Ella le puso el plato de paella en la mesa. Él estaba catando el vino tinto, que por cierto, era malo cómo la peste, nada que ver con el tinto del país que tomaba en su tierra, Galicia. Ella, con acento sudamericano, le dijo:
-Espero que todo esté de su agrado.
Él la miró. Era una chica morena de casi metro setenta, de ojos preciosos, sonrisa angelical, lindo rostro y rellenita, no estaba gorda, tenía donde agarrar… Buenas tetas, buen culo… Le gustó, pero no se molestó en decirle nada bonito, era demasiado monumento para tan poco pedestal. No comentó nada del vino, se limitó a responder:
-Buena pinta la tiene.
Estaban en una terraza de un restaurante de la tierra de la paella. Eran ya las once de la noche y el calor dejara paso al bochorno. Al final hasta el vino le bajó bien, ya que la paella estaba deliciosa. Ella, retirando el plato vacío de la mesa, le preguntó:
-¿Va a tomar postre el señor?
-No, gracias, preciosa, (lo de preciosa se le escapó) tomaré un café y una copa de brandy, Napoleón, si tenéis.
-No sé si tenemos, hace poco que trabajo aquí, lo preguntaré.
No tenían Napoleón y acabó tomando un Veterano. También le ofreció puro, pero él no fumaba.
Cerraron el restaurante cuando el maduro acabó de tomar el café y la copa. Pagó, dejó una buena propina y se fue al aparcamiento. Allí se metió en su auto, echó el respaldo del asiento hacia atrás y se dispuso a descansar un poco para que se le fuesen los efectos del alcohol, no era el caso de dar positivo si lo paraban en un control policial y lo hacían soplar, que soplar ya había soplado bastante.
Estaba con las manos en la nuca cuando tocaron con los nudillos en la ventanilla. Miró, y la vio, era la chica que lo había servido. Se incorporó, abrió la ventanilla, y antes de que hablara, le dijo la joven:
-¿Me podía acercar a mi casa? A mi pareja se le estropeó el auto y no hay taxis disponibles. Le pagaré el viaje.
Levantó el respaldo del asiento, y le respondió:
-Será un placer. Entra e indícame el camino.
La joven le fue diciendo por donde ir. Acabaron en una apartada cala. El, tiró de ingenio.
-¡Lo sabía!
La chica se sorprendió.
-¡¿Qué sabías?!
-Que eras una sirena. Una belleza cómo la tuya no es normal.
La joven, sonrió, y fue a grano.
-Tengo diez minutos para ti, diez o quince, pero no más.
-Pues no perdamos el tiempo.
Se besaron cómo si se conocieran de siempre. Ella rodeaba el cuello del maduro con sus brazos y el maduro le cogía el culo y la apretaba contra él para que sintiera su dura polla entre sus piernas.
Ella le desabotonó la camisa… Se desnudaron el uno a la otra, y viceversa. Ella se echó boca arriba sobre la arena, él se le echó encima… Las olas llegando a la orilla y subiendo por sus piernas le daban a él en el trasero y a ella le mojaban los pies, las piernas y el chochito. El vaivén de las olas, dejando la espuma al retroceder hacía el polvo casi mágico. Sus lenguas se deslizaban una sobre la otra, y sus bocas las chupaban. Él notaba sus pezones duros sobre su pecho y la humedad de su chochito, que no era de agua salada. Ella notaba su polla llenando su coño y se movía debajo de él buscando el orgasmo… Y lo encontró. Él se quedó quieto al sentir cómo el chochito apretaba su polla y cómo la bañaba, ella le comía la boca y clavaba las uñas en su culo debido al tremendo placer que sentía. Sus gemidos eran tan sensuales que parecía que en vez de salir de su boca salían de una caracola.
Al acabar de correrse, lo besó, subió encima de él y lo cabalgó dándole a comer sus deliciosas tetas. Él no soltaba su culo, era como si tuviera imán. Le encantaba acariciarlo. No la nalgueó, dejó que fuese ella la que lo hiciese todo, y todo lo hizo, sin escatimar besos ni caricias, hasta que él le dijo:
-¡Me corro!
-¡Y yo!
La joven se derrumbó sobre él y se corrieron juntos mientras los besos ahogaban los gemidos.
Más que follar habían hecho el amor.
Vistiéndose, le dijo ella a él:
-No debiste venir. Son diez horas para llegar aquí y diez horas para volver a Galicia.
-Cómo si fueran cien, valió la pena. Sabes que te…
-¡No lo digas!
-Te amo.
-¡Tenías que decirlo!
-Sí, tenía que decírtelo en persona.
-Sabes…
La calló con un beso, y después le dijo:
-Lo sé.
¿Se conocerían de algo? Me late que extraños no eran.
Quique.