Ausente del país por cuestiones políticas, dejé de tener contacto con mis amistades en la Argentina por un largo tiempo. Me establecí en Bogotá y solamente -primero carteándome y luego por email- me escribía con Mariano, uno de los pocos amigos que se la jugaron por mí cuando me las vi feas y tuve que exiliarme, con apenas 17 años. Ahora tengo 39 y vivo en Cartagena de Indias, pero hace tres recibí una invitación, con pasaje incluido para que fuera a su casamiento en Buenos Aires. Era Mariano. Lamentablemente tuve que negarme por trabajo, aunque mi terapeuta dice que lo hice para no enfrentarme con los fantasmas del pasado. Seguí carteándome ocasionalmente con él hasta que en noviembre del año pasado recibí una llamada que me dejó helado: "Macho, Lucía tiene que ir para allá por cuestiones de negocios. Es un tema muy importante y te pido por favor que vayas a buscarla al aeropuerto porque viaja con mucho dinero y no hay nadie en quién pueda confiar". Recordé nuestras épocas de resistencia y le pedí los datos sobre el vuelo. "Macho -repitió- te debo una". Y cortó.
El avión llegó con retraso porque hubo una amenaza de bomba en el Dorado, y salió cuatro horas más tarde desde Bogotá. En Cartagena hacía un calor insoportable y no veía la hora de volver a mi casa, tomarme una cerveza y tirarme a dormir para estar con energías el fin de semana. Dicen que las ciudades nos gustan de acuerdo a lo que nos movilizan y lo que más me gustaba de Cartagena era que yo estaba solo después de muchos años, con ganas de diversión y en un buen momento profesional.
Con muchas posibilidades para el futuro. Me había divorciado hacía cuatro meses y en ese lapso me dediqué a conocer bellezas del caribe, rubias, morenas, pelirrojas, extranjeras, amores de una noche, sexo ciento por ciento y nada más. A priori, y viendo las fotos de Mariano, no esperaba encontrarme con lo que me encontré: una morena de 1.75, delgada, pechos prominentes, curvas delicadas y una boca de labios generosos que me hicieron correr un escalofrío por todo mi cuerpo. Para que negarlo, me calentó desde el primer momento y logró provocar mi primera erección cuando me saludó: "si sabía que estabas tan bueno, no me ponía la ropa interior".
Sonrío con picardía y me extendió su mano izquierda para que se la besara. En su mano derecha, llevaba un maletín negro, atado a su muñeca con una cadena oro, muy fina, pero de aspecto resistente. Pensé que esta mina era para quilombo y que no podía cagar al único que me dio una mano. Pero todos mis planteos se fueron al cuerno cuando me Lucía me apuró: "Mira Roberto sé que ustedes se conocen hace mucho, pero yo hace tres años que estoy casada y él todavía no me puso una mano encima.
Ese amiguito tuyo es bueno para los negocios, pero en la cama es un desastre y no doy más. Mariano me dijo que te recordara que te debía un favor. Si me hacés pasar una semana agradable, juro que lo libero y le digo que no le debés nada". Subimos al auto y me pidió que la llevara a una dirección en el centro. "Ahora me tengo que ir, pásame a buscar a las 7 por el hotel. Habitación 215". Cuando se inclinó para saludarme, noté que no llevaba corpiño, tenía los pezones duros y bien marcados sobre una blusa casi transparente, de seda natural. "Sabía que eras guapo". Y estirando la mano en la que llevaba la cadena de oro, me sobó el miembro por arriba de mis pantalones. "Te espero". Recién cuando bajó del auto, pude apreciar el culo hermoso que tenía. Bien paradito y bien redondito y otro detalle. Se levantó un poco la parte trasera de la minifalda y me dejó ver su entrepierna. Como lo suponía, no llevaba nada. Me puso a mil, pero pensé que esta rayada era para quilombo.
Me fui a mi casa algo confundido. Pero peor fue lo que vino. Cuando llegué a la puerta de casa, el teléfono estaba sonando, era Mariano. "Roberto, todo bien?". Sí, le expliqué lo del atraso en el vuelo y le conté que había dejado a Lucía en la puerta del banco. "Qué te pareció?", me preguntó. "Te felicito, me pareció una muy linda mujer".
Se quedó en silencio, pero al rato me dijo con la voz entrecortada. "Macho, te tengo que decir la verdad, soy homosexual. Me casé por una cuestión de imagen. Y me parece que esta buena no? jeje". Por un lado me molestó su patética elección, pero por el otro sentí que tenía zona liberada para darle placer a esa zorra que lo único que estaba buscando es una buena verga para comerse.
Efectivamente, eso fue lo que sucedió. Cuando me anuncié en el lobby del hotel, el conserje me avisó que la Señora me estaba esperando en su habitación. Y cuando le solté la propina, me dio una tarjeta para poder ingresar. "Pásela usted chevere, don Roberto", me dijo cómplice un muchacho muy amable que ya me había visto varias veces en situaciones similares. La vida de soltero es una de las siete maravillas de Cartagena de Indias.
Abrí la puerta sin hacer ruido, la habitación estaban en penumbras y sólo se escuchaba el ruido de la ducha. Cuando me fui acerando a la puerta del baño, noté que Lucía estaba gimiendo. Suspirando como una hembra en celo. Yo no podía más. Me quité los zapatos y los pantalones y entré al baño en camisa y calzoncillos.
El vapor sólo dibujaba una silueta perfecta del otro lado, levemente inclinada hacia uno de los bordes de la tina. Quería que notara mi presencia, pero temía asustarla. Comenzó a gritar: "Cómo me gusta que me cojan, ahhhhh ahhhh”. Pude ver su cara y me dio la sensación de que ella ya sabía que yo estaba allí. El muchacho de la puerta seguramente le había avisado. Y así era. "Cómo me gustaría que vos me cogieras Roberto, dale qué estás esperando". No pude más. Me abalancé sobre ella y comencé a sobarle los senos. Con mi lengua fui recorriendo todo su cuerpo.
Desde sus orejas hasta su vientre. Jugué con mi lengua en su clítoris hasta que comenzó a temblar. Por primera vez me tomó de la cabeza y me hundió en su vagina. Estaba ardiendo y olía muy bien. Me esmeré en hacerle una buena sesión para luego poder manejar la situación. "Voy a acabar. Sabés cuánto hace que no tengo un buen orgasmo. Quiero que me muestres esa pija que tenés". Obedecí. Me despojé de la camisa y los calzoncillos y me paré al borde de la tina.
Lucía comenzó a jugar con su lengua, primero lentamente y luego con leves movimientos circulares. Acto seguido se la tragó hasta el fondo y con sus manos empezó a jugar primero con mis huevos y luego con mi ano. Cuando sintió que me gustaba, se arrodilló detrás de mí y me dio una magistral demostración de besos negros. Le pedí que saliera de la bañera y ahí mismo en el piso del baño, la penetré de un solo movimiento. Tengo un buen tamaño, a tal punto que la embestida la estremeció. "Cógeme hijo de puta, haceme gozar como una yegua. Cógeme fuerte, dame toda tu leche". No pude más y para no cometer una locura hice todo lo posible para acabar afuera, pero ella me envolvió con sus piernas y no me permitió hacer ningún movimiento. "Si te vas, te mato, no ves que estoy acabando, ahhhhhh. Me encanta tu leche tibia". Confundido, saqué mi pene de todos modos.
Ella se abalanzó sobre mi miembro y se tragó todo mi semen, que seguía saliendo con violencia. "Que rica es": Y no paró hasta dejar mi pene completamente limpio. "Esto recién empieza cabrón" -me dijo mientras acariciaba mis testículos- Ahora quiero que me lleves a comer".