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Sola y con ganas
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Imagino que habrá multitud de testimonios de autores en los que se hable de un momento de soledad y a la vez de deseo. Este será uno más, pero sentía necesidad de expresarlo. Soy una mujer que disfruta del sexo en las dimensiones a las que se me “permite” entrar. Me explico: estoy casada y el matrimonio es una circunstancia condicionante, pero nunca una jaula. Si mi marido comparte ese pensamiento conmigo o no es algo que ahora no viene al caso.

Si viene al caso contar que soy medrosa a la hora de buscar aventuras extramatrimoniales. Las relaciones paralelas al matrimonio pueden ser peligrosas. Eso sí, debería hacer caso a cierta amiga mía que dice que a los que verdaderamente les interesa mantener las aventuras en secreto es a los hombres. Sería cuestión de dar con el adecuado, pero hasta el día de hoy no me he puesto manos a la obra.

Entonces llegan en tu vida tardes como aquella en la que me encontraba sola en casa y a raíz de una lectura romántica empezó a aflorar en mí el anhelo erótico, para sublimarlo obvié a mi marido y recordé al portero de nuestro edificio, Julián, un hombre por lo menos veinte años mayor que yo, pero que se colaba fácilmente y a menudo en mis fantasías sexuales; el mero hecho de sentirlo tan cerca, pues lo veía a diario, y notarlo tan lejos, pues había que mantener esa distancia respetuosa con el empleado, provocaba en mí deseos indescriptiblemente morbosos, más si cabe auspiciados por el tipo de miradas que ese hombre de pelo plateado y arrugas en el rostro dirigía hacia mi persona.

Quizá el deseo se podía satisfacer aquella tarde con tan solo llamarlo y hacerle entrar a nuestro apartamento con cualquier excusa; pero ya he contado que ciertos miedos infranqueables me lo impedían. Sin embargo, nada me impedía fantasear.

Comencé a tocarme. Me encanta pellizcarme los pezones, que se ponen duros como tachuelas de metal. Lo hice; expuse mis senos fuera de mi sujetador y me acaricié como si fuera Julián el que lo hiciese. En mi fantasía él me tenía poco respeto, me degradaba como mujer, pero yo lo disfrutaba en mi mente, porque eso encendía resortes libidinosos que me confortaban en mi soledad de sobremesa. Nunca fui de consoladores, con mis manos me basto.

Imagino a Julián, que me espera agazapado en el portal, oculto como una bestia, esperando a que yo pase a unos metros de él, desprevenida e inocente; se abalanza contra mí y tapa mi boca para que mis gritos pidiendo auxilio no se oigan. ¿Qué va a hacerme Julián? –le pregunto una vez me ha metido en el cuarto tenebroso en el que guarda cubos, fregonas y escobas.

Él me dice que soy una puta, que lo provoco con mi mirada, pero yo le juro que eso no es verdad. Mis peticiones de misericordia no provocan en él ninguna compasión, es más, me amenaza con todo lo peor si se me ocurre gritar. Imaginándome eso continúo tocándome las tetas, endurecidas por la excitación.

Mi fantasía prosigue. Julián me ha rasgado la camisa y se abalanza sobre mi pecho a besar mis ubres. Me hace daño con su barba de varios días, que me pincha y enrojece la piel. Yo gimo de dolor y me siento humillada, pero sólo la protagonista de la fantasía querría detener esa vejación. Yo, que me masturbo, sueño con que Julián se salga con la suya.

Me mete mano por debajo de la falda, buscando mi coño, preciado tesoro que yo ya estoy acariciando y que encuentro muy mojado. Julián es un viejo sucio, maloliente y tosco; su lenguaje es grosero y me habla sin respeto alguno, pero eso me agrada, tanto como que se decida a sacar su verga y me obligue a chupársela. Nunca se lo he hecho a mi marido, pero Julián es mi dueño. Las lágrimas resbalan por mi rostro. Qué sabor tan asqueroso el de su polla, qué sabor tan rico el de la paja que me estoy haciendo pensando estas guarrerías.

Finalmente me hace tumbar de un empujón en el suelo y me obliga violentándome a abrir las piernas. Me va a penetrar. Mi orgasmo fantasioso llegará al mismo tiempo que el que yo me provocó metiéndome el dedo en mi raja.

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