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Lo que pudo haber sido (Parte V)
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Tiempo de lectura: 31 minutos

Sé que no he publicado en algo de tiempo. Aquí la continuación de la historia, pese a que dije que terminaba en la cuarta parte. Una vez más, va dedicado a Ana.

Después de aquella faena, nuestra vida continuó con sus perversiones. Mi esposa Elena, había contratado a una prostituta para mí y me había visto coger con ella. Incluso se unió. Ella me había puesto los cuernos en nuestra luna de miel y aquello me había excitado muchísimo. No había secretos entre nosotros. No había nada que no estuviéramos dispuestos a hacer el uno por el otro.

Amaba conversar con ella y no teníamos pudor de nada. Cuando salíamos y ella veía a algún tipo con buenas pintas, bromeaba conmigo y reíamos imaginando el paquete que tendría. De igual manera, si nos cruzábamos con una mujer de buenas curvas, imaginábamos cómo sería coger con ella.

Claro, yo sentía celos cuando eso sucedía, porque sabía que la puta que tenía por esposa me pondría el cuerno a la primera oportunidad… cosa que me excitaba en sobre manera.

Sin embargo, por cerca de medio año, nos contentamos sólo con nosotros mismos. A mí me encantaba pegarle cuando lo hacíamos y ella disfrutaba de mi maltrato. Hubo ocasiones en que se me pasaba la mano. Ella nunca se quejó o me detuvo. Conocíamos nuestros roles: yo era el amo y ella mi esclava. En un momento, ella me confesó que le excitaba que la forzaran y me alentó a que, si en algún momento ella se negaba a coger conmigo, la violara. No saben cuánto me excitó aquello.

Pese a todo, había cosas a las que ella no se atrevía o no le gustaba. Yo anhelaba hacer cochinerías, pero ella no daba su brazo a torcer en ese aspecto. Lo único que logré en un punto fue que me orinase encima mientras lo hacíamos en la regadera. Claro, sí o sí se tragaba mi semen o, en caso de que se lo ordenase, lo compartía conmigo.

De todo lo que hacíamos hay mucha tela de donde cortar y mucho que contar; sin embargo, hubo sucesos dignos de mención que se merecen unas líneas.

Por motivos de trabajo, viajaba constantemente a distintos lugares de Baja California y también a algunos estados, principalmente a las ciudades más grandes del país, como Monterrey, Guadalajara y la capital. A mitades de abril de ese año y poco antes de semana santa, me mandaron a Ciudad Juárez a un curso que duró cinco días para regresar justo cuando comenzaban los días de asueto que dan en el gobierno federal debido a las festividades.

Regresé a casa un miércoles a media tarde, completamente agotado del viaje y algo molesto por los distintos controles de los aeropuertos. Elena me recibió con un beso que me indicaba que estaba completamente caliente, pero cuando correspondí, me detuvo.

– Hoy te tengo una sorpresa muy especial – me dijo mirándome a los ojos completamente divertida. Yo le sonreí

– Y, ¿a qué debo tanta atención? – pregunté intentando acercarla a mí y manosear su bello trasero. Nuevamente me detuvo.

– No, no, no mi amor – se negó con una seducción que me invitaba a tomarla por la fuerza e intuía que eso era lo que quería – Mañana podrás hacerme lo que quieras, pero hoy no.

– ¿Entonces por qué el recibimiento tan caluroso? – inquirí y como respuesta ella tomó las llaves de nuestro carro

– ¿Confías en mí? – me respondió con picardía

– Por supuesto

– Entonces, súbete – me ordenó y encendió el carro.

Reticente, pero con mucha curiosidad, decidí dejarme llevar. En el trayecto, me preguntó sobre cómo había estado mi viaje, si estaba cansado y cosas así. Durante el camino paramos en un cajero automático y noté que sacaba de su cuenta unos cuantos miles de pesos. Para cuando me di cuenta, estábamos en la colonia Cacho, que es una zona de dinero en la ciudad de Tijuana. Nos detuvimos en una casa bastante grande. Cuando iba a preguntar de qué iba todo aquello, me interrumpió y me susurró: “lo vas a saber en unos momentos” y me besó con mucha lujuria.

Ella bajó del coche, sonriente y divertida ante mi desconcierto y confusión. Intrigado ante todo el misterio, mi mente divagaba ante un sinfín de posibilidades sobre lo que pudiese significar todo esto. Justo cuando Elena tocaba el timbre, la puerta se abrió y salió un niño pequeño seguido de una mujer baja y de piel morena, que saludo a Elena con un asentimiento de cabeza y sin mediar palabra, se alejó dejándonos la puerta abierta.

Elena entró con naturalidad en aquél caserón, que contaba con un amplio patio y un garaje para 4 carros. Cuando llegamos a la estancia interior nos recibió una mujer a la que yo le calculé unos cuarenta y muchos, gorda y de rasgos toscos, pero ataviada de una manera que indicaba que era la señora de la casa.

– ¡Elenita! – exclamó en cuanto nos vio y saludó a mi esposa con un beso en la boca que me dejó completamente perplejo – ya pensaba que no ibas a venir, pero estuvo bien que llegaras tarde, porque Juanita se retrasó, pero ya se llevó al niño.

– Si, los acabamos de ver salir – contestó Elena tomándola de ambas manos como a una vieja amiga

– Ya venía yo a asomarme, porque no escuché la puerta cerrarse, pero era por ustedes – comentó pese a que la puerta seguía abierta y me dirigió una mirada inequívocamente sensual – Y este hombre tan apuesto ¿quién es?

– Te presento a mi esposo – respondió Elena tomándome de la mano – Pablo

– Mucho gusto Pablo. Soy María Eugenia – dijo la mujer acercándose a mí y tendiéndome una de sus manos y añadió – es mucho más guapo de lo que nos habías contado.

– Ni le digas, que se le sube – bromeó mi esposa

– Y, ¿cómo es que se conocen ustedes? – pregunté intentando ser lo más políticamente posible

– ¿Elenita no te ha contado? – preguntó extrañada María Eugenia

– De hecho, no sabe nada el pobre – confesó mi esposa, riendo con singular felicidad – y hoy viene llegando de Cd. Juárez.

– ¿No me has contado que cosa? – le pregunté con cierta molestia a Elena

– ¡Pensé que sabía! – exclamó María Eugenia – Ay, Elenita, ¿segura que no va a haber problema?

– Ninguno, espero – contestó Elena con un deje de inseguridad mirándome a los ojos y cuando iba a replicar sobre mi desconocimiento María Eugenia me interrumpió

– Pásenle y nos ponemos cómodos – nos invitó e hizo amago de ir a cerrar la puerta, pero Elena la detuvo.

– No, yo ya voy de salida – comentó pícaramente Elena. Removió algo de su bolsa y sacó el dinero que antes habíamos sacado del cajero y se le entregó a María Eugenia – 3 mil, como habíamos acordado

– Con lo guapo que está tu esposo, me gustaría dejártelo gratis – comentó María Eugenia – y de hecho pensé que te quedarías

– ¿Qué es todo esto Elena? – pregunté completamente desconcertado y algo enojado ante la situación que, comenzaba a comprender de qué iba

– Mi amor, tú me dijiste que podía engañarte, ¿recuerdas? – me preguntó tomando mi paquete con descaro y yo me puse rojo ante el descaro de hacerlo frente a una persona desconocida, pero no se lo impedí

– Pero…

– Pues la verdad es que te he estado engañando con el esposo de Maru – me soltó como si tal cosa – Ya llevamos casi dos meses…

– Tres, corazón – corrigió Maria Eugenia con una sonrisa nada propia de una mujer que se sabe engañada por su marido y menos teniendo a la amante en frente, la cual, era mi esposa.

– ¿Tres? ¡Qué rápido! – se sorprendió mi esposa – Bueno, el punto es que, Maru, así como tú, es una cornuda consentida y le excita muchísimo toda la situación

– ¡¿Perdón?! – exclamé con la poca dignidad que me quedaba

– Eso es cierto – confirmó Maru – estoy chorreando como grifo ahorita – añadió señalándose la vagina

– Así que, yo quise darte un pequeño regalo de compensación por los cuernos que te he pintado – continuó con una sensualidad que hacía que comenzara a calentarme y con algo de culpa – Mi amante me vendió a su esposa por una pequeña cantidad y yo quiero que me pongas el cuerno con ella.

– ¡¿Qué?! – exclamé – A ver… a ver… a ver…

– Esta vez no voy a estar presente – explicaba mi esposa – Mañana te espero con las piernas abiertas y la piel dispuesta a cualquier castigo que me quieras impartir por ser tan puta.

– Veo que le agarras el gusto a esto de ser cuckqueen – aportó Maru, que nos miraba con evidente lujuria

– Aun no, pero estoy experimentando – contestó me esposa – pero debo confesar que, aunque no me gusta, si estoy caliente

– Le vas a ir agarrando el gusto corazón, verás que sí – dijo Maru

– Además, lo vas a disfrutar mucho – dijo Elena y se acercó a Maru para pellizcarle un pezón y jalarlo hacia el suelo, haciendo que ella se doblara y callera hincada ante mi esposa – porque ella es más masoquista que yo, como podrás ver – y parecía ser cierto, pues sólo escuché salir de la gorda mujer un suspiro de sorpresa ante el súbito acto de violencia hacia su cuerpo y más, porque se quedó a los pies de mi esposa para después recibir un fuerte golpe en la cabeza con la mano abierta de mi esposa. Sólo sonrió

– Siéntete libre de hacer lo que quieras conmigo Pablo – me dijo Maru – me encanta que me peguen y me humillen.

– También le gustan las cochinerías y ese tipo de cosas – acto seguido la tomó del cabello con fuerza alzó su cara, Maru automáticamente abrió la boca y Elena escupió en ella – Así que podrás hacer con ella todo lo que no has podido hacer conmigo…

Yo estaba completamente paralizado ante toda la situación y no había atinado a decir más que exclamaciones monosilábicas, pero lo cierto es que estaba bastante excitado. Aun no sabía que pensar de todo aquello y necesitaba tiempo para procesarlo.

Elena soltó bruscamente la cabeza de Maru y se dirigió a mí con paso seguro, pero su semblante denotaba preocupación.

– Más te vale que no me cambies por ésta zorra, porque en verdad está en un nivel mucho más arriba que yo y sé que a ti no te importa el físico – me soltó y me besó con pasión durante un largo minuto – Y más te vale que mañana vengas y te cojas a la puta de tu esposa y la castigues por engañarte – y cuando estaba por responderle me interrumpió – Disfrútala hijo de tu puta madre. Te espero mañana en la casa. Prometo contarte todo, ¿ok? – acto seguido me dejó plantado en la puerta, con Maru hincada a mis pies y se fue.

Me quedé petrificado intentando asimilar todo aquello. Mi esposa me engañaba desde hace tres meses con el marido de la mujer que se encontraba a mis pies; no sólo eso, ella misma le había pagado para tener sexo conmigo y ambas lo habían consentido. No sabía si sentirme suertudo, manipulado o desdichado.

Mi primer impulso fue seguirle y obtener respuestas, pero me contuve. Con toda la determinación que me fue posible juntar, decidí dejarme llevar por la situación (cosa bastante complicada, debido a todo lo que estaba experimentando). Afortunadamente Maria Eugenia tomó un poco la iniciativa.

Ella era una mujer gorda. Iba ataviada con un vestido vaporoso de diferentes colores y estampado hindú. Tenía el cabello negro y las uñas pintadas de rojo. Las tetas eran pequeñas y caídas. Las piernas eran gordas y potentes. Un poco más baja que mi esposa, con un trasero inmenso y marcado por la celulitis. En resumen y para ser honestos era fea… Bueno, quizá lo atinado era decir que no era para nada bonita, pero tampoco era un ogro. Simplemente ella no era de las mujeres por las que volteas por la calle. Una señora común y corriente.

– ¿Quieres tomar algo? – me preguntó aun de rodillas

– Sí por favor María Eugenia

– Dime Maru, por favor ¿Qué te gustaría tomar? – preguntó sin moverse de su sitio

– ¿Qué me puedes ofrecer Maru? – quise saber

– ¿Por qué no pasamos y me dices? – sugirió y comenzó a levantarse, no sin mucha dificultad, a lo que la ayudé y me agradeció el gesto.

Pasamos a una sala amplia y de concepto abierto. Los muebles se notaban carísimos y todo tenía cierto aspecto de rancho lujoso. Maru se dirigió a un mini bar instalado junto a una barra que dividía una suntuosa cocina de la estancia. Comenzó a enlistarme su contenido y me decidí por una copa de vino de uno de los viñedos más reconocidos del Valle de Guadalupe. Maru me sirvió generosamente una copa y ella hizo lo propio. Me invitó a la sala y ella se acomodó en el extremo de un lujoso sillón de dos plazas. Me senté junto a ella.

– Imaginaba que pasaríamos directamente a la acción, pero veo que estás algo incómodo y te estás muriendo de curiosidad o confusión, ¿me equivoco? – comentó con un buen humor que me resultaba extraño, aunque después descubriría que ella era así normalmente. Yo sólo asentí con la cabeza mientras tomaba un sorbo de vino – Así que, pregúntame lo que quieras, sin tapujos

– ¿Es en serio que eres cuckqueen? – fue lo primero que se me ocurrió y, siendo honestos, tenía curiosidad sobre el tema, pues no es tan común encontrarse a una mujer así. Yo seguía algunas cuentas en twitter de mujeres que lo eran, pero jamás imaginé tener a una frente a mí

– ¿Esa es tu primera pregunta? OK… Sí y lo disfruto mucho – comentó divertida ante mi asombro – Y, además, masoquista, ¡imagínate! – soltó una carcajada divertida y me golpeó amigablemente el hombre con el dorso de la mano – Mi marido dice que es la combinación ganadora.

– ¿De verdad?

– Sí – contestó segura dándole un buen trago al vino que sostenía

– ¿Desde cuando eres así?

– ¿Cómo? ¿Cornuda? – preguntó y asentí – La verdad no sé desde cuando me pone el cuerno aquél cabrón, pero ya son años. Nos casamos muy jóvenes. El me trataba mal, me pegaba mucho, más cuando llegaba borracho. Poco a poco fui descubriendo que disfrutaba que me tratara así… me gustaba mucho, mucho. En una de las tantas veces, cuando llegó borracho, me dio una verdadera madriza, tan fuerte que casi terminamos en el hospital, pero, en esa ocasión, sin tocarme ni nada, tuve uno de los mejores orgasmos de mi vida. Él lo notó y desde entonces, me trata peor.

>>No imagines mal, me encanta. Poco a poco nos fuimos adentrando en todo esto del bdsm y casi en automático él se volvió mi amo y yo su puta. Aun y todo, yo sospechaba que me engañaba, pero nunca dije nada hasta que un día le noté varios chupetones mientras lo hacíamos y el cabrón cínico ni siquiera lo negó. Al contrario, me soltó una buena cachetada y me dijo: “Si pendeja, vengo de cogerme a otra vieja, ¿tienes algún problema?” y como no respondí me siguió cogiendo y yo me dejé. También tuve un orgasmo muy intenso en esa ocasión, al saberme cornuda. A partir de ahí, me fue perdiendo cada vez más el poco respeto que me tenía. Ya no se preocupaba de ocultar el perfume de las otras mujeres o los chupetones. Se iba días. Yo me masturbaba imaginándolo con otra mujer. Cuando estaba conmigo me trataba como una chacha y me golpeaba, pero me gustaba mucho que lo hiciera.

>>Nunca le reclamé nada y por ende él lo siguió haciendo – comentó divertida – Hasta que, en una ocasión, que llegó borracho y tenía sus manos hurgando en mi concha, se descaró completamente y me preguntó si le amaba. Yo le dije que sí, pero me preguntó que si lo amaba a pesar de que me había engañado muchas veces y le dije que lo amaba sin importar qué. Notó que me mojaba más en cada ocasión que mencionaba sus infidelidades.

>>Pronto se volvió más cínico, hasta que comenzó a traer a las otras a la casa y si la vieja era perversa, nos montábamos el trío. Lo fuimos hablando y él sabe que me excita que me ponga el cuerno. Establecimos límites y reglas, aunque son pocas. También me sigue maltratando porque sabe que me encanta y hace que las otras mujeres me dominen y también me peguen. La mayoría de las veces son prostis y se mosquean un poco porque yo estoy aquí. También me ha prostituido algunas veces. Hoy es otra de ellas.

Hizo una pausa para tomar otro sorbo de vino y yo apuré mi copa de un trago. Ella lo notó y fue por la botella de vino para rellenar las copas.

– ¿En serio te excita que te engañe? – pregunté completamente anonadado de la facilidad con que me contaba todo aquello

– Bastante corazón – me aseguró soltándose coquetamente un poco el vestido y volviéndose a sentar en el sillón una vez hubo servido el vino – No veas la de veces que me he masturbado viéndolo coger con otras viejas. O recibiendo los golpes de ambos mientras me humillaban y se burlaban de mí… Ufff, de acordarme me mojo… mira – y con el mayor descaro del mundo su subió el vestido y me mostró una concha inmensa, con tres perforaciones, completamente depilada y chorreante de flujos. Se comenzó a tocar

– ¡Wow!

– ¿Ya más tranquilo? – me preguntó sin dejar de tocarse y mirando descaradamente al bulto que tenía en mi pantalón – Sé que apenas me acabas de conocer y que es mucho que asimilar… De hecho, entendería si quieres seguir conversando, pero yo muero por tener una verga dentro y, por lo que veo, te prendió lo que te estoy contando…

– Todo es muy fuerte…

– Mira – se acercó lentamente a mí y comenzó a desabrocharme la camisa que portaba para después seguir con el pantalón. Yo me dejé hacer – Te lo vuelvo a decir: sé que no me conoces y que no estoy tan bien como tu esposa, pero te aseguro que vas a tener los mejores orgasmos de tu vida con esta gorda y fea mujer – tras decir esto, sacó mi inhiesto miembro al aire y le dio un beso a la punta – Vaya, la tienes bonita…

Comentó para al instante siguiente engullir mi verga por completo. ¡Qué delicia! Que una mujer haga eso se agradece. Ella permaneció unos segundos con su nariz pegada a mi abdomen, para después salir por completo y volver a tragársela hasta la base. Sentí una de sus manos acariciar con delicadeza mis huevos. Era una muy buena mamada.

A pesar de que estaba disfrutando completamente del oral que me estaba dando Maru, no podía dejar de pensar en Elena. La muy zorra me había estado pintando cuernos y no me había dicho nada, cuando esa fue una de las pocas condiciones que le había impuesto.

Si, aquello me excitaba, pero me molestaba. Mucho. Aun a esas alturas, encontraba difícil de comprender y asimilar ésta paradoja y continuaba con la dualidad de disfrutarlo y sufrirlo. Por supuesto, yo mismo me lo había buscado y tenía la obligación de mantener mi palabra. Cornudo consentido… ¡Vaya hombre estaba hecho!

Por otro lado, Elena había tenido el gesto de retribuirme de la misma manera. Me había conseguido a una mujer afín a mis tendencias y me invitaba a pagarle con la misma moneda: serle infiel con su consentimiento. Y, eso, me tenía al borde del orgasmo. Si algún hombre tiene la ventura de encontrarse con una mujer cuckqueen, valórenla como el más grande tesoro.

Había muchísimas cosas que ignoraba y moría por saber, pero estaba claro que, en ese momento, con la boca de una mujer atragantándose con mi verga, no iba a poder hacer mucho. Lo que sí podía hacer era disfrutar del estupendo regalo de mi esposa y desquitarme por entero de lo que me había hecho ella a mí.

Maru seguía con su mamada y me estaba llevando al quinto cielo. En un momento, cuando ella se sacaba por completo mi miembro de la boca y escupía sobre él, me levanté para desnudarme por completo. Fue rápido y sencillo y le ordené seguir. Obedeció al instante y volvió a engullir mi pene con verdadera gula.

Al poco rato, cómo me sucede cuando estoy recibiendo un buen tratamiento oral, comencé a descarriarme un poco. Jalé de su cabello con fuerza para marcar yo el ritmo de la mamada. A veces lento, a veces muy rápido. En otras le hacía tragar en totalidad mi verga para dejarla pegada a mí y después soltarla con brusquedad para que tomase aire. Por momentos tomaba su cabeza y la mantenía firme para yo follarle la garganta. Sé que para ellas no es nada agradable y es precisamente por eso que me encanta hacerlo. Para mi deleite, Maru disfrutaba con aquello, pues sonreía cuando la situación lo permitía y se dejaba hacer dócilmente, pese a que mis jalones y movimientos eran bruscos.

Tras unos diez minutos así, estaba por venirme. Maru lo intuyó y tragó nuevamente mi verga hasta el fondo y no la dejaba salir mucho, pero yo quería otra cosa. Se la saqué por completo, para ordenarle que abriese la boca y me masturbé frenéticamente sobre su cara. Instantes después, aventé toda mi lefa sobre su cara y gran parte dentro de su boca. Ella lo recibió todo feliz. Le embarré el semen que había caído fuera de su boca por toda la cara y le solté una amigable cachetada.

– Elena me dijo que te gusta lo sucio – comentó tras tragarse mi corrida sin ningún reparo y relamiéndose

– Lo que yo quisiera saber es toda la historia – solté jadeante y dejándome caer en el sofá

– No sé si me corresponda a mí contártelo todo – dijo dubitativa aun de rodillas – pero supongo que se lo puedes preguntar a Elenita mañana

– Para ser honesto, me gustaría estar al tanto para ver qué más me oculta o si me está mintiendo – comenté después de meditarlo un poco

– ¿No confías en ella? – preguntó Maru

– Lo hago, pero nunca está de más – le aseguré

– Ya me había comentado Elenita que eres un poco así – soltó Maru

– ¿Así cómo? – quise saber con un fugaz brote de ira

– Me dijo que te gusta hablar mucho y analizar todo – respondió Maru divertida

– Pinche vieja…

– Pero está bien – intentó tranquilizarme – cada quien es diferente y yo me puedo acoplar. Es un buen cambio de hecho

– ¿Qué cosa? – pregunté algo perdido

– Pues siempre sólo me cogen, me maltratan y ya – explicó Maru recargándose en mi rodilla – me gusta y mucho que lo hagan… el sentirme un vil pedazo de carne o un simple objeto… mmmm… me mojo… pero hay veces que también quiero sentirme distinta y tú me estás haciendo sentir distinta.

– ¿Cómo es eso? – pregunté

– Pues es la primera vez que alguien se interesa en saber cómo es que llegué al extremo en el que estoy con Valentín

– ¿Así se llama tu esposo?

– Si, aunque todos le decimos Vale – me explicó. Tomó nuevamente su copa de vino y la apuró de un solo trago. Seguía a mis pies. – Además de que sigues queriendo hablar conmigo y saber más de mí

– Eso tenlo por seguro – me incliné para tomar mi copa

– Además, tenemos que esperar a que se te vuelva a parar – comentó señalando mi flácido instrumento – A menos que quieras que te lo levante – sugirió pícaramente

– Antes quisiera saber cómo es que empezó todo esto

– ¿No te rindes verdad? – comentó con cierto hastío, pero sonriente – Te propongo algo corazón – me dijo incorporándose un poco y acariciando mi pene con delicadeza – Déjame intentar parártela, porque de verdad estoy muy caliente y necesito que me cojan duro

– Si me das diez minutos…

– No puedo esperar tanto – añadió dándole un beso – Elena me dijo que también te gusta maltratarla…

– ¿Qué tanto sabes de mi esposa y de mí? – quise saber

– ¿Eso es un sí? – preguntó insistente a lo que yo asentí – En ese caso, aquí me tienes corazón, muéleme a golpes, trátame como la puta que soy. Y si eso no te la pone dura, ya me encargaré yo…

– Lo que quiero saber – le interrumpí con algo de impaciencia – es cómo hemos terminado aquí los dos y que respondas a todas mis preguntas. Ya después de eso hacemos lo que quieras

– Y si me niego, ¿me sacarías las respuestas a golpes? – sugirió con lívido

– ¿Acaso quieres que te golpeé?

– Por Dios corazón, te lo estoy rogando

Se levantó y con un simple movimiento se despojó de su vestido bajo el cual estaba completamente desnuda. Lo primero que me llamó la atención fue que tenía ambos pezones perforados y un tatuaje cerca de las costillas que decía claramente “puta de Vale”. Al observar su prominente panza y sus pequeñas tetas, me di cuenta de que tenía marcas de azotes y algún moretón aquí y allá, además de algunas señales inequívocas de que le habían apagado algunos cigarros en la piel.

Maru se me quedó viendo mientras yo la miraba de arriba abajo. A pesar de que no tenía ni cinco minutos de que había eyaculado, me calentó ver su cuerpo lastimado y mi verga comenzaba a despertar nuevamente. Si, Maru era gorda, pero se notaba a todas luces que le encantaba ser maltratada. Hipnotizado ante todo aquello, atiné a ordenarle que diera una vuelta para verle las nalgas. Ella lo hizo lento, sensual. Cuando estaba completamente de espaldas a mí, se inclinó completamente dejándome ver toda su intimidad y se abrió las nalgas por un par de segundos. Se incorporó lentamente y se encaró nuevamente hacia mí. Para terminar, se jaló un poco los anillos que tenía en los pezones y se mordió el labio inferior sensualmente.

– ¡Vaya! – exclamó con una felicidad inusitada – Tenía mucho sin que a alguien le excitara mi cuerpo – dijo al ver que mi verga apuntaba nuevamente al cielo

– Cualquiera que tenga tres dedos de frente se excitaría con tu cuerpo – le aseguré, pero mi mente seguía en otro lado – Si quieres que te coja, dime lo que quiero saber – sentencié poniéndome de pie

– ¿No aflojas verdad? – comentó con lujuria comiéndose con los ojos mi verga

– Ni un poco

– Muy bien. De todas maneras, tú eres el que manda aquí… y déjame decirte que pocos a pocos hombres se les para al ver una gorda – aceptó resignada y se sentó en el sofá – ¿Qué quieres saber?

– ¿Cómo es que mi esposa conoció a tu esposo y cómo fue que se hicieron amantes?

– No conozco muy bien la historia, pero lo que sé, te lo cuento desde mi perspectiva

>>Verás, Vale se dedica a importar y exportar maquinaria pesada para obras de gran magnitud. Es por eso que usualmente está fuera, además de que tiene una flotilla de camiones que se encarga de transportar mercancía. Pero, últimamente ha estado mucho aquí. Supongo que el trabajo así lo requería. Hay temporadas que se ausenta meses.

>>Un día, mientras él desayunaba y me tenía atragantada con su verga en la boca bajo la mesa, me comentó que había estado cogiendo con otra mujer y que ese día la iba a traer a la casa, para que la conociera. Yo, con sólo esa declaración, ya estaba como agua para chocolate, porque tenía rato que no traía a nadie. Digo, no dudo que no me engañase, pero es más bonito cuando conoces a la amante, en este caso, tu mujer.

>>Esa noche, cenamos los tres juntos, ellos como pareja y yo como cornuda. Platicamos amenamente y surgió una muy buena vibra entre tu esposa y yo. Ya con unas copas encima, tu mujer se desinhibió e hicimos un trío. Sobra decir que entre los dos me metieron una paliza tremenda, la cual, no tengo que decirte, disfruté muchísimo. De ahí, tu mujer venía cada que podía y cogíamos los tres juntos. Sólo una vez mi esposo me impidió participar y ellos se metieron a nuestro cuarto. Yo sólo me pude masturbar escuchándolos gozar.

>>Como habrás visto en la entrada, a tu mujer también le gusta maltratarme y lo hace cada que puede. Me encanta. Es dura. Además, hace feliz a mi marido y eso es lo que importa. Obviamente mi Vale también le pega, pero eso es algo que compartimos tu esposa y yo: somos masoquistas. Eso sí, ella no aguanta tanto como yo. Pero me gusta la perversidad de tu esposa. Es caliente e imaginativa. Sumisa y muy zorra.

>>En una de las veces que vino, hablamos de ti y nos dijo que sabías que ella era una zorra y que consentías que te pusiera el cuerno. Eso a mi marido le fascinó y quiere montarse una mini orgía con los 4. Elenita se negó en un principio, pero prometió que te lo plantearía. Vale sugirió que primero tú me cogieses a mí y ya después veríamos lo demás. Después de mucho hacerse del rogar, tu esposa aceptó y aquí estamos. Resumidas cuentas, eso es todo.

– ¿Entonces tú tampoco sabes mucho? – pregunté tras un momento de silencio que Maru me concedió

– Detalles más, detalles menos, eso es todo lo que sé corazón – sentenció Maru acariciándome cariñosamente la pierna

– ¿No te da miedo de que Vale se enamore de alguien más y te deje? – le pregunté tras otro momento de silencio.

– Siempre – respondió con total naturalidad – pero no puedo hacer mucho. A veces se encapricha con alguna tipa, pero después de un rato se aburre y las bota. Siempre regresa a mí. Aunque ahorita anda encaprichado con tu mujer.

– Eso es lo que a mí me preocupa – comenté algo turbado y aun con cierta urgencia de conocer todos los pormenores.

– No tienes de que preocuparte guapo. Vale se va a hartar en algún momento de Elena y se buscará otra – intentó tranquilizarme Maru, acariciando mi verga, la cual seguía dura como una roca – Incluso te puedo asegurar que tiene otras dos o tres amantes por ahí, además de tu esposa.

– ¿No te preocupa que te contagie algo con tanta mujer que se coge? – quise saber

– Siempre nos revisamos y hace que las viejas que tiene se revisen – me aseguró con tranquilidad – tenemos un doctor de confianza y, de hecho, ya revisó a tu mujer hace poco. Lo que me recuerda que tenemos que agendarte una cita con él, para verificar que estés sano y limpio. No te preocupes, el gasto corre por nuestra cuenta

– Gracias – atiné a decir, aun sumido en pensamientos oscuros y con un brote de inseguridad surgiendo en mi interior – ¿Crees que mi esposa esté encaprichada o enamorada de tu esposo?

– Lo dudo. Tú estás muy guapo y se ve que eres cariñoso y atento. Se nota a leguas que la amas. Vale es un carbón hecho y derecho. Macho, culero y feo – me explicó Maru – pero tiene una verga muy grande y un aguante que pocos hombres poseen. Yo creo que es la principal razón por la que tu esposa sigue con él.

– ¿Más grande que la mía?

– Bastante corazón, 25 cm y gruesa como bate de béisbol – comentó y aquella declaración me cohibió de manera significativa, pues no tenían nada que ver con mis 18 cm, que en ese momento sentía que eran 10 – ¿Por qué les interesa tanto a ustedes el tamaño? Realmente no importa tanto… o bueno, yo pienso de esa manera.

– Supongo que es una cuestión de casi todos los hombres – respondí taciturno y cohibido, aunque con la masturbación que me estaba haciendo delicadamente Maru, me tenía duro – Lo que me preocupa es que Elena me deje por él o por algún otro que la haga disfrutar más que yo.

– ¡Qué inseguro! – exclamó Maru dándole un beso muy tierno a la punta de mi verga – Mira, ella es una zorrita, eso no lo podemos negar. Pero creo que te ama. Tanto, que se deja engañar. Es tu esclava, tu puta y además te está teniendo la confianza de contarte todo esto. Si se va a buscar verga, es porque le gusta y no puede quedarse quieta, por más sexo que tengan entre ustedes. Pero, eso tú ya lo sabes y le has dado tu consentimiento. Eso habla bien de ambos.

– No puedo evitarlo la verdad – comenté meditando todo aquello y me dolía admitir que tenía mucha razón en lo que me decía.

– ¿Quieres saber alguna cosa más o con lo que te dije fue suficiente? – me preguntó incorporándose, pero al instante se colocó a cuatro y levantó su trasero

– Por lo pronto, creo que es suficiente – comenté acercándome a ella, dispuesto a penetrarla por fin – Quiero saber más, pero tengo toda la noche para interrogarte – le solté una buena nalgada, quizá algo dura, pero ella solo gimió de gusto

– Eso era lo que yo quería desde un principio – añadió como en un ronroneo después de gemir ante otra nalgada aún más fuerte que la anterior. Fue delicioso golpearla.

– ¿Dónde la quieres? – pregunté restregándole mi carajo en la vulva

– Donde quieras mi amor, tú mandas – me dijo casi en un gemido abriéndose las gigantescas nalgas, dejándome disponible también su culo y apoyándose en el sillón. Coloqué mi verga a la entrada de su culo

– ¿Te molesta que lo hagamos sin condón? – pregunté mientras lubricaba mi pene con los flujos de su vagina y haciendo intentos de clavársela en el ojete

– No, sin problema – me aseguró moviendo su trasero sugerentemente – y si quieres terminar dentro, tampoco hay problema, estoy operada.

Cuando logré meter el glande en su orto, se la clavé entera y ella sólo suspiró. La tomé de las caderas e imprimí mi más frenético ímpetu desde un inicio. Aquello la hizo sonreír y noté que se jalaba los aros de los pezones con una de sus manos. Al poco rato, con una de mis manos le tomé del cabello y la jalé con brusquedad hacia mí, haciendo que se arqueara un poco. Con mi mano libre le solté un buen cachete en el rostro, que ella recibió gustosa. No disminuí el ritmo y aproveché para escupirle en el rostro. Maru gemía como una golfa.

En ocasiones, nalgueaba su inmenso trasero con fuerza y ella ni siquiera se inmutaba. Pronto, me di cuenta que mi verga salía algo manchada de su mierda y eso me enardeció aún más. El olor de sus excrementos inundó la sala. Bajé una de mis manos a su vagina y no me extrañó encontrarla completamente mojada.

Tras diez minutos así, estaba por venirme. Se lo comenté a Maru y su única respuesta fue: “lléname el culo de semen cabrón”. Comencé a azotarla con fuerza mientras la seguía penetrando. Me sorprendía que parecía no notar mis golpes, pese a que los descargaba con dureza. Instantes después descargué mi segunda corrida dentro de su ojete y me despegué. Mi verga salió completamente cubierta de mierda, aunque aún dura y goteando de semen.

Lo que hizo a continuación me dejó alucinado. Al notar lo sucio de inhiesto miembro, volteó y sin ningún asomo de asco me dijo: “perdóname corazón, ahorita te limpio” y cuando imaginaba que iba a ir al baño o a la cocina por algo, se acercó a mí y engulló completamente mi verga llena de su mierda. En menos de dos minutos, la dejó limpia y reluciente de babas. Si tenía dudas, aquello me ganó completamente. Encarrilado ante el descubrimiento, tomé su cabeza y la guié hacia mi culo. Entendida, ella lamió sin reparo mi ojete durante un par de minutos, en medio de los cuales, me solté un largo y sonoro pedo. Ella no hizo ningún comentario ni se detuvo en algún momento. ¡Qué pedazo de mujer!

– Mi mujer no me mentía – comenté mientras ella seguía comiéndome el ojete – Te gustan las guarradas y lo sucio

– Me excita mucho – me confesó despegándose de mi culo y permaneciendo hincada. Me soltó una nalgada amigable – Así que me puedes usar de W.C. si gustas, que me como todo

– Lo dudaría, pero acabo de ver la evidencia – sonreí ante las posibilidades que eso me abría

– Elenita me dijo que a ti también te gustan ese tipo de cosas – me comentó a la expectativa

– Tengo fantasías que me gustaría experimentar, pero ella no me ha dado el gusto

– Pues te dio el gusto, pero conmigo, jajajaja – soltó cómplice con una risa sincera y yo también reí con ella

– En un ratito voy a tener ganas de mear – comenté sugerente

– Pues espero que no quieras ir al baño, porque el baño soy yo – contestó sonriente y observó con lujuria mi verga que no perdía su dureza – Veo que sigues en pie de guerra

– Y quiero volverme a llenar de mierda, así que ponte a cuatro otra vez, por favor – le pedí con educación

– ¡Vaya! Todo un caballero – exclamó divertida mientras se acomodaba – Una se puede acostumbrar a eso… Mmmmm… – suspiró cuando le solté una nalgada. Otra y otra más – Y a eso también…

Se la clavé nuevamente en el culo, el cual seguía abierto. Entré con facilidad y comencé con un ritmo normal. Le soltaba de vez en cuando una que otra nalgada, pero ella ni se inmutaba. Eso me desconcertaba, puesto que lo hacía cada vez más fuerte. Maru sólo gemía y soltaba pequeños “Oh” cuando las recibía. Por momentos, aumentaba el ritmo y lo disminuía.

– ¿No te duelen las nalgadas que te doy? – le pregunté sin dejar de penetrarla

– Un… poco… – me respondió gimiendo. ¡Zas! Otro azote a sus nalgas, pero ella apenas gritaba – probablemente por lo gordo que… ¡MMMM!… lo tengo no me duele tanto. Además, no me estás pegando tan fuerte…

– Si te estoy azotando con todas mis fuerzas – comenté y descargué un golpe con todas mis fuerzas. Sus nalgas ya estaban rojas.

– Lo noto… mmm… pero es que me gusta – me confesó jadeante – Sí me… ¡Ahh! duele, pero me gusta… ¡Sí!

Continué la dura azotanía y ella me exigía más y más fuerte. Estaba al borde del orgasmo con aquella mujer. No sólo le estaba machacando las nalgas, sino que me pedía más. Volvía a tener la verga llena de sus excrementos. Aquello me estaba llevando al cielo.

Sin pedirle permiso, saqué completamente mi miembro de su ojete y se la clavé de una por la vagina, a lo que ella estalló en un orgasmo que me empapó los pies. Aumenté mi ritmo disfrutando de su encharcada vagina. Disminuí los azotes, más no los detuve ni bajé su intensidad y lo que más me agradaba es que se dejaba hacer. Tras unos diez minutos de una jodienda increíble, volví a llenarle de semen.

En aquella ocasión, mi verga comenzaba a perder su tamaño, pero eso no impidió que Maru limpiase nuevamente la mierda, semen y flujos que la cubrían. A pesar de que seguía perdiendo dureza, estaba completamente inflamado y excitado. Cuando mi verga quedó limpia, le ordené a Maru que se sentase en el sofá con las piernas abiertas a lo que ella obedeció.

Completamente excitado, me lancé a devorar la sucia vagina de la gorda mujer que estaba dispuesta a complacer todos mis deseos. Sin importarme la suciedad, intenté limpiar su gruta, tal y como ella lo había hecho conmigo, así como corresponderle el placer con mi lengua. Pese al asco que todo aquello conllevaba, disfruté degustando sus flujos, mi semen y su mierda.

Por otro lado, nunca había conocido a una mujer perforada y sentía una creciente curiosidad por estirar y juguetear con sus anillos. Lo hice y el primero fue el de su clítoris. Estiré un poco hacia afuera y luego hacia los lados, pero sabía que tenía que ser delicado. Con los que adornaba sus labios no fui tan condescendiente, pero ella jamás se quejó, muy al contrario. Gemía y pegaba mi cara a su encharcada vagina.

Maru, amasaba sus pequeñas tetas y estiraba sus pezones continuamente mientras suspiraba de placer ante mi mamada. De pronto, sin avisarme, un chorro saltó a mi rostro, indicándome que se había vuelto a correr. Enardecido, introduje dos dedos en su vagina mientras seguía lamiendo su clítoris. Ella gemía. Agregué un tercero y poco después un cuarto. Nunca me mostró molestia alguna.

Estaba en algo parecido a un trance. ¿Sería posible? Sin importarme si le hacía daño o no, comencé a mover mis dedos de manera frenética dentro de su vagina. Volteé mi cabeza hacia su rostro y la noté excitadísima. Sin apartar mis ojos de los suyos, moví con más fuerza mis dedos y ella me sonrió mordiéndose el labio inferior. Con mayor seguridad y con algo de dificultad, empujé para introducir toda mi mano dentro de su concha. ¡FINALMENTE!

No podría explicarlo, pero, tuve un orgasmo, pese a que mi verga estaba completamente flácida. Maru gimió fuerte ante la intrusión, pero fue más de placer que de otra cosa. Yo estaba tratando de disfrutar de todas las sensaciones que percibía. Comencé a mover mi puño lentamente y estiré un poco más su clítoris. Lo retorcí levemente. Maru tuvo otro orgasmo más prolongado, pero soltó poco flujo.

Quería extender el momento lo más posible. De pronto, sentí la mano de Maru asir mi muñeca y ella misma mover mi brazo con rapidez. Comencé a penetrarla con fuerza tal y como ella me lo pedía y comenzó a gemir con más fuerza. Yo estaba alucinado. Continué así cerca de cinco minutos y Maru volvió a tener un orgasmo intenso, momento en el cual retiré mi mano de su interior.

Inmediatamente le di a chupar tres de mis dedos que ella absorbió al instante y lo demás se lo restregué en el rostro. Ella, dispuesta, seguía con las piernas abiertas mirándome. Volví a bajar para meterle nuevamente mi puño, el cual entro con facilidad y la violé nuevamente por unos instantes así, para después sacarlo. Tomé dos de mis dedos y se los inserté en el culo y salieron llenos de mierda. Se los di a chupar y me los limpió sin ningún asco.

Maru seguía expectante a lo que yo quisiera hacer y yo estaba excitadísimo. Descargué tres buenos golpes con mi mano extendida sobre su vulva y ni siquiera cerró sus piernas. Dos más y una buena retorcida de su clítoris. Apenas gimió. Sonreía y sostenía sus piernas abiertas con sus manos. Yo estaba como un toro y duro nuevamente.

Le propiné dos fortísimas cachetadas para penetrarla nuevamente, pese a que ni siquiera encontré resistencia en su concha. Aun así, continué y tiré de los anillos que había en sus pezones. Eso pareció encantarle. Yo imprimía un ritmo frenético.

– ¡Jala más fuerte, por favor! – me rogó mientras torturaba sus pechos

– ¿Así? – pregunté jalando duramente sus pezones

– ¡Más fuerte! – exigió casi fuera de sí y traté de cumplir sus exigencias, temiendo hacerle daño – ¡Sin miedo, hijo de tu puta madre! – y volví a tirar con miedo de rasgarle el pezón, pero ella seguía pidiendo más – ¿Es que eres maricón? ¡Fuerte!

Con ímpetu, comencé a dar fuertes tirones, como si se tratase de las riendas de un corcel y ella comenzó a gemir. Aumenté el ritmo de mi penetrada mientras seguía estirando sus pezones al máximo. Debo decir que, por momentos, sentía que le iba a desgarrar el pezón, pero afortunadamente no sucedió. Maru se notaba excitadísima y en varias ocasiones soltó un chorro corto, pero con una presión fuerte. Imaginé que fueron pequeños orgasmos.

En ocasiones, alternaba los tirones con cachetadas a su rostro o golpes en sus tetas, a lo que ella exigía que lo hiciese con más fuerza. Seguimos así cerca de veinte minutos y para esas, Maru tenía la cara y las tetas rojas. De pronto, ella comenzó a convulsionarse y estalló en un orgasmo intenso, que no alcancé a percibir. Imagino que, de puro placer, poco después comenzó a orinarse encima de mí, lo cual, lejos de molestarme, me excitó y disfruté el sentir el calor de su líquido amarillo.

Aquello fue un éxtasis que pocas veces he experimentado y fui yo quien estallé en un orgasmo que me nubló completamente la vista. Me dejé caer sobre ella, jadeando y disfrutando aún. Ella me abrazó por las nalgas, mientras yo sentía cómo seguía expulsando semen.

– Disculpa si te lastimé – alcancé a decirle, aun recostado sobre ella, una vez que se hubo tranquilizado mi respiración. Mi verga seguía goteando semen, fuera ya de su vagina y completamente flácida

– No tienes por qué disculparte – me reclamó algo molesta – Pero bien me advirtió Elena que eras así

– ¿Así cómo? – quise saber

– Que siempre te andas disculpando – me explicó – No tienes por qué hacerlo. Tú eres el amo aquí. Es tú placer el que importa. Grábatelo. Yo soy sólo una puta.

– Eso no es cierto…

– Si es cierto – me interrumpió – Soy una puta, que fue vendida por su amo. Él me vendió a ti, por lo tanto, tengo que satisfacerte. ¿Te excita pegarme? Pégame, para eso me pagaron. No tienes que disculparte corazón. ¿Quieres que me trague tus meados, que me coma tu mierda? Mi amor, yo soy tu W.C. personal – lo dijo con tal firmeza que me sorprendí – No tienes por qué pedir perdón. Además, eso habla de que no eres un buen amo…

– ¿Perdón? – repuse ofendido

– Corazón, con ese tipo de cosas, tu autoridad se ve afectada – me explicó – Deberías de ser más duro. Tener más sangre fría. Sí, debes de ver por la seguridad de tu pareja, pero a esta puta le gusta el maltrato. Golpéame.

– Pero siento que me excedí un poco en cómo te traté…

– ¿Excederte? – exclamó con evidente hastío – Lo que me has hecho apenas son caricias a comparación de lo que me hace Vale. ¿Y si te excediste qué? Que te valga madres. Pero te reitero, tú eres el que manda, yo no soy quien para juzgar. Incluso, creo que debería ser castigada por tener el atrevimiento de haberme orinado o haberte insultado… haberte hablado así…

– Pero si me ha encantado. Es más – comenté y a manera de ejemplificar mi gusto por aquello, le di un buen sorbo a sus muslos y un buen lametón a su vagina, limpiando un poco de toda la orina que había ahí.

– ¡Ay mi amor! – exclamó – ¡Qué rico! Y que rico que te guste también

– Elena jamás habría hecho eso ni nada de lo que hiciste antes – comenté refiriéndome a ella cuando se comió su propia mierda.

– Al principio a mí tampoco me gustaba – me contó mientras yo me sacudía la verga, salpicándola del poco semen que seguía goteando – pero Vale me obligaba… al final me terminó gustando… me hace sentir más perra… más sucia… más humillada…

– Ojalá Elena pensara así…

– No tiene por qué pensar así. Simplemente tiene que hacerlo. – dijo Maru – Oblígala, ella es tu puta, ¿no es así? Ella debe de hacer lo que tú le mandes. Y si no lo hace, castígala.

– Pienso que debe de haber un consenso y que todos tenemos límites – me defendí – Y creo que ese es el límite de Elena

– Si… y no – comentó y se acomodó mejor en el sofá – Tienes razón en parte, pero cada quien habla de cómo le va en la feria. A mí me gusta cómo me trata Vale y he visto cómo otros amos tratan y educan a sus esclavas, pero, es cierto, cada quien es diferente. Podrías intentarlo de todas formas.

– Eso sí puede ser una opción – convine y sentí la necesidad urgente de mear – Veré que hago en ese aspecto.

– Yo sólo estoy opinando, te reitero, tú eres el que manda aquí – se disculpó – Probablemente no debería desafiar tu autoridad ni criticarte.

– Está bien. No me molesta, al contrario, acepto la crítica constructiva – la tranquilicé – ¿Pues qué te hace Valentín si dices que lo mío son caricias? – pregunté con curiosidad incorporándome y dejándola tendida en el sofá, el cual, quedó hecho un verdadero cochinero

– Me castiga – contestó como si fuese algo obvio – y muy fuerte. Si gustas, tenemos fustas, látigos y demás cosas. Él siempre las usa y no se anda preocupando si me lastima de más o no. ¿Ves todas estás cicatrices? – me preguntó y se señaló el cuerpo entero con un orgullo palpable. Yo comencé a notar más marcas de las que había observado en un inicio. Tenía el cuerpo plagado de ellas – La mayoría me las hizo él

– ¡Son muchísimas! – exclamé acercándome a ella y tocando algunas de ellas

– Y las que me faltan – comentó con deseo y aquello me gustó – Me gusta que sea así de duro y bruto.

– Algunas son de quemaduras de cigarro, ¿verdad? – pregunté señalando algunas marcas en su panza y en sus tetillas, pero había otras más en sus brazos y muchas más en sus piernas

– Si, le gusta hacer eso a veces y que sus amantes lo hagan conmigo – rio con nostalgia y verdadera alegría – Y también le gusta amarrarme, azotarme, asfixiarme…

– ¿Cuántas veces has terminado en el hospital? – quise saber al escuchar lo inverosímil de la situación

– Unas cuantas – me confesó recordando divertida – La más brutal fue cuando tomó un palo de escoba y mientras estaba amarrada y suspendida, me molió a golpes como si fuera una piñata. Terminé con tres costillas rotas, algunas lesiones internas y muchos moretones.

– ¿En serio? – sorprendido ante la brutalidad – ¿Y sigues con el tipo?

– Por su puesto – me aseguró como si la pregunta fuese una ofensa

– Eso ya es demasiado – comenté anonadado

– No corazón – me soltó sugerente – Yo lo disfruto enormemente

– Entonces, ¿si yo quiero, puedo agarrar un palo de escoba y molerte a golpes? – pregunté como si aquello fuese un absurdo, pero ella me miró con un brillo de perversidad en los ojos

– Por supuesto mi rey – me dijo con una seguridad pasmosa – aunque preferiría que no lo hicieras, porque la recuperación es algo lenta y tardada, pero si sientes el impulso, adelante…

– ¡No puedes estar hablando en serio! – exclamé estupefacto, no obstante, notaba que lo que me decía era verdad – Ya entiendo por qué decías que lo mío sólo eran caricias a comparación de lo que te hace tu marido

– Y si se me permite sugerir, yo no quiero caricias, quiero verdaderos golpes – me miró a los ojos con verdadera determinación y lascivia, lo cual me sorprendió, pero me hizo saltar de alegría internamente

– Muy bien – dije intentando asimilar todo lo anterior – Si te portas adecuadamente, veremos si lo hago

– A tus órdenes mi amor – dijo sugerentemente abriendo un poco sus piernas – Sólo por esta noche, así que aprovecha.

– Lo haré, lo haré – le aseguré maquinando ya varias cosas que se me habían ocurrido de momento – Es más, en aras de todo esto… – comenté agarrando mi pene flácido y sacudiéndolo un poco – Abre la boca

Ella, obediente, se hincó y abrió su boca con una sonrisa. Solté mi orina y ella la recibió con verdadero deleite. Tragaba lo más que podía, pero, al no detener su flujo, la empapaba y se desbordaba. Para más humillación (aunque creía que no había nada que yo hiciera que la hiciese sentir de esa manera) empapé su cabello y todo su cuerpo. Para terminar, llené su copa de vino con un buen chorro de mi agüita amarilla, aunque me guardé un poco para después.

Mientras soltaba las últimas gotas sobre ella y observaba con deleite como ella se relamía, se apoderó de mí cierto furor por comprobar mis límites, así que intenté meterme en el papel de amo sádico. Sin que ella se lo esperase, golpeé su rostro con el dorso de mi mano, lo cual le partió el labio.

– Ahora sí estamos hablando – dijo sin poder reprimir una sonrisa, mientras se limpiaba la sangre con un dedo

– ¿Eso es lo que quieres mujer? – pregunté intentando sonar enojado, pese a que no lo estaba

– De eso pido mi limosna corazón – añadió con una cara que difícilmente puedo describir

– ¿Por qué desperdiciaste mi preciada orina, zorra? – le increpé con ferocidad y al momento siguiente introduje cuatro de mis dedos en su boca, impidiéndole hablar. Ella intentó zafarse de mi agarre, pero tomé su cabello y tiré de él con fuerza para sostenerla. Me había metido en un papel distinto. – ¿Por qué no respondes perra? ¿No te han dicho que es de mala educación quedarse callada cuando se te está exigiendo una respuesta? – aproveché el momento y le di dos buenas cachetadas, mientras seguía con la otra mano metida en su boca. Ella intentaba hablar, pero no podía y logré ver una mirada divertida en sus ojos. Tras un par de minutos de esfuerzo en lo que ella se retorcía, la solté – Y bien puta…

– Lo siento Señor – se disculpó jadeante y lascivamente, pero con una leve sonrisa – No volverá a suceder

– Esto merece un castigo – sentencié y azoté tres veces sus tetas con violencia – pero no cuento con los instrumentos necesarios. ¡Trae lo que sea que tengas para esos fines!

– Enseguida – obedeció poniéndose de pie y corriendo a cumplir mi orden

Un minuto después trajo una maleta de viaje que abrió a mis pies. Ella se hincó y colocó sus brazos a su espalda y agachó la cabeza. Se le notaba feliz y yo sonreí con malicia. Maru estaba bien entrenada. Al observar el contenido de la maleta me di cuenta de que había muchísimas cosas: pinzas metálicas y de madera, fustas, látigos, esposas, cuerdas, cables, consoladores de todo tipo, tapones anales, bolas chinas, mordazas, correas… en fin, todo un surtido de artilugios.

– Muy bien putita, me has dicho que te gustan que te castiguen – comenté revolviendo el contenido intentando decidirme por alguna cosa que hacer – Y cómo te la has pasado criticándome, seré especialmente severo.

– ¿Puedo correrme mientras me castigas? – me preguntó sin levantar la mirada

– ¿Vale controla tus orgasmos? – quise saber

– Usualmente si

– ¿Por qué me estas pidiendo permiso ahora, si antes ya te has corrido muchas veces? – pregunté con severidad

– Pues… – balbuceó y sonreí al poder haberla atrapado un poco

– Contesta con sinceridad

– No sabía cómo serías – comenzó a explicarse aun con la cabeza gacha – Si sólo serías un hombre más, si serías un amo… No lo sabía, hasta ahora… Me corrí porque lo necesitaba y porque quería darte un pretexto en caso de que lo quisieras. He cometido un montón de cosas que mi amor y amo no me permite hacer…

– Por mi puedes correrte las veces que quieras, cuando quieras – le dije tras un breve momento de cavilación – y ya que estamos en éstas… Sólo tengo unas cuantas cosas que quiero dejar en claro: 1) siempre quiero la verdad, por más ofensiva o cruel que sea. Si te pregunto algo, me respondes con honestidad; 2) si hay algún límite que no deba cruzar, me lo dices. De igual manera si tienes alguna palabra de seguridad, házmela saber. ¿Entendido?

– Si señor – contestó

Le ordené ponerse de pie y con las manos a los costados. Tomé un látigo corto de muchas tiras y lo agité un poco. Usualmente, hay maneras de provocar dolor sin hacer mucho daño a la piel y eso requiere cierta práctica. Una de las reglas básicas es siempre cuidar a tu contraparte, pero por alguna extraña razón ella no quería miramientos ni precauciones. De prueba estaba su cuerpo lleno de cicatrices. Así que me dispuse a lastimarla en toda regla.

Empecé con algo ligero, pero sin tener mucho cuidado. Azoté fuertemente sus tetas, sus muslos, su panza, su espalda y sus nalgas. Tal vez, diez azotes en cada zona, para calentar. Y ella los aguantó estoica. Ni siquiera gimió.

Recuperé de la maleta un látigo un poco más largo y de igual forma, con muchas tiras de cuero. Repetí el castigo sólo que aumenté los golpes a 15 en cada zona. El aire restallaba con cada uno de mis movimientos y ahora si logré sacarle algunas quejas, pero no se movió ni hizo amago de protegerse, lo cual me indicaba que suprimía muy bien sus instintos naturales y que de verdad gozaba con el dolor.

No pude evitar acercarme a ella por detrás y azotar con mi mano duramente sus nalgas, ya maltrechas por los azotes de la jodienda previa aunado a los golpes del látigo que acababa de recibir. Golpeé con furia y fuerza desmedida ese gigantesco y gordo culo hasta que mi mano me ardió. Toqué bruscamente su concha y nuevamente la encontré encharcada. Le introduje un par de dedos, jugueteé un poco en su interior y me retiré para continuar.

Dejé de lado los látigos y cogí las numerosas pinzas metálicas que encontré y me dediqué a adornar sus tetas. Maru suspiraba cada vez que colocaba una, pero la notaba al borde del orgasmo. También encontré unas pesas pequeñas que se adaptaban perfectamente a los aros que tenía en los pezones o en la vulva y decidí estirar todos.

Cuando hube terminado con las tetas, como me sobraban pinzas, coloqué algunas en sus labios vaginales y cerca de su clítoris. Ella ya gemía, pero soportaba muy bien todo aquello. Revolví nuevamente la maleta hasta dar con una vara de las que se utilizan para el “canning”. Sé que son muy dolorosas. Sonreí.

Feliz de tener un culo que anhelaba ser destrozado, comencé a golpearla con la vara en las nalgas. Fue la primera vez que la escuché gritar. Sin pedírselo, comenzó a contar los azotes. Cuando llevaba quince, temblaba y berreaba de dolor. El siguiente golpe blandió el aire de lo fuerte y alcancé a ver sangre instantes después sobre sus nalgas. Maru cayó de rodillas, pero al instante se recargó en el sillón, manteniendo el culo bien parado.

– ¿Quieres que me detenga zorra? – pregunté dubitativo ante el estado de sus nalgas y escuchar sus sollozos.

– No… No – me dijo y me imploró – por favor sigue… sigue…

– Estas sangrando – apunté como que no quiere la cosa, pero descargué otro golpe, el cual hizo que gritara de dolor

– ¿Eso que importa? – me dijo cuándo hubo dejado de gritar – Por favor, sigue…

Como respuesta le arreé dos golpes seguidos tras los cuales vi más sangre y cuando descargué un tercero, Maru estalló en un orgasmo intenso, soltando una cantidad inmensa de jugo. Se dejó caer al suelo y comenzó a temblar, completamente ajena a todo y gimiendo. La escena era extraña y decidí adornarla orinándole nuevamente encima mientras disfrutaba del orgasmo. Casi ni lo notó. Esto último fue particularmente complicado, debido a que tenía una erección considerable y debo confesar que estuve a punto de correrme con todo lo anterior.

Maru se recompuso un par de minutos después y volvió a colocarse con el culo en pompa. Las pinzas seguían lastimando su piel en donde las había colocado y las pequeñas pesas hacían su parte. La sangre seguía brotando a gotas sobre las líneas marcadas en sus posaderas y le conferían un color más rojo, si cabe. Incapaz de contenerme un segundo más, abrí sus nalgas y la sodomicé con furia, con toda la intención de hacer temblar las pinzas. Ella gemía con cierto dolor, pero aguantaba como una campeona.

Mi lado sádico afloró más y comencé a azotar su espalda con brío mientras mi verga se llenaba de sus excrementos. Maru gemía se retorcía ante cada golpe de la vara, pero con la otra mano la tenía bien sujeta. Por momentos, se pedorreaba y expulsaba pequeños pedazos de mierda añadiéndole una presión curiosa a mi penetración.

Tras cerca de veinte azotes en su espalda, dejé a un lado la fusta y la tomé por sus inmensas caderas. Aumenté el ritmo de mi penetración, soltando esporádicos azotes sobre sus muslos y nalgas. Continué así cerca de diez minutos y sentía cerca mi orgasmo. Maru lo intuyó e intentó apretar su esfínter, acompasando mis frenéticos movimientos con su cadera. Exploté y morí. Una muerte chiquita.

Cuando salí de su culo, casi inmediatamente succionó mi verga para limpiarla, cosa que agradecí. El verla tragar su propia mierda casi me hace tener otro orgasmo. Una vez “limpio”, le ordené ponerse de pie frente a mí para después azotar con mi mano sus tetas con toda la intención de así removerle las pinzas. Ella sonrió con sorpresa al primer golpe y gimió cuando al segundo logré retirar cuatro. Azoté a placer sus pequeñas ubres, feliz de escucharla gemir de placer ante mis duros manotazos. Cerca de veinte golpes después, sus tetas estaban libres y descolgué la pesa que estiraba sus pezones.

No tuve ni que ordenarle que haría lo mismo con su vulva, pues se recostó en el sofá y me abrió las piernas de manera obscena, lo cual casi me la levantó de nuevo. Repetí el proceso con las pinzas en su vagina, la cual disfruté enormemente azotar, ya que se encontraba encharcadísima, pese a estar completamente lastimada en todo el cuerpo.

Para culminar esa parte de la faena, le impuse mamarmela hasta que la tuviese erecta nuevamente y, una vez así, llevarme al orgasmo en menos de veinte minutos. Aquello sólo lo logró al meterme un par de dedos en el culo y aplicar sus mejores técnicas orales. Había amenazado con azotarla nuevamente en las nalgas con la vara si no lo lograba, pero aquella mujer, pese a haberse librado del castigo, me pidió que sí la azotase, sólo que con mis propias manos. Le pegué hasta que tuvo un nuevo orgasmo.

La noche continuó con una jodienda de antología que me dejó exhausto, pero no quisiera extenderme más de lo que ya lo he hecho. Quizá relate lo que sucedió en el resto de la velada en un relato aparte. Sólo puedo decir, que no dormimos hasta casi las cinco de la mañana y despertamos cerca de las tres de la tarde del siguiente día.

Maru me preparó una comida deliciosa a base de mariscos en un santiamén que me hicieron recuperar un poco las fuerzas y las ganas. Me hizo prometerle que volvería a joder con ella e hizo hincapié en que le gustaría estar ella sola conmigo, lo cual me pareció extraño.

Completamente agotado, llegué a mi casa rozando las seis de la tarde. Enteramente saciado de sexo, lo que anhelaba eran respuestas por parte de mi esposa. No la encontré en ningún lado hasta que bajé al sótano que teníamos acondicionado para nuestros gustos.

Lo que encontré ahí continuará en el siguiente relato, junto con nuestras aventuras… ahora, ambos cornudos, aunque atino a decir que mi cornamenta era muchísimo más abultada que la de ella…

Felices pajas.

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