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5 x 1 (capítulo veinte)
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Pasaron dos días y Paco me mandó el recado que fuera a eso de las tres del sábado.  Estaba claro que se reunirían como me había contado. Había llegado el día de la orgía prometida, no era la primera vez por lo que no lo pensé dos veces. Me preparé y salí rumbo a Santiago. En la terminal Paco me estaba esperando, sonriente como siempre, con su gorra de pelotero, me dio la mano muy a lo macho y salimos rumbo a su casa.

– Hoy va a ser en mi casa, – me dijo – ya conoces el sitio, así que no habrá sorpresas.

– Bueno, es mejor, más confianza. ¿No he llegado muy temprano? – le pregunté.

– ¡No!, ¡qué va! Todo en orden, los socios vendrán después a eso de las tres y media. – sonrió y me dio un apretón de hombros – Me gusta precaver, bueno, a las tres y media empezarán a venir, ya sabes hay que despistar a los vecinos, aunque nadie se mete en nada, también hay que ir con cuidado.

Iba contando cosas, muy ameno, muy risueño y alegre. Llegamos a su casa, de lejos saludó a alguien, después me dijo que era el Tato, uno de los que vendría, pero ni tiempo me dio de verlo. Paco lo tenía todo ya preparado, la cama la había cubierto con un plástico, pedazos de tela a modo de toallas, en la mesita de noche cremas. Me aclaró que había lidocaína por si deseaba, vaselina, aceite. Me llevó al baño, lo tenía todo para que me preparara. Yo lo besé diciéndole que era un ángel, que lo tenía todo en orden. Le gustó lo que hice, me dejó solo para no perder tiempo, él se fue a la cocina. Al rato sonó el timbre de la puerta, escuché que iba a abrir y que entraba alguien, era Tato, siguieron para la cocina pasando por la puerta del baño. Cuando estuve preparado salí, estaban los dos en la cocina.

– Mira, este es Tato. – me presentó.

Tato me dio la mano, nos intercambiamos frases de cumplido. Era alto, fuerte, bien afeitado, pero se le notaba la barba cerrada. Tenía unas manos grandes, los labios finos y una voz baja muy varonil. Paco me abrazó por la espalda pegándose, haciendo que sintiera el paquete mientras le decía al amigo: “esta ricura es de quien te hablé. Tiene un ojete de maravilla”. Tato se levantó para acercarse, pasé de los brazos de Paco a los de Tato que me miraba fijo, mirándome se llevó un dedo a la boca, lo ensalivó y lo metió dentro de mi pantalón buscando mi ojete, lo acarició y metió el dedo. Se me escapó un suspiro, a él le gustó. Bajo la cabeza y me besó con fuerza, metiendo su lengua en mi boca sin sacar su dedo de mi culo. Paco se fue a abrir la puerta, habían llegado los otros tres.

– ¡Eh, seguro que le ha metido ya el dedazo en el culo! – dijo uno de los recién llegados.- ¡Oye, saca el dedo, bugarrón!

– ¡Bah, no le hagas caso, es un jodedor! – intercedió Paco.- Mira, este es Raúl, este, Dani, de Daniel y este otro Manolo…, bueno, ya viendo que es negro…, le decimos machete.

Todos reímos, Paco sacó unas cervezas y galleticas saladas. Tato me hizo sentarme sobre sus rodillas. Raúl era moreno, nariz grande, bigote cuidado y con pancita, Daniel era más delgado y con barba, era calvo. Manolo, era negro, robusto, un cachas. Allí conversando pasamos un rato, sin la más insinuación del motivo que nos reunía, excepto a Tato que seguía con su dedo en mi ojete. Fue Tato quien me cargó, era más grande y alto, y me llevó a la cama. Allí me quitó la ropa, me dio varios lametones en el ojete.

-¡Bueno, a ver, hacemos lo de siempre! – dijo Paco, yo aproveché para ver los paquetes que a todos se les marcaba. – ahora te voy a vendar los ojos, sin trampas, nosotros nos encueramos y te damos para que elijas quién será el primero que te va a singar. Nadie va a hablar, nadie tocará, tú no puedes coger las pingas con la mano, solo con la cara… ¿has comprendido?

Yo dije que sí, Paco me puso una venda, comprobó que no veía nada. Yo escuchaba como a mi alrededor caían ropas, cintos, zapatos. Con los ojos vendados todo era diferente, ya Paco me había puesto al borde de la cama, arrodillado y empezaron a pasar delante de mi cara haciéndome rozar sus pingas duras, después tenía que elegir según el orden. Dudé algo, pero dije la tres, no sé, el olor me gustó más. Hubo risas y bromas.

– ¡Ahora abre la boca! – me dijo Paco – que el ganador te la va a meter en la boca y él te quitará la venda de los ojos para que veas al macho que has elegido.

Abrí la boca, alguien se acercó y empezó a meter su pinga en mi boca. Era gorda y larga, cuando la tenía hasta la garganta sentí que me quitaban la venda y miré hacia arriba. Era Tato. Él me miraba sonriente, los demás se acercaron para verme tragando ese rabo. Después estuve mamando los rabos de cada uno hasta que Tato decidió cobrar su recompensa de ser el primero. Me hizo acostarme bocabajo para comerme el culo, Manolo se puso delante para que se la mamara. Paco acercó su cara y me besó, aunque yo no podía corresponderle por estar tragando rabo.

– ¡Nene, vas a gozar de lo lindo hoy! – fue lo que me susurró al oído.

No escuché más porque Tato estaba penetrándome, el muy cabrón me hizo sudar frío, estremecerme, pero al rato empecé a sentir placer. Tato se movía rico, entre suave y duro, me hacía gemir, sentía las caricias de los demás y Manolo no dejaba de singarme por la boca. Al rato Daniel ocupó el sitio que había dejado Manolo, éste se plantó al lado de Tato para que le dejara singar un rato, pero Tato le dijo que primero quería venirse. Así fue, estuvo singándome hasta que se vino mugiendo como un toro. Cuando sacó su pinga Manolo no esperó nada, metió la suya sin darme un respiro. Al rato Daniel se turnó con Manolo, se turnaban los dos a cada rato, delante de mí Paco se sentó para que yo le chupara los huevos y el rabo. Raúl se unió a que se la mamara junto con la de Paco. Daniel se vino rápido dejando a Manolo mi ojete bien lleno de semen a modo de lubricante. Manolo apuró sus embestidas para venirse, me agarró duro de las nalgas mientras explotaba casi a punto de gritar. Le tocó a Raúl con su pinga grande, singaba rico, me acariciaba todo, se vino sin decir palabra. Entonces Paco que se había acostado bocarriba para que yo me sentara en su pinga tiesa, me invitó meneando la pinga con la mano, así lo hice, se me escapó un chorro de leche que él untó en la pinga para que entrara bien. Yo me puse a hacer cuclillas sobre Paco que disfrutaba, al rato me hizo tenderme de lado y apuró sus movimientos para venirse. Entonces sin salirse me hizo una paja para que yo me viniera. Quedamos abrazos en la cama, Tato en un sillón nos miraba, Daniel le mamaba el rabo a Manolo y Raúl se manoseaba su rabo sentado al lado de Tato.

– ¡Ven y siéntate aquí! – me dijo Tato desde el sillón.

Paco me liberó y fui a sentarme sobre la pinga dura de Tato, me senté ahorcajada, mirándolo a los ojos, él se mordía el labio inferior y me acariciaba las nalgas. Le gustaba lo que estaba haciendo, le gustaba todo y él a mí. Después me cargó para llevarme a la cama y singarme con las piernas en sus hombros, al rato Daniel le pidió que lo dejara singar un poco. Después Manolo, Raúl y Paco por turno, Tato volvió para volver a venirse, le siguió Manuel. Los otros tres no se vinieron, quizá necesitaban más tiempo. Quise irme al baño a evacuar todo aquello, pero Paco me dijo que no, que me quedara allí al borde de la cama porque quería ver cómo me salía la leche del culo. Los complací, Paco puso una toalla debajo y se pusieron a mirar cómo me chorreaba el semen del ojete recién singado por ellos.

– ¡De pinga, brother, cómo se lo hemos deja´ó!- dijo con sorpresa Manolo.

– ¡Ya se los dije, este tiene aguante y le gusta! – agregó Paco.

– ¡Coño, yo ya quiero de nuevo! – dejó escapar Tato.

– Pues ¿qué esperas para metérmela? – le dije yo convidándolo a que lo hiciera.

Tato no se hizo rogar, enseguida me metió su rabo duro, me dio un beso pasional y me dijo:

– ¡Coño!, ¿dónde carajo estabas antes?

Los demás se fueron a la sala a beber cerveza, Tato y yo nos quedamos en la cama singando. “No voy a tener leche que darte, pero no voy a dejar de darte pinga” me dijo al oído con lascivia, yo le dije que no importaba, que lo mejor era la singada que me estaba dando. Estuvimos tiempo allí hasta que Paco entró.

– ¡Coño, asere, dame un chance! – soltó Paco bromeando.

Tato sacó su pinga para que Paco me singara, después se fue a la sala. Paco estuvo acariciándome, besándome y moviéndose despacio.

– ¿Cómo te sientes?

– Bien, bien…, rico.- le respondí.

– ¡Nunca habíamos tenido un pasivo como tú! – me confió Paco – Les has gustado mucho.

– Y ellos a mí, de verdad que, aunque mucho, pero todo bien.

– ¡Ya William me lo decía que eras el mejor maricón del pueblo! – río un poco – No te pongas bravo, es un piropo.

Estuvimos un buen rato hasta que Paco se vino, despacio, sin apuros. Yo me metí en el baño y después me les uní en la sala. En la tele ponían pelota, Daniel había ido a buscar unas pizzas. Me senté en el sofá entre Paco y Tato, me sentía bien. Raúl se había ido ya.

– ¿Vas a venir la próxima semana? – me preguntó Tato.

– Bueno, no hemos hablado de eso…- dudé yo.

– ¿Qué pasa? ¿No te gustamos? – bromeó Manolo.

– ¡No lo aterroricen ahora! – intervino Paco – Ya lo hablaremos con calma.

– ¿Para qué hablarlo? Lo acordamos ahora y ya, la próxima semana repetimos ¿eh? – dijo Tato – Yo quiero y quiero mucho.

– ¡Bueno, bueno, claro que sí! – dijo Paco, y agregó – Dejemos que descanse, le hemos dado mucha pinga por culo…

– ¡Yo quiero singármelo de nuevo! – dijo Manolo y Tato asintió con la cabeza.

– ¡Caballeros, no se fajen ahora por eso! – traté de aplacarlos – ¿quieren singarme de nuevo? Bueno, eso sí, una sola vez y ya.

Besé a Paco, a Tato y a Manolo dándoles a entender que todo estaba en orden, tampoco me sentía mal porque todo había sido bien y sin brusquedad alguna. Cuando Daniel llegó con las pizzas comimos, hablamos más, bebimos y fue Manolo quien me cogió por una mano para llevarme al dormitorio diciendo que íbamos a singar porque él tenía que irse ya. En el dormitorio fue muy cariñoso, muy delicado y me hizo sentir de maravilla. Me hizo abrirme las nalgas y me lamió el culo, me lo besó, me lo mordió, escupió y finalmente me lo singó. Se despidió besándome y rogándome que volviera la próxima semana. Me quedé en el dormitorio porque sabía que vendría alguno de ellos, vino Daniel que apuró el palo y se vino en poco, salió rápido. Escuché que Manolo y Daniel se iban, después al dormitorio entraron Tato y Paco.

Tato me abrazó, Paco se sentó en el sillón frente a la cama mirándonos. Tato me acariciaba, besaba. Me penetró despacio mientras suspiraba.

– ¡Contra, esto sí es un culo! – le dijo a Paco.

– Ya te lo había dicho, es el mejor. – respondió Paco que se acercó para besarme. – queremos que seas nuestro. Queremos tenerte y darte pinga…

– ¡Pinga y leche! – agregó Tato.

– ¿Me la vas a mamar ahora? – fue la pregunta de Paco mientras me ponía su rabo en los labios.

No iba a negarme, empecé por lamer como si fuera un helado para hacerlo gemir, después lo dejé meterla hasta la garganta. Tato mientras me singaba miraba como tragaba rabo por la boca. Estuvimos así disfrutando hasta que Tato pidió a Paco cambiar diciendo que quería darme leche en la boca. Cambiamos y Tato me dijo “sácamela toda”. Empecé a chupar su pinga como si estuviera sediento para provocarle a que eyaculara lo antes posible. Así fue, se vino y me hizo tragar toda su leche. Paco también quiso darme la leche en la boca, caímos medio muertos de cansancio.

Tato se fue a la media hora después de hacerme prometer que vendría la próxima semana. Después Paco y yo nos acostamos en la cama, abrazados. Estuvimos charlando un rato, hablando de lo que había pasado, de que todos se habían ido contentos, que había salido todo bien.

– ¡Sé que la tanda que recibiste ha sido dura! Cinco no es poco, lo sé…-trataba de disculparse Paco.

– ¡Bueno, todo bien, no te preocupes!

– ¡Quédate a dormir hoy! – me miró – No te voy a singar más…, bueno, al menos que me lo pidas. – bromeó.

– Está bien, me quedo y así descanso.

– Podemos dormir aquí o te preparo el sofá en la sala, tú decides.

– ¿Y tú qué prefieres?

– Que durmamos juntos. – no se lo pensó mucho – quiero que durmamos desnudos, abrazados o solo juntos…, como tú quieras. Mañana es domingo, así que no hay que levantarse temprano para ir a trabajar.

Estuvimos charlando hasta que nos quedamos dormidos, no sé quién de los dos se durmió primero o después, o quizá los dos al mismo tiempo. Nos despertamos entrada la noche, eran las dos más o menos, porque se había ido la corriente, nos despertamos empapados en sudor. Paco buscó una linterna en la mesita de noche, la encendió y fue a abrir la venta a ver si entraba algo de fresco. Entró algo de aire fresco de la madrugada y también el ruido de la avenida cercana. Paco se levantó y se fue a recostarse en la ventana, yo me levanté y me quedé a su lado viendo la oscuridad del patio y las luces de la avenida, me preguntó si no me molestaba que fumara. Me daba lo mismo, pasó detrás de mí para alcanzar la cajetilla y la fosforera, sentí que tenía la pinga dura. Se inclinó a mi lado apoyando sus brazos en la ventana. De reojo vi su excitación, le dije “quédate así, no te muevas” y me arrodillé para mamarle la pinga, suspiró profundamente, su respiración se hizo fuerte, le gustaba lo que le hacía y a mí también. Él se sentó en el borde de la cama con las piernas abiertas y la pinga como una asta, se la chupé un rato, me acariciaba la cabeza, la nuca. Me levanté y me apoyé en la ventana ofreciéndole mi ojete sin decir una palabra. Paco se me acercó, se escupió la mano y me untó la saliva en el culo, después repitió lo mismo para untar su rabo y empezó a meterlo suavemente. Me hizo cortar la respiración, suspirar y suspirar de alivio cuando sentí que la había metido toda. Me abrazó, besando mi nuca, mis orejas y repitiendo que me quería. Esta vez me hizo el amor, no me singó, simplemente hicimos el amor con mucha pasión. Habíamos llegado a ese punto más allá del deseo o el instinto, sus caricias, sus mimos decían más que cualquier palabra. Cuando se vino no sacó su pinga, me hizo la paja para que me viniera y lo logró rápido.

– Quisiera besarte ahora pero no quiero sacártela de ese culito rico. – me murmuró al oído.

– La tienes dura todavía. – le dije. – sácala y me siento sobre ella y nos besamos.

Así lo hizo, y yo me senté en su rabo duro inclinándome sobre él para besarnos. Nos besamos mucho tiempo sin decirnos nada, casi sin movernos hasta que se me salió su pinga dejando escapar un chorro de semen. Me acosté a su lado, abrazado a su pecho velludo. Él con su manota grande me palpó mi ojete lleno de leche. Me metió los dedos en la boca dándome su leche.

– Esta es la leche de tu macho, de tu marido. – me dijo con orgullo. – si soy tu marido, tú eres…, eres mi mujer ¿no?

– ¿Quieres que lo sea? – le pregunté.

– Lo sabes bien, sí y mucho.

La luz vino y Paco cerró la ventana y el ventilador nos dio un suspiro para dormir. Me desperté cuando sentí el olor a café, Paco estaba en la cocina preparando el desayuno. Nos sentamos a desayunar, Radio Reloj decía sus noticias monótonas, eran como las diez. Habíamos dormido mucho. No habíamos terminado el desayuno cuando el timbre de la puerta sonó y Paco soltó “¡cabrón, sabía que lo iba a hacer!”. Desde la cocina escuché a Tato y a Paco discutir, el tema era pues yo.

– ¡Mira, déjame que le dé un poco de rabo! – pedía Tato.

– ¡Qué no, que no es una máquina! Hay que darle tiempo a que descanse – repetía Paco- ¡Coño que fuimos cinco!

-¿No me digas que no te lo singaste anoche? A otro con ese cuento.

– ¡Sí, me lo singué, pa´eso se quedó aquí!

– Bueno, ahora estoy aquí…

No esperé más y fui a la sala, se callaron cuando entré.

– Veo que el ambiente está caldeado. – les dije.

– ¡Este que viene y quiere…! – me dijo Paco.

– Paco, brother, coño, dame un chance.

– ¡Qué no soy yo quién tiene que decidir esto!

– ¡Me gustaste mucho, de verdad! ¡Uf, que ni he dormido! – me dijo Tato.

– ¡Tú no tienes que hacerlo! ¡Ya hemos quedado para la próxima semana! – casi grito Paco. – Ayer le dimos mucha pinga, tiene que descansar.

– ¡No me vengas con ese cuento! Ahora lo ha de tener nuevecito como si nada. – Tato trató de ganar con ese argumento.

– ¡Ya, salió el médico! – se burló Paco.

-Lo soy, soy médico y lo sé bien.

– Pero tú no eres el que ha dado el culo a cinco bugas. – el enfado de Paco ya era cómico.

– A ver, calma, calma. – traté de terciar entre ellos.- Vamos a sentarnos y a conversar.

Nos fuimos a la cocina, Paco le dio café a Tato pero ya no parecía tan bravo como antes. Al parecer se le había pasado bien rápido. Tato también sonreía.

– Ayer me singaron bastante, bien, me gustó, pero fue mucho, me dejaron el culo como una pomarrosa y entumecido. Tengo que darme un respiro. – expliqué yo con calma.

– Pero este anoche te singó, me la corto. – dijo Tato.

– Sí, singamos. – le dije sonriente.- pero ya no más, estoy molido.

– ¿Y si me la mamas? – pidió Tato que no quería irse así como así.

– ¡Coño, pero que pesa´o eres! – le soltó Paco.

– ¿A qué no te gusta que te la mame ahora? ¿Ah? – replicó Tato.

– ¡Sí, pero lo respeto! No le vamos a destrozar el culo ahora porque queramos singárnoslo. – dijo Paco.- Sí, sí, yo me lo singaría ahora mismo y le dejaría el culo chorreando leche.

Tato me miró sonriente, me acarició la mejilla y me besó. Paco me abrazó por la espalda pegándose a mí y besando mi nuca. Me fueron arrastrando hacia la cama y en un abrir y cerrar de ojos estábamos desnudos todos, besándonos, acariciándonos. Paco me tomó por los hombros para decirme: “Lo que hagamos, lo decides tú, hoy mandas tú”. Tato se unió a modo de juramento “Tú decides, tú llevas la batuta ahora”. Comprendí el juego de los dos, estaba claro. Estuve mamado las pingas de los dos, por turno, para que no surgiera ningún celo. Paco empezó a lamerme el culo, a meter la lengua mientras yo le mamaba el rabo a Tato. Era el preludio de que me singaría él primero. Así fue, se untó lidocaína y me la metió, sentí el frescor y el mentol de la anestesia, sabía que si usaba esa crema con anestesia podíamos demorarnos mucho. Me singó mucho rato hasta que se vino y dejó paso a Tato que se untó solo saliva. Tato estuvo a la altura de un amante, pendiente de todo, de que me sintiera bien, me acariciaba, me preguntaba, me acariciaba y besaba. Cuando se vino se quedó abrazado a mí, con su rabo sin sacarlo de mi ojete. No quería salirse, no quería irse. Pero al fin, la sacó, me besó a mí y a Paco, se vistió y se fue.

Paco volvió a la cama, me abrazó, me besó muchas veces mientras se disculpaba por lo que había pasado. Yo le dije que nada malo había pasado, que estaba cansando, pero con gusto, que me había gustado mucho. Nos acostamos un rato, dormimos algo y luego me acompañó a la terminal de autobuses para que me fuera.

Acordamos que el sábado volvería.

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