Existe en el mapa de España un puntito muy pequeño que indica el lugar donde vine al mundo. Quiso la diosa Fortuna que fuera en la villa de Ronda, enclavada en el corazón de la serranía que lleva su nombre. Tierra de íberos, visigodos, romanos, moros y cristianos, Ronda siempre jugó un papel importante debido a su situación estratégica. Sus calles, plazas y monumentos son un claro ejemplo de tal amalgama de culturas. La comarca de Ronda también fue testigo de la lucha contra las tropas francesas al mando de José Bonaparte (motejado despectivamente ‘Pepe Botella’ o ‘Pepe Plazuelas’) y que era hermano mayor de Napoleón Bonaparte. Pero la Serranía de Ronda también fue famosa por sus bandoleros, personajes míticos, amados u odiados en función de sus hazañas o fechorías. Temidos y respetados, leyendas como José Ulloa Navarro, apodado ‘Tragabuches’ (que fue uno de los componentes de ‘los siete niños de Écija’ en la lucha contra los franceses) o José María ‘el Tempranillo’ (de quien se sabe que tuvo a su mando a más de cincuenta bandoleros) llenaron páginas y páginas de la historia de este lugar, otorgándole una fama que atrajo a muchos viajeros, románticos y soñadores.
Ronda es en la actualidad una ciudad pequeña, pero pintoresca y llena de vida. Su casco histórico es de una belleza que no deja indiferente al visitante. Los rondeños somos alegres, amistosos, hospitalarios y, como se suele decir, “buena gente”. Fue en este lugar tan especial donde crecí y donde dejé de ser Mónica, a secas, y me convertí en Mónica ‘DELUX’.
La historia que voy a relatar sucedió hace cinco años, cuando yo tenía dieciocho recién cumplidos. Por aquel entonces ya había probado los placeres del sexo y buena parte de las vergas adolescentes de mi entorno. Los chicos decían que era una ‘fresca’, apelativo que aceptaba de buen grado porque era menos insultante que ‘calentorra’, ‘calienta-braguetas’, ‘putón’, ‘golfa’ y otros por el estilo. En mi defensa debo alegar que crecí en un ambiente lleno de posibilidades y, ¿por qué no decirlo?, plagado de tentaciones carnales. A los quince probé el sexo por primera vez y desde entonces no he parado.
EN AGUAS TRANQUILAS, DEMONIOS SE AGITAN
Era un caluroso domingo de primavera. Por la mañana nos habíamos reunido en el parque toda la pandilla para planear lo que haríamos aquella tarde, como de costumbre. Alguien sugirió que sería buena idea ir a bañarnos a ‘las pozas’. Añadió que podíamos ir en bicicleta, tratando de sacar adelante su propuesta. Obviamente no cabía otra posibilidad, porque estaban a varios kilómetros de distancia y ninguno teníamos coche. Pero la idea pintaba bien y fue aceptada por la mayoría. Como era medio día y el camino largo, decidimos ir a nuestras casas para comer pronto así salir lo antes posible.
Daban las dos de la tarde en el reloj cuando emprendimos el camino, risueños y con ganas de divertirnos. Más o menos media hora después, abandonamos la carretera y nos metimos por un camino que, según uno de los chicos, era un atajo que nos ahorraría un buen trecho. Todos le seguimos como borregos, sin saber si nos llevaría al corral o al matadero. Pero nos daba igual, ya que la tarde era agradable y nos bastaba bien poco para pasarlo bien.
Efectivamente resultó ser un atajo que nos ahorró un buen número de pedaladas campo a través. Al llegar descubrimos que el lugar estaba solitario, lo que suponía que podríamos hacer lo que nos viniera en gana sin molestar a nadie. Nos faltó tiempo para bajar de las bicicletas, quitarnos la ropa y quedar en bañador. Entonces todos me miraron fijamente, embobados y sin decir ni pío. Tal expectación se debía a que yo no había llevado bañador y tenía intención de bañarme en ropa interior. Tuve que explicar que ello se debía que mi madre tenía costumbre de guardar la ropa que no era de temporada, y que cuando le pedí que sacara mi bañador, ella me dijo que tenía muchas cosas que hacer y que ya lo buscaría, que no recordaba dónde lo había guardado. Añadí que lo estuve buscando un buen rato, pero que se me hacía tarde y no quería que se fuesen sin mí.
―¡Mirad!… ¿Os habéis fijado? ―dije y señalé con el dedo hacía el montón donde habíamos dejado la ropa―. La hemos amontonado como si fuese el tenderete de las gitanas en el mercadillo semanal ―añadí y lancé un par de carcajadas. Acto seguido continué con la pantomima que me había sacado de la chistera para desviar la atención―. Me vienen a la memoria ‘la Lola’ y la ‘señá Antonia’ cuando gritan aquello de “¡Cómplamelaaaas, paaaya, que son mu baratas y tengo seis schurumbeles que alimentaaaal!”.
Todos reímos con ganas imaginando aquella escena tan familiar. Y mi treta pareció funcionar porque, acto seguido, salimos disparados hacia el agua, sin valorar las consecuencias de semejante insensatez. Y es que no estaba fría, sino lo siguiente, debido a que manaba de un manantial de aguas subterráneas situado no muy lejos.
Durante un buen rato jugamos, reímos, bromeamos y nos miramos disimuladamente unos a otros, algo natural si tenemos en cuenta que habían pasado muchos meses desde el fin del verano y nuestros cuerpos habían experimentado cambios considerables en algunos e ínfimos en otros. Pero, sin lugar a dudas, ellos eran quienes más atención prestaban en nosotras, posiblemente decidiendo a quién se llevarían al huerto, como se suele decir vulgarmente, a lo largo del verano. En un momento dado me percaté de que Íñigo, Pedro y Alonso estaban detrás de mí, a no más de tres metros de distancia. Me giré y pude ver que me miraban fijamente, sin pestañear. En principio decidí ignorarlos, pensando que como siempre estaban haciendo el ganso y proseguí jugando con las chicas, sin dirigirles la mirada. Fue entonces cuando uno de ellos me dijo así:
―Vamos, Moni, no te hagas la estrecha con nosotros, que se nota que tienes ganas.
Al escuchar aquella voz tan varonil para su edad, supe que era la de Alonso, el más guapo de los chicos de la pandilla y también el más caradura… por no decir canalla. Di media vuelta y me dirigí hacía ellos, caminando con dificultad porque el agua casi me llegaba a la entrepierna y las piedrecitas del fondo tampoco lo ponían fácil.
―¿De qué vais vosotros tres? ―les pregunté con cara de pocos amigos―. ¿No sabéis divertiros sin joder la marrana?… ¡Aire, que hay mucho y no cuesta dinero! ―añadí con desprecio.
Entonces Pedro, altanero y sin apartar la mirada de la mía, me replicó de esta manera:
―Venga, Moni, no te hagas la estrecha, que bien sabemos que te has tirado a todo bicho viviente menos a nosotros. ―Tras decir aquello, pareció bajar la vista en lo que yo interpreté como un signo de debilidad. Supuse que mis grandes y profundos ojos verdes le seguían intimidando como cuando éramos críos. Pero que equivocada estaba, pues era imposible que cediera en presencia de sus amigos; tenía que demostrar que era tan gallito como ellos.
Los cuatro quedamos en silencio; yo esperando a que se dieran media vuelta y se fuesen, y ellos pendientes de mi respuesta. Entonces los tres clavaron sus ojos en mis pechos, como si un impulso común les obligase a hacerlo al mismo tiempo… y con el mismo descaro.
―¿Qué pasa, que nunca habéis visto un buen par de tetas? ―les pregunté recobrando mi gesto de mala leche. No es que mis pechos fuesen demasiado grandes, pero eran firmes y su tamaño respetable para una chica de mi edad.
Ellos no respondieron… ni tampoco se inmutaron. Sus miradas parecían ancladas en mis senos. Entonces, instintivamente, bajé los ojos y pude ver cómo mis pezones apuntaban hacia ellos, prominentes, desafiantes bajo el sujetador. Sorprendentemente no les regañé, pues una extraña excitación recorrió todo mi cuerpo. Incluso, creo que llegué a ruborizarme, algo que no podía sospechar que me ocurriera nunca.
―¡¡Bueno!!… Pues si ya habéis visto lo que buscabais… ¡Podéis iros con viento fresco! ―les dije y me di media vuelta.
Sus murmullos a mis espaldas volvieron a incomodarme. Vagamente pude entender que uno de ellos decía ―mira que culo más rico tiene. ¡Quien se la metiera hasta el fondo a la muy guarra!―. Preferí hacerme la loca y obviar aquel comentario. Más que nada porque no sabía cuál de los tres había sido el deslenguado y no quería que pagaran justos por pecadores. Disimuladamente deslicé la mano por mi culo y noté que la braga se había convertido en una especie de tanga debido a que estaba mojada. Pude imaginar sus ojos clavados en mi canal trasero y eso me incomodaba. Pensaba que mi culo no era digno de ser admirado por aquellos cretinos. Tras acomodarla como era debido, quise asegurarme de que por delante todo estaba en orden. Deslicé la mano derecha y me palpé entre las piernas. «¡Es increíble cómo se altera todo hoy!», pensé al notar que la vulva también estaba más abultada de lo normal. Me asaltó la duda sobre si aquellas reacciones físicas eran fruto del agua fría o las habían provocado las miradas de aquellos salidos.
La tarde transcurrió sin más sucesos dignos de mención. Sin embargo, al ir a recoger mi ropa, pude percatarme de que no estaba en el montón con la de los demás. Pregunté a las chicas por si alguna la había cogido por equivocación, y todas negaron con la cabeza. Entonces ya no me quedaron dudas sobre quienes eran los graciosos que querían jugar conmigo. Miré fijamente al trío sospechoso y con un gesto les avisé de lo que les ocurriría si pretendían tocarme las narices. Ellos negaron haberla cogido o escondido, pero sus miradas no eran sinceras y les delataban como dedos acusadores.
―¡¡VAMOS, MONI!! ―gritaron mis amigas al unísono. Ya estaban a una distancia considerable y no parecían tener intenciones de esperarme. Yo les hacía gestos con la mano para que aguardasen, pero ellas no se dieron por enteradas. Era como si tuviesen prisa por llegar a la procesión antes que el santo.
Sola y semidesnuda frente a aquel trío de niñatos, decidí que sería tajante se pusiesen como se pusiesen. No tenía intención de pasarles ni una.
―Venga, chicos, dadme la ropa para que podamos irnos ―les dije con tono conciliador y tratando de calmarme.
La única respuesta que obtuve fue un silencio desolador y ver como se encogían de hombros, como si el asunto no fuese con ellos. Entonces la calma se convirtió en amenazas.
―Os advierto que no estoy para jueguecitos ―les dije mostrando los dientes y añadí―. Si pasado un minuto no me dais la ropa, os juro que alguno pasa la noche en el hospital.
―Enséñanos una teta y te la damos ―dijo Alonso, sorprendiendo incluso a sus propios compinches. Claro, ¡quién iba a ser si no!
Comencé a reír como no recordaba haberlo hecho en mucho tiempo. Aquella osadía no me resultaba del todo irritante. Posiblemente se debiera a que, en el fondo, siempre me había gustado aquel sinvergüenza, chulo y engreído. Pero las chicas somos así de raras y nos prendamos de los ‘chicos malos’.
―¡Venga!… ¡Déjate de bobadas! Os propongo un trato: si me dais la ropa, os enseño la teta… ¡Lo juro! Y esto es innegociable ―sentencié.
Los tres muchachos se miraron y comenzaron a cuchichear formando un corrillo. Apenas unos pocos segundos más tarde, se separaron y me lanzaron una contraoferta que no podría rechazar.
―Hemos decidido que no estás en condiciones de imponer nada ―dijo Íñigo―. Recuperar toda la ropa tendrá un coste por prenda. ¡Y esto sí que es innegociable!
Sus palabras sonaron bastante categóricas. Y el tono empleado parecía una sentencia. Pensé que si no cedía nos tomaríamos allí las uvas de Noche Vieja. Dudaba entre caer en su juego o liarme a pedradas con ellos. Decidí descartar la violencia… por el momento.
―¡Está bien! ―dije con resignación y me bajé el tirante del sujetador.
Al quedar mi pecho derecho al descubierto, los tres me miraron como lobos hambrientos, como hienas dispuestas a devorar a su presa. Lo miré y pude notar que tenía la piel sonrosada y el pezón con un tono marrón más oscuro de lo normal. Lo percibía duro y tirante, como si tratase de adquirir más volumen del físicamente posible. Rápidamente volví a cubrirlo y me dispuse a reclamar mi primera prenda. Entonces Alonso se me adelantó.
―¡Eso no vale, tramposa! ―exclamó malhumorado―. No puedes taparte lo que enseñes hasta que el juego termine o te des por satisfecha con las prendas recuperadas―. Se dispuso a darme la blusa a la espera de que yo sacase de nuevo el pecho.
-¡Bien!… ¡Ya está fuera!… ¡Ahora dame la blusa!
Entonces hizo algo que consiguió sacarme de mis casillas. El muy hijo de su madre escondió la blusa bajo su brazo y me lanzó uno de los calcetines, como el que da limosna a un pordiosero o de comer a un perro.
―¡¡ERES UN HIJO DE PUTA Y UN CABRÓN!! ―le grité con todas mis fuerzas―. ¿Para qué coño quiero yo un calcetín?
Colocando el dedo índice delante de sus labios y chistando, me replicó del siguiente modo:
―¡Moni, Moni, Moni…! Cuida ese lenguaje si no quieres volver a casa tal y como estás. Imagina la cara que pondrán tus padres al verte aparecer como una cualquiera. Porque no tienes llaves y tendrás que llamar al timbre… ¿NO?
Decidí tragarme la rabia y terminar cuanto antes, en vista de que aquellos bastardos no tenían intención de ceder. En el fondo no me importaba mostrarles mi cuerpo, porque no serían los primeros ni los últimos que lo viesen, pero me daba rabia que me tomasen el pelo o quisieran humillarme.
Resignada, les mostré el otro pecho y el sujetador cayó hasta la cintura. Ambos senos parecían inquietos y temblaban junto con el resto de mi cuerpo. Pero con dos calcetines no tenía ni para empezar…; cualquiera que me viese de aquella guisa me tomaría por una puta; necesitaba recuperar al menos el pantalón y la blusa, lo que me supuso sacarme del todo el sujetador y quitarme la braguita. De esa forma quedé como la Venus de Botticelli, totalmente desnuda y cubriéndome las vergüenzas con ambas manos, solo que aquellos canallas no eran precisamente los ángeles que aparecen a su lado en el cuadro.
LA PRIMAVERA LA SANGRE ALTERA
Con toda la ropa recuperada, me dispuse a vestirme, sin decirles nada y tratando de mantener la calma. Lejos de pensar en posibles represalias, lo único que tenía entre ceja y ceja era marcharme lo antes posible. Me agaché para enfundarme el pantalón y cuando quise darme cuenta les estaba mostrando una panorámica de mi trasero. Entonces sucedió algo que me llamó la atención. Fue al girar la cabeza hacia ellos y ver cómo me miraban. Noté que la mirada de lobos hambrientos había desaparecido y que lo hacían con ternura, o puede que con arrepentimiento. Pensé que eran chicos recién salidos de la adolescencia y que como tal se habían comportado, sin valorar los pros y los contras. Pero Alonso me gustaba y notaba un brillo especial en sus ojos azules mientras me miraba, impasible y sin mover un músculo. Entonces, sin previo aviso, un par de calambres recorrieron mi cuerpo desde los muslos hasta el estómago. Noté cómo el coño experimentaba pequeñas contracciones, cada vez más intensas. De repente lo sentí encharcarse y pronto el fluido vaginal comenzó a chorrear por ambos muslos. Me había corrido como una cerda y ellos ni se habían percatado. Recordé que jamás me había corrido sin que interviniesen unos dedos, la verga de turno o el juguetito que guardaba celosamente en el fondo de mi armario, bajo la ropa que nunca me ponía. Aquello no dejaba de ser una novedad para mí. ¿Sería fruto de una excitación que me había pasado desapercibida?… ¿Era aquello una señal de alguien divino?… ¿Acaso dicha señal me advertía de que nada ocurre por accidente?
No tenía respuestas para todas aquellas cuestiones, pero decidí en una décima de segundo averiguar qué era lo que el destino quería decirme. Seguí poniéndome el pantalón como si nada, pero de forma torpe y premeditada. Finalmente dejé caer mi cuerpo hacia atrás simulando un pequeño tropezón. Rápidamente los tres corrieron a socorrerme. Aquel gesto me conmovió pues, en el fondo, no esperaba tanta caballerosidad tras lo sucedido minutos antes. Reconozco que la situación resultaba cómica, porque, sin comerlo ni beberlo, había quedado como un cangrejo boca arriba, con las piernas semiabiertas, los pechos como dos huevos fritos en la sartén y una cara de tonta que no podía con ella.
―Deja que te ayudemos a levantar ―dijo Pedro, cogiéndome por las axilas con fuerza.
―¡NO! ¡NO! Ni lo intentes ―le respondí quejosa―. Creo que me he debido clavar algo en el trasero y me está matando de dolor.
Si fingí de aquella manera fue porque no quería que todo terminase tan rápido. Tenía que ganar tiempo y ver qué pasaba. Me giré hasta quedar de costado, dejando el culo bien expuesto para que ellos lo examinasen a conciencia. Pronto noté las manos aniñadas de Íñigo recorriendo mi trasero, tratando de buscar alguna piedrecita o ramita clavada en mis carnes. Obviamente no encontraría nada, pero sus manos se tomaron su tiempo, como si disfrutasen el recorrido por un culo que siempre había deseado. La suavidad empleada así lo atestiguaba.
―Alonso, siéntate y deja que apoye mi cabeza sobre ti, creo que no me encuentro bien ―le dije con dulzura.
Él obedeció y trató de guiar mi cabeza hacia su muslo derecho, pero yo me resistía y conseguí apoyarla sobre su verga. Pude notarla dura y con un tamaño más que aceptable. Percibía sus contracciones y cómo se movía ligeramente, como si tratase de encontrar un hueco donde acomodarse. Sin lugar a dudas, Alonso estaba más que excitado y expectante.
―Quiero pedirte perdón ―me dijo mientras acariciaba mi cabello con la delicadeza de un ángel. En ese momento Íñigo terminó de buscar lo que era imposible que encontrase.
―¿Por qué me pides perdón? ―pregunté sorprendida.
―¡SÍ! Por el mal rato que te hemos hecho pasar. No, si en el fondo tienes razón al decir que somos unos niñatos.
Levanté la vista hasta encontrar mi mirada con la suya. Sus ojos parecían tan sinceros como mentirosos lo fueron momentos antes.
―¡Bah! No pasa nada. Todo está olvidado porque en el fondo ha sido algo diferente; al menos hemos salido del aburrimiento y la rutina diaria. ―Alargué mi brazo y toqué su mejilla con la cara externa de mi mano derecha―. Entiendo que tenéis una edad difícil y que no hay muchas oportunidades para chicos como vosotros, con ganas de pasar un buen rato sin que ello os lleve al altar. Somos pocos y nos conocemos todos aunque… a unas más que a otras ―añadí con cierto retintín refiriéndome a mí misma.
―Cuanta razón tienes, Moni ―respondió con una leve sonrisa en su rostro.
La conversación consiguió que me relajase y sintiese a gusto. Dejé de pensar en lo ocurrido y sin pretenderlo mi cuerpo reaccionó de forma caprichosa. Primero estiré los brazos en un claro gesto de pereza. Acto seguido mi cuerpo giró hasta colocarse mirando al cielo. Cuando quise darme cuenta, mis piernas habían quedado flexionadas y ligeramente separadas. Una ligera brisa acarició mi sexo desnudo y de nuevo mi cuerpo se estremeció. Aquella situación me estaba poniendo más cachonda de lo normal.
―Decidme la verdad ―dije con voz melosa mientras enredaba un mechón de mi cabello con uno de mis dedos―. ¿Lo de antes ha sido para poder pajearos esta noche con una imagen mental más o menos reciente y real? Imagino que internet llega a cansar pasado un tiempo…. ¿No?
Los tres negaron con la cabeza, algo que me dejó descolocada pues tenía plena certeza de que se trataba de eso.
―Entonces… ¿Pensabais que iba a caer en vuestros brazos tan fácilmente y que me iba a dejar follar por los tres? ―pregunté con cierta incredulidad.
Su silencio y las miradas que se cruzaron fueron totalmente concluyentes. Un ligero rubor afloró en las mejillas de mis amigos y ninguno se atrevía a mirarme a los ojos. Mis carcajadas resonaron por toda la hondonada, rebotando en las paredes escarpadas que nos rodeaban. Tanta timidez repentina me enterneció y separé las piernas lo suficiente para que entrase sin dificultad una cabeza. Retomando el tono meloso, les dije:
―Pues bien. Si queríais follarme… esta es vuestra oportunidad. Pero antes tenéis que calentarme un poquito más. El primero que me coma el coño dejo que sea el que me folle en primer lugar. Y esto es innegociable ―terminé bromeando con algo que a los cuatro nos resultaba familiar.
Íñigo no se lo pensó dos veces y se arrodilló entre mis piernas. Con delicadeza me abrió la vulva, separó los labios vaginales y comenzó a deslizar su lengua de arriba abajo a lo largo del canal. De vez en cuando se detenía para entretenerse con el clítoris. Aunque era un poco torpe a la hora de hacerlo, he de reconocer que estuvo a punto de arrancarme un orgasmo. ¡Cómo me hubiese gustado regalárselo!
Contenta con el goce recibido, me coloqué de medio lado y levanté la pierna izquierda cuanto pude para que Pedro tomase la iniciativa. De esa forma pude ladear la cabeza y buscar la polla dura y tiesa de Alonso. Él también se ladeó un poquito para facilitarme la labor y, de esa manera, pude encontrarla con facilidad y meterla en mi boca lentamente. Recuerdo que tenía un sabor especial, nada que ver con el resto de vergas que había chupado con anterioridad. Podía escuchar su respiración. Me deleitaba con sus jadeos y gruñidos de placer. Notaba cómo movía levemente sus caderas para ganar profundidad. Yo me esforzaba, alentada por el gustito que la lengua y los dedos de Pedro me proporcionaban. En ese momento los deseaba tanto, que ansiaba tener la primera polla en mis entrañas. Jamás había estado con más de dos chicos al mismo tiempo, y eso siempre me había parecido algo excepcional. Con tres ni me lo hubiese planteado nunca. Pero la vida es como es y lo que no esperamos ocurre en el momento menos pensado.
―Vamos, Íñigo, sé tú el primero en metérmela tal y como he prometido ―le dije―. No os preocupéis por los condones porque tomo la píldora y…, bueno, después de todo lleváis mucho sin comeros una rosca y no creo que tengáis nada raro…. ¡Ya me entendéis!
Volví a engullir la verga de Alonso y esperé impaciente a que Íñigo se despojase del pantalón y me diera todo el placer que ansiaba de él. No llegué a verle la polla en ese momento, pero por como separaba las paredes del coño no debía ser fina, sino todo lo contrario. La longitud también parecía aceptable, porque casi podía notar el glande en lo más profundo de mí. El placer recibido redundó en beneficio de Alonso, que pudo experimentar una de las mejores mamadas que había proporcionado a un chico hasta la fecha. Tantas fueron las sensaciones, que no tardé más de dos minutos en correrme por segunda vez, provocando que los fluidos vaginales lubricasen la polla de Íñigo, y esta entrase y saliese con mayor facilidad, como si se deslizase por una superficie de hielo. Pero nada es perfecto y el pobre Íñigo cometió una de las mayores torpezas en las que puede caer un hombre cuando se folla a una mujer, al preguntar:
―¿Te gusta cómo te follo?… ¿Lo hago bien?
Si que me llamase por mi nombre completo en semejante situación resultaba tonto, más lo era que me pidiese el visto bueno. Entonces, sin pretenderlo, cometí una torpeza mayor al responderle lo siguiente:
―¡DELUX, Íñigo, ME FOLLAS DELUX!
No cabía la menor duda de que el programa que había visto la noche del sábado, mientras cenaba, se había quedado arraigado en mi subconsciente. Se trataba de uno que tiene en el nombre la coletilla ‘DELUX’. Y esta es la razón por la que desde entonces me llaman Mónica ‘DELUX’. Con mayor razón si tenemos en cuenta que desde aquel día suelo gritar esa palabra cada vez que me corro. No sé, creo que me sentí bien pronunciándola aquel día y pasó a formar parte de mi repertorio en estas situaciones.
Finalmente Íñigo anunció que se iba a correr y le supliqué que lo hiciera fuera, sobre mi vientre. Es cierto que en un principio no mostré reparos en que lo soltasen dentro, pero luego pensé que no sería muy agradable que otro la metiera en el charco dejado por su antecesor.
Al sentir la leche espesa y caliente chocar contra mi vientre, me creí morir de dicha y pensé que tenía a tres machos jóvenes y ardientes para un buen rato más. No estaba dispuesta a desperdiciar aquella ocasión de oro que la fortuna me había servido en bandeja de plata. Me incorporé antes de que Pedro me embistiera y le pedí que se tumbara boca arriba. Estaba segura de que no le importaría, porque el suelo estaba parcialmente cubierto de hierba y no resultaba incómodo. Una vez se hubo colocado en la posición solicitada, le abrí ligeramente las piernas y me situé encima de su polla, dándole la espalda. Me puse de rodillas y metí los tobillos por debajo de sus muslos. De esa forma tan solo tendría que mover mi cuerpo adelante y atrás, con la polla en mis entrañas, y Alonso estaría plenamente accesible delante de mí. Mi boca reclamaba seguir disfrutando del dulce sabor de su verga. Y para ello me incliné hacia adelante y comencé un movimiento de vaivén, metiendo y sacando ambas pollas de mi cuerpo según la dirección del desplazamiento.
EL FIN JUSTIFICA LOS MEDIOS
Durante unos diez minutos ambos chicos se comportaron como auténticos sementales, dándome tanto placer como pudieron con su esfuerzo y dedicación. Decidí que merecían un premio extra y que aquel era el momento oportuno para entregarles lo que pocos chicos habían disfrutado hasta la fecha.
―¿Quieres correrte en mi boca, Pedro? ― le pregunté tras escupir el falo de Alonso.
―¡SÍ! ―respondió él con efusividad.
Sin perder tiempo me acerqué a Alonso y le di ciertas instrucciones al oído. Acto seguido di media vuelta y situé la boca a escasos centímetros de la polla de Pedro, que impaciente la esperaba.
―Os voy a dar algo que seguro no esperabais ―les dije antes de comenzar la mamada.
Íñigo y Pedro quedaron perplejos, pues no tenían ni la más remota idea de lo que les había querido decir. Cuando Alonso se arrodilló detrás de mí, me tomó con firmeza de la cadera con una mano, apuntó la verga hacia mi ano con la otra y la metió con un par de empujones hasta la raíz, ambos comprendieron. Fue tanta la excitación que despertó en el pobre Pedro aquella escena, que no pudo aguantar y terminó inundándome la boca con su semen. Yo succioné el glande hasta extraer la última gota y luego lo escupí en el suelo, entre gemidos y pequeños gritos provocados por la deliciosa sodomía que Alonso me proporcionaba.
Tan solo faltaba este por correrse y, poco a poco, fui acomodándome para que él me diera literalmente por el culo con total comodidad. Y vaya si lo conseguí, porque apenas tardó un par de minutos en eyacular sobre mis nalgas. El chorro fue muy abundante y comencé a contornearme como una autentica zorra. Me notaba fuera de control, como si estuviese poseída por un ser insaciable, por un ente dispuesto a poner a prueba mi resistencia y volverme loca de dicha. Mi cuerpo, delgado y frágil como el de una adolescente, sudaba por el esfuerzo y temblaba como el de una chiquilla asustada. Pero aquello no era miedo, sino un deseo incontrolable por sentirme sucia, por comportarme como una auténtica puta en manos de aquellos a los que consideraba amigos. Deseaba con todas mis fuerzas que saciasen conmigo tantos meses sin comerse una rosca. Estaba dispuesta a entregarme a ellos sin condiciones; a ser un juguete en sus manos para que hiciesen conmigo lo que quisieran, sin oposición, sin rechistar…. Tan solo les bastaría una orden, una mirada, un gesto, una sugerencia…, un deseo sin pronunciar. Era tal mi locura transitoria, que no valoré las consecuencias que mi comportamiento acarrearía a partir de ese mismo instante.
Me di media vuelta y gateando llegué hasta la polla de Alonso. La acaricié unos segundos y terminé por tragarla hasta el fondo. Tenía la urgente necesidad de que percibiera mi sometimiento, de que intuyera cuánto deseaba ser una esclava para ellos. Pero aquel acto me supuso un esfuerzo sobre humano tratando de controlar las arcadas. Jamás había chupado una verga recién salida de mi culo y, aun así, me dediqué a la labor en cuerpo y alma, como si tomase un antídoto contra un veneno mortal… contra ese veneno llamado ‘descontrol’.
―¡Vamos, Íñigo, no me hagas esperar!… ¡Aprovecha que tengo el agujerito bien abierto! ―le supliqué, casi sollozando, al tiempo que con las manos me separaba las nalgas para que lo viese bien. Me costaba sostener la voz, pero, aun así, hice un esfuerzo por continuar―. Dame por el culo como si te fuese la vida en ello. Dame por el culo hasta que te hartes…, hasta que te dé la real gana.
Recuerdo el rostro sorprendido de mi amigo, su mirada incrédula, su inquietud por si se trataba de una broma o un juego cruel. Me conocía bien y sabía lo cabrona que podía llegar a ser en determinadas circunstancias.
―¿Estás segura, Moni? ―preguntó dubitativo―. ¿Hablas en serio?
Aquellas preguntas me irritaron sobremanera. No podía creer que se lo estuviese pensando.
―¿ERES DURO DE OÍDO O CORTO DE MOLLERA? ―le grité―. ¿No has visto cómo he permitido que Alonso me la clavara por detrás cuanto ha querido?… ¿Por qué habrías de ser tú diferente?… ¿No has tenido reparos a la hora de follarme por el coño y ahora sí? Si te digo que hagas conmigo lo que quieras no es por hacerte un favor, sino para que tú me lo hagas a mí… ¡qué pareces bobo! ―Volví a engullir la polla de Alonso y separé de nuevo las nalgas con ambas manos.
Íñigo se situó detrás de mí con recelo, se arrodilló como si fuera un peregrino y colocó el glande en el ano, con calma, tomándose su tiempo… asimilando la situación. Tras vacilar unos segundos, comenzó a clavármela y fue ganando profundidad dentro de mi recto, muy lentamente. «¡Ya era hora!», recuerdo que me dije a mí misma y bajé el trasero para que le resultase más cómodo. Pero la situación parecía surrealista y comenzaba a desesperarme, porque el muy imbécil me sodomizaba como quien cruza por un campo de minas.
―¡Realmente lo tuyo es para no contarlo, Íñigo! ―le dije enfurecida―. Es como si nunca hubieses visto el culo de una chica. ¿Acaso no sabes para qué sirve aunque nunca lo hayas probado?… Tú quédate quieto, que yo hago todo el trabajo ―Añadí y comencé a moverme con velocidad, chocando mi culo contra su vientre y con toda la energía que era capaz de emplear.
Durante unos minutos no cejé en mi empeño por clavármela hasta el fondo una y otra vez. Él mientras observaba cómo su verga entraba y salía, acompañando el movimiento de mi culo con sus manos. Pensé que seguramente Íñigo era de esos chicos que ven imposible que una chica se deje sodomizar con tanta ligereza. Y con mayor motivo si es ella quien se lo suplica.
―¡ASÍ!… ¡Así es como se hace, atontao!… ―le grité― ¿Es que no sois capaces de entender que quiero que me tratéis como a una puta?… ¿Es que no os habéis dado cuenta de que tengo más ganas que vosotros?… ¿Acaso una chica tiene que suplicar para que le den por el culo como Dios manda?… ―pregunté con insistencia entre jadeo y jadeo.
Ni yo misma era capaz de reconocerme en aquel momento, e imagino que a ellos les costaba más trabajo entenderlo. Mucho más si tenían en cuenta mi mala leche cuando me obligaron a desnudarme. Pero yo no entendía el porqué de sus reticencias si fueron ellos quienes provocaron la situación. Supuestamente buscaban algún beneficio con su comportamiento. Finalmente conseguí que Íñigo aprendiese a comportarse como un hombre cuando tiene delante a una mujer totalmente entregada y rogando que le den por el culo. No, no llegó a correrse por segunda vez, pero estaba segura de que más tarde lo haría. Tan solo necesitaba tiempo para llenar de nuevo el cargador.
El resto fue, como quien dice, coser y cantar. Pedro había tomado buena nota de lo que yo deseaba y asimiló al pie de la letra mis palabras. Y actuó en consecuencia, ¡vaya si lo hizo! Tomándome del brazo me levantó con brusquedad del suelo, tiró de mí para que le siguiera y me sentó sobre una roca similar en tamaño y forma a una mesita de salón. Allí me abrió de piernas y me la clavó por el agujerito de un solo empujón. Yo me aferré a su cuello y apreté los dientes para soportar el dolor inicial que me produjo aquella violenta embestida. De ese modo comenzó a sodomizarme sin compasión y a hurgar con varios dedos dentro de mi coño mientras lo hacía. ¡Dios mío!… ¡Cuánto placer me proporcionó aquella especie de bárbaro en que se había convertido mi amigo. Realmente se le notaba entregado a mi causa y no cedió en su empeño hasta robarme dos gloriosos orgasmos. Curiosamente yo me sentía insatisfecha y quería más de él, mucho más.
―Pedro, cariño ―le dije conteniendo las lágrimas y con la voz quebrada―. Haz un esfuerzo más y lléname el culito con tu leche. No hagas que te lo pida de rodillas porque lo haré. Vas a ver que fácil te lo pongo ―añadí mientras le acariciaba la polla con la mano.
Le aparté con el antebrazo y me arrodillé en el suelo. Acto seguido deposité mi cuerpo sobre aquella especie de mesita pétrea y me abrí bien el culo con ambas manos. No se lo pensó dos veces y volvió a embestirme con la misma agresividad empleada unos minutos antes. Nuevamente grité al sentir el aguijonazo en mi ano, y no dejó de follarme hasta inundar el recto con una lechada más o menos abundante. Mi culo describía pequeños círculos como si tuviese vida propia, tratando de extraer hasta la última gota.
Aquella fue una de las pocas veces en mi vida que alguien vertía su esperma dentro de mi orificio estrecho. Finalmente Pedro consiguió que las lágrimas manasen de mis ojos agradecidos. Ya no pude contenerlas más y ello supuso un desahogo. No obstante, aquellas lágrimas perturbaron a mis tres amigos.
―¿Por qué lloras?… ¿Te he hecho daño?… ¿He sido demasiado brusco?… ―preguntó Pedro con insistencia y añadió compungido―. Pensaba que tus gritos no eran de dolor, sino todo lo contrario.
―No, Pedro. No te preocupes, porque son lágrimas de felicidad ―le dije al tiempo que colocaba ambas manos en sus mejillas y le miraba a los ojos―. Si alguien me hubiese dicho que hoy me darían por el culo hasta llorar de felicidad, seguramente le habría mandado a la mierda. Efectivamente los gritos eran de gusto y has conseguido que me corra varias veces… ¡Gracias! ―Presioné sus mejillas con fuerza y le di un sentido beso en los labios para que creyera mis palabras.
―No importa. Moni. En el fondo nosotros somos quienes tenemos mucho que agradecerte. Yo no sé los demás, pero hoy has hecho realidad una de mis fantasías favoritas ―me respondió algo nervioso.
SI EL AMBIENTE ES ADECUADO, MEJOR HA DE SER EL RESULTADO
Nos separamos y me quedé mirando a los tres con una amplia sonrisa presidiendo mi rostro.
―Pero, bueno… Esto no tiene por qué terminar. Yo… si vosotros queréis… tengo aguante para un rato más ―dije con cierto temor a que me respondiesen con una negativa.
―Por mí, sí ―dijo Alonso.
―Por mí, también ―respondió Íñigo.
―En vistas de que todos estáis dispuestos, yo no seré quien se raje. ¡Me apunto! ―dijo Pedro―. Pero, eso sí, en el momento en que quieras que paremos…, no te cortes un pelo.
―No os preocupéis por eso… ¡Os lo juro! Pero creo que deberíamos buscar un lugar más escondido, no sea que venga alguien. Porque, ahora que lo pienso, es algo que no habíamos pensado antes. ¡Qué vergüenza si viene alguien y nos pilla dale que te pego!
Todos reímos y ello supuso una especie de desahogo. Nos vestimos, cargamos las bicicletas al hombro y caminamos por un sendero que se perdía en una arboleda. En poco más de diez minutos llegamos a una zona lo suficientemente inhóspita como para que alguien accediera a ella con facilidad. Allí volvimos a despojarnos de las ropas y nos dispusimos a seguir mientras el cuerpo aguantase.
―Y…, bueno. ¿Preferís seguir por delante o por detrás? A mí me es indiferente ―les dije al tiempo que acariciaba sus pollas para que volviesen a recobrar su vigor.
Los tres decidieron por unanimidad la segunda opción. Reconocieron que aquello era algo excepcional que posiblemente no se repitiese en mucho tiempo. Añadieron que no era fácil encontrar a una chica que se dejara dar por el culo con facilidad y tenían que aprovechar la ocasión. Alonso proclamó que, siguiendo un orden estricto, le correspondía ser el primero y se dispuso a pasar a la acción. Pero antes sacó de su mochila una lata de refresco, tomó un poco y jugó con el líquido en su boca. Con un gesto me pidió que reclinara el tronco y que me apoyara con las manos en un arbusto. Con mi culo a su merced, escupió sobre mi ano y repartió aquella especie de baba por el contorno. Acto seguido colocó la verga y comenzó a follarme con ganas. Posiblemente inspirado por cómo lo había hecho Pedro un rato antes. El caso es que aquello que escupió en el agujerito resultó ser mano de santo, porque la verga entraba con suma facilidad y no sentí ningún dolor. De vez en cuando paraba para volver a ensalivar la zona.
De esa forma comenzó una segunda sesión de sexo frenético y agotador. Los tres se turnaron y emplearon tan a fondo como pudieron. Mis gritos y súplicas fueron en aumento a medida que las enculadas se repetían, en todas las posiciones que nuestras mentes perversas fueron capaces de imaginar. Y es que mis tres amigos consiguieron lo que jamás había logrado nadie: que perdiera la cabeza y suplicase que me follaran hasta la extenuación. ¡Y vaya si lo consiguieron! Me había costado bastante paciencia y una buena parte de mi dignidad, pero he de reconocer que mereció la pena…
A partir de entonces perdí la noción del tiempo… y del espacio. Llegó un momento en que no sabía qué hora era o dónde estaba. Lo único que me importaba era que me follasen hasta saciarme o hasta que ellos renunciasen. El culito no tardó en resentirse y decir basta, a pesar del invento salival de Alonso. Pedro fue el último en repetir y, por más que me esforzaba en seguir aguantando, su polla no pudo entrar sin arrancar de mi garganta alaridos de dolor. Pero aquella circunstancia no pareció importarle en cuanto le ofrecí la alternativa vaginal. Mi coño fue nuestra tabla de salvación para seguir follando durante un rato más. Al estar prácticamente descansado y bien lubricado con el fruto de mis incontables corridas, el roce producido por aquellas tres pollas era infinitamente menor.
Tras quedar saciados los cuatro, descendimos y llegamos al arroyo que desembocaba en la poza, esa en la que nos habíamos estado bañando varias horas antes. Al verlo aceleré el paso y me apresuré a meterme en el agua. Sentía la urgente necesidad de refrescar mi culito escocido y maltrecho. Por otro lado, tenía todo el cuerpo pringoso por el semen de mis tres machotes y un olor a perra en celo que tiraba para atrás. No quiero imaginar lo que habría pensado cualquiera que se hubiese cruzado conmigo.
Al llegar a Ronda nos despedimos efusivamente y Alonso se empeñó en acompañarme a casa. Agradecí su gesto galante, pero sospechaba que pretendía decirme algo de cierta importancia para él. Nos sentamos en el escalón de mi casa y allí me soltó una bomba que no me esperaba. Me dijo que estaba loco por mí desde niños y añadió que lamentaba haberse comportado siempre como un cretino, pero que lo hacía para despertar algún tipo de sentimiento en mí…, aunque fuese negativo. Y concluyó con la siguiente sentencia: ―Si no me quieres como yo a ti, dímelo ahora mismo y dejaré de vagar por un valle de lágrimas―.
Lejos de enternecerme, como era su propósito, tuve que contener la risa y disimular como buenamente pude. No alcanzaba a imaginar de qué película o culebrón había sacado aquella frase tan cursi. Reconozco que estuvo feo por mi parte, pero es igual que cuando ves a alguien darse un buen golpe e inconscientemente te partes de risa, aunque no sea con mala intención. Es tan inevitable como que te cobren las bolsas en el supermercado o que siempre te toque la cajera fea y antipática.
Yo creía estar enamorada de él, pero aquella tarde lo cambió todo. Y así se lo hice entender. Ese día me costó Dios y ayuda aguantar en la bicicleta y pedalear durante el trayecto de vuelta. Y aun así tuve que disimularlo para mantener la cabeza bien alta. Había decidido comportarme como una inconsciente, como una salida, y debía cargar con las consecuencias sin que ellos se sintiesen culpables. Aunque no fui yo quien provocó la situación originalmente, bien es cierto que no supe mantener la cabeza fría y conformarme con tres polvos rápidos que nos dejasen satisfechos a todos.
Tampoco tenía intención de comprometerme tan joven, y mucho menos habiendo descubierto un mundo lleno de posibilidades a nivel sexual. Él no hubiese podido soportarlo. Sin embargo, pareció consolarse con la posibilidad de follar conmigo cuando surgiese la ocasión. Y en este sentido no le fue mal, porque, a pesar de que los dos siguientes domingos no fueron propicios, pronto llegó el verano y los cuatro pudimos repetir la experiencia bastantes veces. Eso sí, adoptando las medidas oportunas para que mi culito no se resintiese demasiado. La primera experiencia me había enseñado una buena lección: no salir nunca de casa sin un buen lubricante anal en el bolsillo. El punto y final a nuestro desenfreno lo puso la llegada de septiembre y la cercanía del inicio de curso en la universidad. Yo iba a cursarlo en la de Málaga y tuve que buscar un piso compartido con otras chicas para economizar. Por descontado que me llevé conmigo el apelativo ‘DELUX’ junto a mi nombre y hasta el día de hoy no me ha abandonado. No podría precisar cuántas veces lo grité aquella tarde, pero debieron ser unas cuantas con cada orgasmo.