-Me gusta de los dos lados: he explotado en un orgasmo delicioso frotando como loca mi vagina contra otra vagina y he disfrutado cabalgar sobre un buen miembro duro, grande y gordo, pero tú… -hizo una pausa mientras me metía la lengua en la oreja y, teniéndome desnudo y amarrado a la cama de pies y brazos abiertos, me agarró con fuerza el cuello de mi apenado pene erecto, que apenas si sobrepasaba la palma de su mano-… me das risa. -afirmó con una carcajada.
Envolvió y apretó con su puño mi polla y con el pulgar frotó la cabeza, metiéndome sin delicadeza la uña en el pequeño agujero, lo que me provocó dolor, pero nada podía hacer para defenderme.
Había aceptado desde principios de semana una cita con Julia, mi profesora de universidad, y había llegado el día este sábado. Acudí a su casa con la esperanza de un romance o quizá llegar a un beso, pero de un momento a otro me llevó a su habitación, me quitó toda la ropa, me tiró a la cama y me amarró de los puños y los tobillos a cada esquina de la cama. Por más que quise defenderme, era una mujer fuerte, con un cuerpo bien formado pero grande y considerablemente alta.
-No me tengas miedo –me dijo– de igual manera vamos a disfrutar de una rica corrida los dos; bueno, considerándolo bien… las dos.
Me asustó su declaración.
-¿Con cuántas mujeres has estado antes?
Comencé a balbucear una respuesta, pero me acalló con su dedo sobre mi boca.
-No trates de mentir. Se nota que este pequeño pito no ha cantado nada -súbitamente llevó sus manos a mis testículos. Les dio un apretón y luego llegó a mi ano, tratando de introducir su dedo índice, sin lograrlo.– y tampoco este agujerito. Esto va a ser interesante -sentenció.
Se levantó de la cama y trajo un antifaz para dormir. Me lo puso sobre los ojos. Yo traté de defenderme, o bueno, simular que quería defenderme, diciéndole que me soltara, que no quería, pero fue imposible. Me quedé sin poder ver lo que ella hacía y solo la escuché moverse de un lado a otro del cuarto y abrir gavetas y puertas.
-Esto te va a encantar. –Me tomó el pie derecho, y sentí que me calzó con una sandalia de tacón que me ató al tobillo. Le comencé desesperado a gritar que me soltara, pero por más que me movía no lo lograba. Me puso la otra sandalia en el pie izquierdo. La sensación en los pies comenzaba a ser muy agradable. Sentí en la cintura unas cuerdas que me amarró a los lados, luego algo cubrió mi miembro y por atrás una cuerda se metió entre mis nalgas… ¡ella me había puesto un hilo dental!
Mientras me seguía defendiendo, aprovechó que levanté la espalda para pasar algo debajo y luego lo abotonó al frente, era una minifalda.
Me quitó el antifaz y lo primero que vi fue mi cuerpo transformado a medias en una mujer.
Subí la mirada y ella estaba con su teléfono, esperó que la viera y escuché el sonido de la cámara. Me había tomado una foto.
-Si sigues defendiéndote –me dijo– en este momento lo mando a todas las redes sociales de la universidad.
Me asusté. Dejé de moverme y le pregunté:
-Está bien, ¿qué quiere que haga?
-Quiero que hoy seas una mujer para mí -respondió
Iba a dar una respuesta cuando continuó:
-No tienes por qué avergonzarte, esto quedará entre nosotros. Piensa que realmente esa miseria de miembro que tienes no hará feliz a ninguna mujer y tienes muchos deseos de sexo. Si no puedes de un lado, disfruta pensando en el otro. Si quieres complacer a una mujer: complace a la que hay dentro de ti.
-Tengo miedo -le dije– ¿y si me convierto en gay?
Soltó una carcajada.
-Nada de eso. Simplemente serás un travesti y estarás en mi closet solo para mis deseos y los tuyos.
No tenía escapatoria. Bajé la mirada y luego la vi a los ojos, decidido.
-No tiene necesidad de amenazarme con su cámara -le dije como un súbdito- Me entrego a usted voluntariamente. Tengo muchos años, de masturbarme mientras me visto de mujer -le confesé– sueño que soy una mujer y me poseen. Parece que llegó mi día.
Diciendo esto me soltó. Sentándome sobre la cama continué:
-Quiero ser su mujer, su amante, su novia, lo que sea. Ya no aguanto más. Enséñeme a ser esa mujer -le supliqué.
-mmmmm, que rico mi mariquita, te liberaste por fin. Te voy a feminizar. De hoy en adelante, todos los fines de semana vendrás temprano a mi casa y te concederé tus deseos sexuales más oscuros.
Me tendió la mano y me paré de la cama, balanceándome un poco por los tacones. Me abrazó y me besó.
Me llevó a su armario y vi toda la ropa que allí había.
-Toda esta ropa será tuya -y al decirlo suspiré, liberado.– Pero antes, una prueba. Puso sus dedos en mi boca y los metió. Yo los chupé. Me ordenó que subiera un pie a una silla. Se puso detrás de mí. Bajó su mano, hizo a un lado la pita de mi hilo dental y comenzó a penetrarme con sus dedos.
-Me duele -exclamé
-¿Qué cosa nenita? -dijo introduciéndome todo su gran dedo en mi esfínter– Gime, goza, grita, disfruta. Aquí no me importa que te duela, solo disfruta mi dedo como si fuera un miembro. ¡Suplica por mas! -me ordenó
Mientras jugaba mas su dedo en mi ano. Sentí que llegó a mi próstata e inmediatamente tuve una erección y un pinchazo de placer en la punta de mi verga.
Comencé a gemir. Allí de pie ella siguió metiéndome el dedo, pellizcando mis tetillas y yo dejándome abandonar a mi destino.
Con cada penetración de su dedo sentía mas placer, mas deseo, mas las ganas de gritar como toda una mujer siendo desflorada.
-Quiero que sientas como escupes tu primera leche como mujer, ¡córrete ya!
Y en ese momento me sentí desvanecer. Allí, de pie frente a un armario con vestidos, calzando dos hermosas sandalias, con una falda a medias puesta y siendo penetrada por los dedos de mi ama, me corrí. Fue un orgasmo explosivo, delicioso, lleno de placer, lujuria y liberación.
Ella sacó sus dedos. Me besó y me preguntó:
-¿Cómo te vas a llamar para mi, nenita?
-Genoveva -le respondí– para usted seré su mujer de closet, su Geneva.
-Bien Genoveva –sonrió complacida– Si vas a vestirte de mujer para mi, déjame enseñarte como debes hacerlo.
Y allí, en ese lugar, tímida, decidida y deliciosamente aprendí a vestirme, siendo hombre, como toda una mujer.