Primero que nada me disculpo por el tiempo que me ha llevado en volver a publicar, han pasado muchas cosas, pero no pienso dejar sin continuar esta historia.
Muchas gracias a todas y todos, quienes han leído mis relatos, les estoy muy agradecido por sus valoraciones y por tomarse el tiempo de leer mis letras.
Si gustan dejar un comentario, me será muy gratificante que me den su opinión; si quieren que siga alguna otra de mis sagas, también me será de ayuda en conocer sus exigencias; aunque lo que más me gustaría saber, es su opinión o comentarios sobre qué les gustaría que incluyera en esta saga, si bien yo tengo muy bien definido cual es el rumbo de la historia, tal vez alguna idea me pudiera aportar más ideas y caminos por donde conducir esta historia.
Sin más, sigo donde nos quedamos.
Esa mañana les encontró a los tres totalmente tirados en el suelo de la sala de estar. Él se encontraba completamente exhausto, complacer a dos mujeres que apenas han descubierto su sexualidad y desean explorarla a fondo no era fácil, debía ingeniárselas para poder satisfacerlas sin quedar derrotado en el intento.
Su madre yacía a su lado, completamente llena por sus orificios de espeso y lactoso semen, su abuela en cambio se hallaba bañada en sus propios jugos, toda la noche habían copulado como posesos, tal cual fuera la última vez de sus vidas. Cada que la madre obtenía un orgasmo, la abuela se adueñaba del falo de su nieto, trataba de retenerlo lo más posible, ya no dárselo más a su insaciable hija, pero como zombie, su nieto parecía regresar siempre a las grutas maternas del deseo. Tal cual dos polos de un imán, siempre juntos, en un estado de recíproca atracción, con total fuerza.
La habitación quedó impregnada del olor genital de los tres, mezclando los tres aromas que se unificaban en una confesión olorosa e inconsciente de su pecado vuelto adicción.
El placer se había convertido en amor, el amor en lujuria, la lujuria en adicción y la adicción en una forma de vida.
La abuela despertó, algo taciturna al principio, para luego ir recobrando los recuerdos de la noche. Su panocha pegajosa volvió a mojarse con los recuerdos, su cuerpo se calentaba una vez más, sus ávidos labios linguales buscaron el preciado objeto de su deseo, encontrándolo goteando aún de líquidos seminales.
Se lo introdujo en la boca con voracidad, tal cual lo estuviera peleando con alguien más, el sabor la redujo a solo placer, su interior una vez más alcanzó el éxtasis del orgasmo. El suelo se llenaba una vez más de líquidos genitales que renovaban el estado líquido de los pegajosos charcos en los que habían dormido.
Sorbió cada gota, succionó el pene idolatrado como si de una pajilla o popote se tratara, apurando la última gota de soda. No le bastó, las succiones ya no le funcionaban para extraer la simiente sabia masculina. Lamió, besó, engulló hasta la misma garganta, pegando su boca y nariz contra el pubis filial.
No reaccionó, la desesperación le generó una cuantiosa cantidad de saliva en la que parecía inundar la verga amada, reconfortándola de la noche previa, sanando el escozor de la fricción genital, caliente, acuosa, muy amada, con tal trato de excelencia y reconfortante lascivia, despertó.
Acarició el cabello de su abuela, el cuerpo cálido, la desnudez sobre él de quien diera vida a la que años posteriores le diera vida a él, lo ensimismaron en un letargo de consciencia plena, casi de elevación.
La madre sentía ya el sol sobre su pecaminosa piel, impregnada de tanta leche como sus orificios, su rostro era una oda a la veneración materna. Una mascarilla nocturna para trata las arrugas y humectar el cutis no podría ser tan completa, generosa, efectiva y espesa como la que en ese momento ostentaba. Se levantó lenta, suavemente, su cuerpo estaba algo adolorido por el ejercicio extremo al que lo había sometido, el olor parecía más fuerte que horas antes, los gemidos guturales seguían escuchándose. Al buscar el origen, los vio, pegados tal cual dos perros en celo, con la misma fuerza a tal copulación, sólo que ellos se hallaban protagonizando un perfecto 69.
Se dirigió al baño, pero al pasar por el espejo del pasillo, pudo verse reflejada en él, se encontró hermosa, nunca se había sentido tan viva, tan bella, tan plena, sintió que su cuerpo volvía a la plenitud de su juventud; y sin embargo, también se sintió orgullosa, satisfecha de haber creado ella misma al macho que desde ahora sería desde esa noche pasada y hasta el final de sus días, su macho preñador.
Se juró a sí misma que no volvería a la rutina, no volvería a abandonarse; aún si eso significaba perderse en la vorágine del pecado eterno. Lo haría, y lo volvería a hacer si pudiera renacer. Pasaría la eternidad copulando en ese círculo del infierno que tan bien describió Dante en su comedia renacentista.
Pasó su lengua por las comisuras de sus labios, remojando y humectando esa láctea y espesa sustancia. Estiro su músculo lingual lo más que pudo para poder hacerse con ella, no la desperdiciaría. Pronto comenzó a escupirse en las manos para poder remover con ella todo lo que pudiera de su cutis, volviendo a saborear su saliva enriquecida con seminal regusto de su preñador hijo.
Su vientre parecía tener vida propia y realmente la tenía, se gestaba el verdadero fruto prohibido del amor más puro y salvaje, pero sincero.
Todavía no terminaba de remover toda la simiente crema rejuvenecedora, cuando sintió que se salía de su interior, apresurada, con cierto apuro, pero a la vez cuidado, junto sus piernas lo más que pudo, intentando no dejar escapar una sola gota. Sin detenerse llegó a la cocina y extrajo un vaso de cristal, para inmediatamente arrepentirse y cambiar por un refractario. Abrió las piernas lo más que pudo introduciendo entre ellas el frio vidrio y dejando caer toda esa plasta blanca que su interior ya no podía contener.
Brotaba de ambos agujeros maternos, su cálida concha ya le era imposible retener tanto, al igual que su culo tan cerrado anteriormente, pero que ahora era una puerta completamente abierta para socavar los más bajos y desbocados impulsos sexuales de su hijo.
Todavía podía sentir el caer de los últimos goterones, cuando el teléfono timbró, sacándola de su propio regocijo. Sin dejar perder una sola gota, caminó tal si fuera pingüino, con el refractario aún entre sus extremidades inferiores y alcanzó a contestar al último timbre.
-¡Hola! ¿Cómo están?
Soy Viridiana.
-¡Hola prima!, que gusto escucharte.
-¿Te encuentras bien? Te escuchas algo nerviosa. ¿Pasó algo?
-No, qué va a pasar. Estaba haciendo mis ejercicios, me he propuesto estar en mejor forma.
-Ah, ok. ¿Cómo está mi tía, sigue igual de gruñona que siempre?
-No que va, ya se le está pasando.
¿Y eso, acaso se volvió rica? Jajaja.
-Jajaja, no que va. Lo que pasa es que encontró un pasatiempo que le está cambiando el carácter.
-¡Aaaahhh!
-¡Y eso!
-Es tu tía, mi mamá está haciendo yoga y parece que se volvió a lastimar.
-¿Desde cuándo hace yoga?
-Hace apenas unos meses, es una sorpresa que ella misma comenzara.
Bueno, y a todo esto, ¿a qué debemos el honor de tu atención Viri? Jajaja.
-Jajaja, cómo serás. No ya en serio, necesito realizar unos trámites y necesito consultar con mi tía unas cosas antes de poder realizarlos, aunque también me quedan de paso, ya ves que ahí están las oficinas en tu ciudad. ¿Crees que sería mucha molestia que pudiera pasar un par de días con ustedes?
-No sé qué decirte. Últimamente hemos tenido algunos problemas y tal vez no podamos recibirte en casa.
¡Ay no seas así prima! Verás que esos problemas me tienen sin cuidado, es más, no sabrás que estoy ahí, necesito que me acojan un tiempo.
-¡¡!! ¿Cómo dices?
-Que me reciban, que me den alojamiento un par de días.
-Buen… bueno, está bien, te esperamos… mmhhh.
-¿Y ahora tú que tienes?
Nada, por estar de distraída me pegué en el pie. Bueno, te esperamos. ¿Cuándo vas a llegar?
-Hoy por la tarde ya estoy ahí, en este momento estoy cargando mi maleta en el auto y en cuanto termine de cerrar la casa, me dirijo para allá.
-Ok, te esperamos. Bye.
-Bye, besos.
Colgó el teléfono al mismo tiempo que sentía como la última gota de simiente se soltaba de la comisura de su labio mayor derecho, dejándolo caer sobre un refractario algo inclinado, a punto de dejar caer ese vital líquido, dejando un pequeño resquicio de cristal todavía sin ser manchado del lechoso ingrediente, reflejando a una confundida y algo temerosa mujer.
Ella no permitió que nada cayera al suelo, recobró la estabilidad del cristal y ese último resquicio desapareció, ahora ya no se veía ese reflejo, la blancura llenó toda la superficie, brindando ahora el reflejo de una mujer abandonada al placer, al éxtasis, deseando devorar hasta la última gota de semen, sus ojos vidriosos comenzaron a lagrimar un poco al sentir en su paladar el sabor más íntimo del ser humano más amado por ella, en tanto que llevaba los dedos de su otra mano a las profundidades de su cavidad genital, buscando un orgasmo más potente del que ya sentía solo por beber la simiente de su hijo.
En el fondo, se escuchaba a su hijo gritar, al sentir como sus entrañas le quemaban al escupir sin remedio alguno, los últimos chorros de leche que su abuela exprimía de su miembro tras mucho esfuerzo y dedicación. Pues si bien en ese momento orgasmaba, era ya por quinta vez, perfumando de olores íntimos la sala de estar y dejando un charco aún más notorio junto al sofá de la estancia.
Los tres habían caído sin remedio y sin posibilidad de retorno alguno al abismo de la lujuria, del pecado, de la más completa y absoluta forma de vivir para ellos, sintiendo al máximo la vida. Verdadera oposición a la muerte, sólo la lujuria, la cual es la verdadera raíz de la vida.
Continuará…