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Tu condena. Te deseo
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Tu condena.

Maldito corazón traicionero. Sometido sin remedio a tus quimeras.

Los sortilegios de tus yemas en mi piel me ahogan. Y mi voluntad se rinde a esa boca devastadora. Pero el juez palpitante de mi pecho ya dictó su sentencia. Afinaste la guitarra del deseo. Y por ello mi alma en llamas te condena.

Yo te condeno a traspasar las fronteras del pudor. A robar el cálido viento de mi voz. A que tus labios derramen rosas de ultramar sobre mí. Porteñas y raciales serán ardientes cómplices de mi lujuria.

Te condeno a ser náufrago en el océano infinito de mi cuerpo. En la cima de mis pechos saciarás tu sed. Cabalgarás al viento embriagado de un veneno de sal y miel. Será mi fragancia la fiebre que te devore. Mis latidos desbocados la lluvia de primavera que sofoque tu pasión. El seísmo de tu vientre arrasará mis campos dorados. Y te consumirás en el fuego eterno de esa danza arcana del amor.

Tu libertad vendrá con la desbordante marea de aguas blancas. Podrás volar cuando tus olas rompan en mi arena. Cuando pueda dormir arropada por la espuma del mar.

Pena ya tus faltas gaucho bendito. Mi cuerpo será tu prisión. Cumple tu condena chorro maldito. Tan maldito y traicionero como este pobre corazón.

Te deseo.

La lascivia de tus pupilas me corrompe. Y la miel de tu boca me atormenta. La pasión salvaje de tu carne me embriaga. Y yo sólo quiero sofocar este deseo que me devora.

Deseo que mi aliento furtivo robe tus aromas. En mi piel el roce de tus yemas peregrinas. Descubrir con mi lengua todos tus rincones. Y el dulce rumor de un gemido en mi garganta. Que te enredes en la ardiente maraña de mis venas. Que encuentres holganza en el oasis de mis pechos. Que tu cuerpo salobre explore mis más sagradas rutas. Que te consumas en la lava de mis entrañas. Que en mi acogedor interior vacíes tu vigor. Deseo morir encadenada a ti. Deseo convertirme en fugaz rocío entre tus brazos.

Y tú, que eres Señor de mis profanos dominios, harás tuyos por siempre mis más oscuros deseos.

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