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Del odio a la envidia (4)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Había acabado de leer cuando me sobresaltó el sonido del reloj que adornaba la pared del salón, sin darme cuenta el tiempo había volado y el último autobús había pasado hace un buen rato; no me quedó más remedio que llamar a mi novio para que viniera a buscarme, aunque debió ser de las pocas veces que me había alegrado de un olvido así.

Sin perder tiempo cogí el móvil y le escribí un mensaje lo más caliente que se me ocurrió, al que adjunté una foto de mi pezón desnudo, así seguro que se daría más prisa en llegar y preparado para algo más que recogerme. No tenía intención de esperarle sin hacer nada, me quité los vaqueros para estar más cómoda y volví a la lectura del diario mientras me masturbaba.

Querido diario:

Como esperaba, el juez me adjudicó la casa de la playa; viendo la cara de idiota de mi exmarido al escuchar la sentencia, sentí una alegría desmesurada, al fin y al cabo, él se lo había ganado. Sandra había venido conmigo, por una parte, a saludar a su amigo y por otra habíamos decidido ir a la playa a celebrarlo y de paso buscar una nueva decoración para la casa, pues no quería que nada me recordara mi vida anterior.

La verdad es que tuvimos suerte, no solo porque lucía un sol espléndido sino porque había poco tráfico y el viaje fue rápido; en poco tiempo ya estábamos sentadas sobre la toalla preparadas para disfrutar del día. El calor era algo agobiante y obligaba a echar crema solar para no quemarse; por supuesto se ofreció a echármela, se sentó detrás, untó sus manos y las apoyó sobre mi espalda, sus movimientos eran suaves, recreándose; permanecí en silencio disfrutando de aquel relajante masaje, incluso cuando disimuladamente intentaba tocar con la punta de sus yemas mis pechos, tenía decidido que ese día le permitiría cualquier cosa.

El resto de la mañana la pasamos tomando el sol y riéndonos con los comentarios que hacíamos de los pocos hombres que pasaban por delante, imaginando la forma y tamaño de sus miembros, tal y como hacíamos cuando éramos jóvenes, era bastante divertido escucharla.

A mediodía recogimos para irnos a comer, teníamos preparada la comida y solo era poner la mesa, algo ligero, una ensalada y una buena botella de vino. Quizás la celebración había sido algo excesiva por mi parte porque me bajé más de la mitad de la botella y empecé a sentirme mareada; con su permiso me eché en el sofá mientras ella se quedaba recogiendo y limpiando la mesa. Al poco caí rendida en los brazos de Morfeo en un sueño profundo.

Recuerdo en mi mente la imagen de aquel hombre en casa de Sandra con su cuerpo atlético sobre mí. Mis pechos estaban duros con la presión de sus manos, mi excitación crecía por dentro como un volcán. Empecé a sollozar de placer al sentir su lengua húmeda en mi coño que me mojaba por completo, lamía de arriba a abajo de una manera que gozaba al máximo con sus movimientos. El deseo me invadió, bajé la vista buscando ver de nuevo esa enorme verga, quería sentirla de nuevo en mi boca, poco a poco fui recuperando la conciencia sin dejar de gemir. Al abrir los ojos ligeramente, no era aquel hombre sino Sandra la que estaba comiendo mi sexo por completo.

La excitación del momento me hizo dudar de lo que veía pero lejos de asustarme me dejé llevar, después de estos días se había ganado el derecho a poseerme. Inmediatamente cerré lo ojos para que pensara que seguía metida en un sueño. Cuando se centró en mi clítoris no quería que parara, movía rápidamente su lengua presionándolo con sus labios, podía sentir su boca abierta saboreando mis flujos, hasta que finalmente logró que me corriera hasta tal punto que me costaba seguir disimulando. Al acabar Sandra se marchó a la habitación sigilosamente mientras yo volví caer dormida.

A media tarde desperté, Sandra estaba viendo la televisión y me miró con el temor de ser descubierta, la saludé alegremente y me puse a preparar unos aperitivos como si no hubiera pasado nada, aquello borró su tensión y enseguida empezamos a preparar los planes para esta noche mientras terminábamos de ver una película. Durante la misma no dejé de pensar en lo sucedido, la primera experiencia con una mujer me había resultado maravillosa, aunque no esperaba que fuera de esa manera; me preguntaba si yo sería capaz de hacer lo mismo, si sería igual de placentero, tenía la idea de salir de la duda.

Decidí sorprenderla al igual que había hecho ella, el lugar elegido era mi preferido: la ducha. La habitación era muy grande y por petición mía habíamos decidido poner una ducha enrome, donde el agua caía por un agujero del techo en el medio, era ideal para cualquier práctica sexual que se hiciera.

Entré completamente desnuda en el baño de forma silenciosa mientras se duchaba, aproveché que se estaba terminando de lavarse el pelo y tenía los ojos cerrados para colocarme detrás y abrazarla, en un principio se asustó creyendo que un desconocido la atacaba, al verme se tranquilizó entre las risas de ambas hasta que se hizo un silencio roto por el sonido del agua caliente cayendo por nuestros cuerpos.

Su mirada fija de nuevo en mis ojos me ponía nerviosa, realmente no tenía claro lo que estaba haciendo, pero no iba a echarme atrás, se inclinó y me besó, posós sus labios sobre los míos suavemente, llevó su mano a mis labios vaginales, le detuve inmediatamente la mano y la aparté, se quedó paralizada creyendo que algo iba mal, pero era mi momento, no iba a permitir que ella llevara la iniciativa:

-Creo que ahora me toca a mí, ¿no?.- Le dije con una sonrisa.

Sandra se sonrojó y bajó la mirada por vergüenza; levanté su cara y me incliné sobre sus labios en un beso más apasionado que el anterior, dejando intencionadamente que nuestros pezones chocaran aumentando el placer. Lentamente bajé por su cuello, su respiración se aceleró, mi lengua húmeda en su piel hacía crecer en ella el deseo; llegué a sus grandes pechos, sus pezones ya sobresalían duros antes de que llegara a ellos, como un bebé los presioné con mis labios, era algo delicioso.

Debía continuar y ahora me llenaba una sensación de curiosidad, me senté sobre el suelo delante de ella, pude ver que en esta ocasión Sandra se había rasurado completamente el vello púbico. Podía notar su ansiedad, había esperado mucho tiempo lo que yo iba a hacer, abrió levemente las piernas incitándome a lanzarme, pero gozaba viendo su nerviosismo así que me tumbé, desde arriba me miró sin comprender lo que sucedía, volví a sonreír a la vez que mis manos tiraron de sus muslos hacia abajo.

Podía ver como lentamente su sexo se acercaba, ella terminó arrodillada sobre mi cabeza y en ese instante cerré los ojos y abrí mi boca. Pronto sentí sus labios vaginales, su piel tenía una mezcla del agua y sus flujos, escuché su gemido cuando saqué mi lengua y empecé a lamer de arriba abajo su coño. Me presionaba tanto que sin yo buscarlo mi lengua se hundía en su vagina, el proporcionarle placer me estaba pareciendo de lo más tan excitante.

De repente su movimiento me detuvo, en poco tiempo se giró, me quedé inmóvil esperando sin detenerla, me abrió las piernas y se inclinó sobre mi entrepierna. Con una cascada de agua sobre nosotras comenzamos a realizar un estupendo 69, ambas nos centramos en nuestros clítoris, duros e hinchados por el placer, nuestros gemidos se veían ahogados por el frenesí de nuestras humedecidas lenguas, sin poder remediarlo acabos jadeando como perras mientras nuestros cuerpos vibraban en unos intensos orgasmos que nos dejaron extasiadas.

La ducha había sido el lugar de mi bautizo con Sandra y después de la sensacional experiencia estaba segura de que no sería la última vez, pero por ahora no quise darle esperanzas.

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