Cerró de golpe la puerta, e inmediatamente su vista se fijó en él; lo miró con un odio infinito. Pudiera no ser toda su culpa, pero era innegable que era parte de ella, ambos lo sabían.
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¿A quién quería engañar? aún le atraía y eso era lo peligroso. De entrada, no tenía porque haber aceptado salir con él, lo sabía y lo hizo; mucho menos invitarlo a pasar después de que la acompañara a su casa; mala decisión, muy mala. Recordó la discusión con su esposo por su ausencia aun cuando le dijo que tenía algo importante que decirle, eso la animó y sirvió de pretexto para verse después del trabajo, sólo un café y tal vez un trago después como en ocasiones hacia; pensó. Ahora estaba ahí, en su casa, sobre el lecho nupcial; embriagada de alcohol y deseo, soportando y disfrutando de las acometidas salvajes que le propinaban sin descanso, justificándose en cada ingreso por la falta de intimidad con la que se había visto mermada. Pasado el frenesí tuvo un lapso de remordimiento mientras él, a su espalda, la tomaba de la cintura en un abrazo que quemaba su piel; una lágrima escapó rodando por su mejilla antes de que el sueño llegara y la llevara a la conciliadora inconciencia.
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Aún no amanecía y el frío calaba con furia, subió al auto y tomó camino. ¿Qué estaba haciendo de su vida?, ¿Para qué tanto trabajo?, se cuestionó; cierto era que su nivel de vida aumentó y que se encontraba ahora en posibilidad de darle a ella la vida que había pensado pero, ¿lo valía?; habían discutido precisamente por eso y por algo más a lo que, en su momento, no prestó atención; él ofrecía estabilidad económica, ella lo que quería era de su tiempo. Por este viaje aplazó la que sería su reconciliación; sabía que, aunque necesario, era su culpa y necesitaba reivindicarse; por eso estaba ahora en camino, quería sorprenderla con las mejores vacaciones que pudieran haber tenido, lo preparó todo, no dejó nada al azar. El par de horas se le hicieron eternas, aún tenía que hacer algún papeleo y también preparar maletas; muy temprano llegó y, para sus planes, ya era tarde.
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Se despertó alertada por el ruido de la puerta; somnolienta, no alcanzaba aún a entender el dolor que taladraba sus sienes y el porqué se encontraba a medio vestir, giró y al momento encontró las respuestas. Dio un golpe a su acompañante quién, aturdido, intentó vestirse no sin antes tropezar buscando sus ropas. La desesperación hizo presa de ella al tratar de razonar qué hacer, un miedo atroz le invadió al ver como se abría la puerta.
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Entró a su casa intentando no hacer ruido, apenas amanecía y la imaginó durmiendo; avanzó al estudio cuando, al pasar por la estancia, observó una prenda que no era suya, mucho menos de ella; tomó dirección a la recámara pidiendo que no fuera cierto lo que estaba pensando. Abrió y su vida cambió.
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-¡Esteban! -dijo intentando cubrir su desnudez- ¿qué haces aquí?
No dio una respuesta a su pregunta, la vio solo un momento y enseguida su mirada se fijó en la de él.
-Lárgate de mi casa -exclamó con calma- si vuelvo a verte ya no será mi culpa lo que te pase, me conoces.
Quitó la atención de él al momento que cruzó la puerta, la fijó en ella pensando el paso a seguir por esto que aún no alcanzaba a entender del todo.
-¡Esteban! -pidió de nuevo ahora por su atención al ver como daba la vuelta e intentaba salir de la habitación- déjame explicarte por favor.
-No es necesario -respondió con una extraña calma que no correspondía al momento- es la peor forma de decirme que no te interesa seguir conmigo, pero la acepto.
-Sabes que no es verdad -dijo intentando acercarse- te amo, lo sabes; esto es mi culpa, pero no volverá a pasar, mira, estaba molesta y solo quería hablarlo con alguien para…
-Y ese alguien tenía que ser precisamente él -mencionó fijando su mirada en ella- mira, ahora ya no importa, pero te pedí muchas veces te mantuvieras alejada; puede ser que parte de la culpa sea mía por confiar en tí, pero la la decisión fue solo tuya.
-Podemos arreglarlo -suplicó abrazándose a su cintura- solo olvidémoslo, además tengo algo por decirte y…
-Ya no me interesa lo que puedas decirme -respondió quitándose de su abrazo y sin dejarla terminar su comentario- y no, no voy a poder olvidarlo nunca; quita de tu cabeza el que podamos estar juntos, eso ya no va a ser posible.
Salió dejándola en un mar de llanto, al salir lo encontró aún ahí; una descarga cruzó por su cuerpo y un deseo infinito de venganza llegó a su mente.
-Te dije que te largaras -dijo aún con una intimidante calma- sino te hice pagarlo en su momento ahora no esperes que me contenga.
-Solo escúchame -respondió intentando tomar su hombro- ella tiene algo por decirte y es necesario que la escuches porque…
Todo ocurrió en un instante, tomó su brazo mientras su puño se incrustó en su estómago, al doblarse, su frente dio de lleno en su rostro rompiendo su nariz; le tomó de los hombros estrellando con fuerza su cabeza en la pared mientras, tomándolo del cuello, le dijo:
-¡No va a haber otra hijo de puta, pero si la hay, esto te va a parecer una caricia en comparación de lo que te voy a hacer!
Lo tomó de sus ropas, abrió la puerta y lo arrojó a la calle.
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Pasó mucho tiempo, el mismo que ocupó trabajando fuera intentando olvidarla; fueron muchas las llamadas y mensajes que ella le envió durante meses, no respondió a uno solo de ellos. Por familiares y amigos supo que cambió de casa y trabajo inmediatamente después de firmado el divorcio, le dolió; mucho. Durante ese tiempo intentó en varias ocasiones de olvidar y tratar de hablar con ella, pero siempre llegaba a su mente ese fatídico día en que la encontró con su exesposo; el intento siempre quedó en eso.
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Caminaba de prisa, era tarde y sabía que posiblemente ya no llegaría; atravesó el parque cuando, al girar en una esquina, la vio; frenó su marcha en el instante que ella lo vio a él, ambos quedaron sin algo que decir hasta que fueron interrumpidos por quien tenía el derecho de hacerlo.
-Mami -escuchó- ¿me compras un helado?
Volteó la vista y observó al niño más hermoso que recordaba, se inclinó y acarició su cabeza mientras le preguntó:
-¿Cómo te llamas campeón?
-Santiago.
Fijó la mirada en ella preguntando sin palabras.
-Si -dijo ella- como tu padre.
-¿Puedo darle un abrazo?
-Claro.
Lo abrazó y una infinita ternura inundó su alma, cómo hubiera querido seguir con ella y no compartir, sino tener para él estos momentos. Se puso de pie después de un rato con lágrimas intentando escapar de sus ojos, la vio y los de ella no pudieron soportar el intento, un fluido llanto corría por sus mejillas.
-Tienes un hijo adorable -dijo con sinceridad- deben estar orgullosos de él.
Una sonrisa en ella fue su respuesta, limpió su rostro mientras se dirigía al pequeño.
-Despídete del señor -dijo.
-Despídete de tu papá -pensó.