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Saliendo del closet como travesti
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Finalmente llegó ese día en el que, sí o sí, iría a un lugar completamente público. Me había preparado para este momento por meses: vestuario, maquillajes, tacos, y claro, mi rico ano. Ya había tenido suficiente mirándome en el espejo por horas, para luego terminar con un par de dildos clavados en mi huequito trasero. Me había dado varias vueltas nocturnas por el vecindario. Ahora quería más. Quería ser vista, quería atraer hombres, ver si podía seducirlos. Simplemente quería salir del closet.

Así que llegó ese momento. Había tomado la decisión. Preparé todo mi atuendo – aún era verano así que podía ir bastante ligera de ropas; como siempre, me puse una de mis casi 20 minifaldas que tenía en el closet. Seleccioné una tipo colegiala, con cuadrados rojo y negro y repliegues, cortita; algo “cute” y sexy; además iría con una blusa blanca, pegadita. Empecé a prepararme temprano, como a las 6, claro, con un baño de espuma perfumado a bebé, depilación, incluyendo “allá abajo” (¡ambos lados!). Me tomé todo el tiempo necesario para quedar lo más sexy posible, fijándome hasta el último detalle, después de todo, este era mi gran debut.

Como a las 10.30 PM ya estaba completamente lista. Me había mirado al espejo al menos cien veces – no quería dejar pasar nada; parada frente al espejo solo pensaba “Dios, me veo tan rica que hasta yo me cogería”. Como era ya usual, me tomé un par de copas de vino tinto antes de salir, para anular la ansiedad. Agarré las llaves del auto y me dije, “fuck it, vámonos”. Era ahora o nunca. Conduje hasta el centro pensando cómo sería mi entrada, cómo caminaría, qué diría. Al llegar me di con mi primera sorpresa: ¡no había estacionamiento cerca de la discoteca! El problema es que esta no era una calle desolada de mi vecindario, era el centro, con mucha iluminación y mucha gente por las calles, después de todo, era sábado en la noche. Lo pensé dos veces, ¿salgo o no salgo? Ya estaba allí así nuevamente me dije “fuck it, vamos”. Agarré mi cartera (con condones adentro por si acaso) y lo único que se me ocurrió fue caminar a paso apresurado, sin mirar a nadie hasta llegar a la puerta. Lo había logrado. Pagué mi entrada (la cajera tenía un escote y unas tetas envidiables) y ahora sí, estaba dentro – me sentía a salvo.

El interior de la discoteca era una locura: luces, música a todo volumen, piso iluminado, y gente de TODO tipo: crossdressers, drag queens, gays, algunas mujerzuelas, y claro “gente normal” – era totalmente ecléctico. Traté de adaptarme lo más rápidamente posible; era nueva pero no quería que la gente se diera cuenta de eso tan fácilmente, así que con toda confianza me dirigí al bar, a tomar unos tragos. No tenía mucho interés en bailar (apenas lo hago), sino en ser vista en público, hablar con extraños como Claudia, y quién sabe, quizá hacer alguna travesura.

Al cabo de casi una hora en el lugar, y luego de algunos tragos, ya me sentía más “relajada” y a tono con las circunstancias y el lugar. Varios hombres se me habían acercado a charlar conmigo, algunos dándome una ligera caricia en los muslos… hum… se sentía tan bien ser tratada como una chica. El lugar tenía una especie de mezzanine que bordeaba toda la pista de baile, de modo que se podía ver a todos en el primer nivel. Me fui allí, recostada sobre la baranda de aluminio mirando a los que bailaban. No pasó mucho tiempo hasta que de pronto un tipo se puso detrás de mí con sus brazos alrededor de mi cintura, como si me conociera, y entonces apretó su pelvis contra mi redondo trasero. De inmediato sentí una verga dura entre mis dos nalgas. Al inicio me sorprendió, pero sabía (y quería) que eso pasaría, así que no hice escándalo alguno, simplemente empujé mi trasero hacía atrás, para sentir la dureza de su verga; lo miré y solo le di una sonrisa de niña mala. El tipo, bien parecido, se dedicó a masajear su carne dura contra mi trasero por unos diez minutos; luego me dio un beso en la mejilla y se fue ¡Wow! ¡Estaba empezando a convertirme en una mujer fácil! Alguien me había usado para complacerse sexualmente. Eso me hizo sentir súper bien ya que me hizo notar que era lo suficientemente atractiva para causar una erección a un hombre. Esa noche, él no fue el único.

Con más alcohol en la cabeza, empecé a tomar más riesgos. El lugar estaba lleno de esquinas escondidas y oscuras… fabuloso. Me busqué un sofá en una de esas esquinas, crucé las piernas, exponiendo mis muslos y mis portaligas (toda una zorra), un trago en la mano y listo, sin siquiera pedirlo, fueron cayendo como moscas. Es increíble lo fácil que son los hombres y lo poderosa que es una mujer sexy. Venían, fingían conversar de algo trivial (yo les seguía el juego) y en menos de diez minutos, mi mano terminaba dentro de su pantalón, cogiendo sus vergas; quizá por el alcohol en mi cabeza ni lo pensaba dos veces cuando uno que otro tipo me pedía una masturbada; creo, no estoy segura, que hice que al menos cuatro tipos terminaron vaciándose en mi mano o sus pantalones…era un roche para ellos pero yo me estaba divirtiendo. Empezaba así a experimentar lo que era tener una verga dura entre tus manos (claro, una que no sea la tuya)…  sentía delicioso… era tan rico apretarla, correrla, masajearla, para que al final, sientas ese líquido resbaloso y pegajoso entre tus dedos. ¿Por qué me demoré tanto en hacer esto? Me pregunté.

Esa noche me fui a casa victoriosa. La experiencia había sido un éxito total y tenía que repetirse; de pronto durante la semana esperaba con ansías que sea sábado; ya no era suficiente vestirme en casa para mirarme al espejo, o masturbarme con un dildo gigante metido hasta la base; ahora era otra: mi transformación en Claudia la puta (Claudia Hooker) había empezado e iba a una velocidad de auto de carrera; las faldas se volvían más cortas, los tops más cortos, las medias cambiaron a medias de puta – esas tipo red, el maquillaje y los accesorios también.

En las siguientes visitas a la discoteca (la misma de siempre), me volví más osada: masturbaba a todo aquel que me lo pida, incluso más de uno a la vez en el baño; empecé a dejar que disparen su semen a alguna parte de mi cuerpo (aún no tragaba leche), como mi trasero o mi abdomen. Se inicia así mi completa adicción al semen y a las vergas, algo que ahora ya no puedo dejar. Cada noche de fin de semana regresaba a mi departamento no solo feliz sino también con restos de esperma en alguna parte de mi cuerpo o ropa. De inmediato deseaba que ya sea nuevamente sábado en la noche, imaginándome que tan atrevida sería la próxima vez.

La próxima vez. Pues la siguiente vez apareció Frank, y con él tanto mi garganta como mi culito perdieron, por fin, su virginidad. Mi transformación en Claudia, la puta travesti estaba en plena marcha.

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