Llegaba a la mediana edad, mis hijos se habían mudado; mi hija, la más pequeña, se encontraba estudiando en Canadá, y su hermano mayor, se había ido a trabajar unos meses con su padre, mi exesposo, a EEUU. Por lo que la casa de mis sueños que algún día resonara con risas y gritos alegres, ahora solo reproducía un eco siniestro de silencio constante.
Era una casa hermosa, pero ya comenzaba aquedarme demasiado grande, especialmente para hacerle los mantenimientos necesarios, y el aseo cotidiano comenzaba a ser un reto, particularmente cuando la carga de obligaciones de mi trabajo se tornaba demasiado hostil.
Pese a que me gustaba hacer las labores en casa, a mis cuarentas y sin una familia que me motivara, pronto me orilló a contratar un ama doméstica para que me ayudase con la limpieza y la comida.
La elección no fue sencilla, ya que estando sola en casa también me encontraba ciertamente vulnerable a cualquier tipo de abuso. Para mí, el perfil idóneo era encontrar a una mujer mayor que yo, que me diera mayor confianza y seguridad.
Tardé un tiempo, pero por fin encontré a una mucama que cumplía con aquellas características. Era una mujer no tan mayor como tenía en mente, de hecho, era más joven que yo, sin embargo, su notable sobrepeso y mala postura le hacía parecer más decrepita.
Aquella señora se habría ganado su puesto gracias a su actitud de indiferencia para cualquier otra cosa que no fuese las actividades que le había encomendado. Como peculiaridad, y motivo de este relato, la señora tenía un hijo quien se encontraba cruzando la preparatoria, tenía dieciocho años justos, según me había confesado su propia madre, pidiéndome que le permitiese dejar que su hijo estudiase en la casa, ya que sus clases eran a distancia.
Sin problema accedí, no lo vi como inapropiado, por lo contrario, me pareció una garantía de que las intenciones de aquella mujer eran sinceras, y de que no tendría distracciones para desempeñar sus labores.
Ojos en los muros
Todo se acomodaba de forma natural, ahora ya gozaba de tiempo suficiente para hacer mi trabajo, platicar con la familia distante, e incluso con tiempo de ocio para mí misma, tiempo que utilizaba para leer, como es mi afición, o en escribir como gusto recién descubierto.
Era justamente en esos momentos cuando notaba a aquel pequeño de la sirvienta ganándose la vida. Era un chico delgado, carecía de estructura muscular prominente, y su altura de un metro con setenta y ocho, lo hacía verse aún más escualo. Pero no era feo en lo absoluto, tenía el cabello castaño, su piel era blanca, y tenía un rostro todavía inocente, lindo a mi parecer.
En un principio el chico se limitaba a sus tareas escolares, pero en ocasiones solía ayudar a su madre con las actividades en la casa. Yo me hacía la desentendida, pero ya le había visto haciendo el aseo por la sala, el baño y los cuartos de la segunda planta.
Y no era yo la única que espiaba, bien enterada estaba de sus indiscretas miradas cuando me encontraba en aquellos ratos de ociosidad, especialmente en mi recamara o en la sala, en general, cualquier lugar que no fuese mi estudio donde trabajaba.
Era un sentimiento extraño; no sé si se debía a la edad, pero no me desagradaban sus miradas, tampoco sé si decir que me gustaban, más bien las comprendía. A esa edad, todos comenzamos a conocer nuestra propia sexualidad. No es que lo justificase, pero me hacía sentir más atractiva. Sabía que al estarme espiando era porque algo quería ver, y si lo deseaba, era porque le gustaba.
De alguna manera sabía por qué lo hacía. Más allá del morbo de espiar sin ser descubierto, notaba en su mirada un evidente interés por mi anatomía, particularmente en mis zonas erógenas femeninas, específicamente en mis grandes senos.
No es por presumir, simplemente tengo las tetas grandes, nada del otro mundo, naturalmente un tanto más caídas, porque los años no pasan en vano, al igual que mis nalgas, que ya no están tan firmes como solía recordarlas a los veinte, o a los treinta. Pero aun así, me siento orgullosa de mi cuerpo, no es perfecto, pero siempre he cuidado de él, puedo decir que me siento y me veo tan bien como es naturalmente posible.
Mido algo así como un metro con sesenta y cinco, soy en general delgada, aunque un par de hijos siempre pasan factura en la parta baja del abdomen. Tengo cabello un poco riso, color rubio, aunque el tono no es de nacimiento. Como lo he dicho tengo los senos grandes, lo que de hecho ayuda a acentuar un poco más mi cintura, sin llegar a ser demasiado, y aunque es mi punto fuerte, de las nalgas tampoco estoy tan mal, redonditas y de buen tamaño, no lo sé, me gusta mi cuerpo.
Probada previa
Todo eran juegos y diversión, solo eso, miradas. A él le gustaba espiarme y a mí me gustaba jugar con ello, nada más, simples e inocentes juegos fetichistas de un joven adolescente y una loca mujer divorciada, sin embargo, poco a poco irían incrementando aquellos sutiles atrevimientos.
En un principio, tan solo me dejaba mirar al deambular en casa con mis trajes de oficina en aquellos días que debía presentarme al trabajo, o bien cuando había alguna reunión importante mediante la cámara web de la computadora. Pero con el paso del tiempo me fui atreviendo un poco más.
En una ocasión, me había despertado un poco más tarde de lo normal, y justamente esa noche me había acostado con un blusón un poco trasparente, y claro, debajo no vestía más que unas bragas cómodas. Esa mañana la señora ya se encontraba haciendo sus tareas y su hijo le acompañaba como era su rutina, pues contaban con llave para entrar. En cualquier otro momento, me habría dado tiempo para vestirme adecuadamente antes de bajar a saludarles, pero ese día no me importó salir de mi dormitorio en aquel precario blusón que apenas me cubría las piernas y cuya tela delineaba mis agudos pezones casi dejando entre ver el color café claro de su aureola.
Creo que fue demasiado, porque hasta pude notar el disgusto de la señora, casi golpeando a su hijo para que disimulara un poco su mirada fundida en mis pechos. Aun así me divertí mucho, y no, no fue la última vez que aquel chico se deleitó con ese blusón.
En otra ocasión lo pillé espiando en el cajón de mi ropa íntima, ya sabía que lo hacía, uno sabe perfectamente como acomoda su ropa, y en más de una ocasión me había percatado de que mis bragas estaban mal dobladas. Aunque ciertamente me molestaba un poco, no decía nada, pues después de todo también era parte del juego, pero todo cambió cunado encontré una de mis pantaletas sucia. Era obvio que aquella mancha era de semen, y no había que pensar mucho lo que había pasado ahí.
En un principio pensaba decírselo a su madre, pero me pareció injusto y solo crearía un ambiente toxico, después pensé en reclamarle a él personalmente, pero tampoco quería confrontarlo pues sería como terminar con el juego de miradas, además de que no sabría que decirle, así que no hice nada por el momento.
El regalo
Los juegos siguieron y yo lo tomaba como un pasatiempo para entretenerme, ya era parte de mi día a día. Todo se había acomodado, él se encargaba de asear las recamaras y el baño en el segundo piso, mientras que su madre se ocupaba de la cocina, la sala y el comedor en la planta baja. Todo perfecto para que me divirtiera con su hijo sin preocupaciones.
A él le gustaba limpiar el baño porque podía aprovechar el momento para espiarme al salir de la ducha, y yo me dejaba espiar haciendo la finta de que me quitaría la toalla enfrente de él, a sabiendas de que estaba completamente desnuda debajo, aunque tan solo me la acomodaba. Hubo una ocasión en que sí me atreví a abrirme la toalla y exponer mi cuerpo, pero fue una trampa, pues lo hice dándole la espalda, por lo que no me pudo ver nada.
Lo traía como loco, y me encantaba. En un principio me divertía, pero después comencé a empatizar más con el muchacho. Me imaginaba lo que debía de sentir, todos esos cambios hormonales, las emociones y los sentimientos sexuales que no podía sofocar. No sabía si aún era virgen, pero tenía toda la pinta de que si, y yo, tras catorce años de divorcio casi que estaba igual que él.
Una tarde me encontraba en mi habitación, recostada viendo el tiempo pasar, el chico y su madre se habían ido. No podía dejar de imaginar lo que pasaría por la mente de aquel joven. Me preguntaba si le gustaba yo o solo mi cuerpo, no me gustaría que se obsesionará conmigo y creara una situación incómoda, o peor aún, que se enamorará. Y si tan solo quería zacear sus deseos sexuales, ¿hasta dónde estaría dispuesto a llegar?
Nunca lo había imaginado antes, porque, de alguna manera sabía que nunca sucedería, y simplemente no lo contemplé. Pero después de casi ocho meses de juegos y miradas aquella fantasía se había hecho lo suficientemente fuerte para convertirse en una idea. Una idea que me traía dando vueltas en mi habitación. ¿Nos atreveríamos? ¿Nos descubriría su madre? ¿Dónde sería? ¿Cómo sería?
De golpe me reincorporé en un sobre salto, intentando sacudirme los pensamientos impuros de la mente. La noche había llegado, y no quedaba más que descansar para enfrentar un día más. Me quité mi vestido, mi sostén y me bajé las bragas, entonces noté lo húmedas que estaban, y entonces recordé las manchas de semen depositadas por aquel muchacho, y una maléfica idea me llegó a la mente.
Lo primero que hice fue ponerme las mismas pantaletas de regreso, después apagué las luces de mi recamara y así, me tumbé sobre la cama encima de las cobijas. Entonces cerré los ojos y comencé a tocarme. Lo imaginaba a él, me imaginaba cómo se masturbaría al ver mis bragas así de húmedas como las tenía, lo que pensaría y lo que sentiría. Me imaginaba su pene eyaculando en mi ropa interior, aquel pene que tantas erecciones le había provocado yo misma.
Me acariciaba mis senos imaginando ahora cómo sería hacer el amor con él, ahora lo dibujaba sobre mi cuerpo intentando penetrarme con su inexperiencia, disfrutando de mi mojada vagina madura en su pene virgen, mientras fingía que se trataba de mis dedos penetrándome una y otra vez.
Hacía mucho que no me masturbaba así, y mi vagina se lubricaba más y más, empapando mis bragas ya de por sí húmedas por la natural excitación del día. Estaba tan mojada que la tela hacía sonidos al restregarse contra mis labios y mis dedos penetrándome. Sentía que me venía, me saqué los dedos y comencé a restregar mi clítoris sobre mis empapadas bragas hasta hacerme venir sobre ellas, terminándolas de mojar todavía más, tanto como fuese posible.
Finalmente, me las quité y las coloqué con esmero cuidado en la esquina de mi cama, antes de meterme a las cobijas para dormir. Al día siguiente me levanté desde temprano y escribí una nota: “Puedes quedarte con estas, siempre que dejes mi ropa en paz” Decía. Entonces coloqué la nota sobre mis empapadas bragas y tras vestirme aquel blusón de delgados telares, bajé a recibir a la señora de la limpieza, asegurándome de que su hijo se dedicara a la limpieza de mi recamara para que encontrase aquella nota, y aquel regalito que le había dejado.
Ojos húmedos
Desde ese día, jamás volví a tener problemas con las manchas en mi ropa interior, pero en cambio, las miradas de aquel chico se habían vuelto más indiscretas. Ahora sabía que de cierta forma tenía mi consentimiento, e intentaba probar un poco más de suerte, especialmente en mi recamara, donde intentaba espiarme después de salir de bañarme, o en el mismo baño donde rogaba con desesperación por mirarme desnuda debajo de mi toalla.
Yo me encontraba entre la espada y la pared. Sabía que estaba en la frontera de aquella situación, donde terminaban aquellos inocentes juegos de miradas y comenzaría a ponerse más serio el asunto. De dejarlo verme desnuda sería como una invitación a que me acosara directamente, y de no hacerlo sería terminar con todo y dejarlo de ese tamaño.
Aquellas ideas me atormentaban por las mañanas, cuando me le insinuaba cada vez con mas descaro, muchas veces de forma inconsciente. Un día, me habían cancelado una junta, por lo que salí de mi estudio más temprano de lo habitual. Lo primero que tenía en mente era quitarme la incómoda ropa sastre que vestía, para ponerme un poco más cómoda.
Entré a mi recamara para cambiarme de ropa, pero ahí estaba el hijo de la mucama, todavía limpiando y barriendo, entonces me decidí por esperar a que terminara. -Va a entrar señora, ya he acabado. -Me decía el tímido chico al salir de mi recamara con escoba en mano. -Gracias. -Le respondí con una coqueta sonrisa antes de entrar sin cerrar la puerta.
Casi nunca suelo hablar con él, el trato siempre es con su madre, no me sorprendió que fuese así de amable, pero me gustó. Enseguida, tomé mi ropa de mi armario y me disponía a cerrar la puerta para vestirme, pero me di cuenta de que el chico estaba ahí, podía ver la sombra de sus pies por debajo de la puerta apenas un poco abierta.
Como mi tocador estaba en el punto ciego, tenía la seguridad de que no me podría ver, a menos que se asomara con descaro, algo que jamás se atrevería a hacer. Con esa confianza comencé a desvestirme sin más. Zapatos, saco, camisa, falda, medias, sostén y bragas, en ese orden.
El chico seguía ahí, esperando pacientemente su golpe de suerte, y yo decidí dárselo, pasando completamente desnuda frente al espacio de la puerta por el que sabía que estaría espiándome. Y como no tenía nada que hacer en el extremo opuesto de mi habitación, pues no me quedó más remedio que pasar de regreso por el mismo lugar, esta vez asegurándome de reojo, que efectivamente me estaba espiando.
No podía fingirlo, me encantaba, pero, aunque nunca cerré mi puerta, tampoco me atrevía a mostrarme más, a menos no ese día, porque el voyerismo continuaría los días siguientes.
Desde aquella ocasión continuamente me hacía la desentendida olvidando cerrar las puertas de mi habitación y la del baño, dejándome ver mientras me vestía, o me desnudaba antes de entrar a la ducha.
Aunque nunca me dejaba ver del todo explícitamente, siempre me escondida detrás de la perspectiva de la puerta justo cuando me quedaba sin ropa. Todo estaba bajo control, el muchacho se estaba portando muy bien, sin importar las libertades que le diese, siempre se mantenía bajo los límites, sin sobrepasarse conmigo. Nunca se atrevía a entrar sin mi permiso, o a asomarse más de la cuenta, por mucho que se estuviese muriendo de ganas por hacerlo. Él sabía la diferencia entre mirar y actuar, espiando siempre con discreción, en medida de lo posible.
O al menos eso intentaba, porque su cuerpo siempre lo delataba, especialmente cuando vestía pantalones holgados que se levantaban al paso de su pene hinchado bajo de ellos. Pero era justamente esa imagen la que condecoraba mis travesuras, era como la cereza en el pastel que enaltecía mi ego y soberbia, que además me excitaba al mismo tiempo.
Pronto, el baño comenzó a convertirse en el epicentro de mi exhibicionismo y el voyerismo del hijo de la sirvienta. Cada mañana el chico entraba a limpiar justo después de que yo me tomara la ducha matutina. Eran minutos de oro en los que le permitía verme desnuda antes de entrar a la regadera, dejando la puerta entreabierta, siempre censurando mi cuerpo al no permitirle verme de frente, dejándolo únicamente con la imagen de mi espalda y mis nalgas.
Un día decidí cerrarla, y no, no era por que quisiese censurar las mañas del muchacho, lo que sucedía era que tenía otros planes, pues esa mañana no había entrado sola a la ducha; debajo de mi toalla, llevaba escondido un dildo de plástico con base de succión, el cual empotré al azulejo del baño para podérmelo meter mientras me duchaba.
Fue una buena masturbada, pero la travesura en realidad, fue dejar aquel falso pene pendiendo de la pared, y recubierto de mi eyaculación para que el chico pudiese darse una idea de lo que ahí había acontecido, cuando entrara a limpiar el baño. Quería que su imaginación volase, al visualizarme enterrándome el dildo, salpicando y aplaudiendo con mis nalgas al estamparlas contra la loseta una y otra vez en cada penetración hasta hacerme venir, tal y como lo había dejado de evidencia.
¿Te gusta lo que ves?
Aquella no fue la única ocasión que me masturbé con el chico en casa. En otra ocasión, estaba aburrida porque simplemente no tenía trabajo y los pocos pendientes ya los había terminado. Recuerdo que esa mañana el chicho estaba haciendo la limpieza en la planta de arriba como todos los días, y yo estaba en mi recamara mirando mi teléfono móvil, todavía con mi traje de secretaria abnegada, que constaba de falda ceñida, blusa y saco. Debajo, vestía una lencería blanca de encajes, y unas pantimedias a medio muslo, nada sensual pero tampoco anticuada.
Navegaba por internet y redes sociales, cuando me percaté que me estaba espiando. No tenía mucho margen de disimulo, porque en esa ocasión tenía mi puerta abierta de par en par, por lo que el muchacho se limitaba a pasearse por el pasillo fingiendo que barría y esas cosas.
No me sorprendió, lo hacía todo el tiempo, pero eso ya comenzaba a aburrirme, el chiste había pasado de moda, y ahora quería más. Entonces quise averiguar qué tan lejos podría llegar está vez, así que me quité mis zapatos y me recosté cómodamente en la cama, comencé a acariciar mis piernas y a tocarme sensualmente, mientras el chico me miraba de reojo al pasar contoneando el trapeador, cruzando de lado a lado por la puerta de mi habitación.
En una de esas pasadas, al perderse de vista, de inmediato me deshice de mi saco y mi falda, de modo que cuando pasará de vuelta me viese ahora con blusa y aquella lencería de oficina únicamente. Así lo hizo, y la escena que se presentó ante mis ojos fue muy divertida. Ver sus ojos bien abiertos intentando corroborar que su vista no le estuviese engañando, lo obligó por un momento a detenerse frente a mi puerta para mirarme con más atención y sin ningún disimulo.
Por dentro estaba muerta de risa y regocijándome en mi maldad, pero al mismo tiempo comprendía completamente lo que debía estar sintiendo aquel pobre muchacho al ver a una mujer madura, sensual y en esa posición tan comprometedora.
Podría parecer inocente y hasta simple, pero a esa edad no hay muchas oportunidades de mirar a una mujer en vivo y de tan cerca. Seguramente sería yo la primera mujer que miraba de esa manera en la vida real, quizá habría visto algunos videos explícitos, pero nunca a una de carne y hueso.
Con esa idea, continué tocándome por encima de la ropa que aún vestía, al tiempo que me desabotonaba la blusa hasta dejarla completamente abierta, exponiendo ahora mi sujetador blanco trasparente. Aquella sería su oportunidad dorada, para verme mis pezones cafés por primera vez debajo de delgada tela de encajes, y yo sabía que no la desaprovecharía.
Finalmente me quité la blusa, quedándome solo con mi ropa íntima: mi sostén, mis bragas, y mi cinturón de encajes sosteniendo mis pantimedias. El chico se asomó una vez más, pero esta vez ninguno de los dos pudimos disimularlo. Ni él pudo disimular que me espiaba, ni yo de verlo espiándome, por lo que irremediablemente nuestras miradas se cruzaron y no supimos cómo reaccionar.
Él estaba a punto de salir huyendo, pero como yo no pude apartarle la mirada, no le quedó más opción que inventarse una excusa. -Venía a limpiar el cuarto, pero si gusta puedo regresar más tarde. -Me decía balbuceando de nerviosismo.
-Descuida. Adelante, puedes pasar. -Le respondí con soberbia y apatía, mirando al chico entrar a mi habitación conmigo semidesnuda tumbada en la cama. De inmediato su mirada se fundía en mis senos expuestos debajo de la tela trasparente, recorriendo mis piernas forradas en las pantimedias negras de encajes, y claro, intentando mirar mis sensuales bragas entre mis muslos cerrados, al tener las piernas cruzadas por los tobillos.
Él comenzó con su trabajo, y yo, continué con lo mío, acariciándome el cuerpo con delicadeza y extrema sensualidad. Mis manos recurrían mis femeninas curvas con una tortuosa lentitud, sin dejar de mirar mi celular, pero al mismo tiempo, sin perderle la pista al muchacho ni un segundo.
Casi se me escapaba una malévola sonrisa en mi rostro cuando deslizaba uno de los tirantes de mi sostén y el chico casi se bambonea de la impresión. Me estaba divirtiendo en verdad, pero también lo estaba gozando como nunca.
El pobre chico ya no sabía si mirarme o continuar limpiando la habitación, casi podía verle temblando de excitación. Se le miraba cómo su pene se enaltecía al inflarse por debajo de su pantalón de mezclilla, a punto de salírsele por su bolcillo derecho.
Sin dejar de mirar mi celular, me abrí por completo de piernas, doblando mis rodillas frente a mí, y de inmediato sus ojos se fundieron en mi vagina como queriendo bajarme las bragas con la mirada. Me tentaba a espiarle, pero no quería cruzarme con su mirada una vez más, en cambio, me conformaba con imaginarme su expresión, siguiéndole con la vista periférica mientras el chico se paseaba frente a mi cama barriendo el piso.
Entonces deslicé furtivamente mi mano entre mis piernas y comencé a tocarme por encima de la lencería que censuraba mi ardiente y maduro coño, cual acariciaba con mis tres dedos medios haciendo círculos lentamente al tiempo que presionaba sutilmente mis labios vaginales que comenzaban a humedecerse con toda la lubricación que emanaba de mi interior.
Era como si pudiese sentir los ojos del chico sobre mi piel, y él no podía separar su mirada de mis dedos hipnóticos masturbándome, hasta que los alejé por un momento para llevarlos a mis espaldas y desabrochar mi sujetador, liberando mis senos ante su atónita mirada.
No pude ocultar una sutil sonrisa coqueta de placer, y aunque quería verlo para observar su expresión, pensaba que sería demasiado directo, y echaría todo a perder. En cambio, bajé mis piernas y las estiré elegantemente, para que pudiese verme el torso desnudo. Así, por fin aquel chico lograba verme mis aclamadas tetas que tan loco le tenían, ahora, sin censura alguna se exponían ante él. Ese par de blancos senos, grandes y redondos en forma de gota, y mis erectos pezones cafés en el medio, sin nada que les escondiera.
Al chico se le escapaba el aliento, temblaba y sudaba. Ya no había nada que pudiese hacer para continuar con su farsa de limpiador. Había barrido mi recamara como cien veces dando vueltas alrededor de mi cama con su pija totalmente parada. Se relamía sus labios intentando humedecer su boca seca por tanto jadeo indiscreto, mirándome cómo me tocaba frente a él, masajeándome los senos de forma erótica y sensual, recorriendo mis manos por todo mi cuerpo hasta regresarlas a mi entre pierna para acariciar mi coño sobre mis bragas de suave tela.
Ahora que el chico tenía la certeza de que el espectáculo era en exclusiva y privado solo para él, me observaba con detenimiento, sin importarle nada más en ese momento que deleitarse con la explicita escena de aquella loca mujer masturbándose frente a sus ojos.
Yo seguía mirando mi celular, ya por pura excusa para que no se tomará nada personal mientras me apartaba mis bragas para que me pudiese admirar mis húmedos labios vaginales sonrojados, depilados e inflamados, al paso de mis dedos masajeando mi clítoris completamente erecto y fuera de su escondite.
Para ese momento ya estaba realmente excitada, me sentía relajada y complacida, ahora me estaba masturbando como si estuviese sola en mi habitación, sin importarme que el hijo de la mucama me estuviese viendo con todo descaro.
-¿Te gusta lo que ves? -Le pregunté finalmente apartando mi móvil, con voz seductora y toda la sensualidad que pude. -Sí. -Me respondía, apenas pudiendo desanudar su garganta. -Demuéstramelo. -Lo retaba, mirándole el bulto de sus pantalones, mientras el chico bajaba una de sus manos y comenzaba a desabotonarse sus jeans.
Mientras me seguía tocando, me complacía observando al muchacho bajándose los pantalones hasta la mitad de sus piernas, y un poco más arriba, sus calzoncillos afianzados con el elástico, debelando por fin, su largo pene sonrojado emergía a punto de estallar.
Enseguida el chico comenzó a jalarse el pito como si quisiera exprimirse el alma, mirándome restregando mi clítoris complacida y extasiada, hasta que paré por un momento solo para quitarme mis bragas y botarlas en el suelo que el chico acababa de barrer, quedándome únicamente con mis sensuales pantimedias negras, para inmediatamente regresar a tocarme, abierta de piernas frente a él.
Por un momento continuamos tocándonos uno para el otro. Mientras más me miraba, más se excitaba, y mientras más se masturbaba mirándome, más me excitaba yo. Era increíble, pero quería más, ya no había mucho tiempo antes de que su madre lo llamase para que continuara con sus obligaciones, tenía que aprovechar el momento o me quedaría con las ganas. Entonces me giré poniéndome de cuatro hacía él, parándole la cola mostrándole mi caliente y mojada vagina entre mis nalgas.
No dije nada, confiaba en que sabría qué hacer. Aunque por si las dudas, me arrimé un poco a la orilla de mi cama sin dejar de masturbarme un segundo. Esperé un momento, hasta que de pronto, sentí una inocente mano acariciando mis nalgas, y en un momento más, finalmente pude palpar su ardiente y duro musculo intentando hacerse paso entre los labios inflamados de mi coño.
Rápidamente tomé su pene para encaminarlo por mi húmeda cavidad, sintiendo finalmente todo el placer de un bien pito deslizándose dentro de mí, y él, seguramente complaciéndose con la sensación de una tibia vagina mojada recubriendo su virgen pene por primera vez.
El inexperto adolescente me estampaba sus muslos en mis calientes nalgas y yo le gemía agradecida con exagerada sensualidad, meneándome de adelanta hacia atrás, gozando con si pito dentro de mí, entrando y saliendo fácilmente con toda esa lubricación. Produciendo ese erótico sonido acuoso, al embarrar todos esos jugos de mi vagina en su virgen pene.
Quizá no era la mejor cogida de mi vida, pero lo estaba disfrutando mucho realmente. Era principalmente por el morbo de lo prohibido, por hacerlo con un chico más joven, además en la misma casa donde estaba su madre, quien ni enterada. Pero, sobre todo, lo que más me gustaba era el control, el poder satisfacer aquella ingenua fantasía a placer y cuánto quisiera.
Así, acompañaba las embestidas del chiquillo con unas placenteras caricias en mi clítoris con mi traviesa mano que deslizaba por debajo para terminar de hacerme venir de una vez por todas. -No te vayas a venir dentro. -Le suspiré llena de placer, mientras sentía cómo mi vagina se dilataba y contraía preparándose para recibir un poderoso orgasmo.
Entonces me estrujé fuertemente mi clítoris, pidiéndole al chico entre eróticos clamores que me diera más fuerte. -Así, sí, más fuerte, sí, rápido. -Le gemía con explicita excitación, cuando finalmente mi vagina explotaba viniéndome como pocas veces, haciéndome gritar un poco, con el temor que su madre me escuchara.
Justo a tiempo, el chico sacaba su pene para eyacular sobre mis nalgas. Había aguantado muy bien, o quizá yo me había venido muy rápido. Como sea, aquel fue uno de los mejores orgasmos de mi vida, con toda sinceridad lo confieso. No fue tanto por la cogida, sino por la malicia y por toda esa premeditación y maquiavélica planeación, lo que me llevó a venirme tan rico.
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Te agradezco profundamente por haber llegado hasta aquí.
Me encantaría poder conocer tus sensaciones en los comentarios.
Te deseo que tengas Felices Fantasías.
Excelente relato. Escribes tan bien, en serio, me encanta la forma en que manejas lo sutil y lo explícito. Me resulta muy sensual, a la vez que divertidas ciertas situaciones. Muy bien 👌🙌 Un saludo!!!