En mi país el servicio militar es obligatorio para los jóvenes que han cumplido los dieciocho años.
Yo, junto a otros trecientos hombres, marchamos debajo del sol por cada sábado del año. Lo único bueno del servicio, y el único motivo que nos alentaba ir, era nuestra seria y dura maestre, Emilia Zoto. Una militar de treinta años, morena con un rostro fino y un culo de infarto.
Los demás maestres nos decían que la chigaban a diario entre varios, y es que ella siempre vestía con pantalones ajustados. Con una comandante así siempre queríamos marchar a cualquier lugar y a cualquier hora para ver esas nalgas moverse. Me prendía cuando nos hablaba duro durante las prácticas. Nos decía poco hombres cuando no cumplíamos con nuestros ejercicios.
Un día ella nos cachó a mí y a otros dos compañeros hablando sobre su culo. Se enojó tanto que nos dio una tremenda regañiza y nos ordenó dar tres vuelta por toda la cancha.
Apenas pudimos dar dos vueltas corriendo. Ella se apiado de nosotros y nos detuvo en un punto alejado de los demás. Emilia se sentó en una silla y nos ordenó hacer cincuenta lagartijas. Ella hablaba mientras las hacíamos.
—Todo esto por mi culo.
—Haría esto y más por tener su culo —susurró Ivan que estaba a mi derecha.
—¿Qué dijiste?
—¡Nada, mi maestre!
—Yo soy demasiada mujer para ustedes, niñitos de mamá —comentó entre risas juguetonas.
—He penetrado culos más grande que el de usted —dijo Ignacio que estaba a mi izquierda.
—¿Qué fue lo que dijiste?
—Usted me escucho perfectamente, maestre. —levantó la cabeza y le brindo una firme mirada a Emilia. Yo ya estaba pensando que nos daría la madriza de nuestras vidas pero lo que sucedió nunca me lo imagine en mis sueños más húmedos y oprimidos.
—¡Firmes! ¡Ya! —ordenó mientras se levantaba y marchaba hacia nosotros.
Nosotros nos levantamos y nos pusimos firmes. Ella se acercó, nos miró de cerca a cada uno y después sonrió.
—Quítense los pantalones.
—¿Qué? —la cuestione por la rareza de su orden.
—Quítense los pantalones —repitió con más dureza—. Quiero ver como ladran muerden.
Me puse muy nervioso y dude en hacerlo, pero Ignacio ya tenía los pantalones abajó. Ivan no tardo en seguirlo así que no tuve más remedio que tragarme mi vergüenza y hacer lo que me ordeno.
Todos bajamos la mirada por instinto. Los penes de Ivan e Ignacio eran grandes, no estaban del todo erecto y ya median como 17 centímetros. Mi pene era un pobre chiste comparado con el de ellos.
Emilia se echó a reír mientras me agarraba la verga sin tener ninguna gentileza.
—Definitivamente soy mucha mujer para ti —dijo riendo—, pero tus amigos, —Estiró los brazos acariciando las vergas de mis compañeros que ya empezaron a endurecerse—, con estos tremendos rifles tal vez si sean capaces de rellenarme de plomo.
—Se lo dije perra —hablo Ignacio con orgullo y se ganó una potente cachetada.
—Que insolente eres —le dijo Emilia—, pero dotado. Les propongo un trato, chicos. Le daré mi culo a cada uno de ustedes para que lo disfruten pero antes tienes que hacer algo para mí.
—¿Una mamada de coño? —le preguntó Ivan.
—Casi. —me miró con malicia y mi pene se ruborizó—. Quiero que tú se la mames a ellos y ustedes se dejen mamar por el gordito.
—¿Qué? No…no hare eso.
—Es la única manera si quieren tener mi culo. —Dicho eso se dio la vuelta y regresó a su silla.
—No lo hare.
—Claro que sí. —Ignacio puso su mano en mi hombro, apretándome con fuerza. Ivan lo imitó. —Piensa en el premio. Nos chingaremos el culo de esa puta entre los tres. Este será nuestro secreto. Así que arrodíllate y chupamos la verga.
—Esto es algo enfermo.
—Lo sé —dijo Ivan—, pero como dijo Ignacio, piensa en el jodido premio. Nadie se enterara de esto.
Veía en sus ojos que no saldría de esta. Para que sus vergas entren en el culo de la maestre primero deben de entrar en mi boca. Me resigné, trague saliva y me arrodillé en el césped de la cancha.
—¡Vamos chicos, imagínense que es una puta barata! —exclamó Emilia desde su asiento—. ¡Y tú, gordito, agarra esas vergas, sacúdelas y después te las metes en tu boca! Lamelas como si fueran una paleta.
—Ya oíste —me dijo Ignacio—, hazlo rápido, panzón.
—Apresúrale, wey —me dijo Ivan.
Ignacio e Ivan eran dos jóvenes delgados pero con mejor forma que yo. Extrañamente sus penes ya estaban casi erectos, el mío también lo estaba y desprendían un hedor entre orina y sudor. Sujete aquellos pedazos de carne que no cabían en mis manos y empecé a jalárselas.
—¡Mas rápido! —exigió Emilia. Me fije que ella tenía su mano metida en su pantalón. Se estaba masturbando viendo como yo masturbaba a mis compañeros.
Ellos acercaron sus penes a mi cara, restregando su viscoso glande por mis cachetes, mi frente, mis orejas, mis ojos y mis labios. Tenía una leve y caliente capa de pre-semen en mi rostro. Abrí un poco los labios y la verga de Ivan se deslizo hasta mi boca. Me acorde de lo que dijo Emilia y empecé a lamerlo como si fuera una paleta. No sé si lo hacía realmente bien pero Ivan estaba gimiendo de placer ante mi lengua. Ignacio empujaba su vergota en mis labios, tuve que abrir más la boca para que su verga también entrara.
—No lo creo, tiene nuestras vergas en su boca —dijo Ivan. Yo tampoco lo creía, tenía dos vergas en mi boca y mi lengua las lamia al mismo tiempo. Su extraño sabor me resultaba delicioso. Mi madre estaría orgullosa de mí.
—Acaríciale los huevos a tus amigos —me ordenó Emilia que continuaba dedeandose ante el show que le estamos montando.
Estaba arrodillado con dos vergas en mi boca mientras que mis manos jugaban con los grandes y peludos huevos de Ignacio e Ivan.
Ignacio empujo a Ivan para que se alejara y después sujeto mi cabeza. Ya sabía lo que venía a continuación. No sé cómo lo hice pero a la fuerza me tragué toda la verga de Ignacio mientras que sus huevos chocaban contra mi barbilla. Me estuvo follando la boca por casi tres minutos hasta que las arcadas y las náuseas me obligaron a sacarme esa vergota de mi boca para recuperar el aliento y escupir el semen que no me había tragado. Pero mi momento de recuperación no duro casi nada, Ivan metió sus huevos a mi boca y recargo su verga sobre mi cara.
Sin que me dijeran nada empecé a chupar y lamer esos huevos peludos mientras restregaba su vergota por toda mi cara. Poco minutos después Ivan también me estaba follando la boca mientras que yo masturbaba a Ignacio que no paraba de escupirme a la cara. Me sentía como toda una puta de verdad, al tal punto que tome la iniciativa y empecé a hacerles garganta profunda a los dos. Un minuto chupaba una verga y al siguiente chupaba la otra. De nuevo me metieron ambas a la vez y me tapaban la nariz para asfixiarme con sus vergotas.
Me dejaron libre para que pudiera respirar, toser y escupir, pero cuando alce la mirada vi como intensas gotas de semen caía sobre mi cara. Los cabrones se vinieron sobre mí, bañándome de leche. Y como si fuera una puta sedienta abrí la boca para tragarme su leche.
Cuando vaciaron sus bolas en mi voltearon sonrientes hacia la maestre pero ella se había ido.
Se enfadaron mucho, en especial Ignacio. Yo me quede callado mientras me limpiaba el semen de mi cara con mi propia playera. Ivan me ayudo a levantarme y mientras nos subíamos los pantalones nos prometimos que nunca contaríamos lo que paso. Pero por desgracia o tal vez suerte para mí se volvió a repetir, pero eso es otra historia.
Regresamos con el grupo y nos fuimos a nuestras casas, algo decepcionados y algo felices. Por al menos ellos lograron vaciar sus huevos. Yo seguía con la verga dura y tuve que hacerme una extensa paja para bajarme la calentura, pero primero me lave bien la boca y me duche por una hora.
Cuando volvimos el sábado siguiente nos enteramos que la comandante Emilia Zoto la habían transferido a otro estado y nunca la volvimos a ver.