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Al fin volvió mi primo (parte 1)
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Tiempo de lectura: 6 minutos

Al día siguiente que Lucas, el primo de mi primo, partiera hacia Barcelona, llegaba mi primo Martín de regreso del campeonato provincial de natación.

Mi tía me pidió que lo fuera a buscar a la terminal de ómnibus de la ciudad vecina en el auto de él y lo llevara a la casa de fin de semana, para que nos alojáramos ahí unos días. Ella se iría a las termas con las amigas y mi tío se había ido a cazar a una estancia de otros amigos.

El micro llegó con un par de horas de retraso y al bajar se sorprendió al verme a mí y no a sus padres. Le conté lo que había ocurrido y fuimos hasta su auto.

-¡Es mi auto!, exclamó sorprendido. -Y no se lo presto a nadie.

-Pero tu madre sí me lo prestó y tenemos que ir a la quinta porque en tu casa estarán los pintores toda la semana, le dije mientras no le sacaba los ojos del escultural cuerpo que había desarrollado, enfundado en una remera ajustada y en pantalones deportivos ceñidos a sus caderas y piernas. -¡Qué lomazo sacaste!, no pude evitar decirle. -¡Y qué bien te queda el pelo rubio y bien cortado de costado! Había quedado realmente embobado con Martín.

Pero él estaba contrariado porque iba a conducir yo hasta la casa (él no tenía la licencia de conducir consigo) y antes de salir me dijo que no me dejaría hacerlo ni si le chupaba la pija.

-Eso vamos a verlo, porque primero tenés que darte una ducha, después de tantas horas de viaje.

Llegamos a la quinta, entré el auto mientras él iba a su habitación a dejar bolso y mochila y luego salió en cueros, mostrando un torso que estaba para lamerlo todo, con pectorales y abdominales bien marcados y una espalda que con sus hoyuelos en las caderas era un recreo para la vista.

-¿No te ibas a duchar?

-Me voy a bañar en la ducha de la pileta, si te parece bien, me respondió con sorna.

Al tiempo que iba hacia la punta de la pileta donde estaba el cuartito de baño exterior y la ducha adosada, se quitaba los pantalones ceñidos, mostrando un slip de competición celeste flúo que le destacaba sus atributos, un bulto apreciable y un trasero que parecía la manzana perfecta.

No dudé en seguirlo con la excusa de ir juntando su ropa y abrir las llaves de paso, sin sacarle los ojos de encima. Se empezó a duchar con el slip puesto, pero notó que no tenía jabón a mano y me lo pidió.

-Por favor, ¿no?, le dije.

-Sí, por favor, ¿me alcanzás el jabón y el cepillo para la espalda?, algo más calmado.

-Acá tenés, jabón y esponja, pero no hay cepillo para la espalda. Si querés, te doy una mano, mientras me quitaba la remera y las bermudas, quedando sólo con bóxer.

Cuando se empezó a enjabonar por delante, le pregunté si se iba a bañar vestido y me respondió que teniendo el slip puesto era casi como estar desnudo.

-Pero no es lo mismo, le dije yo acercándome por detrás. Ni me respondió.

Tomé la esponja y le pedí el jabón. -Es para enjabonarte la espalda, le dije. Me lo dio de mala gana.

Cuando comencé a pasarle la esponja enjabonada y la mano por la espalda se sobresaltó y le dio un escalofrío. ¿Te asustaste?

-No, me respondió. Es que tenés las manos muy suaves, son como caricias.

-¿Viste? Es que soy muy tierno yo, le dije, y comencé a pasarle la esponja con la otra mano. Con una le enjabonaba la piel directamente y con la otra le pasaba la esponja, con lo cual se fue relajando.

Al llegar a las caderas, yo debía meter las manos debajo de su slip o quitárselo. -¿Te saco el slip o te enjabono por adentro?

-Por ahora me lo dejo así.

Así empecé a enjabonar sus glúteos que eran una dulzura de piel, pero estaban bien firmes, así que no pude reprimir un suspiro de placer. Y él también, para mi sorpresa.

-Parece que te gusta, le dije. -Sí, algo. Creo que a vos también, ¿no?

-Es que tenés la piel tersa como de durazno y además tus nalgas son bien duritas. ¿Querés que siga por adelante?

-¿Te animás?

No respondí y le pasé las manos y el jabón por los huevos y la pija, que ya la tenía bien al palo. -¡Uy! ¡Qué dura la tenés! ¡Está durísima!, le dije mientras se la sobaba con las manos enjabonadas, pasando de la poronga a los huevos y volviendo a acariciarla una y otra vez, haciéndolo estremecer de placer, mientras yo le susurraba al oído que no podía parar.

-¡Qué puto sos!, me susurró con voz ronca al oído mientras se recostaba sobre mi hombro.

-¿Cómo me dijiste?

– ¡No! ¡Perdoname! No quise…

-¡No! Quedate tranquilo, es que me gusta cómo me lo dijiste.

-¿De verdad?

-¡Claro! Decimelo otra vez, con el mismo tono, por favor.

-¡Qué puto sos!, en voz muy baja y al oído, volvió a repetir.

-¡Qué lindo cómo lo decís! Me gusta mucho. ¿Sigo?

-¡Sí! ¡No parés, por favor!

Mientras le seguía enjabonando y acariciando la pija y los huevos, con una mano comenzaba a bajarle el slip de competición y me agachaba detrás suyo lamiéndole el cuello primero y la espalda después, con suaves lengüeteos giratorios, haciéndolo gemir de placer. Mi objetivo era claro, terminar de desnudarlo y comerle esos preciosos y redondos glúteos. De a poco le quité el slip por los tobillos, a lo que él colaboró levantando una pierna a la vez y lo hice girar en redondo, quedando cara a cara. Martín estaba arrebatado de placer y tenía los ojos llenos de lágrimas. Nos miramos a los ojos y le pregunté si estaba triste.

-Para nada. Me gusta mucho cómo me lo hacés. Nuestras pijas paradas se tocaban y frotaban a voluntad hasta que lo tomé del cuello y él hizo lo mismo con mis nalgas, metiendo sus manos dentro de mis bermudas. Casi instantáneamente me besó en la boca, con una pasión irrefrenable. Besaba como los dioses y casi me hizo perder el aliento morreándome de lo lindo, como si fuera un experto.

Varios minutos chuponeando estuvimos hasta que paramos a tomar aliento. -¿Seguro nunca besaste a una chica? ¿O a un chico?

-¡Seguro! Es la primera vez que beso a alguien en la boca.

-Entonces naciste para besar porque lo hacés muy bien. Nadie me besó como besas vos, le respondí mirándolo a los ojos y atrayéndolo más aún hacia mí, como queriéndome fundir con su cuerpo escultural. Retomamos los besos que no quería abandonar, particularmente yo, varios minutos más, profundizando nuestras caricias en las nalgas y el culo del otro.

-Creo que te ganaste un premio, le dije, separándome algo y lamiendo sus pectorales, pezones y abdominales, hasta llegar a su dura poronga. Empecé por lamerle el glande, que no tardé en engullirme y empujando sus glúteos hacia mí lo incité a cogerme por la boca. Medio minuto pude aguantar hasta que me detuve para tomar aire, pensando en seguir, cuando noté que se tensaba su cuerpo.

-¡Casi me hacés acabar!

-¡No! ¡Controlate! Esa leche la quiero para mí, pero no en la boca.

Me miró extrañado, casi sin comprender. Así que nos volvimos a besar, volví a lamerle el cuello y lo fui poniendo de espaldas a mí, para poner mi pija entre sus nalgas y acariciarle todo el torso, mientras Martín se recostaba de nuevo sobre mi hombro y me seguía susurrando al oído ¡Qué puto sos! y se agarraba de mis nalgas para apretarme contra su cuerpo. Nos besamos largamente, como habíamos quedado, hasta que empecé a pasarle la lengua por su espalda, otra vez bajando hasta sus preciosas nalgas, que abrí lentamente para lamerle el orificio del culo y tratar penetrarlo lo más posible con mi lengua mientras caía el agua. Volví a detenerme y mirándolo a los ojos le pregunté si le había gustado.

-¡Estuvo buenísimo!

Nos seguimos lavando y enjabonando mutuamente, al tiempo que nos frotábamos cuerpos, pijas y culos, hasta enjuagarnos. Sin cerrar la ducha, puse mi lengua a trabajar, unos minutos de mamarle el miembro y los huevos, otros minutos comiéndome su sabroso agujero, haciéndolo gemir de placer casi hasta el éxtasis.

Nos pusimos uno al lado del otro, y le empecé a poner crema enjuague dentro del culo, pidiéndole que él hiciera lo mismo con el mío. Así nos masajeábamos suavemente la próstata y él estallaba de placer, al punto que le pedí que me penetrara con cuidado, despacio, de a poco, mientras me apoyaba en la base de la ducha y le ofrecía mi culo en pompa.

Me tomó de la cintura y me la fue poniendo como le había pedido hasta que pudo vencer mi resistencia interna, que no era mucha, y me la metió del todo. Mientras yo berreaba como si estuviera en celo, Martín me preguntó si me gustaba como me estaba bombeando.

-Sí, me encanta, pero quedate quieto, con la pija hermosa y dura que me pusiste. Y dejá que me mueva un poco yo, por favor. Así lo hizo y lo empecé a coger con mi culo, pero no aguantó quedarse quieto y me siguió cogiendo él también, hasta que llegamos a coordinar el vaivén, o sea que cuando él empujaba hacia adelante, yo presionaba mi culo hacia atrás. Cuando empecé a presionar y aflojar el esfínter acompañando sus acometidas, Martín se puso tenso, aumentó sus embestidas y acabó dentro de mí un chorro inacabable de esperma cálido, bufando como un potro.

-¡Quedate, no te salgas, por favor! le rogué mientras su leche me empezaba a chorrear por las piernas. Me latía el ano de la calentura y notaba que su poronga no se aflojaba. Así nos quedamos varios minutos hasta recuperar el aliento los dos.

-Voy a salirme. -¡Pero la tenés bien dura todavía! Esperá un poco más que me gusta mucho tenerla adentro. -¡Sos muy puto!, me susurró al oído recostándose sobre mi espalda. -¡Y vos sos un bombón!

Seguí contrayendo y aflojando el esfínter hasta que retomó su cogida y yo empujaba hacia atrás. No daba más de placer y quise verlo mientras me cogía. -Vamos al costado de la pileta, que te quiero ver. Nos soltamos y lo llevé tomándole la pija con la mano, me acosté de espaldas y abrí mis piernas. -¡Ponemela ya! Se arrodilló delante de mí y de a poco me la fue poniendo hasta el fondo de mi culo ávido.

-¡Así primito, así papito hermoso! Se recostó sobre mi pecho sin dejar de cogerme y empezó a chuponearme con pasión, mientras yo lo tomaba de sus nalgas y lo empujaba más adentro de mi culo. No paraba de besarme y cogerme y yo de abrazarlo y besarlo. No me alcanzaban las dos manos para acariciarlo y empujarlo dentro de mí. Parábamos cada tanto para recuperar aliento y seguíamos. -¡Quiero más de tu pija!, le decía y Martín me respondía que era reputo y que me la daría toda.

Diez minutos o más estuvimos cogiendo así hasta que se irguió y volvió a acabarme adentro en un orgasmo increíble, que terminó cuando se dejó caer sobre mi pecho, agotado de tanto cogerme.

Continuará.

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