio y escotado de vivísimos colores, en la mano una especie de mochila, por el tamaño adiviné que estaríamos fuera no mas de seis días. No suele ser de mucha ropa interior, acostumbra a no llevar por la calle ni bragas ni sostenes. Su frase estrella, el coño siempre bien ventilado. Al conocerme saltó , moviendo las manos, queriendo llamar mi atención. Parando el coche, abrió la puerta de atrás poniendo su cabás, cerrando la portezuela con seguridad.
Abriendo la puerta del copiloto se acomodó, poniéndose el cinturón de seguridad, quitándose las sandalias y poniendo sus pies en el salpicadero. Mantenía mi mirada en su persona con fijeza, asistiendo mudo a todo el protocolo del ponerse bien y cómoda. Naturalmente con cierta mueca de resignación cristiana, en la esperanza del ya parará. En ese momento recomendó, ella misma, ir para el sur, de esa manera asegurábamos el buen tiempo. Asentí con la cabeza, metí primera y para las llanuras sureñas, en cuanto crucemos Despañaperros.
Los primeros kilómetros transcurrieron en hermetismo total, silencio. La mente continuaba perezosa, hacia nada estaba en la posición de off. Debía poner algo de animación, nada mejor que música. Naturalmente copla española que me anima mucho conduciendo, aparte de las tertulias radiofónicas, las que recurro si voy sólo. Ana comenzó a dar palmas con movimientos de su amplia falda, mientras acompañaba las canciones con su voz, intentando quejíos flamencos en los diferentes palos, que iban asomando. Ella es más de rock duró. Yo lo aborrezco, hasta me pone de mal humor. Será este el motivo por el que suelo huir de discotecas y antros de este tipo, con mucho ruido, luces destellante escasas, alcohol de mala cantidad, y los camareros calvos con coleta.
Cruzamos Madrid, en la hora propicia, no había un gran tráfico, dudando si parar para comer algo, pero deseche la idea inmediatamente. Pudiera ser que Madrid, como siempre, me agarrase y allí acabará el viaje. Me ilusionaba llegar al Sur, lugar ideal para recargar las pilas.
Llegando a la altura de Puerto Lapice, cogí la desviación, parando justamente en la Venta del Quijote, o algo parecido. Apetecía llenar el buche , era mucha la distancia recorrida, almorzar dos huevos fritos con patatas y panceta para calmar los ácidos gástricos, acompañado con un vaso de vino de la tierra fresquito, aunque prefiero un buen crianza de Rioja. Sólo un vaso, el volante te hace ser precavido, primero por tu salud, la de los demás y las del bolsillo por si encontramos algún control de la Guardia Civil.
Ella tomó una tortilla francesa con queso y agua mineral. Antes un café con leche templado. Debajo del porche estábamos bien, pero todavía el sol no estaba en el mejor momento. Pedimos permiso al mesero sacando la mesa hacia el patio, al solecillo. Total, que entre ponte bien y estate quieto invertimos una hora, la pereza empezaba hacer mella. Mala es la pereza, nunca hizo cosa bien hecha.
Pues al coche, una vez sentados y antes de darle a la llave de arranque, Ana me abrazó por el cuello con los dos brazos, contra sus tetas, besándome de manera húmeda la frente, después en los morros. Provocando un estado en la polla derivando a morcillona. Río con ganas, tocándomela con dos dedos sutilmente. Vamos a dejarlo, no es el sitio para dar el espectáculo. Arranque, abrí la ventanilla y a cruzar Castilla, ancha y plana como el pecho de un varón.
Llegando con el móvil elegimos hotel cercano a la mezquita, hotel recomendado por un amigo hace un tiempo. Había habitaciones libres y allí que llegamos. Deje a Ana a la entrada con los cachivaches, marchando para buscar sitio donde aparcar, regresando en un delicioso paseo hasta el hotel. Pregunté en recepción dándome el numero de la habitación, subí las escaleras, empujé entrando de sopetón. La puerta no estaba cerrada por dentro, al abrir la encontré desnuda, enfrente, con unos planos de la provincia en sus manos. Me sorprendió un detalle cuando miró de frente hacia mí. Se había rasurado las ingles como una niña. Se disculpó, con mohín pidiendo compasión, conoce mi afición por los coños con pelo, el vello de la vulva recuerda que no te están tirando a una niña. Ana me obsequió con una risa maliciosa y abriéndose de piernas para que pudiera constatar que el chocho era como el de Nancy, la muñeca.
Acercándome hacia ella despacio, después de asegurar la puerta, puse la mano derecha con fuerza en su entrepierna rasurada, haciendo presión, con movimientos sexuales de arriba a abajo. Ella me sacaba la chorra a la que agitó con decisión hasta que un chorro de semen dio de lleno en su vientre. Mi mano quedó empapada de sus fluidos. Yo con la duda si se había corrido o no.
En el cuarto de baño se limpió toda la lefa con la toalla de manos, advirtiendo, se acercó hacia mí, amenazante con ella en la mano y la intención de restregármela por la cara. Di un largo quiebro desarmándola, agarrándola del cuello obligándola a dejarse caer sobre la cama, yo como salvaje por encima. Abrió de piernas, quería ser depositaria en su hendidura de mi hermano pequeño. Ah, no hija no, deja que se recupere, tanto esfuerzo de seguido no es bueno para mi corazón. Rápidamente diose la vuelta, colocándose encima mío, metiendo su sabrosa lengua hasta mi garganchin de manera libidinosa y obscena, Abriéndose de piernas, con su femineidad restregaba la chorra desarmada. Insinuando le apetecía un polvo, demostración total que antes no se había corrido, incorporándome en la cama y sentándome en ella hice saber que conmigo no contase. Conducir ochocientos kilómetros, metiéndose un desayuno que no se salta un gitano, hace mella en las respuestas del cuerpo. La insinué probará provocando a la camarera, optando por ir a darme un baño relajante y tonificante. Hice mutis por el foro, me marche dando pequeños saltitos acompañados al mismo ritmo por mis cojones.
Sabia, era un rumor de nuestra época de estudiantes, que Ana había tenido un ronroneo físico con una amiga del grupo. Marta creo recordar, la tía más guapa y con mas éxito de campus, una belleza rubia como esas que aparecen en las comedias americanas de universitarios. Un sueño, la tal Marta. Quiero decir que sabia como satisfacer a una hembra con nota, mi amiga Ana.
Al salir del baño, menuda sorpresa, estaban tumbadas y completamente desnudas encima del lecho. Se las veía sudorosas y cansadas. Casi oía el agitamiento de las palpitaciones. Imaginen la escena, tumbadas en la cama abiertas de piernas, cogidas de la mano. Totalmente despelucadas. Al pie de la cama la bata de la camarera, su sujetador, medias negras y unas pudorosas braguitas blancas de algodón. La camarera no sé como si llamaba, si lo sabia estará por algún rincón de la memoria.
Después de estar casi una hora en el baño, con los ojos cerrados, mi cuerpo y el ánimo era otra cosa. Mi hermano pequeño despertó despacio, media erección, y las dos pavas se rieron de mi desgana en principio. La camarera poniéndose en pie se acercó, tragándose la chorra en su mojada boca empezando una mamada, con el objetivo de ponerme en funcionamiento. Ana advirtió que me cuidara que era una loba tremenda, con unas especialidades en vicio de película. En nada el hermano pequeño alzó la frente mirando al techo. Se apartó la moza a un lado, mirando a Ana, casi como poniéndome en suerte. Ana rechazó con la mano y el dedo pulgar mirando al suelo, haciendo a la camarera los honores para terminar la faena con una chicuelina afarolada y salir andando con torería. La camarera disponía de un cuerpo duro, bien formado, no llegaba a la veintena de años. Pecho desafiante, de pezón negro mediano e insultantemente terso. El pubis recortado de manera delicada en forma de corazón. Estos coños con pelos son los buenos,
Ana sacó con condón, dándoselo a la chica, era como la llave de toriles. La chica me folló, sí, me folló de todas las maneras, no paraba de zarandearme, cambiarme de terrenos en el catre. Ella lo hacia todo, puso mi pene en su vagina, en el culo, entre las dos tetas. Perdiendo la noción de tiempo hasta que descargue como un semental casto del depósito militar de Córdoba, que siempre tuvo un prestigio. Ana besándome, a la vez dándome palmaditas en la espalda, como diciendo, te has portado. Para cuando me di la vuelta la chica había salido con discreción de la estancia.
Nos vestimos, el uno al otro, para la cena. Me gusta por la carga erótica que lleva el vestir o desnudar a una mujer. En esta ocasión Ana vistió bragas de encaje negras muy pequeñas y sujetador, bueno mejor dicho, la puse con unos pantalones negros de terciopelo ceñidos en sus caderas y holgados según bajaban hasta sus tobillos. Una camisa blanca semi transparente informal, pero como ella es tan elegante le quedaba muy bien.
Fuimos a cenar a la Taberna Casa Pepe de la Judería, al cual suelo acudir, pero mas que nada por la añoranza del local anterior, aquella taberna con el suelo irregular, que calzaba la mesa con una hoja de periódico. Como no, obligado un rabo de toro que en esta ciudad es una obligación.
Durante la cena comenté que tenia que comprarle un regalo a tan esplendorosa hurí. Pensé en unos pendientes para enmarcar el bello rostro inolvidable.