Rosa vivía en un pazo gallego y su padre era el terrateniente del pueblo. Cuando la gente trabajaba de sol a sol en el campo para ganarse un par de pesetas que no le daba para comer ya ella tenía una paga de cien pesetas semanales. Fue uno de sus criados el que me contó la historia, pero voy a escribirla en primera persona.
Rosa tenía 21 años. Era morena, tenía su cabello negro muy largo, y tenía de todo y todo muy bien puesto, hasta la lengua con la que mentía más que hablaba. Era una consentida y una mimada que hacía lo que le salía del coño.
Llegó al jardín acompañada de una de sus criadas, Marta, un mujerón, morena, con el cabello marrón y largo, con grandes tetas y tremendo culo. Era mayor que ella y casada. Le dio diez pesetas, y le dijo:
-Dale cinco a él, Marta. Vais a echar un polvo del modo que yo os diga.
Marta, estaba buenísima. No hacía falta que me pagase para follar con ella, pero a mí no me compraba una mal criada cómo si yo fuera un animal. Al darme el duro, le dije a Rosa:
-Si quiere ver follar, señorita Rosa, dese una vuelta por el pueblo que la perra de Celso anda en celo.
Fue como si le pegara un tiro.
-¡Si no hacéis lo que os diga que hagáis me encargo de que ninguno de los dos trabaje más en este pueblo!
Teníamos que llevar el jornal a casa, estábamos recién casados y nuestros matrimonios iban a comenzar a naufragar.
Marta se acercó a mí, y me dijo:
-Mejor será que hagamos lo que nos diga.
-¡No jodas, Marta! ¿Le vas a poner los cuernos a Antonio?
Volvió a meter baza la mimosa consentida.
-Sácale la polla, Marta. Quiero ver cómo la tiene.
Estábamos en medio de un laberinto de setos. No había peligro de que nos vieran. Marta me bajó la cremallera y sacó mi polla. Estaba baja.
-Mámasela.
Marta, en cuclillas, metió la polla en la boca y con media docena de mamadas la puso gorda y mirando al frente. La mujer se estaba calentando ya que sin mandarle me masturbó y me chupó los huevos. Lo que hizo que al rato le llenara la boca de leche, que echó fuera mientras la viciosa miraba. La muy puta, después de conseguir lo que quería, nos dijo:
-Mañana, más.
Guardé la polla, que el duro ya lo había guardado antes. Volvieron al pazo. A los cinco minutos, más o menos, volvió Marta al laberinto, y me preguntó:
-¿Aún puedes?
-¿Lo qué?
-Si se te levantará para echarme un polvo. Tengo muchas ganas. Me gustó tu polla… Es tan gordita y tan rica…
Le di la vuelta. Apoyó sus manos en el seto. Le levanté el vestido negro con flores rojas. ¡Cómo tenía aquellas bragas de humedad! Se las bajé hasta los tobillos. Abrió las piernas. Vi su culito virgen. La tentación fue muy grande. Le comí el culo como si fuese una manzana y después le folle el ojete con la lengua y le magreé sus grandes tetas… Por el interior de sus muslos bajaban goterones de jugos… Acto seguido saqué a polla empalmada, se la metí en el culo y le metí dos dedos en el coño. Nada, no me duró nada. Al comenzar a correrse, sus manos y sus brazos desaparecieron dentro del seto, y a ellos le siguió su cabeza. Escuchaba sus gemidos de placer dentro del seto y sentía su ojete latiendo. Me corrí dentro de su culo cómo un pajarito, bueno, más bien cómo un pajarraco, pues fue una corrida inmensa.
Al acabar de correrse sacó los brazos y la cabeza del seto, subió las bragas, y me dio:
-Gracias, lo necesitaba.
No supe que contestar, guardé la polla y me callé.
Al llegar a casa no me cabía el pan en el cuerpo. Se lo tenía que decir a mi esposa, pasase lo que pasase. No la podía tener engañada. Esperé a estar en cama y antes de apagar la luz se lo conté. Mi esposa, que estaba buena que te cagas y a la que yo tenía por una santa, me escuchó atentamente. No salió un reproche de su boca, pero era por algo que me iba a contar ella.
-Lo que me acabas de decir no es nada comparado con lo que me dijo a mí.
-¿Cuándo?
-Ayer.
-¿Dónde?
-Aquí.
Aquello tampoco lo contaba. No me había dicho nada. ¿Qué pasara?
-¡¿Aquí?! ¿Qué te dijo?
-Que quiere follar conmigo mientras tu miras.
-La puta tiene obsesión con nosotros. ¡La mato!
A mi esposa parecía no importarle lo que pasara.
-No vale la pena ir a la cárcel por una tontería… En el fondo la entiendo.
-Quien no te entiende soy yo a ti.
-Es fácil de entender. Rosa, está enamorada de ti, y cómo tú nunca la miraste, decidió joderte de otro modo.
-¿Te lo dijo ella?
-No, pero esas son cosas que notamos las mujeres.
-¿Y qué vas a hacer?
-Yo, si tú quieres, lo hago. Me ofreció una huerta y quinientas pesetas.
-No quiero. Ni por todo el oro del mundo…
-No seas tonto.
-¿Y si te dice que se la comas tú a ella?
-Al correrse no echa veneno.
-¿Estas segura?
No me contestó a la sarcástica pregunta.
-Quiero hacerlo.
-¿No lo harías ya?
Le dio la risa.
-Qué malo eres. ¿Echamos un polvo?
-Estamos hablando de cosas muy serias.
-Si no me echas un polvo me hago un dedo.
No sabía de qué me estaba hablando.
-¡¿Un qué?!
-Un dedo, una paja, una pera… Me aprendió Rosa a hacerlo.
Me habían cambiado la mujer.
-¡¿Qué?!
Lo que oíste.
-¡¿Dónde te lo aprendió a hacer?!
-Aquí, en esta cama.
No me creía lo que estaba oyendo.
-¡¿Qué?!
Mi mujer se destapó, cerró los ojos, se tocó las tetas, luego metió una mano dentro de las bragas, y me dijo:
-¿Qué de qué?
-¡Eres una zorra!
-¡¿Me acabas de meter los cuernos y me llamas zorra por tocarme?!
-Yo lo hice por fuerza mayor.
Mi mujer, sin parar de tocarse, me dijo.
-¿Y las ganas qué son, fuerza menor?
Aquello me sobrepasaba, mi santa se estaba pajeando, me salió del alma decirle:
-¡¡Puta!!
-Sigue llamándome puta. Me gusta que me llames puta. Me excita.
Me tenía descontrolado y… Empalmado cómo un elefante.
-¡Manda huevos!
-Déjate de huevadas y haz algo.
Tenía que hacerlo. Le quité las bragas y vi que metía un dedo dentro del coño peludo y al mismo tiempo acariciaba su clítoris (pepitilla le llamaba yo de aquella). Mirando cómo hacía para masturbarse, cogí la polla y me masturbé yo también. Al rato sacó el dedo del coño, quitó el camisón y después se siguió tocando. Me eché a su lado. Le mamé las tetas. Poco más tarde ya eran dos los dedos que metía y sacaba del coño… Se oía el chapoteó de los dedos al llegar al fondo.
-Chof, chof, chof…
A veces se llevaba los dedos cremosos a la boca y los chupaba. Pensando que eso era lo que haría cuando tuviese ganas y yo no estuviese en casa me excité cómo nunca me había excitado antes… Llevaba sus dedos mojados a la boca cuando le cogí la mano y se los chupé yo. Me supo salado al principio y agrio al final. Al volver a meter y sacar los dedos lo hizo con rapidez… Sentí el ruido que hacían al tocar fondo:
-¡¡¡Clash, clash, clash!!!
Al parar el ruido del chapoteo y de los gemidos… Mi mujer se puso tensa, sus ojos se fueron cerrando, me miro, su ceño se frunció, y me dijo:
-Cómeme el coño, cómeme el coño, cómeme el coño…
Lamí su coño por vez primera… Soltó un chorro de jugos blancos y espesos que impactaron en mi lengua, un chorro que mismo parecía el de una fuente de la que brotaba leche condensada. Exclamó:
-¡¡¡Me cooorro!!!
Se corrió cómo una cerda, y yo, que no me había dejado de tocar, cómo un cerdo. Dejamos la sabana y el colchón perdidos… ¡Pedazo de corridas echamos!
Al acabar, yo ya tenía la mosca detrás de la oreja, le dije:
-¿A ti no te comería el coño Rosa?
Me miró, sonrió, y poniéndose las bragas, me dijo:
-¿De verdad quieres saberlo, cariño?
-Joder. Te lo comió, ya no me cabe duda alguna. Me casé con una guarra. Solo una pregunta más. ¿Se lo comiste tú a ella?
Me volvió a decir:
-¿De verdad quieres saberlo?
-¡Bueeenooo!
Dos días después, y antes de que mirar cómo mi mujer y Rosa follaban… La que me metiera los cuernos, me ofreció lo mismo que le había ofrecido a mi esposa por ser testigo falso, y lo iba a hacer por lo que me dijo, o sea, me confirmó lo que toda la aldea decía, que don Manuel, el terrateniente, había ahogado a su esposa para quedarse con todo lo que tenía, ya que él era un matado que se casara con ella por el interés. Me explicara el plan, y cómo no se iba a derramar sangre, pues eso, acepte.
Sonaron seis campanadas en el reloj del salón del pazo cuando entró en él don Manuel. Lo que vio lo dejó caliente como un perro. Vio a Rosa, totalmente desnuda, echada hacia atrás en un tresillo, con las piernas abiertas y con una mano acariciando sus grandes tetas y con un dedo de la otra acariciando el glande del clítoris.
Yo miraba desde otra habitación por un agujero que don Manuel hiciera en la pared para pajearse viendo a su hija hacer sus cosas, sola y con las criadas (eso me dijera Rosa). Pude ver cómo brillaban los jugos que bajaban por su ojete y me puse palote, pero palote, palote.
Don Manuel, que era un cincuentón le dijo a su hija:
-¡Otra vez haciendo cochinadas, gamberra!
Rosa, para mi sorpresa, se siguió tocando. Don Manuel se quitó los tirantes, con ellos en su mano derecha, fue a su lado, y le dijo:
-¡En pie, cerda!
Nada estaba sucediendo cómo Rosa me había dicho.
Entró en el salón, Laura, una treintañera, de estatura mediana, morena, con el pelo recogido en un moño, casada, y beata hasta la médula (eso aparentaba delante de la gente). Entró con uno de aquellos sujetadores antiguos de color blanco cortado para que le viesen las areolas marrones y los gordos pezones de sus tetas medianas, unas medias negras sujetas con ligas del mismo color, unas bragas blancas, que no debían ser suyas, ya que le salían los pelos del coño por todos los lados y una zapatilla marrón con rayas negras y piso de goma amarillo en la mano derecha. Le dijo a don Manuel:
-¡¿Qué le ibas a hacer a mi niñita?!
Don Manuel puso cara de niño asustado. Rosa se levantó y le ató las manos con los tirantes y tiró de él. Don Manuel se puso de rodillas, echó la lengua fuera y jadeó cómo un perro. Me pareció cómico, pero dejó de serlo cuando la criada le bajó los pantalones y los calzoncillos y le dio con la zapatilla, pero no de cualquier manera, le dio con ganas atrasadas.
-¡¡¡Plas, plas, plas!!!
Don Manuel lloraba cómo un niño.
-Voy a ser bueno, voy a ser bueno.
Decía que iba a ser bueno y le lamía el coño a su hija. ¿Sería que era bueno lamiendo coños?
-¡Más te vale que lo seas, cabrón!
Le volvió a dar.
Con las nalgas al rojo vivo y empalmado cómo un toro, se echó boca arriba, y suplicó:
-¡No me des más, por favor!
La criada, le dijo:
-¿Vas a hacer lo que te diga?
-Sí, manda que obedeceré.
Le quitó los zapatos, el pantalón y los calzoncillos, y le dijo:
-¡De rodillas y cómele el coño a la niña:
Don Manuel se metió entre las piernas de su hija, y con las manos atadas le comió el coño. Laura se subió al tresillo, le puso el coño en la boca a Rosa y Rosa se lo comió… Me estaba mojando viendo aquello cuando la polla se me bajó hasta quedar en nada. ¿Por qué? Porque en el salón entró mi esposa llevando un vestido de novia, velo incluido. Mi esposa se acercó a los tres, se arrodilló detrás del viejo, levantó el velo y le comió el culo. ¡La madre que la parió a ella y a la puta que los inventó a todos! Me fui cara a la puerta, quise abrirla y estaba cerrada con llave. La golpeé con fuerza y les llame a ellas de puta para arriba y a él de maricón para abajo. No me hicieron caso. Cuando volví a mirar, Laura le estaba comiendo la boca a mi esposa, Rosa, las tetas y don Manuel le comía el coño. Sentí sus gemidos. Vi cómo se le cerraban los ojos y cómo se corría en la boca del terrateniente. Me estaba volviendo loco. Mi polla no obedecía a mi rabia. Se levantó y no paraba de echar aguadilla. Si me sueltan no sé que haría. Algo después sentí andar en la cerradura de la puerta. ¿Quién coño sería? Era Marta que se uniera a la fiesta. No me lo pensé dos veces. Al verme libre fui junto a los cuatro, el terrateniente, a cuatro patas, le estaba comiendo el coño a Laura y mi esposa se lo estaba comiendo a Rosa. Me fui a por el terrateniente. ¡La puta que lo parió! De mí no se iba a reír el desgraciado. ¡¡Se la clavé en el culo con idea de reventarlo!! Fue como si le hubiera metido un dedo! Entró cómo nada. Marta me agarró los huevos y me los acarició y… Coño, no quise desentonar. Acabé llenándole el culo de leche a mi esposa después de correrme en el culo del terrateniente y de hacer que se corrieran Marta, Laura y Rosa.
Bueno, y aquí lo voy a dejar por que cómo resulta que el padre follaba con la hija a diario y con las criadas, y mi esposa y yo éramos sangre nueva, ya te contaré otro día más cosas… Y no, el viejo no matara a su mujer, fuera un cuento para enredarme.
Quique.