La noche frente al lago tiene una magia especial que invita tanto a la quietud como a la pasión. Más aún en verano, donde incluso a altas horas de la madrugada, dos amantes solitarios como nosotros pueden escaparse a las orillas, sentarse a ver el reflejo de la luna.
Yo a tu espalda, envolviéndote la cintura con los brazos y apoyando mi mentón en tu hombro, para que mi cara y la tuya queden pegadas mientras el vaivén del agua nos regala un sonido rítmico y relajante.
No puede faltarnos una botella de buen vino tinto. Esos que son exquisitos al paladar, y que nublan las inhibiciones hasta que estas desaparecen, y dan lugar a los besos largos y apasionados, de esos que alternan la ternura de un roce de labios con la lujuria de una guerra de lenguas invadiendo al otro, como buscando conquistarlo a base de deseo, de placer íntimo, secreto.
Mis manos se niegan a quedarse quietas. Instintivamente recorren tu vientre apretándote más fuerte contra mí, pegando tu espalda contra mi pecho. Los dedos bailan sobre tu piel, alrededor del ombligo, amenazando con colarse bajo el elástico de tu pantalón; pero retrocediendo en el instante preciso para robarte un suspiro, mezcla de placer y de queja, y dejarte con ganas de más.
Busco con cada beso, con cada caricia, aumentarte las ganas, hacerte perder la compostura, hasta que tu cuerpo solo reaccione por impulso, víctima de la lujuria que envuelve el momento, y en tu mente sólo quede el deseo de que por fin te arranque la ropa que separa tu piel de la mía.
Arqueando tu cuerpo hacia atrás, me das señal de no soportar más.
Yo caigo de espaldas sobre el pasto húmedo de la orilla, envolviéndote el cuerpo con brazos y piernas. Vos caes sobre mí, mirando el cielo estrellado en los momentos en donde tus ojos no están cerrados a causa del placer del momento, generado por besos, caricias y nuestros dos cuerpos frotándose.
Tus caderas trazan círculos rítmicamente, agitando mis ganas, que se tornan evidentes pese a las prendas que aún vestimos.
Contraataco con la yema de mis dedos, ya haciendo caer todo tipo de freno, colándome suavemente con una mano bajo tu remera, en busca de uno de tus pezones que ya invita a acariciarlo en círculos suaves y constantes, mientras la otra mano arremete descendiendo, superando la barrera de tu pantalón y de tu ropa interior, y por fin alcanzando esa oculta zona prohibida que me invita a gozarte sin limitaciones.
Recorro tu intimidad aguantando mis impulsos un tiempo más. Un gélido se escapa de tus labios mientras paseo alrededor de tus labios vaginales, sin más que caricias suaves, pero constantes.
Mis labios aprovechan el momento para descubrir el sabor de tu cuello, lamiendo con la punta de mi lengua, logrando así que pierdas el control.
Tu mano se posa sobre la mía, y me marcas un ritmo más acelerado, haciendo que presione y apriete tus pecho, moviendo nuestras manos en círculos más salvajes, como preámbulo de lo que está por suceder.
Mi otra mano no puede mantener la sutileza, y dejándome llevar por el ardor, cierro el espiral de caricias y me dirijo hacia tu entrada, concentrando los círculos alrededor y sobre tu clítoris.