Siempre he sido un joven atraído por el sexo en muchas de sus facetas. La masturbación era algo soberbio para mí.
Así que comenzaron los noviazgos, las niñas pijas (el ambiente no me permitía otra cosa) y todas esas tonterías que hacen al hombre olvidar muchas cosas. La falta de sexo ocupó una larga época y, aunque después se manifestó con mucha intensidad, la masturbación había quedado desfasada para mí.
Hace poco pasaba por una época de olvido, de tranquilidad, sin necesidades. Carecía de sexo pues no me era necesario. Sin saber por qué, había dejado de practicar algo que tanto me gustaba y llamaba la atención.
Todo lo expuesto arriba representa un periodo de 8 años aproximadamente. Así que imaginad mi situación: sin porno, sin sexo, sin nada. Pero llegó internet y con él mis ganas de conocer gente; gente aburrida al principio hasta que…
Prefiero no dar nombres, edades y demás datos, pero diré que la conocí únicamente por poseer los mismos gustos con respecto al manga. Sus fotos del MSN me llamaban profundamente la atención, su forma de ser era abrumadora y su hablar infundía excitación. Era toda una hembra que habría de conocer.
Al principio nuestras charlas eran paupérrimas, sin coherencia ni sentido alguno. Hasta que ella comenzó a ahondar en mi ser, a despertar el ave fénix que llevaba dentro. Una buena noche, antes de salir a trabajar, nos descubrimos el uno al otro. El acto a seguir fue describir una escena con todo lujo y detalle, con la mayor motividad posible y un morbo…
Al principio era un poco light: yo le untaba una crema por todo el cuerpo, luego se apoderó del mando, nos montamos un colosal 69 y comenzó a botar encima. Ni que decir tiene que me masturbé de lo lindo mientras ella hacía lo propio desde su casa. El semen salió disparado de mi miembro cual bala de cañón. Era una cantidad inmensa, la de hijos desperdiciados. Ella lo quería todito sobre su cuerpo, pero no pudo ser. Nuestro primer contacto resultó abrumador.
Hubo más encuentros, más formas de hacerlo, cada vez más mórbidas. Carecíamos de cámaras web, mas nuestras fotos nos servían de alivio. Cuando ella no estaba me masturbaba con sus fotos, luego se lo contaba y, complacida, me pedía más.
Había días que nos tirábamos pegados al ordenador haciéndolo, con descansos mínimos, al límite. Empleamos cada vez situaciones más morbosas: como que éramos jovencitos, que no sabíamos nada del sexo, que me pillaba en casa masturbándome, que me ataba a la silla mientras ella se tocaba… y un largo etcétera que sería imposible de relatar aquí.
Esto era sólo el principio, habríamos de quedar, vernos y hacerlo mejor de lo que pensábamos. Para tal fin acordamos vernos en un punto intermedio, un hotel en la montaña, a la vista de nadie. Compramos algunos juguetes, juegos, condones (por supuesto) y cuanto se nos antojó. Las cremas las teníamos de todas las clases, el baño estaba perfecto, la cama dispuesta, todo. Ella quería emplear cada palmo de la habitación para hacerlo, y yo asentí.
La primera vez decidimos prescindir de todo lujo. Así que nos tumbamos en la cama y decidimos hacer algo que nos diese morbo a ambos. Semidesnudos nos echamos en la cama y comenzamos a masturbarnos mientras nos mirábamos con cara de placer. No podíamos tocarnos entre nosotros, sólo mirarnos. La cosa se prolongó un tanto hasta que la eyaculación se hizo inevitable. Me incorporé sobre la cama y me senté un tanto aturdido.
Ella me ayudó a ponerme en pie y, mientras me miraba fijamente, con su mano derecha agarró mi miembro y comenzó a frotarlo. Sabía qué era lo que ella pretendía así que la miré profundamente, sin dar ni una sola muestra de debilidad o placer. Ella hacía lo propio y continuaba frotando, cada vez más rápido. El sudor bajaba en forma de gotas desde mi cabeza, haciendo largos surcos por mi cara; ella frotaba, más y más. Quería un gemido, una muestra de placer, era lo que le ponía: no dársela aún.
Por fin pudo conmigo un lancé un pequeño suspiro mientras mis rodillas flaqueaban y me apoyaba en ella. Pero no se paró, continuó. Agachose ante mí en introdujo mi miembro en su boca. Una boca que todos quisieran besar puesto que sus labios son preciosos, carnosos, rojizos. Comenzó a lamerlo lentamente con la lengua mientras yo suspiraba de placer. Acto seguido se lo introdujo y comenzó a “comérmela” fervientemente; arriba, abajo, arriba, abajo. No sé cuánto duró aquello pues estaba demasiado entretenido como para contarlo. Al fin me corrí en su boca y ella recibió mi semen con toda la profesionalidad posible. Se levantó y nos besamos a pesar de estar ella bañada por mí.
Aunque la cosa prometía, ella se autoproclamaba ninfómana y yo soy como una especie de ametralladora Thompson, es decir de repetición. Así que la eché sobre la cama y continué comiéndole la boca. Sus enormes pechos estaban esperando ser, no acariciados, si no apretados. Masturbé sus pezones mientras nuestras lenguas se entrelazaban de placer y mi rodilla frotaba su coño. Decidí bajar un nivel, así pues, mi boca bajó a sus pechos y mi mano a su coño repleto de pelos. Ella gemía mientras lamía sus pezones e introducía no uno, ni dos, sino tres dedos en su bello orificio. No podía parar, la hacía gozar mientras recuperaba fuerzas para el remate final.
Introducía los dedos en su boca e inmediatamente después en su coño, una y otra vez, una y otra vez, hasta llevarla a la mismísima locura. Cuando parecía más a gusto me dio por parar. Alargué mi brazo hasta la mesita de dormir hecha en madera de nogal. Sobre ella había unos utensilios que había comprado previamente.
Cogí uno el azar, resultó ser un nabo de plástico azul, de grandes dimensiones y que, al apretarlo, desprendía un líquido un tanto curioso. No había podido elegir mejor, era la coartada perfecta para recuperar fuerzas. Así pues introduje el juguete cuanto permití su coño, y no era poco. Ella gritaba de placer mientras apretaba con entusiasmo sus enormes pechos. Su larga melena estaba desparramada sobre la cama, era sin duda una diosa terrenal dispuesta a compartir conmigo todo su ser.
Apreté aquello contra ella, el líquido la “quemaba” según ella, pero quería más. Utilicé una mano para acariciar sus pechos, yo casi estaba recuperado. La escena continuó con el continuo vaivén del consolador. Sus gritos iban a producirme otra eyaculación, así que me centré en mi función: seguir introduciéndole aquel artilugio.
Ella era incapaz de besarme al mismo tiempo que gemía, su cara denotaba un placer indescriptible. Estaba muy mojada muy mojada. Sin querer comencé a frotar mi miembro contra su muslo, claro síntoma de que quería más. Estaba bajo mi poder, más en un alarde de fuerza de voluntad se echó sobre mí; creo que se había dado perfecta cuenta de mi excitación. Me tumbó y se sacó aquel consolador con mucha facilidad, gracias en parte a su propio líquido que chorreaba por sus piernas. Ahora sería imposible pararla.
Colocó sus manos sobre mi pecho e introdujo al mismo tiempo mi miembro en el suyo. Acto seguido comenzó a botar lentamente, lenta y pausadamente. El roce era de lo más gozoso, relajante, casi se me cerraban los ojos. Se agachó sobre mí, yo tenía la cabeza ladeada y los ojos cerrados, no tenía la suficiente fuerza como para abrirlos, toda se había ido a mi miembro.
Notaba su aliento en mi cara, su constante jadeo que me excitaba aún más y más. Su botar se hizo ligeramente más rápido, cada vez más rápido y continuado, era el edén, el paraíso terrenal. Sus pelos rozaban mi cuello, lo cual me producía un inquietante cosquilleo. Mis gemidos eran entrecortados, era incapaz de hacerlo más fuerte. Y ella botaba y botaba.
Al fin logré sacar fuerzas de flaqueza, la miré a la cara, pero no tuve tiempo de contemplar sus hermosos ojos cuando ya me estaba besando. No podía más, ¿estaba dispuesto a rendirme ante ella? Lo cierto es que la idea de caer a sus pies me ponía más aún si cabe, pero mi condición de macho no me permitía tal cosa. En un acto de puro heroísmo me erguí, la abracé a la altura de la cintura con mis largos brazos y boté con ella. Puse todo de mi parte.
A ella le gustaba demasiado, casi le dolía, era como la primera vez, lloraba de gusto, yo temblaba, la piel de gallina, el estómago revuelto, el sudor que nos consumía… Los jadeos se hicieron gritos, nuestros botes eternos. Dentro y fuera, dentro y fuera, mi miembro se introducía cada vez con mayor energía, es como si se conociese el camino.
El frotar era cada vez más sonoro, más rápido, sus pelos se revolvían ante el paso de mi ariete. Pronto todo terminaría. “Más rápido” gritaba ella, “más rápido”, Sin proferir palabra aumenté el ritmo, cada vez más sofocante, aunque placentero. Ella botaba, su cabeza se echó hacia tras y pude contemplar sus voluptuosos pechos en toda su magnificencia. Introduje mi cara en ellos mientras botaba, más y más rápido, hacia dentro, el roce dolía, mi aguante no era normal.
Continuamos, fundidos en un solo ser, carne, huesos, corazones, todo junto. Empujando, más y más fuerte. Gritábamos al unísono, nuestras voces se confundían. La cama crepitaba. Aaaah, era demasiado, estábamos a punto, casi, no podíamos más, íbamos a corrernos, sin parar. En uno de esos gritos ella se corrió toda, y yo me fui también pocos segundos después, mezclando nuestros líquidos entre mi miembro y su gran coño. Nos abrazamos cual salvajes, nos besamos, nuestro amor era un vicio del cual no queríamos escapar.
El fin de semana aquel estuvo lleno de sexo. Sin duda el mejor de toda mi vida. Apenas salimos, empleamos todos los juguetitos para excitarnos. El dinero estuvo bien gastado, mereció la pena. Pronto nos volveremos a ver y contaré más. Ojalá pudiera relatar aquí todo el fin de semana, pero creo que con describir la primera vez ya basta. Además, no podría escribir más, estoy loco por tocarme un rato pensando en ella, a ver si tengo suerte y me la encuentro en el MSN.