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Adelante oprime, atrás estruja
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Tiempo de lectura: 15 minutos

Al sonar el teléfono veo que quien llama es Matías, compañero de la universidad, de mi edad, casado con Sofía, de treinta y dos, tres años menor que él.

– “Hola amigo, qué gusto escucharte”.

– “Igualmente David, con este asunto de las facilidades que da el teléfono, hace tiempo que no nos juntamos en esas comidas tan agradables. ¿No será que el bomboncito de tu mujer, al ser menor, se aburre con los viejos?"

– “No exagerés que solo le llevamos diez años, ya tiene veinticinco, y conmigo no se aburre”.

– “Entonces mejor que mejor, pues quería invitarlos este sábado a cenar, seremos tres parejas, la otra son amigos de hace poco, pero gente muy agradable. ¿Te parece bien a las diez de la noche?”

– “Perfecto nos vemos en dos días”.

Los recién conocidos resultaron muy agradables, en la treintena, de buen aspecto y charla entretenida. Tenían un estudio fotográfico y, a lo largo de cuatro años habían ido evolucionando y abarcando algunos rubros más rentables. De cubrir modestas reuniones familiares, habían avanzado a producciones artísticas, pasando a publicidad en un rubro bien rendidor como es la lencería.

En el desarrollo de este último, habían surgido pedidos personales de algunos clientes, que encantados con las modelos, pidieron alguna producción más atrevida, mostrando algo más, en movimientos y actitudes sugerentes. La razón de este pedido era que las damas evidenciaban una cierta espontaneidad, lo cual tenía el encanto de la ingenuidad contrastando a favor respecto de las profesionales.

Estos trabajos eran más esporádicos pero aportando el triple de ganancia. Por el momento estaban ahí, pero siempre abiertos a cosas nuevas.

Como mis amigos sabían que Zulema no tenía trabajo estable sino que era llamada para eventos o promociones, pensaron que le podría interesar sumarse a la actividad que llevaban los cuatro. Las dos mujeres modelaban y los hombres estaban en tareas de preparación de instalaciones y equipos. Muy ocasionalmente cumplían funciones de relleno en alguna secuencia que aconsejaba la presencia de un varón.

El físico de mi pareja se ubicaba en un rango a mitad de camino entre Sofía, más exuberante, y la delgadez de Claudia.

La amistad con Matías y señora les daba la confianza suficiente para hacernos la propuesta. Lógicamente la respuesta nos tomaría un tiempo de reflexión, pues las posibles consecuencias eran múltiples y variadas en cuanto a su importancia y gravedad. A primera vista podían fluctuar entre una leve alteración de nuestras costumbres hasta la ruptura de la relación matrimonial.

Algo que dejaron bien claro fue que las sesiones las podría presenciar sin limitación alguna, cosa que me pareció muy bien, pues era la manera de que todo fuera transparente.

Acerca de la participación en sesiones, de las llamadas sugerentes, yo me opuse. No estaba dispuesto a exhibir a mi señora, aunque fuera en imágenes. De todos modos, la decisión final la tomaríamos luego de presenciar una de fotografía y una de video.

Al final quedamos en que mi esposa participaría, más que nada porque en algunos momentos no sabía en qué ocupar su tiempo. Lógicamente la actividad estaría reducida sólo a fotos de lencería.

Una tarde decidieron hacer un desfile, solo para nosotros, de las prendas recién llegadas y lo llevaron a cabo pasando una a una, siendo mi señora la última. Evidentemente el fabricante sabía su oficio de hacer cosas atractivas, y las tres que modelaban cumplían muy bien la tarea, logrando que sus cuerpos, bellos de por sí, aumentaran su hermosura.

Cuando Zulema concluyó su cometido, al reunirse con nosotros, me miró fijamente y, en un tono mezcla de reproche y sorpresa, me soltó:

– “¡Estás empalmado!”

Sin la más mínima vergüenza ni hacer ademán de cubrirme, dejé que las tres mujeres y los dos hombres vieran el bulto que se elevaba en mi pantalón, a la altura de la bragueta.

– “Es verdad querida, la tengo tiesa y largando algunas gotas que mojan el calzoncillo”.

– “Y no te da vergüenza que Matías o Lucio puedan pensar que estás así por sus esposas?”

– “De ninguna manera, más aún, estoy satisfecho y contento. Que tenga el miembro erecto por mirar tres mujeres hermosas en ropa interior, a solo dos metros, significa que estoy dentro de la normalidad en lo que a salud mental y física se refiere”.

En eso intervino el esposo de Claudia.

– “David tiene razón y no sé por qué nosotros estamos intentando disimular lo obvio”.

– “Es así querida, una cosa es que la fisiología humana funcione espontáneamente y otra que la persona, de forma deliberada busque lo ajeno. Eso sí es reprochable, pero yo ahí, no entré”.

Como yo tenía mis obligaciones laborales en el estudio contable, tuve que coordinar algunas tardes cuando quería presenciar determinada reunión.

En la tercera o cuarta semana se introdujeron ligeros cambios, ocupando también algunas mañanas. La explicación fue que se habían incrementado los requerimientos, algo que no me cayó bien, pues en horario matutino era sumamente complicado ausentarme del estudio. En esto sigo un conocido dicho <Todos los hombres son buenos, pero cuando se los controla, son mejores>.

Cuando poco tiempo después la mañana pasó a ser el momento predominante para las reuniones, mi desconfianza se disparó.

Por razones de comodidad, su caja de ahorro bancaria donde le depositaban los pagos convenidos, se la controlaba yo mediante la aplicación Home-Banking, y ella afrontaba generalmente sus gastos usando la tarjeta de débito. Cuando se juntaron detalles que alimentaron mis dudas sobre su conducta, empecé a observar con más detenimiento la cuenta, constatando algunas inconsistencias. En los últimos veinte días me mostró ropa que había comprado, nada barato, por cierto, pero el pago no figuraba en los movimientos. Ergo, había empleado efectivo.

Por otro lado, sí figuraban los ingresos habituales y acordes a las sesiones fotográficas de lencería. La incógnita razonable estaba en el origen de ese dinero abundante que manejaba con tanta soltura. Obviamente estaba desarrollando otra actividad más rentable, pero no confesable.

Una tarde que pude acompañar a mi esposa Lucio contó que habían recibido un stock de lencería particularmente insinuante por diseño y tamaño, invitando a las mujeres a mostrar algunos modelos. Luego de la exhibición Sofía preguntó a los tres varones a quien elegían. Cuando me tocó opinar dije que a mi mujer pues a ella la miraba, no con los ojos de la cara, sino con los del corazón.

Después del intercambio de opiniones, Zulema y los dos varones se fueron a preparar las cosas para iniciar el trabajo, mientras las dos mujeres se quedaron charlando conmigo. Claudia, la más desinhibida largó la pregunta que parecía venir rumiando de un raro atrás.

– “Recién dijiste que en la elección vos preferías a tu mujer, eso significa que nosotras ¿no te tentamos?”

– “Eso podría pasar si estuviera muerto, pero con toda suerte sigo vivo, con los sentidos sanos y con buen gusto, así que debo reconocer la tentación que ustedes me provocan”.

– “Esto sí es una sorpresa, pensé que, en caso de tenerla, no lo aceptarías”.

– “Soy tonto, pero no a tal extremo”.

– “O sea que, sin perjuicio de la preferencia, aprovecharías otras oportunidades”.

– “Sería en caso que la tentación me doblegue”.

– “¿Y creés tener fuerzas para resistirte?”

– “No lo sé, es una temeridad pronosticar el futuro sin haber probado la propia fortaleza”.

– “Probemos ahora, y como Sofía puede tener escrúpulos por el mayor grado de amistad, comenzaré yo. Si no logro motivarte lo suficiente seguirá ella”.

Sentada frente a mí abrió lentamente las piernas mostrando, al fondo en la unión de ambas, la porción de biquini con los labios vaginales marcados en la tela. Luego, haciendo a un lado cada copa del corpiño, dejó al aire los pechos con sus pezones erguidos. Todo ello observándome atentamente, intentando ver el efecto en las facciones o en la entrepierna.

– “Parece que algún efecto estoy logrado”.

Ahí tomé conciencia de la elevación que se iba insinuando en mi pantalón, amén de morderme el labio inferior en franca mueca de deseo.

– “Sin duda, pero por ahora aguanto”.

El avance, buscando mayor efecto, fue deslizar la prenda inferior hasta medio muslo, subir los pies al sillón manteniéndolos separados, como dando marco a la conchita depilada que se asomaba en el centro.

– “¿Vas perdiendo el equilibrio?”

– “Todavía no, aunque ciertamente algo me tambaleo”.

– “Redoblaré el esfuerzo”.

– “Habrá que probar”.

– “Sofía ayúdame, vamos juntas a ablandar a éste que se hace el duro”.

Vencida una leve resistencia, la nombrada fue imitando los movimientos, pero sin mirarme, evidenciando una cierta vergüenza.

– “Y, cómo vamos, ¿continua el aguante?”

– “Algo más disminuido”.

– “Compañera, es hora de abrir los labios”.

Cuando ambas bajaron las manos para separar lo que cubría el ingreso a la vagina, casi pierdo los papeles. El espectáculo era para extraviarlos totalmente. Dos rozadas hendiduras, brillantes por el líquido que las bañaba me miraban como invitándome a sumergirme en ellas. Ignoro de dónde provino la fuerza que me mantuvo quieto.

– “Si me preguntaran a cuál prefiero no sabría decirlo, ambas en tu tipo parecen deliciosas, y esas flores de pétalos abiertos, merecen un beso en tributo a su hermosura. ¿Puedo hacerlo?”

Respondió la voz cantante.

– “Por supuesto, y lo recibiremos con gusto y ganas”.

La última reserva de fuerzas me hizo levantarme y ubicarme de rodillas frente a ellas, besarme la yema del índice derecho y depositarlo en cada clítoris que asomaba debajo del respectivo capuchón. Luego volví a mi asiento. La sorpresa causada fue mayúscula y, cosa rara, la que habló fue Sofía.

– “¿Eso es todo?”

– “Es mi agradecido reconocimiento al maravilloso espectáculo que me han regalado”.

– “Sos realmente raro”.

– “No creas, cuando me levanté, elegí conservar a Zulema”.

– “¿Y vos pensás que ella te corresponde de la misma manera?”

– “Es lo que espero y deseo”.

– “Quizá tenga una debilidad”.

– “Sí, puede ser, todos los humanos tenemos debilidades. La clave es no consentirla y, si hubiera caída, tomar conciencia, pedir ayuda y hacer lo conveniente para que no se repita, de lo contrario el vínculo vigente podría romperse”.

– “¿Querés ver qué está haciendo tu señora en estos momentos, sola con dos hombres?”

– “Tu invitación suena a desafío. No tengo interés en ver, a modo de control, en qué está ocupada”.

– “Sorprendente tu postura tan confiada”.

En eso llegaron Matías y Lucio detrás de mi mujer, ella cubierta con una salida de baño suelta adelante. Ahí pude captar un cabeceo de muda interrogación a Claudia, que esta respondió negativamente. Buscando desentrañar el sentido de ese diálogo gestual, me acerqué a Zulema deslizando por sus brazos la prenda que la cubría.

– “Qué hacés, me voy a enfriar”.

– “Despreocupate, un buen beso con abrazo y caricias incluidas te dará calor”.

– “No, ahora no”.

Tarde terminó de hablar pues ya la había dejado solo con el conjunto modelado anteriormente, mostrando una nalga algo irritada; esto lo vi de refilón pues de inmediato me dio frente. Ahí, sin darle tiempo la tomé de la nuca, enredando mis dedos en su pelo, para forzarla a arrodillarse y terminar de bruces contra el piso. Luego puse mi pie en su cuello.

– “Querida, tenés dos opciones, la primera es levantar la colita para que pueda verte las nalgas, la segunda es que comience a presionar con el pie. Esto último genera dos ruidos desagradables, por un lado, la garganta tratando de hacer pasar aire, y por otro, el crack indicando vértebras quebradas. De cualquier manera, te voy a ver los glúteos, vos elegí”.

Al parecer entendió mi argumento porque encogió las piernas y, elevándose sobre las rodillas levantó la grupa mostrando el contraste entre muslos blancos y nalgas rosadas, además de humedad en la bombacha.

– “¿Qué pasó mi amor?”

– “Me caí en el baño y el piso estaba algo mojado”.

– “Gran suerte, si hubiera sido otra cosa ya estarías en el viaje sin retorno”.

Mientras de levantaba con dificultad para sentarse en el sillón, cubrirse nuevamente, permaneciendo quieta y cabizbaja, me llegó la voz de Matías.

– “David, estás desconocido”.

– “Tenés razón, a veces la vida nos pone en encrucijadas de las cuales salimos distintos. A vos en cambio te veo como el amigo de siempre, salvo que me demuestres que debo ubicarte en el bando enemigo”.

Mientras Sofía se arrimaba a Zulema preguntándole si se encontraba bien, yo seguí con mi despedida.

– “Amigos, me voy porque me queda trabajo por hacer. Querida tratá de no caerte de nuevo y menos mojar prendas que luego hay que devolver. Sigan tranquilos la tarea, no vemos en otro momento, chau”.

Regresé al estudio, tirándome abatido en el sillón grande y pidiendo un café cargado a Julia, mi secretaria. La pesadumbre aumentó cuando me puse a reflexionar sobre los sucesos recientes.

La invitación de Claudia a ver qué hacían los tres ausentes, mientras teníamos esa conversación tan poco común, sonaba a suposición segura de que estaban enfrascados en algo más que una simple preparación del trabajo por hacer. Las miradas de complicidad parecían referirse al resultado del intento de seducción.

Y por si eso fuera poco el estado en que mi esposa regresó a la reunión, eran datos en la misma dirección. Zulema tenía algo grave que ocultar y todo apuntaba a una infidelidad, sea en desarrollo, sea consumada.

A partir de ese momento reduje a lo indispensable toda comunicación y suspendí cualquier muestra de afecto. Esa noche me acosté temprano, cambiando canales, hasta que llegó e hizo ademán de entrar a la cama.

– “Qué estás por hacer?”

– “Acostarme”.

– “Tenés un olor que me provoca nauseas, andá a otra cama”.

Julia, que había entrado a trabajar justo el año de mi casamiento, fue mi paño de lágrimas en ese tiempo de incertidumbre y sufrimiento hasta que los indicios se transformaron en evidencia. La tristeza, que día a día penetraba más, unida a la sensible ternura de esta joven intentando consolarme, nos acercó bastante.

Decidido a cortar este proceso que a nada bueno conducía, decidí que lo iba a realizar en el mismo estudio, tratando de sorprenderlos en plena acción, y para ello elaboré un plan sencillo, efectivo y que no dejara rastros de su responsable.

Lo usual, cuando decidía presenciar alguna actividad era que alguno de los que ya estaba dentro me abriera la puerta. Eso debía solucionar, de lo contrario la sorpresa sería imposible. Para ello una tarde aduje que necesitaba salir por media hora y, para no interrumpirlos, tomaría una llave que después devolvería. Así fue y, en ese lapso, hice una copia. Después compré una maza de cinco kilos, medio litro de ácido y una tonfa de las usadas por la policía.

El ofrecimiento de Julia para ayudarme en todo lo que estuviera a su alcance facilitó la realización de aquello que contribuiría a dificultar mi identificación como responsable.

El día elegido les avisé que no me esperaran pues tenía mucho trabajo con unas liquidaciones que vencían a la mañana siguiente. A las tres de la tarde, una hora después del momento previsto para iniciar, la llamé a mi mujer para avisarle que probablemente llegaría a casa a la hora de cenar pues tenías demoras.

Después de cambiar mi vestimenta habitual, ya con el bolso preparado, le dejé a Julia mi celular con el encargo de mandar dos mensajes a Zulema, con veinte minutos de intervalo, simplemente para saber cómo llevaba la tarea.

Un taxi me dejó a media cuadra del estudio donde abrí silenciosamente la puerta para, ya dentro, cubrirme y dejar a la vista solamente mis ojos. El espectáculo en desarrollo, que me recibió más adentro, fue un golpe durísimo. Mi mujer, desnuda, de espaldas sobre el sillón, las piernas abiertas con las rodillas recogidas sobre los hombros, recibía las fuertes embestidas de Matías metiéndole la pija hasta el fondo, sin protección alguna.

Lucio filmaba desde muy cerca, mientras sus esposas eran privilegiadas espectadoras. Los quejidos de la hembra y los bufidos del macho que tenía encima, eran anuncio elocuente de que ambos estaban cercanos al orgasmo.

Las zapatillas de goma me permitieron llegar hasta ellos sin ser escuchado, golpear primero a los hombres hasta dejarlos inconscientes, para luego hacer lo mismo con las mujeres que, aterradas, se cubrían con las manos. Teniéndolas inermes desplegué papel absorbente sobre caras y pechos para allí verter ácido. Esto haría que el líquido permaneciera más tiempo en contacto con la piel.

Terminada la parte principal, busqué en el escritorio tres tarjetas de memoria de las cámaras que abarcaran los primeros dos meses desde que iniciamos nuestra participación, guardándolas en el bolsillo. Para concluir, con la maza rompí la cerradura y, dejando la puerta entornada, regresé a mi despacho. Estuve ahí el tiempo suficiente para tomar un café grande, bien cargado, darle tiempo al cuerpo a recuperarse de los momentos de tensión vividos y luego enviarle a Zulema un mensaje diciendo que en media hora estaría en casa pues habíamos podido terminar la tarea.

En el momento que abría la puerta de casa sonó el teléfono.

– “Hola contador, le habla el comisario Galíndez”.

– “Hola comisario, un gusto escucharlo”.

– “Contador, lamento molestarlo, pero hay un asunto que va a importarle y, como conviene tratarlo personalmente, le pido que venga a la seccional”.

– “Encantado, deme unos minutos y salgo para allá”.

– “No se tome el trabajo, mando un auto a buscarlo”.

– “Espero que no sea esposado”.

– “Despreocúpese, salvo que me lo ordene un juez, eso no sucederá”.

Siguiendo un poema gauchesco que dice <Hay que hacerse amigo del comisario>, yo lo era; no de uno sino de varios por el sencillo motivo de prepararles, mes a mes, la declaración de impuesto a las ganancias, en forma gratuita. Ya en el despacho recibí la noticia.

– “Hace unas horas un vecino, que vio forzada la puerta de un estudio fotográfico nos llamó y, al ingresar nos dimos con cinco personas golpeadas y casi inconscientes, tres mujeres y dos hombres, una de ellas su esposa. ¿Sabía de esa actividad de su señora?”

– “Sí, estaba participando de un modelaje de lencería. Esto que me dice transforma en real lo que era un temor. Cuando, por darle, en el gusto acepté que hiciera ese trabajo tenía mis reservas pensando en que algo así podría alterar nuestra vida”.

– “Disculpe la crudeza, pero las tarjetas de memoria de las cámaras muestran, en gran medida, videos netamente pornográficos”.

– “La gran puta, ahora sí estoy cagado”.

Al ver mi abatimiento se preocupó y mandó me trajeran un café, algo que agradecí. Más repuesto siguió informándome.

– “Las tres mujeres, amén de golpes, tienen en la cara y los pechos quemaduras, a primera vista provocadas por ácido. Están todos internados en el hospital público. Le avisaré al agente que está de guardia ahí para que lo deje pasar a visitarla”.

– “Le agradezco, pero no se moleste. Que se las arregle como pueda, pues ella sola se lo buscó. ¿Tendría que hacer algún trámite legal?”

– “Si es que quiere, puede hacer la denuncia. Como es lógico, el primer sospechoso será usted, por favor no salga de la ciudad. Para abreviar trámites, ¿me puede dejar su celular?”

– “Encantado, y gracias por la ayuda”.

– “Yo soy el agradecido, pues jamás pidió algo a cambio de su trabajo”.

De vuelta, ya solo en casa, abrí en la computadora la tarjeta de memoria más vieja. En las primeras ocho sesiones de fotografía nada llamativo se veía. En la novena también participaba Matías que, en bóxer, se mostraba con la pelvis pegada al costado de Zulema y las manos en su cintura. Él miraba a la cámara mientras ella tenía vuelta la cabeza en su dirección con una expresión que parecía decir <¡Qué estás haciendo!>.

En la toma siguiente el modelo está tomado con los labios la parte inferior del lóbulo de la oreja de mi mujer que entorna los ojos como quien disfruta. Al final de la serie había una filmación que compendiaba lo anterior más lo sucedido entre disparos o cosas que no pensaban fotografiar. El enfoque era de una filmadora fija que registraba lo que hacían todos, incluido el fotógrafo. Quizá Zulema ignoraba esto último pero la intencionalidad de los varones era indudable.

Ahí se ve que la muda exclamación de mi esposa se debía a que la mano puesta en su cintura había iniciado un lento recorrido descendente y el meñique, estirado, rozaba el sector de la vulva sin encontrar resistencia, mientras los labios del modelo chupaban el lóbulo de la oreja y luego, lentamente, recorrían la mejilla en dirección a la boca que lo esperaba abierta.

Las defensas habían caído causando la entrega total. Ella con una mano tomando el cuello para mantener el beso mientras la otra se ocupaba de bajar la cintura del calzoncillo y, liberado el pene, asirlo del tronco en una frenética masturbación. Por supuesto que él no se estaba quieto, mientras retorcía el pezón de la teta que estaba al aire, tres dedos entraban y salían de la vagina algo que ella facilitaba abriendo las piernas todo lo que le permitía estar parada.

El orgasmo de ambos parecía haber estado sincronizado, ambos con la boca abierta, rugiendo, moviéndose espasmódicamente y él largando chizguetazos de semen que, habiendo impactado en la zona del ombligo de la hembra, se deslizaban en dirección al pubis. Culminado ese momento pasional Zulema se sentó en el sillón cubriéndose la cara.

– “¡Madre santa, qué hice!”

La respuesta fue de Claudia.

– “Gozaste, nena, gozaste”.

– “¡Cómo pude dejarme llevar, si se entera David se acaba mi matrimonio!”

– “No se va a enterar. Además, nosotras nos vamos a encargar de amansarlo de manera tal que cuando sepa, esto le va a parecer un juego inocente al lado de lo que gozará en nuestra compañía”.

La voz de Lucio interrumpió el diálogo.

– “Todo muy lindo, el acuerdo a futuro maravilloso, pero a mí que me parta un rayo y el dolor de bolas me lo saque Magoya”.

Sofía acudió en su auxilio, haciéndole señas de silencio y de ponerse delante de las rodillas de Zulema, que ignorante de lo que pasaba, estaba apoyada en el espaldar, con los ojos cerrados y el cuerpo laxo reponiéndose del orgasmo disfrutado. Con Lucio en el lugar indicado, la esposa de Matías, desde atrás del sillón tomó a mi mujer de los hombros, acariciándola mientras le hablaba.

– “Qué hermoso te corriste chiquita, disfrutá el momento, dejá la mente en blanco, ahora no sos una señora sino una hembra con hambre de sexo, dale a tu cuerpo el placer que pide a gritos, nosotros te vamos a ayudar”.

El suave movimiento de las manos y el tierno murmullo en el oído fueron suficientemente narcotizantes para que la acción de Lucio, llevando sus nalgas al borde del asiento, y las plantas de los pies a los hombros del macho no generaran resistencia. Cuando sus ojos se abrieron denotando sorpresa ya tenía ocupada íntegramente la vagina por el miembro que había empezado el movimiento de entrada y salida.

Poco duraron laxitud y sorpresa pues en seguida cruzó los brazos detrás del cuello y las piernas sobre la espalda del que la embestía.

– “Nena, me estás ordeñando, voy a aguantar muy poco”.

– “Callate y dame fuerte, llename de leche”.

– “Ya, me estoy corriendo, ahí vaaa”.

La culminación del orgasmo de uno dio pie a las palabras del que miraba.

– “Claro, yo caliento la pava y otro toma el mate, salí que sigo”.

Zulema, entregada y deseosa, lo recibió íntegro. Dos o tres vaivenes fueron suficientes para lograr la lubricación que Matías buscaba antes de ubicar el glande en el orificio estriado. Cuando mi mujer tomó conciencia de lo que se avecinaba era tarde, el macho la tenía tan bien tomada que la resistencia, los gritos y el llanto fueron inútiles. El miembro hizo, despacio pero sin pausa, su ingreso triunfal hasta que solo los huevos quedaron fuera. Asqueado, corté la reproducción cuando, el que sodomizaba, pedía que no le triturara la pija.

Por supuesto no fui al hospital hasta el día que me llamaron para buscarla, pues le daban el alta. Habían pasado dos meses y, además de desfigurada, debía ayudarse para caminar de un andador o usar silla de ruedas. Hice la gestión para que la obra social proveyera ambas cosas y la trasladé.

Para su atención contraté a una persona que entraba a las diez de la mañana, después de cocinar le daba de comer, la aseaba y, a las dieciocho se retiraba dejándola en cama.

Mi actividad para con ella era nula, ni el saludo, ni siquiera un vaso de agua. Es así que algunos días al llegar, la empleada la encontraba con el pañal sucio de materia fecal y empapado por orina.

Una tarde la persona encargada de su cuidado me avisó que Zulema quería hablar conmigo. Como ya estaba acostada fui a su habitación.

– “Te escucho”.

– “¿Nunca me vas a perdonar?”

– “Perdonar qué”.

– “La infidelidad”.

– “La infidelidad o las múltiples y variadas infidelidades, mentiras abundantes, afecto y orgasmos fingidos, etc.”.

– “Lo que sea”.

– “Mi perdón carece de importancia. Vos, libremente, sin condicionamientos, elegiste seguir un camino paralelo y distinto al que teníamos acordado, asumiendo la responsabilidad y cargando con las consecuencias que ello suponía. Y se cumplió el dicho <De aquellos polvos estos lodos>”.

– “¿Y vos no tuviste algo que ver con esto que nos pasó?”

– “No, pero cuando identifiquen a quien lo hizo, le daré un abrazo y una suculenta compensación en agradecimiento por los servicios prestados. Una pregunta de puro curioso ¿Cuánto tardaste en plegarte a las insinuaciones de tus compañeros?”

– “Un mes”.

– “Más razón tengo entonces para alegrarme viéndote desfigurada, impedida, cagada y meada. Tendría que fotografiarte y enviarle la imagen a los que retozaban con vos”.

– “Para vivir así prefiero morirme”.

– “Hacé el esfuerzo, quizá tengas suerte. Yo ni para eso pienso ayudarte. Ya demasiado hago con pagar la persona que te cuida, solventar tus necesidades y aguantarte en casa”.

Al día siguiente, aprovechando que la empleada había entrado al baño, salió en la silla de ruedas y, ubicándose en lo alto de rampa de acceso a la casa se dio impulso. Así atravesó la vereda, siendo embestida en la calle por un colectivo que pasaba. Murió instantáneamente.

Tiempo después de su fallecimiento, en un rato libre de trabajo, estaba mirando una de las grabaciones incluidas en las tarjetas robadas, cuando Julia golpeó la puerta.

– “¿Se puede?”

– “Desde luego, adelante”.

Tres pasos alcanzó a dar para detenerse mirándome fijamente, con una expresión seria y un dejo de preocupación.

– “Me permitís acercarme?”

Mi seña con la mano y afirmando con la cabeza, fue la respuesta. Vino a mi lado, se apoyó en el borde del escritorio dándome frente y tapando con su espalda la pantalla.

– “Por favor, no lo tomes como un atrevimiento, vos sabés que te respeto y nunca incurriría en algo así. Esto que estás haciendo solo te puede perjudicar, no conviene que sigas en ese camino”.

Mi contestación fue sacar la tarjeta y apagar la computadora mientras ella seguía.

– “Lo que ha sucedido es una desgracia para vos, pero también para mí pues me duele verte sufrir. Es verdad que yo tengo un consuelo. Durante estos cinco años callé y oculté lo que siento pues te veía enamorado, íntegro y fiel. Hoy, la barrera que me detenía ya no está. Desde el momento en que nos conocimos me enamoré de vos. Ya no importa si me echás pues por fin dije lo que tenía atragantado”.

Sus últimas palabras fueron sin mirarme y con lágrimas surcando las mejillas. No le permití seguir, pues tomándola de la cintura la hice sentarse en mi falda, permaneciendo abrazados en silencio luego de darle un beso en la frente.

– “Vos sabés que te aprecio muchísimo. Creo habértelo demostrado día a día y te agradezco enormemente lo que acabás de decir. Es un orgullo para mí, tu silencio anterior habla maravillas del corazón que tenés y por lo tanto merecés una respuesta honesta. Si ahora te besara, acariciara o avanzara en algo más íntimo, siempre quedaría la duda si fue simplemente búsqueda de consuelo o verdadero y profundo afecto. Tomémonos dos o tres semanas. Yo te buscaré”.

Y así fue. No habían pasado veinte días cuando la llamé por el intercomunicador y la esperé al lado de la puerta. La sorpresa fue verme a menos de un metro, cerrar con llave y sin pronunciar una palabra abrazarla sosteniéndola contra mi pecho. Cuando ella llevó sus brazos alrededor de mi cuello, pegando mis labios a su oído le dije:

– “Yo también te amo, preciosa”.

Sentados en el sillón manos, bocas y pelvis moviéndose al encuentro del otro hicieron innecesarias las palabras. Ya sentada a caballo de mis piernas, sin bombacha, el ruedo del vestido en la cintura y sus labios chupando mi lengua, mientras miembro y vagina ejecutaban la danza de entrada y salida, me pareció razonable averiguar.

– “Hay peligro de embarazo?”

– “Para algunas será peligro, en mi caso sería una bendición, preñame mi amor”.

Julia fue la terapia apropiada para remover el odio acumulado con perseverante ternura y amor incondicional. De esta unión nació una nena que llevó al cenit nuestra felicidad.

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Comentarios

1 COMENTARIO

  1. Realmente me gusta tu idea de escribir dando una lección a la infiel ya que por lo regular en la gran mayoría los escritores la dejan sin castigo y una triunfadora.

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