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Mi madre me consiente
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Tiempo de lectura: 16 minutos

Lo que me ha sucedido es brutal. Pero (siempre hay un pero) es algo que no se puede andar contando por ahí; no es algo que se vea comúnmente con buenos ojos; aun cuando, al menos en alguna remota ocasión hayamos pensado; soñado, con ello. Bueno, la cosa es que como no se puede contar esta experiencia, la posibilidad de divulgar un relato escrito, es un respiro de alivio.

Vamos por el principio. Me llamo Xavier. Yo nací cuando mi mamá era muy joven (tenía 19) y por la misma época, murió mi padre. Conocerán de sobra la historia: una mujer joven con un hijo pequeño que se abre camino sola en la vida, avocada al trabajo, alejada completamente de la vida social: amigos, novios, etc. (bueno en realidad que yo recuerde, tuvo dos novios cuando yo era niño, pero no duraron mucho).

Mentiría si digo que mi madre a sus 44 años es una reina de belleza, con un cuerpo esculpido en el gimnasio y el SPA; y sin embargo es hermosísima (y la verdad no lo digo por ser su hijo) Su rostro es angelical, no representa la edad que tiene: sus ojos son de color castaño, grandes y expresivos, casi seductores, hace poco unas arruguitas empezaron a bordearlos, pero lejos de demeritarlos, los volvieron más intensos; Su piel es blanca con un tono apiñonado, su cabello es negro y ya lo invaden unas cuantas canas, cuando era niño lo llevaba siempre largo, a últimas fechas se lo recortó a los hombros. Tiene la nariz finita y recta, su boca también es finita, no muy grande, no muy chica, basta decir que su sonrisa (aunque siempre ha tenido un cariz de tristeza, o tal vez por eso mismo) embruja. Su cuello es fino y largo, su cuerpo… ¡Su cuerpo! (es mi parte favorita) No es muy alta, mide algo así como 1.60; sus hombros son delicados, sus senos grandes, enormes, de perfecta forma, la cadera un poquito ancha, muy sensual; sus piernas son delgadas (sin rastros de celulitis) y su cintura, si no es de avispa, tampoco es gruesa, invita a abrazarla, a tomarla para deslizarse después, como por accidente, a sus nalgas, firmes y grandes; deliciosas… Es una tentación, y más tentación es por el hecho de ser mi madre.

Me encanta, y siempre me ha encantado. Si ahora es linda, hace diez años era un portento. De adolescente, nunca necesité revistas porno o películas; ella era la fantasía de todas mis masturbaciones: La espiaba cuando salía de bañarse o cuando se cambiaba, imaginando el sabor de esa piel blanca y suave; cuando no estaba, hurgaba en sus cajones, sobre todo en los de ropa interior, tomaba prendas al azar (nunca uso algo como de encaje o seda; todo era de algodón, a veces hasta con estampados de ositos y eso) y frotándolas sobre mi cuerpo imaginaba su candor, el roce de sus pezones endurecidos sobre mi pecho, mientras nos fundíamos en un beso salvaje con mi lengua acariciando todos los rincones de su boca; mis manos aprendiendo el contorno de sus nalgas mientras iba bajando lentamente sus pantis, enroscándolas hasta la mitad de sus muslos, develando su monte de vellitos rizados y oscuros, y la tenue línea que divide sus nalgas, dejando libre el olor cálido de su humedad sintiendo como se excitaba más y más, hasta un punto sin regreso. La imaginaba mientras tanto, entre gemidos (creo que eso hacía más excitante la fantasía) pidiéndome que parara, que eso estaba mal, que esas cosas no debían pasar entre madre e hijo, la podía ver con sus ojos cerrados, suspirando que me quería, ahogando sus alegatos en un beso de su boca por mi cuello hasta mis hombros mientras empezaba a acariciar el bulto de mi pene hinchado de sangre. También solía tomar una de sus pantis (en una época, su ropa íntima se volvió para mí una especie de fetiche, como se habrán dado cuenta) del cesto de ropa sucia y la besaba, la olía, la mordía; la enrollaba en mi verga, sintiendo casi vívidamente como sus labios la abrazaban, como la devoraba ansiosa, envolviéndome el glande con la lengua; otras veces podía imaginar la vibrante presión de su anito estrecho en ella; o la humedad del interior de su vagina; terminaba siempre dejando que mi semen se derramara sobre las prendas; no sé, creo que de esa manera podía poseerla, aunque fuera en sueños.

Pasó el tiempo, y pronto las fantasías se hicieron más lejanas, menos reales; llegó un momento que las creí que las calenturas por mi madre habían desaparecido. Todo aquello que en alguna ocasión soñé para ella, lo fui realizando con muchas (y no es por ser jactancioso) chicas en los años siguientes; aunque inevitablemente, había veces que viendo a mi mamá, no podía evitar volver a soñarla, sintiendo esa excitación que pocas veces he llegado a sentir.

En diciembre pasado, justo cuando salí de vacaciones, me sorprendió con la noticia de que había pedido una semana libre en su trabajo y que había rentado una casa en la playa. Yo, y dada la atracción que me provocaba, había procurado desde siempre evitar salir con ella de vacaciones (y más a la playa) así que siempre buscaba escaparme con mis amigos o con mis primos; pero esta vez no hubo manera; todos mis amigos salieron o estaban ocupados. Ella por su parte, y dada mi actitud, se iba de vacaciones con mi tía y sus hijas, pero en esta ocasión quería ir conmigo. Yo me negué claro, pero empezó con eso de que eran probablemente las últimas vacaciones que teníamos para estar juntos, y que ya nos quedaba poco tiempo como familia, que yo me iba a ir, en fin; cosas de madre; acabé aceptando.

Los primeros cuatro días de las vacaciones estuve prácticamente ausente. Me iba solo a la playa muy temprano; regresaba solo para que comiéramos, y me salía desde eso de las seis de la tarde a algún antro a tomar algo, a hacer amigos, a ligar; el caso es que estuve completamente ausente.

El penúltimo día, me desperté a eso de las doce del día después de una mega borrachera, crudísimo, mareado, con nauseas; y casi por instinto me dirigí por el pasillo rumbo a la cocina. Pasé frente a la puerta de la recámara de mi mamá y no pude encontrarla, ya se había levantado. Me asomé a la terraza y pude verla en la alberca nadando despreocupada, como si no hubiera sentido mi presencia. Sin saber porqué, me quedé inmóvil contemplándola. Era tan hermosa como siempre. Su piel blanca, perfecta; suave y tersa; enrojecida por la luz del sol. Tenía puesto un bikini rojo; sus nalgas deliciosas aprisionaban la tanga pensada de agua; sus piernas relucían firmes, tensas, como esperando un beso que las hiciera estremecer. Sus pezones estaban endurecidos al choque del aire sobre su cuerpo húmedo, sobresalían de la prenda de licra, que sostenía con dificultad sus enormes senos; su cabello mojado, enmarañado sobre la espalda, dejaba libre el contorno de su cuello blanco; era una belleza, nunca había dejado de serlo. Sin poder contenerme empecé a masturbarme debajo de los shorts, no podía dejar de verla, de imaginarla de nuevo gimiendo de placer. En un cierto momento, en el que ya no podía detenerme, mi presencia y mi mirada llamaron su atención. Me quedé frío, me detuve de inmediato sin alcanzar a sacar mi mano de los pantalones. Me dí la vuelta rápidamente tratando de regresar desapercibido al cuarto, pero me llamó:

– Xavier, ¿dónde andas?

– Aquí estoy- dije nervioso.- me voy a bañar, ahorita te veo.

Me metí a la regadera, sin poder dejar de pensar en ella, en su piel, en su rostro… estaba pasando de nuevo… pero bueno, la cosa era desaparecer rápidamente, olvidarlo todo; conseguir a alguna chavita esa noche y sacarla de mi mente, digo, faltaban solamente dos días de vacaciones y podía esquivarlos con facilidad… ¡pero se veía tan hermosa, tan rica!

Salí de bañarme, e intenté escabullirme sin ser notado, mi mamá estaba tendida en un camastro tomando el sol. Lamentablemente, para salir de la casa, tenía que pasar por la piscina, y ella notó mi presencia.

-¿a qué horas llegaste anoche?

-no sé, como a las cuatro.

– ¿y qué tal estuvo?

-Bien, bien- cualquier respuesta era buena para escaparme.

– Si, se nota. ¿Quieres que te prepare algo?

– No, no hace falta. Yo ahorita veo que me preparo.

– pero no te vayas, ven acá, quiero platicar contigo.

-¡Qué pasó?

-¿Pues cómo qué, Xavier? En estos días casi no nos hemos visto

– Pues si…

-Pues si… amor, ¿no venimos a pasar tiempo como familia?

– Si ma, pero es que, pues, es que me aburro.

– ¡Mira! Qué bonito. ¡Gracias!

-No es eso, ma. Mira, hoy vamos a comer y ya.

– No, así no.

-Bueno, dime que quieres.

– No si no quieres, no.

– Si, si quiero, dime, ¿Qué hacemos?

– Bueno, hoy en la noche nos quedamos aquí a cenar.

– ¡No, a cenar no!

– Bueno, jugamos algo, o ya veremos… porque además no me gusta que salgas y te pongas así.

-Bueno está bien- Bueno, me había comprometido, pero por fin parecía que podía escaparme de ahí, de mis fantasías, y de tantas sensaciones que me provocaban ver a esa hermosura medio desnuda. Cuando ya iba de salida, me detuvo de nuevo.

-¿a dónde vas?

– A comer algo, tengo hambre.

– No. Ahora te esperas a la hora de comer, digo, si no vamos a cenar en la noche… Ándale, ya que andas aquí, mira; traigo un dolorcito aquí, aquí… mira, toca- casi a regañadientes acercó mi mano a su espalda. La reacción al roce de su piel fue inmediata, y mis shorts parecían una carpa.

– Ándale, hazme masajito, sirve que me pones bronceador en la espalda.

– ¡No, ma!

-¡Ándale Xavier, no seas así!

Se sentó en el camastro soltando los tirantes de su top. Yo estaba nerviosísimo; ansioso por tocarla, con miedo porque se diera cuenta de mi erección. De lejos, muy de lejos empecé a frotar su espalda, como si no quisiera tocarla.

– No, así no. ¡Ándale, amor! Hazle bien, ni que te fuera a morder.

No era una mordida lo que me preocupaba. Y Bueno, aun así me acerqué más procurando alejar mi cadera de su cuerpo. En un momento dado, mis manos se acomodaron en su cuerpo, estaba disfrutando a tal grado el roce de esa piel suave que palpitaba por el calor, que me olvidé de todo.

-¡Ay! Así mi hijito, así… que rico.

Era por supuesto una frase inocente, que yo escuché como a lo lejos. Estaba absorto, embebido en fantasías locas y salvajes que pensaba ya olvidadas, y hubiera continuado si no hubiera sido porque, mi mamá se movió de tal manera, que se rozó con mi verga erecta en toda su espalda. Ambos nos separamos violentamente.

Sin poder mirarla a la cara, le dije que en serio tenía algo de hambre y corrí a la cocina. Después de un silencio incómodo me gritó que no me llenara, que se iba a bañar para irnos a comer.

Pasaron un par de horas, hasta que salió y nos fuimos. Todo el camino predominó el silencio, hasta el restaurante, parecía que los dos nos habíamos quedado sin palabras. De pronto, después de un rato, como si no hubiera pasado nada, ella introdujo un tema trivial sobre la escuela de mi prima o algo. Yo inmediatamente me sumé al comentario con mi mejor cara; me parecía un buen punto de borrón y cuenta nueva.

Así regresamos a la casa. Yo le dije que me iba a dormir un rato, y antes de irme, me recordó la promesa de la cena a la cual yo accedí sin mayor queja. La verdad me sentía bastante mal por la desvelada y caí como piedra. Dormí unas tres horas, me metí a bañar nuevamente, me puse unos shorts y una camiseta, y bajé a la salita, dónde habíamos acordado vernos. Ella se había puesto de nuevo su bikini rojo, y había vuelto a la alberca.

Preferí no verla esta vez, me dirigí hacia ella después de repetirme una y otra vez "es mi mamá, es mi mamá" Le pregunté que si estaba lista. Solo salió se secó y subió a su cuarto prometiendo no tardarse mucho. Yo me quedé en la sala, tratando de pensar en cualquier otra cosa. Regresó. No se había quitado el bikini. Solo se cepillo el cabello deteniéndolo en una cola; se puso unas sandalias y uno de esos trapos como falda (No me acuerdo como se llaman esas cosas) sobre la tanga; seguía viéndose deliciosa, pero estaba firmemente dispuesto a pasarlo por alto.

Seguimos un rato con la conversación trivial, pero empezamos a tomar, lo que me pareció raro porque ella no bebe, y más raro porque me iba siguiendo el ritmo. Cuando llevábamos unas cinco cervezas cada uno, empezó a reírse de cualquier cosa; es bastante simpática cuando está medio tomada. Me contó sobre su vida (de lo que, aunque pareciera raro y me di cuenta entonces, no sabía mucho) de las presiones en su trabajo, de la soledad que siente… de pronto maldijo a su jefa, en lo que yo la apoyé porque me cae muy mal la mentada licenciada. Entonces decidió que había sido suficiente, que no quería perderse esa noche por estar ebria, y dejó de beber.

Llegó el momento de hablar de mí. Me preguntó cómo me iba, me preguntó de la universidad; le dije que todo iba bien, que no había problema. Luego me preguntó por Carolina, mi más reciente ex novia. Le conté que las cosas no habían salido muy bien, que nos habíamos peleado. Con tono de madre sabelotodo, me dijo que ya sabía, que esa muchachita no la daba buena espina. Luego de un silencio raro en ella, me dijo que de cualquier manera yo era guapo, y que no me faltarían pretendientes. Como cambiando el tema, se dio cuenta que no había música. Fue al estéreo, sacó su caja de discos y puso uno de Pink Floyd. Cuando empezó la canción de Shine on You Crazy Dimond, suspiró muy profundo, dijo que esa canción le encantaba y me invitó a bailar. Alegué que necesitaba otras tantas cervezas para bailar, pero no le importó, me tomó de la mano y me llevó al centro de la sala, yo quedé inmóvil como piedra, mientras ella empezaba a moverse.

Empezó a bailar bajo esa lámpara de luz ocrecina que dotaba de sensualidad infinita los movimientos de sus brazos y sus piernas desnudas; primero lentamente, casi tímida; luego a medida que subía de intensidad la canción, su cadera, sus hermosas nalgas apenas cubiertas por la tanga del bikini bajo la falda transparente, empezaron a estremecerse con más libertad, adelante y atrás, cada vez más libres, más suaves y hermosas; hasta el punto en que las contracciones parecían cercanas al orgasmo; poseídas por las notas que iban llenando ese ambiente inflamado de mis deseos y la frenética sexualidad de mi madre, que ni en todas mis fantasías había podido vislumbrar tan espectacular.

Aquella imagen superaba por mucho mis fantasías de adolescente; se veía especialmente hermosa aquella noche, perdida en la vieja canción. Tenía los ojos cerrados, y en sus labios una sonrisa mágica que suspendía solo para entre abrir la boca a punto de dejar escapar un gemido o un suspiro cuando la guitarra tocaba notas sensibles profundas; parecía de pronto que estaba excitada, como una hembra en celo; tal vez por la sensualidad que manaba de cada palmo de su cuerpo, tal vez por la sensación de mis ojos trémulos que recorrían su piel, fijándose en su cintura, en su espalda descubierta, en sus senos que se movían chocando uno con otro… o en sus piernas.

No se cómo llegamos a eso, habrá sido el alcohol, la música, no sé qué cosa… tal vez era mi madre que no veía morbo en dejarse llevar por la música frente a su hijo; de cualquier manera, yo estaba a punto de estallar, si algún día iba a pasar algo, era ese día, pero, y a pesar de tener aparentemente la mesa puesta, no sabía cómo hacerlo. Finalmente me decidí a dar ese paso: me moví hacia ella, tratando de inducir algún roce entre mi verga erecta y sus nalgas en alguno de sus movimientos. El contacto se dio casi de inmediato, y una sensación eléctrica me recorrió el cuerpo; ella no se detuvo, estaba (pensé en ese momento) perdida en la canción. Viendo la situación me acerqué otro poco; buscando esta vez rozarla yo. Sobrevino una nueva descarga, que se hizo más profunda, cuando ella intensificó los roces, como "sin querer" Entonces, en un gesto creo, de plena inocencia, volteó hacía mí y me tomó de las manos incitándome a moverme, tenía en los ojos una extraña mirada traviesa, que clavó en los míos confundiéndome todavía más.

– Estoy agotada. Vente, vamos a sentarnos, ¡UF! Hace años que no bailaba.

– Pues bailas muy bien, ma.- Le dije como tratando de sacar algo de lo que había pasado.

– Gracias, ¡Qué lindo amor! Ven, siéntate conmigo.

La indiferencia, o más bien el tono maternal de esa última frase me sacó de onda. Regresó la vergüenza, tal vez, pensé, me imaginé algo que no debía.

Apareció otro tema trivial, algunos recuerdos de mi infancia. Yo estaba muy confundido, estaba ahí sentado junto a mi madre, sintiéndome el peor de los pervertidos… Después de un breve silencio, que mi madre aprovechó para tomarse el resto de una cerveza, y después de meditar un poco las palabras que iba a usar, dijo:

– Xavi, tengo que decirte algo que me ha estado dando vueltas en la cabeza todo el día- me tenía acorralado en el sillón, y aunque escaparme hubiera sido patético, no lo dudaría un momento según el rumbo de la conversación.

– Ma, yo…- Me interrumpió con gesto conciliador, me dio unas palmaditas en la pierna como si fuéramos a tratar el asunto como adultos, y dejó su mano sobre mí cerrándome el acceso de escape.

-dime, ¿qué pasó hoy en la alberca? -estaba ya muy cerca, creo que pudo escuchar el latir de mi corazón apresurado, a punto de reventar, mientras su mano que estaba posada sobre mi pierna empezó a moverse, provocando una caricia.

-Nada, nada… bueno, tú viste que pasó. Le dije nervioso como nunca.

-¿y cómo te sientes?

-Mal.

-¿mal?

-Bueno, avergonzado.

-¿si? ¿Te digo la verdad?, digo, tú y yo siempre hemos podido hablar sinceramente, ¿no es cierto? -su mano se detuvo en mi muslo, cerca de mi verga que cada momento se hinchaba más.

Estaba fascinada con el masaje, como soñando; y cuando sentí el roce de tu miembro… bueno, me electricé. Me sentí muy rara, no sabía que hacer o que decir… por un lado se me hizo confuso el hecho de que mi hijo se excitara tocándome, pero por otro, me gusto…

-¿sí?- le pregunté helado por la sorpresa. El calor de su mano suave sobre mi pierna y la sensación de sus senos estremecidos por su respiración agitada tan cerca me estaban volviendo loco.

-Sí. Me encantó la idea de poder excitarte, dime una cosa, ¿te masturbaste después?

-No- conteste titubeante. Me miró con una sonrisa incrédula.

-Xavier… quedamos que íbamos a hablar sinceramente, dime, ¿te masturbaste?

-Sí- respondí un tanto avergonzado (finalmente estaba hablando con mi madre).

-¿Si? Y cuéntame, ¿Lo habías hecho antes?

Cuando te vi nadando hoy en la mañana, no pude evitarlo- su voz, que se había tornado íntima, me despojó de toda la vergüenza, y como por instinto mi mano buscó su pierna; notando mi intención se acercó un poco más, a la distancia de un beso, dejando la tersa piel de su muslo a mi alcance, abrí mi mano atrapando toda su pierna, comprobando su deliciosa suavidad, dejando, entre rose y rose, sus piernas descubiertas de aquella falda.

– ¿de veras? Preguntó con voz traviesa, mientras su mano dejaba mi pierna para juguetear en mi pecho- ¿te digo algo? Yo también me toqué después de lo que pasó. Subí a la recamara, me enrollé el traje hasta los muslos…

La interrumpí, deslizando mi dedo por su muslo caliente hasta un cierto punto

– ¿aquí las bajaste, ma?

– no amor, un poquito más abajo…

-entonces, ¿aquí?- pregunté señalando más abajo, cerca de su rodilla, mientras me inclinaba para besar su hombro.

– no cariño, no tanto- Dijo estremecida, mientras su mano se posaba en mis pantalones descubriendo la forma de mi pene erecto, y de mis bolas…

– Entonces fue aquí… dije mientras alcanzaba otro punto de su pierna, esta vez con los labios. Lanzó una risa plena que nunca había escuchado en ella; como la risa de una niña que se divierte en un juego. Era como si compartiéramos una dulce travesura: yo recorriendo su pierna hasta el resorte de su bikini con besos, ella acariciando mi cabeza, intentando ansiosa hundirme en su cuerpo.

– no amor, mira.- se despegó un instante de mí, y levantándose un poco, tras quitarse ese molesto trapo transparente, enroscó su tanguita hasta media pierna, dejando descubierto su monte de vellitos oscuros recortados para el bikini. Abrió sus piernas, mientras sus ojos se clavaban en mí, inquietos, ansiosos, incluso un tanto nerviosos por una posible desaprobación. Pero era imposible desaprobar aquella maravilla: la única parte de su cuerpo que no estaba bronceada, se veía casi inocente, los pelitos más cercanos a su vagina ya estaban empapados, pronto el interior de sus muslos también lo estuvo. La visión de su vulva húmeda y brillante y su olor, el delicioso olor salado de sus jugos incitaban a un beso, a devorar aquella parte de su cuerpo, hasta oírla gemir desesperada, pero… ya me había gustado ese juego.

– ¿y dime, ma? ¿Luego que hiciste?- dije separándome un poco, deseoso de contemplarla.

– Acerqué mi mano a mi cosita- llevó su mano a su vagina- y empecé a hacerme cariñitos, amor -empezó a moverse, a dibujar pequeños círculos, con dos dedos separó sus labios descubriendo su clítoris, y empezó a frotarlo visiblemente excitada…

– Eres muy hermosa, ma -dije maravillado- pero -continué, mientras jalaba el resorte de su top y besaba su hombro- no me vas a decir que tenías esto puesto, ¿verdad?

Dijo que no con un gemido.

– Entonces quítatelo- balbuceando perdida en el placer me pidió que yo lo hiciera. Separé sus tirantes, bajándolos por sus hombros, y luego develé lentamente sus senos enroscando la prenda hasta su pancita. Eran maravillosos, mejor de lo que me había imaginado. Blancos, perfectamente redondos, con forma de gota; eran enormes; sus pezones rozados estaban erectos como dos piedras, y su leve movimiento se volvió un golpeteo violento a medida que se acercaba al orgasmo. Después de darle un suave beso en la teta derecha, nuevamente me separé de ella, como si admirara esos dos nuevos portentos que exhibía. Gimió como intentando retenerme cerca de su cuerpo, pero siguiendo la travesura, le sonreí negando.

– ¿y en que pensabas mientras tanto, mami?

– en ti- respondió casi sin voz.

– ¿en qué? Es que no te oí.

– en que te amo, en que te quiero- gritó como loca.

– ¿y nada más?

– en tu pito, amor, pensaba en tenerte dentro… en hacerte el amor…

– ¿si? ¿Te gusta mi pito?

– si, si, si; me encanta amor… te amo, te amo…

Por fin me acerqué a ella, y nos fundimos en un beso exquisito. Su lengua recorría mi boca, como tratando de ahogarme con ella; sus brazos se tendieron sobre mi cuello, mientras mi mano aprisionaba una de sus tetas; la acariciaba, la estrujaba, pellizcaba su pezón sintiendo como temblaba y se estremecía, su respiración cálida estaba al mil por hora. Nos separábamos entre beso y beso, yo mordía sus labios, besaba su nariz; de cuanto en cuanto intercalábamos te quieros suspirados; Ella tenía sus ojos cerrados, yo contemplaba su rostro hermoso; cada vez con más seguridad nuestras manos recorrían nuestros cuerpos; me había quitado la camiseta, y ella, no sé cuándo, pero se terminó de quitar la ropa. No hubo un solo palmo de su piel que no aprisionara en ese momento, Su espalda, sus nalgas, Sus senos, sus piernas que trataban de aprisionar mis manos cuando se acercaban a su interior; los vellitos de su monte de Venus y la parte rasuradita alrededor del mismo; acercaba mi mano a su vulva trémula para sentir la humedad y el calor que expedía, a veces la rozaba, todavía sin llegar a tocarla, sintiendo su inminente orgasmo, sin embargo, parecía incómoda cuando rozaba su vientre; no obstante con una mirada le hice saber que no había problema (y de hecho no lo había, no está gorda, pero como casi todas las mujeres, tiene la idea de estarlo)que me volvía loco tal como era; que la deseaba, que la necesitaba desde hace no sé cuánto tiempo, desde siempre; y sonriendo satisfecha, sabiéndose hermosa ante mis ojos; como si hubiera vencido su última defensa, se entregó a sus impulsos, Me tocaba, me arañaba, me mordía los hombros; movía su cadera sobre el sofá como una gatita en celo; era mía, como siempre había soñado. En un momento dado, deslizó su mano libre hasta mis shorts, y con un rápido movimiento descubrió mi verga, erecta como nunca, y empezó a frotarla con tal pasión, con tal ternura, y con tal seguridad, esa que solo puede tener una mujer madura; que estuvo a punto de hacerme venir ahí mismo. Precisamente para que no lograra hacer venir, aceleré las caricias en su clítoris, mientras metía un dedo en su vagina, conduciéndola a un fabuloso orgasmo, su mano quedó fundida en mi verga, mientras extenuada, me regalaba un dulce beso.

Tras estar así, con sus labios y los míos fundidos un rato, su lengua y mi lengua jugueteando; mi mano acariciando sus senos y su vientre, y ella recorriendo con su dedo mi verga y mis huevos, Se separó de pronto, como si hubiera estado soñando…

– ¿Fue así como lo hiciste, ma? ¿En eso estabas pensando? – le pregunté mientras la besaba…

– casi.

– ¿cómo casi?

-Antes quiero que sepas, amor; no sé, bueno; no sé si esto está bien o mal; pero tengo muchas ganas de hacerlo… ¿y tú? ¿Te gusto?

– Me encantas, ma. Siempre he soñado con esto. Bueno pero dime, ¿por qué casi?

– No, te toca a ti, primero dime ¿qué es eso que has soñado?

– adivina.

-No se vale, Xavier; yo te conté.

– No, adivina.

– ¡Eres un niño consentido!

– Pero solo tú me consientes…

– Para eso soy tu mami, ¿no?

Me lanzó esa mirada traviesa que mantenía desde hace rato, y se hincó frente al sofá, inclinándose sobre mí, sin soltar mi verga, hecho su cabello hacia un lado; acomodó algunos pelitos que tenía pegados a lo largo, me besó el glande y la metió en su boca, profundamente, como si quisiera ahogarse. Parecía insegura, como si nunca, o por lo menos hace mucho no lo hiciera. Tuve que guiarla un poco, pero después fue maravilloso: la abrazaba con sus labios, humedeciéndola completamente; subía y bajaba: se separaba de pronto para lamerla y besarla, la jalaba; la metía en su boca nuevamente; la sensación era maravillosa, y más maravillosa era la imagen: seguía con sus ojos cerrados, saboreando el cacho de carne, lo escupía, lo tallaba contra su cara… Su mano de nuevo se metió entre sus piernas, y no lo pude aguantar; quería que esa mano fuera mía; quería que fuera mi lengua, y la separé de mi cuerpo. Ya voluntariosa se levantó, separó sus piernas y se hincó sobre mí; acomodó mi verga en su vagina y empezó a dar sentones, luego giraba, se estiraba y se contraía; yo estaba extasiado, besando y mordiendo sus pezones; separando sus nalgas y buscando introducir uno de mis dedos en su ano. Cuando por fin lo logré, ella lanzó un gemido frenético, acelerando el movimiento de su cadera, abriendo por fin sus ojos y clavándolos en mi como tratando de entender que significaba ese dedo en su anito.

– Voltéate, quiero metértelo en el ano. Le dije, con la respiración quemándome.

– No, no se amor, nunca lo he hecho así. Seguí moviendo mi dedo en su hoyito mientras la clavaba más fuerte, ella estaba al punto del orgasmo.

– No Xavi, no se- dijo en tono de súplica, tratando de no ceder ante mi, vencida por su excitación. Sabía que si insistía más podría terminar con todo; pero igual me arriesgué.

– es eso, eso es lo que he soñado- me miro suplicante si dejar de moverse sobre mi verga. Me miró con ojitos tiernos, como haciendo un último esfuerzo por convencerme. Sonreí como cuando niño quería un juguete caro, besé sus labios, y susurré a su oído que la amaba; después de pensarlo un momento, me devolvió el beso, y solo respondió: yo también, ¿Qué hago?

Se separó de mi cuerpo quedando de pie, Yo rápidamente me levanté detrás de ella, besando su cuello, frotando su culo con mi verga (ella se repegaba ansiosa como si quisiera aprisionarla con las nalgas) y metía mi mano entre sus piernas. Le dije que se pusiera en cuatro patas, se río, -nerviosa supongo por la indicación obscena- y abrazándome para no separarme de su cuerpo movió la mesita frente al sofá y se puso en cuatro patas en el piso, como una perrita. Empecé a besar sus nalgas, la línea que las separa y su agujerito que ya estaba un tanto dilatado por las caricias anteriores. Luego con una mano empecé a frotar su vulva, ella ante la caricia abrió un poquito sus piernas dándome paso a su sexo y dejando expuesta esa entradita rosada y virgen. Ahí metí primero un dedo, y jugué con él un rato.

Luego, cuando estaba ya acostumbrada a eso, metí otro; ella bramaba y gemía como loca; movía su pelvis atrás y adelante como si quisiera comerse mis dedos, mientras con unas pequeñas contracciones, los aprisionaba con deliciosa fuerza. Ya finalmente, presintiéndola lista, le acerqué la verga, primero la cabeza, ella lanzó un gritito de dolor, pero se repuso rápidamente levantando su culo, ofreciéndolo para una nueva embestida. La empecé a introducir lentamente, intercalando besos en su espalda intentando no lastimarla mucho. Gimió, se mordió los labios pero resistió hasta tenerla dentro, estaba muy excitada para detenerse, y además pareció que el sexo anal le había encantado, porque después la apretaba con sus nalgas; gemía como una loca; no resistí más salí rápidamente, y empecé a derramar semen sobre su espalda… volteó en ese momento, tomó mi verga agitándola para que los últimos restos del jugo cayeran en su boca, luego de saborearlos, se levantó para enjuagarse la boca, regresó a mi lado y quedamos abrazados, besándonos con un amor que no había sentido con ninguna chava, luego de un breve descanso continuamos, lo hicimos de todas las formas posibles, jugamos: bebí una cerveza en su cuerpo, dejando que el líquido se filtrara por sus vellitos y se mezclara después con la humedad de su vulva mientras me la comía desesperado… Creo, y espero no sonar cursi, que ha sido la primera vez que he hecho el amor.

Los dos días que quedaban de nuestras vacaciones familiares se convirtieron en una semana más, y hubiera sido más tiempo de no ser porque ella tenía que volver al trabajo y yo a la universidad. Fueron días maravillosos: hicimos el amor en cada espacio de la casa, en la regadera, en la alberca, en el cuarto, en la cocina; descubrí que si le lamía el clítoris se volvía loca; que le encantaban los besos en la espalda y en el interior de los muslos. Repetimos varias veces el sexo anal en esos días, siendo ella quien lo proponía, no sé, tal vez en su afán de consentirme; salimos varias veces en la noche como pareja, primero le dio pena, temiendo que pudiéramos encontrar algún conocido; pero pronto con besos y caricias dejó la vergüenza; Se veía feliz; radiante, más hermosa que nunca; procuró comprarse ropa más sexy, que me hacía volver loco; fuimos a varios antros, a cenar… parecía que nos queríamos mucho, dijo una señora que nos vio una noche. Y era muy, pero muy cierto. Al final de cuentas, es mi mamá.

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