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Confesiones en la playa
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Tiempo de lectura: 6 minutos

La playa estaba casi desierta. Era octubre y aunque hacía algo de fresco el día se había levantado cálido y soleado.

Siempre celebrábamos el cumpleaños de Juan en alguno de los sitios que él elegía. Llevábamos unas cuantas cervezas dentro de una nevera con hielos y algunos juegos de mesa.

Normalmente éramos todo el grupo pero habíamos partido la celebración en dos días y ese día coincidimos sólo cuatro. Yo, Juan, María y Jose. María y Jose estaban juntos desde hacía poco así que cuando me enteré esa misma mañana que venían no pude ponerme más nerviosa. Eso querría decir que estarían todo el día de morreo y magreo.

Cuando llegamos pusimos las toallas en la arena, nos quitamos la ropa y yo me tumbé al lado de Juan. Jose y María se fueron directamente hacia el agua. Se adentraron en el agua y pudimos ver como se besaban frenéticamente.

-Están follando -dijo Juan con una media sonrisa sin dejar de mirar hacia donde estaba la pareja.

Yo me puse roja inmediatamente y no supe qué decir. Juan siempre tenía alguna frase para descolocarme y ponerme nerviosa. No sé si lo hacía para divertirse viendo como me sulfuraba o simplemente era su forma de hacer que cualquier situación fuese cómica.

-¿Tú crees? -logré decir con un poco de timidez.

-Ya lo creo. ¿Ves como se le están poniendo los ojos a María?

Me fijé un poco y vi que en efecto María tenía los ojos entrecerrados y podía ver como miraba hacia arriba con cara de éxtasis. Los labios hacían una pequeña o las veces que dejaba de besar a Jose.

-¿Te apetece jugar a algún juego? -le pregunté a Juan para salir de ese momento incómodo.

-Claro, pero yo decido cual.

-Como no. Es tu cumpleaños. ¿A qué quieres jugar?

-A confesiones -en ese momento Juan me miró fijamente y no pude evitar arrepentirme de haber preguntado.

-Está bien, pero deberíamos poner reglas.

-Sin reglas. Lo único es contestar las preguntas que el otro haga. Tres preguntas por turno.

Me quedé pensando un instante viendo las opciones que tenía para salir de ese embrollo pero la verdad es que no tenía ninguna.

-Empieza tú -dijo él bebiendo un trago de cerveza que había sacado de la nevera.

-Mmmm… ¿Lo has hecho alguna vez en un sitio público?

-Joder Lucía. Claro que sí. Vaya preguntas me haces. Cómo si no nos conociéramos.

Hacía tiempo que conocía a Juan y suponía que la respuesta sería afirmativa pero no sabía exactamente qué preguntar. Rápidamente se me ocurrió una pregunta mientras él esperaba mirándome fijamente.

-¿Qué es lo que más te pone en el sexo?

Juan estuvo a punto de atragantarse con la cerveza. Una pregunta simple pero que había hecho un efecto atípico en él.

-A ver, ¿qué es lo que más me pone en el sexo? -se puso boca abajo mientras seguía bebiendo de la cerveza y miraba la arena- lo que más me pone es ver como la otra persona se retuerce de placer mientras la toco y la llevo al éxtasis hasta que se corre.

Mi entrepierna empezó a hacerme cosquillas y a mojarse en un santiamén. Otra pregunta me vino de golpe y sin pensar, le pregunté.

-¿Cuál fue la última vez que te pusiste muy cachondo?

-Ahora mismo.

Mi respiración se entrecortó de repente y el corazón me empezó a latir desbocado mientras no dejaba de chorrear por debajo de mi sexo.

-Me toca. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste?

-Hace dos semanas.

-¿Qué te gustaría que te hicieran ahora mismo?

-No sé… La verdad es que me gustaría que me besaran, que me acariciaran todo el cuerpo y me dijeran guarradas.

-¿Y te gustaría…?

Oímos como María gritaba mi nombre mientras la pareja venía hacia nosotros. Mi amiga me cogió del brazo y me levantó con tanto ánimo que empecé a reír como si fuera una niña. Fuimos corriendo hacia el mar y nos caímos cuando una ola nos barrió de golpe. Salimos a flote salpicándonos y jugando con el agua.

Cuando nos cansamos de ese juego María se me acercó y me dijo sin preámbulos.

-¿No te das cuenta de que a Juan le gustas?

Hasta esa misma mañana no noté en ningún momento esa posibilidad. Siempre andaba de picos pardos con una u otra chica deambulando en algún pub. Nunca me había parado a pensar que le llegara a gustar a Juan, aunque alguna vez lo hubiera deseado con todas mis fuerzas. Esa ilusión dejé de imaginármela desde el día en que lo vi follando con dos chicas en la casa que compartíamos.

Pero hoy ese deseo había vuelto a resurgir después del juego de confesiones.

-Mira. Parece que viene hacia aquí -dijo María mientras se iba a la orilla.

Antes de salir del agua le dijo algo a Juan tan bajito que no pude oír nada, se giró hacia mí y me guiñó el ojo con una sonrisa. Luego se fue corriendo y se tumbó al lado de Jose.

Juan se fue acercando poco a poco y yo sentí más vergüenza que nunca. Me miraba como nunca lo había hecho, con tanta intensidad que sentía que me quitaba lo poco que tenía encima. Sin saber por qué, me giré hacia el horizonte y me sumergí en el agua.

No sabía qué hacer pero tenía que salir a flote, si no me ahogaría. Cuando mis ojos se abrieron no vi por ningún lado a Juan. Miré hacia la orilla pero Jose y María también habían desaparecido. Sentí que estaba en un sueño cuando de repente noté que algo me rozaba la pierna. Di un respingo pensando qué bicho podría ser. Una medusa, un pez, una culebra de mar. Unos brazos me hundieron y me asusté de tal manera que di codazos y patadas con todas mis fuerzas hacia todos lados.

-Joder Lucía… No sabía que tenías tanta fuerza -Juan había salido del agua y se cogía con una mano las costillas y con la otra la boca con cara de dolor, pero con una sonrisa en los labios.

-¡Lo siento! ¡No sabía que eras tú!

-Ya lo veo, ya. Tranquila, se me pasará en nada pero creo que me sale sangre por la boca.

-Ay, no… déjame ver -me acerqué donde estaba él y al momento me cogió por la cintura y me levantó en volandas.

Yo no paraba de gritar y de pegar manotadas contra su espalda mientras él corría por la orilla del mar. En todo ese rato no dejamos de reír hasta que él dio un traspié y caímos de bruces contra el agua y la arena.

Dimos algunas vueltas enredándonos entre las olas, hasta que caí encima de él. Estábamos tan juntos que su cuerpo y mi cuerpo acoplaron de manera perfecta. Sus ojos no paraban de mirar mis labios. En vez de besarme como esperaba que hiciera me tiró boca arriba y él se puso encima de mí. Me cogió de las muñecas y me las colocó en la arena mojada. Se acercó poco a poco y me susurró al oído:

-No sabes las ganas que tenía de estar encima de ti. Antes me has hecho que se me pusiera dura como un pepino.

Mi corazón latía a mil y aunque el agua estaba fresca sentía mucho calor, sobretodo en el bajo vientre. Cerré los ojos y él me beso la nuca con suavidad. Mis brazos aún seguían inmóviles y aunque intentaba levantarlos Juan me los apresaba contra la arena.

Siguió el ascenso hasta la oreja izquierda y me dijo:

-Me estás poniendo muy cachondo.

Cuando una vez más pasó su mirada sobre mis labios, me armé de valor y le besé.

No fue muy largo porque de repente una ola nos sacudió por encima y nos atragantamos. Medio tosiendo medio riendo se me ocurrió mirar donde estaban nuestras toallas. José y María seguían sin aparecer.

-¿Dónde han ido estos dos?

-Me ha dicho María que nos dejarían a solas- dijo Juan más serio de lo normal.

Hacía meses que conocía a Juan. Nos habían presentado unos amigos de la universidad a principios de curso y como los dos buscábamos piso decidimos alquilarlo juntos.

Habíamos pasado de todo juntos y al principio conectamos de un modo asombroso, aunque nunca hubo un acercamiento tan claro hasta entonces.

Le miré directamente. Su mirada era profunda y salvaje. Notaba como volvía ese repiqueteo en el pecho y las vibraciones en el estómago.

La situación había dado un vuelco y ya no era sólo yo quien esperaba a que él se acercara. Los dos sentíamos una atracción repentina que igual podría haber surgido hace tiempo pero que ninguno había querido sacar a relucir.

Seguíamos acostados en la arena pero ahora nos separaban dos palmos de distancia.

Juan acercó su brazo a mi hombro, deslizó su mano por el pecho un segundo y empezó a acariciar mi vientre, mi espalda y mis piernas.

Se acercó un poco más y me dio un beso. Esa vez fue mucho más lento y eléctrico que el anterior. A medida que su boca y su lengua se acomodaban noté como todo mi cuerpo pedía más y más. Empecé a jadear y acercarme mucho más a él. Puse mi pierna encima de su cintura apretándole contra mí y cogí su pelo corto por detrás estirándolo hacia abajo.

-Lucia… si sigues así voy a tener que quitarte el bikini y follarte aquí mismo.

Sonreí mientras le besaba en el cuello y sentía una especie de remolino por todo el cuerpo.

-Joder. Me estás poniendo… demasiado. Te cogería ahora mismo y no te dejaría hasta que te corrieras -me dijo Juan con voz ronca.

Al momento siguiente me metió la mano entre las bragas y un dedo dentro de mi coño. Gemí de placer y abrí un poco más las piernas.

-Me parece que tú también estás cachonda.

Me quitó el dedo de dentro y empezó a friccionar mi clítoris de arriba a abajo.

Estaba tan fuera de mí que ya no me importaba si nos observaban. Sólo quería que siguiera dándole ahí abajo.

-Más rápido. Más fuerte…

Él me hizo caso y me dio más rápido y más fuerte.

-¿Te gusta así?

-¡Sí!

Necesitaba correrme y como si él lo supiera siguió dándome aún más duro.

-Córrete Lu.

No pude más y en un estallido mi cuerpo convulsionó entero. Cerraba y abría las piernas, mis brazos apretaban el cuerpo de Juan y mi espalda se arqueaba. Todo un orgasmo. Como nunca antes lo había tenido.

-Estás preciosa después de correrte.

Me reí después de toda la tensión acumulada y la relajación que se apoderaba de mí.

-Gracias.

-¿Por qué me das las gracias? ¿Por el cumplido o por el meneo que te he dado?

-Por las dos cosas.

Le sonreí y él también lo hizo.

Luego me dio un beso. Uno de los que siempre había querido que me diera. De esos que parece que no haya nadie más en el mundo. De esos que me hacen perderme hacia dentro y no querer salir nunca más.

-Creo que nos tocara salir.

Parecía que mis deseos no podrían hacerse realidad. Aunque también tenía frío y estaba empezando a tiritar.

-Sí. Será mejor que salgamos.

Nos levantamos y me di cuenta de pronto que no estábamos solos. Cerca había dos personas que habían ocupado un trozo de la playa con sus cañas, sus bolsas y su nevera.

Me entró una vergüenza monumental y salí sin mirar hacia ellos.

-Tranquila, que seguro que ellos también se lo habrán pasado bien -me susurró mientras recogíamos las toallas.

-¿Tú sabías que estaban ahí?

-No. Pero ni aunque lo hubiera sabido habría parado.

-Ya veo, ya.

Él se rio y me dio un beso fugaz al ver mi cara medio ruborizada medio enojada.

-Venga Lu. Vamos a casa.

Ese comentario lo había escuchado miles de veces, pero esa era la primera vez que tenía una connotación diferente.

No sabía que sucedería a partir de ese momento. Pero tenía clara una cosa. Quería seguir haciendo sexo con él.

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