Pensé que el viernes pasado pasaría impensablemente sin pasar nada, pero pasó lo que tenía que pasar por su propio peso. Ya veréis por qué esta entrada ha sido tan pesada, hasta yo estoy admirado de lo ocurrido.
Al ser yo el último de mi familia y del nacimiento de mi hermana mayor hasta el mío transcurrieron 22 años, coincidió que en mi casa estaba embarazada mi madre y mi hermana simultáneamente. Nacimos los dos el mismo año con muy poca diferencia mi sobrino y yo.
Siempre hemos sido buenos amigos desde pequeños, de modo que yo más enclenque y él fuerte y robusto me defendía de mis compañeros en la adolescencia porque yo era tan mariquita que me hacían bullying los compañeros de clase, pero si está mi sobrino, aunque menor que yo por unos meses, siempre ha sido más fuerte y peleón.
Nos hemos hecho universitarios, ya somos mayores, él estudia biología y yo filosofía. Mi sobrino Berna (en realidad, Bernardo), es casi como yo de guapo, pero si vamos juntos a mi miran más. Los que saben quiénes somos, piensan que los dos somos gays, y a mí eso me divierte bastante porque me sirve para bromear a mi sobrino, amigo y hermano. Hermanos, pues sí, porque nos hemos criado juntos con dos madres, su abuela y mi hermana, que eran muy amigas además de ser madre e hija. Mi sobrino aguanta bien mis bromas como yo las suyas, pero sé que él no es gay, porque como familia que somos nos hemos besado miles de veces, besos castos en la cara; hemos dormido en la misma cama con pijama y «tú allá y yo aquí»; nos hemos cambiado de ropa pero con ese «no me mires que no te veo».
Una vez, cuando yo ya había salido del armario, le dije rogando:
— Berna, déjame que te la vea al menos una vez.
— Que no, Xente, que la tuya es más grande que la mía, —me dijo.
— ¡Ah, cabronazo!, ¿cómo lo sabes?, —le pregunté.
— Porque a ti todo te da lo mismo, no te cubres bien y ese bañador de nilón tan pequeñajo que tienes te la marca del todo, —respondió.
— Tengo más de uno, te puedo regalar uno, si quieres; anda, abre mi ropero y te escoges el que más te guste, —le dije en plan generoso.
— Mi padre no es como el tuyo, a mí no me permite esas cosas; si ni siquiera se cree que tú eres gay, él dice que es una moda y tú eres un superficial, —me dijo.
— ¿Superficial yo? Si a mí me gusta meterme en profundidades y que me la metan hasta el fondo, —al decirle esto nos reímos mucho los dos.
Yo sé cómo tratar a mi sobrino amigo. He de procurar no perder la amistad y para eso tengo páginas conectadas de chicas para que él pueda hacer con mi ordenador lo que en su casa no le dejan. A veces mira también mis páginas por pura curiosidad morbosa, le gusta saber qué cosas veo yo. A veces vemos películas porno que a él le van, solo una vez vimos una de hombres follando entre sí. Solo me dijo: «qué asco» cuando se estaban comiendo el culo en un 69. Pero en un momento se fue a mear y tardó más de lo que cuesta una meada. Hacía rato que lo veía sobarse el paquete por encima del pantalón y por los sonidos y el ah, ah, ah, aaah, supe que se estaba masturbando. No lo molesté para no hacerle sonrojar.
Este viernes, 5 de julio, eran las 11 de la mañana y me llamó para saber si estaba en casa.
—Se han ido todos, cada cual a lo suyo estoy solo, aburrido, con pereza y sin saber qué hacer, —le dije.
— ¿Y si vamos a la playa?, —preguntó.
— ¿Adónde?, —formulé la repregunta exigida.
— Escucha, voy a tu casa, llevo cosas, cocinamos, comemos pronto y nos vamos; voy en el coche de mi mamá, voy en bañador y camiseta, tú te llevas un bañador short y camiseta, pongo dos toallas en el coche, — así se explicaba para hacerlo fácil.
Y le dije:
— No, no pongas toalla, que se llenan de arena, yo saco dos pareos para tumbarnos sobre la arena, —le dije.
— Muy femenino eso de los pareos, ¿no?, —replicó.
— No me digas gilipolleces, cabrón…
— No he dicho nada, está bien, está bien.
No tardó en llegar, nos preparamos la comida, me fui a ponerme un pantaloncito muy ajustado, se quedó mirando como quien pregunta de donde sacaste eso y solo le dije:
— Es nuevo, del todo nuevo.
Nos fuimos a la playa. Estacionó. Estaba todo lleno de gente, apelotonados, encontramos un hueco y nos posicionamos, nos ayudamos en ponernos protector a la espalda y nos fuimos a meter al mar, nadamos, desde el fondo miramos para ver la multitud y dijo:
— Se nota el calor que tiene la gente.
— Me da lo mismo el calor, si vengo a la playa es porque me gusta el sol y el mar, no por la gente.
Salimos a tumbarnos. Niños que lloran porque sus padres no les dejan hacer lo que quieren, chicas chillonas hablando con una lengua soez mal de sus amigos a voz en cuello. Chicos que juegan a pilota en la orilla del mar y se les escapa la pelota sobre nosotros, otros chicos que ponen su música para hacer la competencia a la música de otro lugar, señoras que espolvoreaban las toallas para no llevarse la arena a casa pero que nos llenaron de arena a nosotros. Yo me esta encabronando con tanta infelicidad.
— Estás molesto y te mueves sin parar, —me dijo Barna.
— Pero, ¿tú estás a gusto aquí?, —le pregunté.
— No, pero es lo que hay.
— De ninguna manera, yo te llevo a una playa donde podremos dormir y a pié está a quince minutos.
— Vamos allá, —dijo taxativamente.
— Pero es nudista, —le dije.
— ¿Se puede ir en bañador?
— Sí tú quieres, sí; yo sin bañador.
— Vamos, pues, estarás mejor, pero nada de esto a mi padre.
— A nadie le importa nada.
Nos levantamos y nos fuimos caminando hasta llegar allí. Solo se escuchaba el rumor del mar, los que jugaban a pelota estaban lejos de los bañistas y los claros de arena eran grandes, espaciosos y el mar más despejado. Tendimos los pareos y me quité el pantaloncito. Desnudo le invité a irnos a nadar, se vino conmigo. Él no perdía de vista mi polla. Entramos al mar y nadamos brazadas contra las suaves olas y a la altura de las boyas descansamos de hacer braza y nos apoyamos en una boya amarilla para hablar del silencio, ni música, ni chillonas, ni aficionados deportistas encima nuestro ni niños llorando, había unos niños que estaban con sus padres, pero no chillaban. También había adolescentes con sus familias. Se estaba bien, emprendimos el regreso a la playa y me tumbé. Me dijo Berna:
— Creo que hago el ridículo, todos desnudos y yo en bañador, ¿no se quejarán?
— No se quejarán, y no haces el ridículo, puedes ir como quieras…
— Sí no te molesta, me quito el bañador.
— ¿Cómo me va a molestar si yo voy en pelotas?
Se quitó el bañador y se tapaba sus genitales. No dije nada, pensé que ya se acostumbraría. Así ocurrió. Ya entrábamos al mar, ya salíamos, ya conversáramos a la orilla del mar dándonos el agua a los pies, noté que no se encontraba mal, hasta que, al rato de estar tumbados, le digo:
— Ahora vuelvo, —escarbaba en mi mochila para sacar un condón sin que él lo viera.
— ¿Adónde vas?, —preguntó.
— Ahí detrás de esas dunas, —contesté.
— ¿A qué?, —volvió a preguntar.
— A orinar y a echar una mirada por si encuentro algo, —contesté.
— ¿Qué buscas?, preguntó el inquisidor.
— Alguien con quien follar…
— ¿Puedo ir?, —otra pregunta.
— Conmigo sí, tú a solas no, —le dije.
— ¿Por qué?
— Porque te conozco y probablemente vendrías gritando y llamando la atención.
— Ah, ya, voy contigo.
Subí la duna, eché una mirada a lo lejos, Barna estaba a mi lado, mirando adonde yo mirara. No descubrí nada, dunas y más dunas. Bajé las dunas, Berna me siguió, ya no se veía la zona de playa. Me puse a orinar. Berna orinó en el mismo charquito que yo. Lo miré, me sonreí y le pregunté:
— ¿Te la han mamado alguna vez?
— ¿Qué?
— Que si alguna vez ha habido alguien que la hubiera chupado.
— Pues no, —me contestó
— ¿No? Casi no me lo puedo creer, ¿ni en el colegio?
— No, nunca, nadie, jamás…, —sabía yo que Berna me decía la verdad— ¿Y a ti?, ¿te la ha chupado alguien?
— Muchos…
— ¿Qué se siente?
— Algo como cuando te masturbas, solo que en la masturbación el orgasmo llega y ya no retrocedes y cuando te la come alguien es sin parar ese gustito, un verdadero placer, que como se nota que el amigo se está poniendo a punto de correrse, cambias y lo haces durar todo más.
— ¿Tú la has mamado a alguien?
— Qué preguntas haces, evidente, ¿no? Soy maricón y me gusta el sexo, me gusta con un hombre.
— ¿También disfrutas?
— Como no te lo puedes imaginar…
— ¿Aquí se puede hacer?
— Por supuesto.
— Chúpamela.
Me puse de rodillas delante de él, se la acaricié para ponerla más dura con el tacto suave, me la metí en la boca y, agarrándome de sus muslos para no caer al suelo si se movía mucho, comencé a mamarle la polla. Cuando ya la puse dura y el gemía suave, le descapullaba el glande con los labios y pasaba la lengua por el frenillo, la saqué para mirar cómo tenía el frenillo, pasé el dedo índice por encima de la flecha y dio un suspiró, me la puse en la boca y continué dándole gusto con el frenillo, mientras le acariciaba el escroto para masajear los testículos. Menuda bolsa me daba ganas meterla en la boca y cuando le pase insistentemente la lengua por su frenillo dio un grito casi desesperado de placer y saqué la polla de la boca para meterme su escroto.
En mi boca cabía el escroto entero y jugaba con la lengua moviendo los testículos mientras con la mano izquierda sujetaba su polla masturbándola suavemente para que no se me bajara y el estaba suspirando y dio un brinco v¡cuando retuve un testículo aprisionado con mis dientes. Decidí acabar con el saqué de mi boca el escroto y volví a meterme el pene, lo clavé hasta el fondo para que tropezara con mi garganta, suspiró cuando se vio aprisionado unos segundos y lo fui moviendo hasta afuera y adentro, hasta que llegó un momento en que se cogió de mi cabeza y y la acompañaba en mis acciones para que me follara la boca.
Ahora era él quien estaba follándome la boca, se olvido que yo era su tío y amigo, se olvidó de su heterosexualidad y hablaba:
— Qué bien la chupas, maricón; qué rico, ¡aaayy, qué placer!, —decía sin parar.
Ente suspiros y frases inusuales para él, soltó:
— ¡¡¡Me corro, me corro, me corroooo…!!!
Y se corrió, tragué algunos trallazos y guarde los últimos en la boca para mostrarle cuando sacara su polla. No tardó en sacarla y me miraba a la cara más sorprendido por sí mismo que por lo que había hecho. Me puse en pie, le mostré mi boca con su blanco semen, me acerqué a besarle, lo consintió y le pasé mi lengua, recogió con la suya al contacto con la mía y probó. Otra vez lo hice y otra vez recibió y por tercera vez compartimos todo el contenido. Entonces, le dije:
— Necesitaba respirar, pero es bueno tu semen, sabe bien tu leche, es agradable.
Me miraba sonriendo y le dije:
— Vamos al mar a relajarnos, más tarde, si lo deseas nos asomamos de nuevo a ver si hay alguien y si lo deseas…, pues, ya sabes…, ya has probado.
— Ha estado bueno. ¡Has estado bueno, hermano!
Así me solía decir cuando estaba muy contento. Con ese «hermano» ya sabía yo que le había gustado la mamada, que no sería la última y que podría conseguir que más tarde me follara, pero yo tuve paciencia.
Ya no picaba mucho el sol y estábamos al borde de la playa sentados para que al subir la hora nos refrescara las piernas y el culo. Fue entonces cuando me dijo:
— Xente, ¿podríamos ir ahora, allá detrás de las dunas?
— Vamos, —respondí.
Nos levantamos y subimos de nuevo, eché una mirada y había dos tíos un poco más alejados, muy cerca el uno del otro, parecía que estaban comenzando porque todo lo que podía adivinar es que se la estaban tocando, acariciando o masturbando. No vi nada más interesante y los que veía estaban comenzando, uno de ellos muy grueso. No sentí interés por ellos. Miré a Berna y me sonrió:
— ¿Qué?, ¿por qué te ríes?
— Porque ahora me toca a mí…
— ¿Sí?, pero no quiero que me la chupes, quiero que me la metas…
— Uf, eso es más difícil…, —dijo desanimado.
— No te desanimes, macho, yo me agacho, tú me tiras dos sopapos al culo, y lo remueves con tu lengua para sacar cualquier granito de arena que pudiera haber, y con tus dedos los vas metiendo bien mojados con tu saliva y vas haciendo el agujero más ancho, así lo dilatas antes de meter tu polla.
— ¿Con los dedos? ¿No sé qué cómo hacer?
Me puse pegado a él mirándole cara a cara y mientras le decía que si sabría, me chupé los dedos índice y los fui metiendo en su culo. Se resistía pero volvía a recoger saliva y metí uno hasta que suspiró y gimió
— ¡Ay, que bueno!
— Agachado yo te será más fácil, hazlo.
Me agaché y me agarré a un arbusto, roció que había allí. Me escupió varias veces y comenzó a limpiar el culo con la lengua. Luego metió los dedos y se transportó a mi mundo, pues besaba mi espalda, metía su mejilla sobre mi nalga, acariciaba mi escroto, e iba alternando entre lamer mi culo hacer presión para abrirlo y besos. Llegó a besar hasta mi agujero.
Ponte duro, tócatela y si no puedes avisa. Pudo y apuntó su polla a mi culo. Empujo y se le escapó el pene. Volvió a comenzar y tenía medio capullo dentro y retrocedí con el culo relajado y entro a la mitad. Me dolí algo, pero resistible. Le dije:
— Empuja, dale fuerte, sin piedad, ámame.
— ¡¡Te quiero, Xente, te quiero mucho…!!
Entró del todo. Me agarré de sus nalgas para que estuviera quieto y me movía yo para acomodarme y sentirlo. Comencé a sentir placer y como Berna gemía supe que mis movimientos también le producían placer. Le indiqué que me follara adentro y afuera sin sacarla del todo. Lo hizo y yo estaba el medio del cielo. Se le escapó fuera y la metió enseguida. Le dije que lo hiciera varias veces así. Lo hizo y me gritó:
— Seré burro, ¡¡¡me corro, me corro…!!!
Se quedó pegado su pecho a mi espalda y acabó de vaciarse en mi interior gracias a que lo amarraba con mis manos en sus nalgas. Nos fuimos a bañar de nuevo para lavarnos, porque caminando el trayecto de arena se me iba escapando del culo su semen. Nada hice por disimularlo porque ahora había aún menos gente. Cuando llegue al mar ya no tenía nada, pero mi culo estaba bien abierto y lo noté con placer.
Cuando nos secamos, me puse el bañador, Berna también y caminábamos hacia donde habíamos aparcado y me dijo:
— Tenías razón esta playa es más silenciosa y tranquila.
— Ya lo sabes, cuando quieras venir, me lo dices; aquí incluso hemos dormido un rato, —le dije.
— Y hemos follado…, bueno yo he follado, pero no he probado tu polla…
— ¿Quieres?
— Si no te molesta…, pero ¿cuándo?
— ¿Necesitas irte a tu casa esta noche?
— No necesariamente…
— Quédate conmigo, dormiremos en mi cama y follaremos.
— Mamá, esta noche no iré a casa, me quedo con Xente.
Fue su decisión, lo que ocurrió demostró que mi sobrino-amigo-hermano es bisex, y comenzó a preferirme a mí antes que a sus amigas. Me explicó que cuando deseaba tener sexo, ellas no estaban a punto nunca y yo siempre a punto y todo a mi gusto. Mi sobrino-amigo-hermano Berna y yo ya somos habituales.