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A mi esposa la tocan en el ómnibus
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Para los que no son de Buenos Aires les describo un poco la caótica situación de los transportes públicos por estos pagos. La ciudad está colapsada, con 15 millones de habitantes a eso hay que sumarles los miles que, como mi mujer y yo, debemos ingresar a la ciudad en medios de transportes varios obsoletos, saturados. A eso hay que sumarle el parque automotor que año tras año crece en forma anárquica. Ah, y no me olvido de los cortes de calles por manifestaciones… Todo es un verdadero caos.

Con mi mujer tomamos el 60 para volver a casa que queda cerca del shopping Unicenter, en Martinez y para cuando subimos en Av. Callao el colectivo estaba bastante lleno. A medida que vamos avanzando se iba cargando de gente hasta su punto de saturación. Lo cierto es que no se donde subió un tipo, vestido de riguroso traje, y se ubicó detrás de ella.

Yo estaba algo distraído cuando de repente la veo a mi esposa algo rara, con su rostro evidenciaba una situación anormal. Al girar levemente la cabeza veo al tipo de traje que apoyaba a mi mujer. Ella estaba vestida con una pollera negra no tan corta, le llegaba casi a la rodilla; una blusa blanca que le traslucía tenuemente su brassier blanco, zapatos con tacos y su cabello ondulado caía suelto por sobre sus hombros.

Con sutileza pero sin poder evitarlo ella recorría con sus manos sus pechos, en un movimiento que fue casi imperceptible para el resto, menos para mi que ya no perdía detalles. En pocos minutos pasé del asombro al fastidio, pero no puedo negar que de alguna manera me excitaba la situación. La erección de mi pene era imposible de ocultarlo, parecía querer asomarse y ser partícipe de alguna manera.

El colectivo recorría raudamente la Av. Cabildo esquivando autos, taxis y otros vehículos que se les cruzaban. Los pasajeros se movían a la par del 60 y eso era aprovechado por este tipo y mi mujer que a esa altura refregaba su bulto sobre la cola de mi mujer. En medio de todo eso el tipejo empieza a acariciar las torneadas piernas de mi esposa mientras ella se muerde el labio inferior todo siempre sutilmente, tan solo percibido por mi y mi estado de excitación.

Al rato la veo a ella tomar la mano del extraño y llevarla a su entrepierna para que la estimule delicadamente. De reojo me observa, se da cuenta que no les quito los ojos de encima para no perderme detalles y me dedica una sonrisa con la mejor cara de puta. Siempre con el colectivo lleno mi mujer empieza a hacer movimientos pélvicos y a moverse en clara señal que estaba experimentando un orgasmo.

Ya llegando a nuestro destino la veo que, a modo de despedida, le toma con firmeza el bulto del pantalón de aquel extraño. Al bajar del colectivo no nos dirigimos la palabra, un silencio tenso nos había invadido. Ingresamos al edificio donde vivimos, subimos al ascensor y lo detuve entre los pisos 3° y 4°; la empujé a mi mujer contra la pared del ascensor, le subí la pollera, le arranqué la tanga húmeda, saqué mi pene firme y erecto y la penetré con firmeza.

– ¡¿Así que te gusta que te apoyen putita?! – le pregunté con rabia y excitación.

– Ay!!! Dale!!! Bien que te gustó!!! – me respondió con la voz entrecortada.

Mis manos la sujetaban de la cintura mientras ella dejaba asomar sus pechos que se reflejaban en el espejo del ascensor. Con brutalidad le estaba dando a mi mujer y completando el trabajo que aquel extraño dejó pendiente en el colectivo. Poco después los gritos de mi esposa, producto de la excitación y sus orgasmos, llamaron la atención de mis curiosos vecinos. Con unas sacudidas más le largué un chorro de esperma caliente dentro de su vagina.

– ¡Qué buena puta que sos! Ahora lo seguimos en casa… – le dije todavía excitado pero ya normalizando el ascensor.

Al bajar del mismo caminamos pocos metros hasta la entrada del departamento y en esos breves pasos el semen le corre por sus piernas. Adentro la seguimos hasta bien tarde a la noche, no había manera de sacarnos la calentura.

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