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A los 41 años comienzo a explorar el mundo del placer
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Tiempo de lectura: 15 minutos

Venía caminando a paso rápido por la avenida, crucé sin mirar y una camioneta frenó de golpe y me tocó bocina. Un tipo grandote sacó la cabeza por la ventana y me gritó: “Estúpida!”. Lo miré con cara inexpresiva y seguí caminando. Acababa de firmar los papeles del divorcio en la oficina del abogado. 22 años de casados concluidos definitivamente por un garabato en un papel. Me sentía triste pero aliviada. Hacía un año que nos habíamos separado con Marcelo, y poner finalmente ese gancho me habilitaba a hacer mi duelo y seguir adelante. Pero no podía dejar de pensar en que habían sido dos décadas de mi vida desperdiciadas. Mis mejores años, mi juventud, mi fertilidad…

En medio de mis cavilaciones llegué a mi edificio. Vivo allí desde hace un año, desde el día en que decidí irme de la casa donde vivíamos con mi marido. Bueno, con mi ex marido.

– Buen día – le dije al hombre de seguridad que estaba detrás del escritorio.

No es el mismo que estaba más temprano cuando salí. El anterior debe haber terminado su turno nocturno. Hace un año que vivo ahí y todavía no recuerdo ni los nombres de esos empleados. Fue un año difícil y he pasado mucho tiempo encerrada, trabajando desde mi casa. Las pocas veces que salía procuraba interactuar lo justo y necesario con la gente, y eso incluía a los guardias.

– Buenos días. – me respondió el muchacho con una cordial sonrisa.

Subí al ascensor y presioné el botón del piso 4. Entré a mi departamento, tiré mi bolso y las llaves sobre la mesa y me tiré rendida en el sillón. Luego de unos segundos rompí en llanto. Todas las emociones de aquella mañana explotaron en mi pecho, y no pude contenerme.

No sé cuánto tiempo habré llorado, pero de repente sonó el timbre interrumpiendo mi descarga emocional.

– Si? – respondí en el portero eléctrico luego de aclararme la garganta para evitar que se notara mi congoja.

– Hola, Moni. Soy Marcelo. Vine a traerte las cajas que faltaban.

Mi ex marido (qué raro se siente decirlo) venía a traerme cajas de libros que jamás había ido a buscar a la casa. Se ve que él también quería un cierre definitivo y eso implicaba deshacerse de cualquier cosa que lo mantuviera atado a mí.

Justo en ese momento tenía que aparecer? Para verme de esa manera? Con los ojos hinchados, presa de angustia.

– Ah, bueno. Esperame un minuto que ya bajo. – respondí.

Me lavé la cara con agua bien fría para deshinchar un poco mis ojos, me acomodé la ropa y el pelo. Me puse un poco de corrector de ojeras, y bajé. Abrí la puerta y allí estaba él, con las dos cajas enormes.

– Gracias por traerlas, no hacía falta. Pensaba pasar a buscarlas.

– Sí, eso me venís diciendo hace un año. No te preocupes, no me costaba nada subirlas al auto y traerlas. – respondió mientras las entraba al edificio.

No sé si notó la hinchazón de mi cara, y si lo hizo no lo demostró.

– Bueno, te dejo que llego tarde a una reunión – me dijo saludándome con un beso en la mejilla.

– Gracias de nuevo. Chau. – respondí mientras cerraba la puerta.

Contemplé las dos enormes cajas durante unos segundos pensando cómo llevarlas. Tendría que arrastrarlas de a una hasta al ascensor rápidamente, antes de que se cerraran las puertas, y luego hacer lo mismo al llegar a mi piso.

– La ayudo a subirlas, señora? – dijo una voz irrumpiendo en mi hilo de pensamientos.

Era el muchacho de seguridad. Lo miré y pensé en cuántas veces lo había visto, pero sin haberlo mirado realmente. Era un hombre joven, de unos 30 o 32 años, mediría 1.80 m, de contextura mediana y con una barba prolija. Tenía unos ojos marrones muy bonitos, y una sonrisa amable y cálida.

– Me harías un gran favor. – respondí con una mueca que pretendía ser sonrisa.

El chico tomó sin dificultad una de las pesadas cajas en sus atléticos brazos, dejándome la más pequeña a mí. Yo lo imité, aunque a mí me costaba bastante más que a él. Entramos al ascensor y presioné nuevamente el 4.

– Creo que nunca hablamos. Me llamo Gonzalo. – dijo.

– Un gusto, Gonzalo. Yo soy Mónica. No fui la persona más amable del mundo este último año, te pido disculpas.

Él joven no dijo nada, sólo me sonrió. Llegamos al piso, bajamos las cajas del ascensor y abrí la puerta del departamento. Entré primero, apoyando mi caja en el piso, y detrás de mí entró Gonzalo.

– Permiso.

– Sí, pasá. Dejala donde puedas, no te preocupes.

Acomodó la caja al lado de la otra y miró rápidamente el living.

– Qué lindo quedó este departamento. Recuerdo que antes no se veía tan luminoso ni estaba tan decorado.

– Muchas gracias. Le hice algunos cambios cuando llegué.

– Tiene muy buen gusto.

– No me hables de usted que ya bastante vieja me siento – le dije bromeando.

– Perdoname, es el trato general con los vecinos. De vieja no tenés nada.

Que me dijera eso me hizo sentir bien. Hacía mucho que una persona no me hacía un comentario agradable sobre mi aspecto. Yo acababa de cumplir 41 años y había pasado la mitad de mi vida en un matrimonio que había funcionado de cárcel en muchos aspectos. Con Marcelo nos habíamos puesto de novios en la escuela a los 15 años, y a los 19 nos habíamos casado por un embarazo que luego perdí. A partir de allí mis ambiciones cayeron en picada.

– Gracias por tu ayuda – le dije a Gonzalo extendiéndole un billete que saqué del bolsillo de mi pantalón.

– No, no te preocupes. Fue un placer.

– Agarralo, por la molestia.

– No fue molestia, al contrario, un placer hablar con vos finalmente. Otro día si querés me podés agradecer invitándome un trago. – dijo sonriéndome seductor mientras salía por la puerta.

Yo no llegué a responder, y cuando quise darme cuenta Gonzalo ya estaba subiendo nuevamente al ascensor. Cerré la puerta y sentí unas cosquillas en el estómago.

Para que entiendan un poco más de mí, les cuento que Marcelo fue el único hombre de mi vida. Fue mi primer novio, la persona con la que me acosté por primera vez, y a la que le fui fiel toda mi vida. No estaba acostumbrada a que la gente coqueteara conmigo, ya que durante más de 20 años fui su sombra. A todos lados íbamos juntos. Por un problema en mi útero, nunca pude tener hijos luego de aquel embarazo perdido, por lo que siempre fuimos nosotros dos de acá para allá. En mis largos 41 años jamás había vivido lo que era coquetear con alguien, y mucho menos besarme o tener sexo con otro tipo.

Además, hacía ya mucho tiempo que había dejado de disfrutar del sexo con él. La verdad es que durante los últimos años sólo lo hacía para que no me hiciera una escena. Durante mi matrimonio son contadas las veces que había llegado a un orgasmo teniendo sexo (sí lo hacía cuando me masturbaba a solas). Marcelo era egoísta, y cuando él se venía terminaba todo. Durante mucho tiempo me había preocupado por fingir placer, pero en el último tiempo ya ni siquiera lo intentaba.

Nuestros polvos eran siempre iguales: él encima mío, unos pocos minutos de penetración, y pum. Listo. A dormir. Por suerte, pensaba yo. Aunque me inquietaba ser consciente de que había todo un mundo del goce que yo nunca había conocido, y los años se me iban pasando.

Es por eso que ese coqueteo con el chico de seguridad me revolvió por dentro. Me hizo sentir atractiva, mirada, interesante.

Aquella noche me dormí pensando en Gonzalo y en la última frase que me lanzó. Yo que pensaba que lo que me iba a quitar el sueño sería el divorcio, terminé como una adolescente pensando en su “crush”. Luego de desvelarme largo tiempo fantaseando posibles escenarios, me quedé dormida.

El sol entrando a través de las cortinas mal cerradas me despertó. Eran las 8:10 del sábado. Me quedé unos minutos dando vueltas en la cama y me sentí excitada. Física y emocionalmente excitada. Metí mi mano por dentro de las sábanas y subí mi corto camisón de seda. Comencé a acariciar mi entrepierna sobre mi ropa interior y empecé a sentirla húmeda. La corrí hacia un costado y jugué con mis dedos lentamente hasta empezar a meterlos en mi interior. Con mi otra mano acaricié mi clítoris, cada vez con más fuerza. Pensaba en Gonzalo, en cómo sería debajo de su ropa, cómo se sentirían sus manos sobre mi piel… Estaba tan caliente que unos minutos después sentí el orgasmo llegar y percibí cómo mis músculos se contraían alrededor de mis dedos lubricados. Suspiré sonriente en la cama y me levanté.

Mientras cepillaba mis dientes y me vestía, pensaba en que quería invitarlo a cenar. Al fin y al cabo tenía la certeza de que él también quería, y eso me daba cierta tranquilidad.

Luego de desayunar salí a la calle, ya que quería aprovechar la mañana soleada. Miré ilusionada el escritorio de seguridad, pero mi pretendiente todavía no estaba en su puesto de trabajo. Fui a la peluquería, me corté el pelo por debajo de los hombros y lo teñí de negro. Siempre había querido hacerlo y nunca me había decidido. Fui a la depiladora, a la que no había ido en meses. De repente me había entrado un impulso por verme bien, prolija, sensual. Me compré unos vestidos hermosos y unas botas altas. Sería todo esto una negación del duelo por mi separación definitiva?

Más tarde fui al supermercado y compré todo lo necesario para invitarle la cena al guardia, si es que me animaba a proponérselo. Al mediodía volví al edificio y allí estaba él, radiante dentro de su uniforme. Noté cómo abrió sus ojos sorprendido al verme entrar tan distinta del día anterior. Yo llevaba un vestido por las rodillas que marcaba mi cintura y mi culo. No soy una mujer con un cuerpo escultural, pero sin embargo conservo unas buenas curvas que hacen que tenga cierto atractivo físico. Tengo pechos grandes, una cintura marcada a pesar de la grasa localizada en mi abdomen, y caderas grandes. Mi culo también es imponente. De rostro siempre lucí más joven de lo que soy, y tengo facciones muy lindas. Siempre me han halagado mi cara.

– Buen día, Mónica – dijo suspendiendo lo que estaba haciendo.

– Buen día, Gonzalo. – respondí acercándome a su escritorio. – Qué hacés esta noche?

Gonzalo me miró fijo durante unos instantes, tratando de descifrar si mostraba interés en su vida o si planeaba proponerle algo.

– Irme a casa, pedir comida y mirar alguna película, supongo. – dijo por fin, con una sutil sonrisa – a menos que tengas una propuesta superadora.

Mónica sintió la sangre en sus mejillas al ruborizarse. Esperaba que él no lo notara.

– Vos dirás si es mejor, pero pensaba invitarte a comer. Por las cajas… – noté mi nerviosismo al querer aclarar la situación, así que me callé.

– Sí, no me olvido. Me encantaría comer con vos.

– Te espero a las 21:00. Te parece?

– Ahí estaré – dijo con cierta picardía en su gesto.

Le sonreí y seguí mi camino hasta el ascensor.

El resto del día lo pasé ordenando y dejando todo listo para preparar la cena. Cuando miré el reloj ya eran las 19, así que me di una ducha y elegí la ropa que me pondría. Elegí un vestido negro informal pero lindo, con unas sandalias de charol y unos aros grandes plateados. Me maquillé un poco y me puse perfume. Faltaba media hora para las 21 y me comía la ansiedad. Me tiré en el sillón con un libro pero no pude prestarle atención.

Gonzalo llegó puntual. Tocó timbre y yo me levanté exaltada de mi asiento. Acomodé mi pelo y mi ropa en el espejo, y me acerqué a abrir la puerta.

– Hola, qué puntual… – le dije sonriendo.

Estaba muy lindo. Prolijo pero informal. Vestía una camisa negra entallada con pintitas blancas y un jean. En los pies llevaba unas zapatillas grises acordes al atuendo. En la mano cargaba dos botellas de vino agarradas de la punta.

– Sí, se ve que estaba ansioso – me respondió devolviéndome la sonrisa.

– Adelante.

– Gracias, permiso. No sabía si te gustaba blanco o tinto, así que traje los dos. – dijo entregándole las botellas que traía.

– Veo que voy a terminar borracha hoy. -dije riendo- Me gustan los dos, gracias.

Llevé las botellas a la cocina y abrí el vino tinto. Serví dos copas y le alcancé una a Gonzalo que se había sentado en el sillón y hojeaba el libro que había dejado ahí. Cuando me vio llegar lo dejó donde estaba y tomó la copa en su mano.

– Estás muy linda. Te lo quería decir hoy a la mañana. Me encanta tu cambio.

– Gracias, cambio externo acompaña cambio interno. – respondí mientras me sentaba a su lado.

– Sí?

– Sí, ayer firmé finalmente mi divorcio después de un año.

– Ah, no sabía… Es un tema sensible?

– Más o menos. Es el cierre de toda una vida, estuvimos 22 años casados.

– Cómo?! No me dan los números…

– Sí, nos casamos a los 19, después de estar 4 años de novios. Éramos muy chicos.

– Wow, no puedo creer. Así que estuviste toda la vida con la misma persona… Siempre me sorprenden esas historias. No sé si yo podría hacerlo.

– No es ningún mérito, fueron más años malos que buenos. Lo único que pienso desde que me separé es que desperdicié mis mejores años con un tipo que no me satisfacía en ningún sentido.

– Yo no creo que hayas desperdiciado nada, todavía las cosas buenas pueden llegar. – dijo mirándome a los ojos, y a mí me corrió una electricidad por todo el cuerpo.

– Espero que tengas razón… -dije y se hizo una larga pausa- Bueno, contame de vos. No te quiero aburrir.

– Me encanta que me cuentes, no pienses que me aburrís. Yo… qué te puedo contar. Tengo un hijo de 5 años que es mi vida. Me separé de su mamá hace tres años, pero en muy buenos términos, lo cual facilita mucho la vida de Benja. Benja es mi hijo, claro.

– Qué lindo, me hubiera encantado tener hijos. No se nos dio.

Se hizo un silencio nuevamente y los dos tomamos un sorbo del vino. Estábamos sentados en el sillón, inclinados mirándonos, pero a cierta distancia. Gonzalo tenía una mirada profunda que empezó a ponerme nerviosa.

– Bueno, voy a preparar la comida. Risotto de hongos, te gusta? – dije para romper el silencio.

– Me encanta. Pero esperá. – me dijo apoyándome una mano en la pierna para evitar que me pusiera de pie.

Yo lo miré a los ojos, expectante. El tacto de su mano sobre mi muslo me excitaba. Pensaba en que el único que había tocado mi pierna de esa manera había sido Marcelo. Gonzalo se movió, sentándose más cerca de mí. Me acarició la cara suavemente y tomándome de la nuca se acercó a mí y me besó. Me costó un segundo reaccionar, pero le correspondí. Al ver mi respuesta intensificó el beso, comenzó a meter su cálida lengua en mi boca y nos besamos dulcemente durante unos minutos. Yo me sentía embriagada como adolescente.

– Desde ayer que tenía muchas ganas de hacer eso, no quería esperar más. – dijo.

Yo lo miré y lo besé de nuevo. El beso delicado se convirtió lentamente en uno lujurioso. Gonzalo comenzó a acariciar mi cuello, mis brazos, mis muslos. Yo sentía cómo mis pezones se erizaban, al igual que mis vellos. A medida que el beso se ponía más enérgico, comencé a sentir la humedad en mi entrepierna.

– Tengo muchas ganas de mostrarte que hay cosas buenas esperándote a partir de ahora, si me dejás… – dijo cortando el beso pero sin alejarse de mi boca.

– Me encantaría que me muestres, pero teneme paciencia. Estuve con un sólo hombre en mi vida. Sos la segunda persona a la que beso en 41 años…

– No tenés que justificarte conmigo. – dijo y siguió besándome.

Sus manos ahora recorrían aún más mi cuerpo. Bajaban por mi espalda, acariciaban mi cintura. Las mías, torpes, lo tomaban del cuello o los brazos, pero no me animaba a hacer mucho más. Era una cuarentona inexperta y sentí vergüenza.

– Estás bien? Querés que paremos? – preguntó al notar mis nervios.

– No, no quiero que paremos. Estoy nerviosa, pero es porque me gustás.

Gonzalo bajó los breteles de mi vestido dejándolo en mi cintura. Comenzó a besarme debajo de las orejas, descendiendo por mi cuello. Mi respiración se agitaba y me sentía mojada. Bajó hasta mis enormes tetas besando mi pecho, y se detuvo ahí. Desabrochó mi corpiño y lo dejó caer en el piso. Tomó mis pechos y los besó, los presionó, los lamió. Jugó con mis pezones erectos. Su barba pinchaba mi piel y eso me excitaba.

Mientras Gonzalo se dedicaba a mis tetas comencé a desabrochar su camisa. Me lanzó una fugaz mirada de aprobación, antes de continuar con lo suyo. Le quité la prenda, que cayó sobre el sillón, y pasé mis manos por sus musculosos brazos, su pecho lampiño, su abdomen firme. Cómo podía ser que ese hombre joven, atractivo y seductor se fijara en alguien como yo?

Gonzalo deslizó sus manos por mis piernas subiendo mi vestido. Yo me lo quité porque ya me estaba incomodando, y a él pareció gustarle mi decisión. Se agachó y comenzó a besar el interior de mis muslos, comenzando desde la altura de la rodilla, subiendo lentamente. Yo sentía mi culotte cada vez más mojado, y los fluidos rebalsando por mis labios vaginales. Me di cuenta de repente de que estaba jadeando, gimiendo… Al llegar a mi sexo pasó muy lentamente su lengua por toda su ranura, por arriba de la tela. Luego de hacerlo me miró a los ojos, y pareció quedar conforme con mi cara de placer. Sacó mi bombacha negra y sentí cómo las piernas me temblaban. Hacía por lo menos 15 años que Marcelo no me hacía sexo oral. Gonzalo pasó sus dedos entre mis labios, y luego mirándome los lamió. Comenzó a meterlos en mi interior y yo me arqueé. No recordaba la última vez que había estado tan excitada. Ni siquiera recordaba la última vez que había disfrutado de una situación sexual.

Gonzalo frotó mi clítoris y yo lo sentí palpitar. Luego con dos de sus dedos en mi interior, comenzó a chuparlo. Primero despacio y luego más rápido. Yo gemía con los ojos cerrados y las piernas bien abiertas a los costados de su cabeza. Me dejé llevar y de repente estaba tomándolo del pelo, tirando suavemente de él. Llevó su lengua a la entrada de mi vagina y la pasó con determinación, me penetró con ella y yo sentí cosas que jamás había sentido.

Mi ex marido nunca había hecho ni la mitad de las cosas que él me había hecho en los últimos 10 minutos.

Luego de unos cuantos minutos de estimularme comencé a sentir que estaba por acabar. Empecé a gemir más fuerte, más profundo, y Gonzalo aceleró sus movimientos sobre mi clítoris. Sentí una electricidad recorriendo mi cuerpo entero y estallé en un orgasmo maravilloso. Los espasmos duraron muchos segundos y me dejaron extenuada. Él pasó su lengua una última vez por mi sexo, bebiéndose mis fluidos y luego subió a besarme.

– Me encanta verte acabar. – me dijo con sus labios rozando mi boca.

Yo no respondí y lo empujé suavemente para que quedara él recostado sobre el sillón. Desabroché su pantalón mientras él miraba atento mis movimientos. Bajé el cierre y lo deslicé hacia los tobillos. Bajé su bóxer negro y dejé al descubierto su pene erecto.

Su miembro me gustaba mucho más que el de Marcelo. Era un poco más grande, pero además se veía distinto. Llevaba el vello recortado prolijamente y una cabeza como las que siempre veía en pornografía, mientras que el pene de mi ex marido quedaba escondido entre su pelo enmarañado y su prepucio era bastante grande. Además, a Gonzalo se le notaban las venas grandes y azules, y eso me calentaba aún más. Comencé a masturbarlo sin mirarlo a la cara porque me daba mucho pudor. Sentía sus ojos mirando mis movimientos y me sentía intimidada.

– Mirame – me dijo de pronto.

Lo miré dubitativa y sentí cómo me ruborizaba.

– Sos hermosa, creetela y mirame. Me calentás mucho.

Haciendo un gran esfuerzo por mantener la mirada en sus ojos, pasé mi lengua por su verga. Al escuchar su gemido genuino me sentí más tranquila. Tomé confianza y comencé a liberarme. Metí su pene en mi boca y comencé a lamerlo aumentando progresivamente la velocidad.

– Mirame. – me repitió mientras pasaba los dedos delicadamente por mi pelo negro.

En ese momento me di cuenta de que mis ojos de nuevo miraban para abajo. Lo miré mientras metía y sacaba su pene de mi boca. Poco a poco comenzaba a perder la vergüenza y lo miraba con cara más seductora. Me desconocía. Era una Mónica que nunca había sido pero me gustaba. Y me gustaba especialmente con él. Escuchaba los jadeos salir de su boca abierta y sentía mis fluidos caer en mi entrepierna.

En mi matrimonio nunca había podido explorar mis deseos, mi feminidad, mi placer. Comencé a darme cuenta de que durante toda mi vida lo sexual había pasado al plano del deber, del trámite, y se había alejado mucho del placer y del disfrute.

Yo chupaba cada vez más rápido y sentía mi saliva mezclarse con sus líquidos. Miraba su cara de goce y eso me empoderaba. Me sentía sensual, me sentía erotizada. De repente Gonzalo retiró mi cabeza suavemente y dijo:

– Quiero que me digas qué querés que te haga ahora.

Su pregunta me desconcertó. Jamás me habían preguntado aquello ni sabía que responder.

– Lo que quieras – dije.

– No, ahora quiero hacer lo que vos quieras que haga.

Lo miré asustada. No sabía cómo responderle, pero lo que sí sabía era que quería sentir su verga dentro de mí. Tomé fuerzas y dije:

– Te quiero dentro de mí.

Gonzalo sonrió. Seguramente no le pareció un pedido muy original, pero verdaderamente era lo que quería de él. Me recostó de nuevo sobre el sofá y abrió mis piernas. Volvió a meter sus dedos dentro de mí y al sacarlos empapados dijo:

– Mirá cómo estás.

Untó con mi fluido su pene y se masturbó unos segundos mirándome a la cara. Se puso sobre mí y me penetró despacio. Yo gemí al sentirlo finalmente en mi interior. Al llegar al fondo se quedó ahí unos instantes y yo emití un breve grito de placer. Comenzó a embestirme con fuerza mientras acercaba su cara a la mía para besarme. Yo gemía dentro de su boca y cerraba mis ojos. Él empezó a intensificar aún más sus movimientos, agarró fuerte mis piernas y las subió aún más. Yo clavaba mis uñas en su espalda, bajaba mis manos y lo tomaba de su duro culo, empujándolo hacia mí.

Veía las gotas de sudor bajar por su cuello, su boca entreabierta, y sentía que ese tipo realmente estaba disfrutándome. Estar conmigo no era un trámite para aliviar una excitación fisiológica como había sido durante tantos años. De repente tenía una sed de protagonismo, quería tomar las riendas. Comencé a incorporarme del sillón obligando a Gonzalo a frenar sus movimientos.

– Sentate – le pedí.

Él lo hizo y yo me subí sobre él con mi cuerpo robusto y comencé a moverme encima de su pene. Él me miraba a los ojos, extasiado. Tiré mi cabello hacia el costado, dejándolo caer sobre mi hombro izquierdo, y le sostuve la mirada mientras sentía su miembro entrando y saliendo de mí. Él comenzó a besarme el cuello, a lamerlo. Acarició mis tetas, las besó, mordió y apretó nuevamente. Llevó sus dos manos a mis grandes nalgas y las tomó con fuerza mientras yo seguía saltando sobre él, cada vez más agitada, más transpirada y más mojada.

De repente me tomó fuerte de mis muslos para sostenerme y se levantó del sillón, cargándome hasta la habitación.

– Permiso, eh… – dijo divertido mientras entraba al único ambiente restante del departamento.

– Sentite como en casa – dije riendo.

Una vez en la habitación me tiró suavemente sobre la cama. Yo me arrodillé de espaldas sobre las almohadas de la cabecera, y me apoyé con ambas manos en la pared. Él se acomodó detrás de mí y comenzó a besarme el cuello, las orejas… Comenzó a bajar con sus labios por mi espalda, erizándome la piel. Muy lentamente llegó a mis caderas y besó mi culo, lo mordió despacio, pasó su lengua por mi cuerpo hasta que llegó a mi entrepierna y agachado detrás de mí comenzó a lamer mi sexo por detrás mientras separaba mis nalgas. Acarició suavemente mi ano, y eso me excitó. Yo gemía con la cara pegada a la pared y las manos también sobre ella, encima de mi cabeza.

Luego de un rato, cuando yo ya me sentía en las nubes, tomó su pene con la mano y lo masturbó un poco, a pesar de que seguía erecto. Lo pasó por mi entrada vaginal unos segundos, mientras yo acomodaba mi cuerpo para recibir nuevamente sus embestidas. Me penetró con un movimiento rápido y firme, lo cual me hizo gemir con fuerza. Me tomó de las caderas con sus dos manos y empezó a moverse con velocidad. Escuchaba sus gemidos a mi espalda e imaginaba su cara. Él me apretaba el culo con tal fuerza que sentía cómo lo marcaba. Su respiración empezó a acelerarse y a ser cada vez más sonora. Nuestros cuerpos chocando se escuchaban como aplausos, mientras nuestros fluidos y nuestros jadeos se mezclaban. Me encantaba pensar que del otro lado de la pared habría alguien escuchándonos disfrutar de esa manera.

– Querés que acabe afuera? – dijo Gonzalo luego de un rato.

– No. – respondí.

Gonzalo tiró su cuerpo sobre mi espalda y tomó con su fuerte brazo todo mi abdomen, apretándome hacia él. Pegó su cara a mi cuello y nuestros gemidos se acompasaron. Aumentó la rapidez de su penetración y de repente escuché su rugido y sentí su semen caliente entre mis piernas. Nos quedamos inmóviles unos segundos ahí, pegados, mientras nuestras respiraciones se normalizaban. Él me besó el cuello dulcemente, y salió de mi interior.

– Vas a tener que cambiar las sábanas – me dijo divertido mientras miraba las fundas de las almohadas todas pegajosas.

Yo sonreí, me limpié el semen con unos pañuelos que había en la mesa de luz y me recosté en la cama, dando por terminado el polvo.

– No, vení, falta que acabes vos. Mirá lo mojada que estás… – dijo mientras me tocaba con sus dedos.

Yo comencé a gemir de nuevo ante su tacto.

– Sentate en mi cara. – me pidió mientras me nalgueaba cariñosamente el culo.

Se acostó boca arriba y me guio para que me pusiera sobre su cabeza. Yo jamás había hecho eso, pero lo había visto más de una vez.

Me senté sobre su boca de cuclillas y él comenzó a lamer mi sexo, sosteniéndome el culo entre sus manos. Yo me estremecía y me movía involuntariamente, y él me agarraba con más fuerza. Lamió mi clítoris, mis labios, mi ano. Hasta que luego de un rato de estimularme volvió a mi entrada vaginal y me penetró con su lengua. Yo sin poder evitarlo, llevé mi mano al clítoris y lo froté con velocidad, mientras sentía la cálida lengua de Gonzalo entrando y saliendo de mí. Con su dedo gordo comenzó a acariciar la entrada de mi culo, suavemente. Yo era virgen anal, pero esas caricias delicadas me llevaban al cielo. La combinación de su lengua, sus manos y las mías me estaba por hacer explotar.

– Voy a acabar – le dije entre gemidos cuando empecé a sentir el calor en mi sexo.

Él incrementó la intensidad y dejando brotar un grito ahogado, me vine en su cara.

Yo no tenía mucha experiencia pero a mis ojos él parecía un experto. Sabía exactamente qué hacer y cómo hacerlo, ejercía la presión y la velocidad ideales, y me sabía leer a la perfección. No quería que esa noche terminara nunca.

Me retiré de encima de él y me acosté boca arriba a su lado. Él se sentó, me contempló un instante, y luego se acomodó con su cuerpo sobre el mío, abrazado por mis piernas alrededor de su cadera. Me besó delicadamente los labios, acomodándome el pelo detrás de la oreja.

– Cuando necesites ayuda para subir más cajas, contá conmigo – dijo con su boca rozando la mía y una sonrisa en los labios, y luego me dio otro beso.

Nos quedamos ahí un rato, en una intimidad que me parecía imposible tener con un desconocido. Acariciándonos, riéndonos. Me sentía mucho más cómoda allí con el empleado del edificio, que en muchos años con mi propio marido.

– Tenés hambre? – le dije recordando que jamás habíamos cenado.

– Un poco, sí.

– Vamos a la cocina que voy a hacer la famosa cena que te prometí. Para que veas que soy una mujer de palabra.

– No lo dudo – dijo Gonzalo sonriendo – pero espero que después el postre seas vos.

Nos levantamos y recuperamos las prendas perdidas por el departamento. Comimos y tomamos vino, hablamos de nuestras vidas, nos divertimos y volvimos a encamarnos (varias veces). Luego de esa noche nos empezamos a ver cada vez con mayor frecuencia, y Gonzalo me inició en muchas nuevas experiencias. Pero principalmente me hizo conocer una Mónica que tenía adentro esperando salir, y por eso le voy a estar siempre agradecida.

[email protected] / instagram: damecandelarelatos.

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