Había llegado a casa y después de dos días, Ainhoa no daba señales de vida. Miraba una y otra vez el whatsapp, nada, ni tan siquiera aparecía como leído el mensaje que le había enviado. Le llamé en varias ocasiones; siempre el maldito buzón con su voz: “Deja tu mensaje y te llamaré en cuanto pueda, besos”. Adoraba su voz, pero también la odiaba. No soportaba su frialdad.
Era domingo, habíamos tenido nuestra primera ración de sexo el día anterior. Todavía recordaba el frio metal en mis muñecas, la novedosa y excitante sensación de sentirme a su merced mientras follábamos. En aquel momento empecé a vislumbrar como era, sin saber dónde me estaba metiendo, pero para mí desgracia, cuando lo descubrí, ya era tarde, estaba atrapado en su telaraña.
Ainhoa era una mujer excitante en todos los sentidos, vivía el sexo sin tabúes, de forma apasionada y libre, con un ansia devoradora. Lo mismo le daba que fuera carne o pescado y si podía ser un kilo en lugar de cien gramos, mejor. También con egoísmo, su necesidad de satisfacción no conocía límites. Todo se supeditaba a ella, a su mundo, un mundo muy particular y construido para que nadie penetrase más allá de las barreras que había fijado. Podías pasar una primera línea, pero la segunda estaba construida a prueba de bombas.
Suena el teléfono y veo su número.
-¡Muy buenos días Ainhoa!
-Hola Fernando, ¿cómo estás?, ¿te gustó ayer, verdad?
-Ya te dije que me encantó. No conocía esas sensaciones y más, contigo.
-¿Conmigo? Fernando, a veces eres un poco pueril, pero ya te convertiré en un hombre. Te queda mucho que aprender.
Joder con Ainhoa, siempre dominando e incluso humillando. Ese fue mi primer aviso, sobre lo que me esperaba.
-Fernando, este fin de semana estoy sola. Vamos a ir a la ciudad, quiero que conozcas algo. Seguro que te va a sorprender.
-Si me dices, te digo si me sorprenderá.
-No, ya lo verás. Es una sorpresa.
-Fernando, iremos en mi coche. ¿Dónde te recojo?
-Me acercaré hasta tu casa y dejaré el coche allí.
-Perfecto, hasta las 22.00 entonces, y mientras tanto, no seas malo…
-¿Malo yo? Si soy un pedazo de pan, jajaja.
Pensé una excusa para escaparme durante toda la noche y sin saber a qué hora volvería. Tiré mano del socorrido cliente que había venido unos días a ver la ciudad y con el que tenía que cenar y llevarlo a tomar unas copas. Todo sea por el negocio.
Llegue a la hora, con puntualidad británica. Llamé al timbre y en un momento bajó de su casa.
Me quedé impresionado. Era la primera vez que la veía maquillada, con su corto pelo negro engominado y sus gruesos labios, de rojo carmín, que pedían a gritos ser mordidos. Llevaba un vestido de seda rojo a la altura de media pierna, que conforme andaba marcaba la silueta de su cuerpo, con la espalda descubierta y sin sujetador. De sus pequeños pechos sobresalían sus pezones, creando un provocador relieve en su vestido. Su piernas morenas y musculosas resaltaban con el color rojo. Sus zapatos negros de tacón alto, completaban su conjunto. Iba vestida para matar.
-¡Ainhoa estás impresionante!, ¡guapísima! No sé si podré aguantarme. ¿A dónde vamos? No iremos a una fiesta y no me he enterado?
-Bueno, puede decirse que es una especie de fiesta. Pero todo a su debido tiempo.
Yo, con un estilo más casual -americana de algodón ligero, camisa blanca, tejanos y zapatos negros-ante aquella abrumadora belleza me sentía en inferioridad de condiciones para ir a ese tipo de fiesta que me decía.
Subimos a su coche, un todoterreno Toyota que ya tenía unos años y al que por le hacía falta una limpieza en su interior.
Se puso al volante e iniciamos el viaje hacia la ciudad, nos quedaba una hora y media de autopista.
Me costaba dejar de mirar sus preciosas y tentadoras piernas. La tela suave y sedosa se acoplaba como una segunda piel, muy cerca de sus ingles. Mi miembro estaba empalmándose de excitación, mientras ella lo miraba de reojo, de vez en cuando, esbozando una leve sonrisa, mientras conducía en silencio. No le gustaba hablar conduciendo -esta era una de sus reglas-.
No me pude aguantar. Alargué mi mano posándola sobre su suave pierna, mientras ella no dejaba de mirar al frente, conduciendo, como si no la tuviera encima. Acerqué mi mano hacia su cálida entrepierna, bajo la suavidad de su falda, acariciando su sexo por encima de sus bragas. Sus ojos se entornaron, suspirando suave y lentamente. Aparté con mis dedos el tejido, introduciéndolos dentro de su sexo, notando su calor y humedad. Mis dedos se desplazaban en su interior con fluidez, hacia el interior de su vagina, iniciando un suave movimiento de entrada y salida. Sus gemidos eran más fuertes, removiéndose de su asiento, mordiéndose el labio inferior. Mis dedos iniciaron un movimiento más rápido y frenético, acompasado con el movimiento de su cuerpo y sus gemidos cada vez más fuertes. Su cuerpo realizó unos movimientos de contracción, con pequeños espasmos. Mis dedos notaron un mayor flujo, empapándolos. Tal como íbamos por la autopista, dio un pequeño volantazo, que nos hizo cambiar de carril, aunque rápidamente tomó el control. Nuestras caras pasaron del rojo al blanco en un momento.
-¡Fernando, contrólate que casi nos la damos!
-Ainhoa, eres una provocadora, con esa falda y esas piernas…
-Si, si, pero contrólate, ya tendremos tiempo.
Seguimos el resto del trayecto en silencio, escuchando la música de la radio.
Entramos en la ciudad. Rápidamente nos situamos en la zona alta de la misma y aparcamos.
-Ya hemos llegado, aquí es.
-¿Vamos a una fiesta?
-Sí que es una fiesta. Es un local de parejas, de intercambios. ¿Has estado alguna vez en alguno?
-No, es la primera vez. He oído hablar de ellos pero nunca se había presentado la ocasión. También he de decirte que me da un poco de respeto.
-Me lo suponía. No te preocupes, Fernando, tú déjame a mí.
Era un edificio con varias plantas, rodeado de vegetación, parecía una torre residencial particular. Al entrar nos atendió una mujer joven, morena, esbelta y guapísima.
-¡Ainhoa! ¿Qué tal? Me alegro mucho de verte. Hace tiempo que no te veía. Siempre eres bienvenida. Veo que vienes bien acompañada.
-Sí, es Fernando.
-Encantada Fernando, yo soy Silvia. Pasad y como si estuvierais en vuestra casa.
-Encantado Silvia, le dije.
Me sorprendió la acogida, muy cercana y familiar. Los primeros temores y recelos empezaron a desaparecer. Me encontraba a gusto.
Pagamos nuestras entradas y pedimos unas bebidas en la barra de un pequeño bar, entrando a la derecha.
El local estaba decorado con muy buen gusto. Madera en las paredes, suelo de parquet tropical, sillones blancos de piel, taburetes tapizados en piel, también blancos. Ainhoa tenía buen gusto.
Aunque todavía era pronto, había algunas parejas distribuidas en esta especie de hall de la primera planta. Un par distribuidas en los grandes sillones de piel, que casi parecían sofás, y otra en la barra semicircular.
En seguida Ainhoa se fijó en la pareja que teníamos al lado en la barra. Era una pareja de color. El, alto y fuerte. Ella, un poco más baja y esbelta. Los dos formaban un hermoso tándem.
Ainhoa, en voz baja y acerándose a mi oreja:
-Mira Fernando, que pedazo de negro.
-Sí, no está mal, pero a mí ella me gusta más.
Ainhoa que no se cortaba un pelo, se aproximó a ellos:
-Hola, ¿cómo estáis?, somos Ainhoa y Fernando.
Empezamos a entablar conversación. Eran simpáticos y muy sencillos. He de reconocer que sí, que él era un hombre imponente, de esos que encantan a las mujeres. Alto, musculoso, ojos negros y penetrantes y gran sonrisa que mostraba unos dientes blanquísimos. Ella tampoco se quedaba atrás, era guapa, con ojos negros, pelo afro-rizado y corto, labios carnosos, pechos abundantes, caderas marcadas y largas piernas bajo su vestido floral vaporoso.
Nos pusimos al día, y en un momento nos contaron su vida.
Los dos eran cubanos y llevaban un tiempo viviendo en la ciudad. Debían de tener unos cuarenta y pocos años. No estaban casados pero eran pareja desde que se conocieron en España. Él se llamaba Roberto y había sido boxeador en Cuba, llegando a ganar campeonatos de su país, tiempo atrás. Ahora trabajaba en un restaurante como camarero. Había tenido que cerrar el propio por el año de la pandemia. Ella, Ana María, había sido bailarina en su país y desde que vino a España, trabajaba de profesora de danza moderna en una academia.
Teníamos muy buen feeling. Parecía que Ainhoa y Roberto, habían conectado, porque no dejaban de lanzarse miradas cómplices. O más bien era Ainhoa quién las enviaba y Roberto las recogía y devolvía, a la vez que le daba un repaso a su cuerpo bajo su provocador vestido rojo.
Con Ana María, tuve, también, buena sintonía, pero tampoco le ponía mucho empeño, a mí la que de verdad me interesaba era Ainhoa y al ver cómo miraba a Roberto, algo dentro de mí se encendía. No tenía muy claro si en algún momento quería compartir a Ainhoa con nadie, sin embargo ella se encontraba como pez en el agua.
Después de un rato de conversación, Ainhoa me cogió de la mano y les trasladó un, nos vemos luego, con un guiño a Roberto.
Me enseñó el local que parecía conocer muy bien. En el piso superior tenían una pequeña sala de cine, un cuarto oscuro y salas con camas gigantes. También jacuzzi, piscina e incluso terraza con un jardín. Estaba asombrado, parecía un hotel de lujo, pero sin habitaciones. En la última planta, estaban los lavabos, taquillas para cambiarse de ropa e incluso una especie de discoteca con taburetes, mesas y luces tenues azuladas que creaban un espacio íntimo.
Nos quedamos en la terraza, donde había unas cuantas parejas, aunque pocas, y pedimos otra bebida. Hicimos amistad con un matrimonio sevillano que se encontraba de vacaciones en la ciudad. Un matrimonio muy simpático y dicharachero. El marido no dejaba de mirar las piernas de Ainhoa como si las estuviera radiografiando, también hay que decir que era médico. Su mujer tonteaba conmigo y de vez en cuando me dirigía alguna mirada libidinosa hacia mi paquete. La noche prometía, no sería por falta de oportunidades.
Después de una hora, Ainhoa me volvió a coger de la mano, nos despedimos del matrimonio, y nos fuimos a la última planta, donde estaban las taquillas. Allí, nos cambiamos de ropa, quedándonos en albornoz y zapatillas, sin nada debajo. El local se había ido llenando de gente, aunque todavía debía estar a mitad de su capacidad. Había bastante ambiente. Aprovechamos para echar un vistazo a la sala discoteca, donde varias parejas bailaban. Dos chicas se estaban besando apasionadamente mientras bailaban lentamente y en un extremo había una chica joven metiéndose el pene erecto, de lo que supuse sería su pareja, en la boca, lamiéndolo como si no hubiera un mañana. Esta visión me puso a mil y empezó a sobresalir un bulto de la parte baja de mi albornoz.
Ainhoa, miraba mi bulto y con una sonrisa sibilina, volvió a cogerme de la mano:
-Ven Fernando, esto te va a gustar.
Me llevó hacia otra sala, dentro de la misma planta, dónde estaban varias camas grandes y juntas, con sofás a su alrededor y luz tenue. En la sala y en una de las camas, una pareja follaba mientras en los sofás otras dos parejas los miraban y se acariciaban. Una de las parejas en los sofás era Roberto y Ana María. Se habían despojado de sus respectivos albornoces, estaban desnudos, acariciándose y mirando a la pareja de las camas. Sus cuerpos eran espectaculares. Roberto tenía un pene que quitaba el hipo y que no pasó desapercibido para Ainhoa.
Nos sentamos al a lado de ellos, el sofá era espacioso. Nos despojamos de nuestros albornoces, quedándonos desnudos. Comenzamos a besarnos y acariciarnos. Ainhoa me acariciaba el pene, totalmente erecto y yo sus pechos, mientras mirábamos a la pareja de las camas.
Ainhoa volvió a coger mi mano, arrastrándome suavemente, hacia la zona de exhibición, hacia las camas. Zona a la que me dirigía con mi pene como un mástil. Nos situamos cerca de la pareja, que disfrutaba de su exhibición ante los demás.
Aunque me daba vergüenza sentirme observado por otros mientras estaba allí con Ainhoa, intenté no pensar mucho en ello y me dejé llevar.
Nos tumbamos en la cama. Ainhoa en posición horizontal, yo al lado de ella. Comencé a besarle los pechos y sus deliciosos pezones erectos, mientras con la mano le masajeaba la vulva y sus labios externos, notando ya la humedad que comenzaba a emanar del interior de su sexo. Se dejaba hacer, en un papel más sumiso del que imaginaba. Tumbada como estaba, cogió mi duro miembro con su mano, desplazándola suavemente a lo largo de él, agarrándolo y masajeándolo muy suavemente, mientras miraba a Roberto y Ana María, sentados en el sofá, acariciándose y mirándonos.
La desplacé sobre sí misma, colocándola en posición lateral en dirección a Roberto y Ana María, pegándome a su cuerpo. De espaldas a mí, comencé a masajear suavemente sus pechos e introduje mi pene en su entrepierna, restregándolo por sus labios externos, mientras estos se abrían y lo recogían, besándolo a lo largo de su tronco. Con su mano, tocaba mi glande, apretándolo contra su clítoris. Su cuerpo comenzó a estremecerse.
En ese momento, se levantaron Roberto y Ana María. Se dirigieron hacia nosotros, sentándose a nuestro lado. Roberto al lado de la cara de Ainhoa, con su enorme y tieso pene a escasos centímetros de su cara y Ana María al lado de mi culo. Roberto acarició suavemente a Ainhoa, sobre su hombro, como pidiéndole permiso, y Ana María también tocó mi culo. Entendieron que podían pasar a la acción.
Ainhoa, comenzó a besar su oscuro capullo, mientras con sus manos recogía sus huevos. Introduciéndose, después, su enorme tronco en su boca, que apenas podía recoger la mitad del mismo.
Ana María, desplazando su mano por mi culo, bajó hasta la parte posterior de mis huevos, acariciándolos y desplazando su mano a lo largo de mi pene, palpando, a la vez, los labios externos de la vulva de Ainhoa y parte de su mano, que seguía frotando mi pene contra su clítoris.
Ainhoa se movió de su posición, desencajándose de mí, dejando un momento de lamer el pene de Roberto. Se puso de rodillas, frente a él, besándolo con lascivia, mientras con su mano comenzó a masturbarlo.
Ana María, de rodillas y sentada sobre sus talones, me giró de la posición lateral, colocándome tumbado hacia arriba. Comenzó a chupar mi pene, introduciéndoselo todo él, en su cálida boca. Sus grandes pechos se balanceaban al son de su movimiento succionador.
Ainhoa, sacó un preservativo de su funda, se lo colocó ligeramente en la punta del glande de Roberto e introduciendo su boca en él, lo empujó a lo largo de todo su tronco, hasta el final. Quedando totalmente enfundado. Luego, se dio la vuelta y se quedó a cuatro patas, mostrándole su sexo húmedo entreabierto. Él, cogiéndose su pene, se lo introdujo por detrás con fuerza, con un movimiento firme, hasta el fondo.
Ver la imagen de Ainhoa penetrada por aquel semental con ese enorme pene, me excitó tremendamente, pero a la vez me enfureció. Mientras era penetrada me miraba a los ojos, provocándome.
-¿Fernando, te gusta ver cómo me follan?
No le dije nada, pero no, no me gustaba. Cogí a Ana María y le di la vuelta, poniéndola también a cuatro patas. Me puse, con nerviosismo y rapidez, un preservativo. Introduje mi pene dentro de su sexo, con fuerza y rabia, con un movimiento seco de mi cadera, hasta el fondo de su vagina, comenzando una salvaje penetración, con toda la fuerza de que disponía. Ella, disfrutaba de mi súbita furia, gimiendo, de forma descontrolada.
Como si fuera una competición, Roberto, que la vio gemir y la fuerza con la que la penetraba, comenzó a penetrar a Ainhoa, con su enorme miembro, con toda la fuerza que podía. Ainhoa lo estaba disfrutando. Gemía y le pedía más.
-Más fuerte, más adentro, reviéntame todo lo que puedas.
Estábamos los cuatro en la misma posición y prácticamente tocándonos, de modo que Ainhoa dirigió su cara hacia Ana María y la besó. Las dos comenzaron a besarse de forma desaforada, como caníbales, comiéndose la lengua, los labios.
La visión de los cuatro era espectacular, entrelazados por las bocas de Ainhoa y Ana María y con nuestros penes penetrándolas salvajemente.
Ya no podía aguantar más, me iba a correr de un momento a otro. Ana María, viéndome venir, se sacó mi pene de su vagina, y dándose la vuelta, como estaba a cuatro patas, me quitó el preservativo, masturbándome con fuerza. Mi semen salió con toda la fuerza que pudo. Una parte diseminada hacia su cara y otra directamente hacia su lengua extendida, que lo recogió y se lo tragó.
Roberto, parecía tener más aguante. Seguía penetrando a Ainhoa con fuerza, mientras ella le seguía pidiendo más.
Los mirábamos, disfrutando del espectáculo que nos estaban proporcionando. De pronto, Roberto sacó su pene del interior de su vagina, se quitó el preservativo y comenzó a masturbarse fuertemente. Ainhoa se dio la vuelta, dirigiéndose hacia él. Ana María, también, se desplazó para situarse frente a él. Entre las dos comenzaron a lamerle su tronco, de forma alternativa. Ainhoa acabó apropiándose de él, introduciéndoselo todo lo que pudo y masturbándolo con su boca. Estaba a punto de llegar, sus gestos así lo indicaban. Ainhoa se retiró levemente, dejando que Ana María se acercase, mientras él acababa su masturbación manualmente. Su semen salió disparado hacia las caras de ambas, que se acercaron para recogerlo, besándose entre ellas con las lenguas impregnadas del viscoso líquido blanquecino, lamiendo también, los restos que bajaban desde su glande por su tronco.
Yo estaba tumbado al lado de ellos, como un voyeur hipnotizado. Excitado y a la vez con una extraña sensación recorriendo, mi interior, como un fuego que me corroía. Al inicio quería hacer más cosas con aquel pedazo de mujer, cegado por el frenesí del momento, pero de pronto se desvanecieron.
Ainhoa, en cambio, estaba en su salsa, parecía que el quedaba cuerda para rato.
Le susurré, que me iba a fumar un cigarro a la terraza y que siguiera con ellos.
Debió notar algo raro en mi cara, con su mirada escrutadora y esa media sonrisa de malicia.
-¿Qué pasa Fernando? ¿No te gusta ver como me follan y disfruto con ese pedazo de polla dentro de mí?
-No, no es eso, me ha encanta verte disfrutar, pero para mí hoy ha sido suficiente, le dije.
-Entiendo… Fernando, pues acostúmbrate por qué lo verás más veces. Pero sí, tienes razón por hoy ha sido suficiente.
Nos despedimos de la hermosa pareja cubana y dejándolos con mal sabor de boca. Ellos si tenían cuerda para rato. Subimos hacia la planta donde estaban las duchas y las taquillas. Nos aseamos y vestimos, manteniendo un incómodo silencio. Ella parecía disfrutar de mi sensación de incomodidad y por qué no decirlo, de mis súbitos celos.
Salimos del edificio dirigiéndonos hacia su automóvil. La noche era estupenda, con el cielo ligeramente estrellado y el aire fresco, fruto de la vegetación que rodeaba el edificio. Sin embargo, todo esto inapreciable para mí. Seguía enfrascado en mis pensamientos, en esa extraña sensación que me recorría por dentro y que no presagiaba nada bueno para mí en el futuro.
Salimos de la ciudad con fluidez, cogiendo la autopista.
-Fernando, no te lo había comentado pero dentro de unos días vienen mis amigas Olga y Fausta, con sus parejas. Son amigas de mi época de vóley, cuando estudiábamos juntas. Te tengo preparada otra sorpresa. No sé si te gustará…
Y con esas palabras flotando en mi mente hicimos el camino de vuelta y sin que pudiera sacarle una palabra más.