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Alfredo y sus amigos estudiando en casa
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Alfredo es un joven hermoso y bello, estudiante de ingeniería. Vive con sus padres en una linda casa en un reparto residencial. Muchas veces invita a sus amigos Eduardo y Alejandro a estudiar en su casa en tiempo de exámenes y la mayoría de las veces se quedan a dormir, acomodándose entre la otra cama del cuarto de Alfredo y el sofá cama del salón principal.

Una noche en que terminan de estudiar muy tarde, se disponen a dormir y Eduardo ocupa la otra cama mientras Alejandro alegando que no tiene sueño, se queda conversando con Alfredo en su cama. Mientras ya Eduardo duerme, Alfredo y Alejandro, que se aman secretamente, sigilosamente se masturban debajo de la sábana.

Otra noche, ya tarde, Eduardo prefiere quedarse a dormir en el sofá y le deja libre la otra cama a Alejandro. Ambos jóvenes, tanto Alejandro como Alfredo se alegran de poder quedarse solos en el cuarto y poder disfrutar y tener sexo con bastante privacidad. Mientras, Eduardo se muda al salón con sábanas y almohadas.

A partir de ese día, Eduardo siempre prefirió quedarse en el sofá y ellos dos lo interpretaron como un acto altruista de él, que habiendo sospechado que se entendían sexualmente, habría preferido sacrificarse para que sus amigos disfrutaran sin la incomodidad de su presencia, que aunque él era hétero no tenía nada de homófobo.

Estando tanto Alejandro como Alfredo durmiendo en sus camas respectivas, se levanta este último de madrugada con mucha sed y va a la cocina a tomar agua. Lo hace con sigilo evitando despertar tanto a Alejandro como a Eduardo, pero al pasar por el salón, nota que no hay nadie en el sofá y extrañado sigue hasta la cocina, que también está a oscuras. Antes de abrir la nevera, escucha un ruido que viene del cuarto de lavado, adyacente a la cocina. Pospone la apertura del frigorífico y se acerca a la puerta, escucha unos quejidos tenues, como reprimidos y entreabre lentamente la puerta.

El espectáculo es pornográfico, iluminados por el alumbrado público, que se filtra a través de una ventana que da al patio interior, se recortan las siluetas de su madre, que se encuentra de pie, desnuda, agachada con la cabeza y los brazos recostados en una mesita, mientras Eduardo en cueros y con su pingona parada, le está dando por el culo. Aquella escena lo pone a millón. Ellos están tan ocupados en su asunto, que ni se percatan de su presencia.

Alfredo vuelve a cerrar la puerta con mucho cuidado, para no hacer ruido y se va a su cuarto. Comprueba que Alejandro está dormido y pasa al baño, dónde se masturba con deleite y vuelve a su cama y le cuesta trabajo volver a quedarse dormido. Sigue pensando en qué hacer con todo lo que ha visto. Cualquier decisión que tome, puede desembocar en una catástrofe familiar. Por fin se queda dormido y se despierta temprano, Alejandro está sentado en la cama, vestido y calzándose los zapatos, mientras se escucha a Eduardo cepillándose los dientes en el baño.

–Buenos días, Alejandro. ¿Cómo has dormido?

–Yo muy bien, ¿y tú?

–Muy bien, sabroso. Estoy en talla.

–Bueno días Alfre. ¿Todo bien? –es Eduardo que va saliendo del baño, sonriente.

–Buenos días Eduardo. ¿Se puede saber a qué se debe tu rostro tan risueño?

–Ah, ¿pero ahora no puede uno sentirse contento?

–Claro que sí, cada cual se puede sentir feliz a su manera. Pero como dicen que el que solo se ríe, de sus maldades se acuerda…

–Ahh, lo dices por el refrán. No, no lo hago por nada especial. No te preocupes. –y se sigue sonriendo, que a mí se me ocurre, que con malicia.

Alfredo se termina de vestir y salen los tres de la habitación. La madre de Alfredo está en el comedor, con una bonita bata de casa, y con el desayuno servido. Se sientan a la mesa, Eduardo se sirve cereal con leche, Alejandro dos huevos fritos con bacon y Alfredo tiene en su plato servido panquecas, a las que le vierte sirope de arce de una botella. Hay además zumo de naranjas recién exprimido, café, leche, tostadas, mantequilla y confituras de varios sabores en minidosis. Petra, una señora ecuatoriana que ayuda a la Sra. Sofía en los quehaceres, sale de la cocina y se acerca a la mesa con una jarrita con café expreso.

–Buenos días. ¿Alguno de los señoritos desea tomar café solo?

–Buenos días Sra. Petra, contestamos todos casi a coro.

–Yo si quiero. Por favor. –Le dice Eduardo. Mientras ella toma una taza con su platillo y una cucharita y poniéndola frente a él en la mesa, le sirve el humeante y aromático café. Le acerca la azucarera, Splenda y terrones de azúcar.

–Yo también voy a tomar Petra. –Dice Alfredo y ella va diligente a complacer al señorito de la casa.– Madre, mi padre no ha regresado de viaje, ¿verdad? –Ella niega con la cabeza–. Entonces el chófer nos puede llevar a la Universidad.

–Si, ya Petra le ha avisado y está afuera esperando en el car porch. –Le dice la Sra. Sofía.

–Los tres se ponen de pie y cada cuál agarra su mochila. Se despiden. Petra los acompaña hasta la puerta y cuando el coche ha salido, cierra la puerta, detrás de ella.

En la tarde llega Alfredo de la Universidad, la madre está sentada en una banqueta alta de la isla de la cocina-pantry, bebiendo un coctail de Vermouth con brandy y hielo, mientras hojea una revista de modas.

–Hola madre. –Se le acerca y le da un beso en la mejilla. –Qué olorosa estás, hueles a Eau de parfume.

–Si, es mi preferido. ¿Y tus amigos no vienen hoy a estudiar?

–No, vamos a descansar este fin de semana. Alejandro piensa salir con su novia y Eduardo creo que tenía una cena en casa de los padres de la novia.

–Y mi padre ¿no regresaba hoy?

–No, ahora regresa el lunes. ¿Así que los chicos no vienen hoy?

–No, el lunes deben venir. ¿Por qué?

–No, por nada especial. Es que le pedí a Petra que antes que se marchara, les preparara una buena merienda.

–Mejor para mí. Así tengo la merienda garantizada para mi para todo el fin de semana. –Se frota las manos con efusividad–. ¿Y por qué no vamos para tu cuarto que estaremos más cómodos?

–Si vamos, que hoy me siento muy sola y así me acompañas. Tu padre solo piensa en trabajar y trabajar.

–Pero tú vives como una reina, no te puedes quejar. –Ella se ha acostado en la cama con la bata media abierta y él está sentado a su lado.

–Es que no todo son las comodidades, en la vida se necesitan otras cosas.

–Si, me imagino. Como por ejemplo un macho como Eduardo que te sodomice, metiéndote la pinga por el culo.

–¿Estás loco? –Se incorpora y lo increpa–. ¿De qué tú estás hablando Alfredo?

–¡No te atrevas a negarlo! Anoche los vi como gozabas en el lavadero mientras Eduardo te cogía el culo y tú gemías de placer.

–¿Cómo te atreves a hablarme así? ¡Yo soy tu madre y me tienes que respetar!

–Tu lo que eres una zorra, tan puta, singándote a mi amigo. Ya tú verás como se lo voy a contar todo a mi papá. ¿Cómo prefieres que se lo cuente? ¿Delante de Eduardo o solos nosotros tres? –Ella se ha echado a llorar desconsoladamente, rogándole a su hijo que la perdone, que no la vaya a delatar, que por lo que él más quiera no diga nada.

–Eso lo tengo que pensar muy bien antes de tomar una decisión. Tengo que analizarlo.

–Mira Alfred, yo me casé muy joven con tu papá. Él me lleva unos añitos, entonces esa diferencia de edad, no era importante, pero al pasar los años comienza a notarse y ya no es lo mismo.

–Pero eso debiste haberlo pensado en aquél momento. Pero claro, la idea de casarse con un empresario próspero, de unos cuarenta años y que te diera todos los lujos que nunca tuviste te sedujo ¿verdad?

–Pero era lógico que me pasara, yo tenía solo 17 años.

–¿Y tu mamá no te advirtió de que no debías casarte con un hombre que te llevaba 24 años?

–Si, es verdad que me lo advirtió, pero yo no le hice caso. Ahora me arrepiento, pero qué puedo hacer.

–Lo único que podías hacer era comportarte como una mujer decente. Y no solo es suficiente serlo, si no también parecerlo.

–Yo te juro que más nunca en mi vida yo volveré a mirar a otro hombre. Y haré lo que tú quieras que yo haga, por muy humillante que sea.

–Bueno, déjame pensarlo bien y analizar tu propuesta. A lo mejor me conviene.

–¿Tu crees que mañana tengas una respuesta?

–No sé. Ya veremos. –Se dio la vuelta y se marchó. Mientras ella muy nerviosa, se quedó llorando y gimoteando por la mala suerte que tuvo, de que su hijo la sorprendiera teniendo sexo con un amigo suyo.

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