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Afortunado dependiente (2)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Este es el relato de cuándo regresé para acabar lo empezado.

Quería llegar un poco antes del cierre del mediodía cuando es mucho más fácil encontrarla vacía. Y efectivamente no había nadie. Entré y saludé al dependiente que sonrió ante mi aparición. Vino hacia mí y me dijo que fuera mirando que iba a bajar la verja porque no quería que entraran más clientes porque quería cerrar. La situación se presentaba ideal para mis intenciones (y para las tuyas).

Le pedí dos minifaldas y el me trajo dos que me iban a quedar pequeñas descaradamente. Parece que le gustaba el jueguecito. Las minis eran muy bonitas.

Entré en el probador, pero solo empujé la puerta, sin cerrarla de todo, en señal de confianza y de que habría juego también ese día. Pero no creo que imaginara hasta qué punto. Le pregunté qué tal le iban las ventas ahora que se acerca la navidad y el, apoyado sobre el marco de la puerta y mirando hacia dentro, me iba hablando.

Yo me quité al abrigo, me quité la mini que llevaba y me puse una de las que me trajo, que debía ser la talla infantil como mucho. Apenas me tapaba el trasero. Salí para verme en el espejo de fuera. El silbó diciendo que me quedaba de maravilla. Y no era tonto. La falda era de un color que no pegaba nada con las medias negras y la sugerencia pronto surgió.

Yo ya no me metí en el probador, sino que me las quité allí mismo, viendo por el espejo como me miraba el culo al agacharme. Y me estaba poniendo muy caliente. Le pedí la otra mini. El entró en el probador y me la dio.

-a estas alturas ya no te importa, ¿no? -le pregunté mientras me desabrochaba la que llevaba puesta

-claro que no -respondió mientras su bulto iba aumentando

Me la saqué y me puse la otra muy despacio, como indicaste. Yo lo miraba a través del espejo y el miraba mi culo. Me la puse y esta me quedaba de maravilla. Era ya de mi talla. Me levantaba un poco el jersey para apreciar como me quedaba en la cintura y para que se diera cuenta de que no llevaba nada por debajo. El solo podría imaginar el sujetador pero si se fijó en cómo se movían mis tetas, tendría que saber que no llevaba. Y decidí dar el paso final.

No sé si os acordaréis de la táctica del tacto para ver su atrevimiento en la anterior visita. La repetí de nuevo. Poniéndome de perfil pasaba mis manos por el lateral de mis muslos alabando su suavidad (era como de piel de melocotón) y pidiendo su conformidad.

Él se acerca, diciendo que no la ha tocado porque aún la colocó su ayudante esta mañana. Yo me coloco, con las manos en la cintura y dándole el culo, de manera que si la quiere tocar me tiene que tocar el culo. Y lo hace, ya como si fuera un ritual, pero sin disimular nada. Pone su mano en plena nalga derecha y la acaricia a placer. Me mira a los ojos por el espejo y yo le sonrió. El sigue tocándome el culo y acercando su cuerpo cada vez más. E intenta besarme.

Yo aparto un poco la boca, pero al mismo tiempo le agarro el paquete con una mano. Está duro como una piedra. El empieza a besarme el cuello mientras yo libero aquel mástil encerrado y se la empiezo a menear. Su mano, ya olvidada toda cortesía profesional, me ha subido la falda hasta la cintura y sus dedos juegan con mi tanga y mi ano con la otra magreando mis tetas sin mucha consideración. Y sus jugueteos dediles se convierten en penetración anal. Primero con el meñique, luego el índice y acabando con el corazón me los va metiendo por el culo según comprueba que ha sido dilatado para estos menesteres en otras ocasiones.

Miro en el espejo y me veo con las tetas fuera, la falda subida, el deseando mi culito y su verga en mi mano. Y siento que ya son los dedos suyos dentro y pienso en si le dejaré culearme. Pero noto como su polla está cada vez más dura y el hace esfuerzos por no correrse aún.

-quiero culearte -gime más que pide

Yo, muy salida, no ofrezco ninguna resistencia, pero por desgracia él estaba ya demasiado salido y cuando enfila mi culito se corre y una eyaculación bestial siento en mi trasero mientras él la va metiendo poco a poco. Cuando se calma, me pone contra la pared, me separa las piernas, se arrodilla entre ellas y me empieza a hacer una comida de coño bestial, delante del espejo veo como mueve su lengua y no tardo yo en alcanzar el clímax.

Cuando nos recuperamos, me dice que creía que solo quería exhibirme pero que soñaba con el día en que pasara algo así, aunque se definió como voyeur profesional y que por eso no cambiaba su trabajo por nada del mundo, que era su clienta preferida. Y empezamos a hablar y nos fuimos a comer juntos. Me contó que lo que más le ponía era ver como cuando iban hombres y había tía probándose ropa intentaban pillar algo. De hecho, me dijo que desde la escalera se podía ver desde un punto muy concreto uno de los probadores.

Cuando acabamos el café y nos contamos mil y una historias de voyerismo, nos prometimos quedar para llevar a cabo travesuras y me retó a probarme una camiseta en su tienda sin meterme en el probador. Si lo hacía la camiseta era mía. Y fuimos para la tienda, seguimos charlando y cuando entró el primer cliente allá fui. Él le preguntó si podía ayudarlo y el otro le dijo que echaría un vistazo. En ese momento me quité el jersey y el me gritó:

-hay probadores en el otro lado

El otro enseguida miró y me vio solo con la falda puesta, mis tetas al aire. Yo me hice la vergonzosa, pero me fui con mi camiseta al mostrador. El chico se fue enseguida y nos reímos mucho, sin dejar de notar que el se había puesto muy cachondo y yo también. Y nos masturbamos allí mismo, uno delante del otro, sin enseñar nada. Luego me fui.

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