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Dos cuñadas y un destino
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Rosa, era gallega, tenía 28 años, era rubia, de ojos verdes, alta, tenía unas tetazas, un culazo, tenía un cuerpo de escándalo. Estaba casada con Augusto, un médico cántabro que la trataba como al culo. Era infeliz en su vida de cuento, más en ese cuento de mal follada iba a aparecer la puta hada madrina. Olga, que era hermana de Augusto, y el libertino, Ángel, el padre de Augusto, un hombre viudo, cuarentón, apuesto y con más marcha que un adolescente.

Olga tenía 20 años, era morena, soltera, y con todo muy bien puesto. Había estado estudiando en Londres.

Todo empezó una mañana, Rosa, en bata de casa, estaba tomado un café con pastas con Olga en el salón del pazo Augusto. Olga se sentaba en un sillón enfrente de ella luciendo una minifalda en la que se veían sus bragas blancas, le preguntó Olga a Rosa:

-¿Después de once meses de casada no te llegó el tedio a la cama?

Rosa, no sabía mentir.

-¡No! Adoro a tu hermano y adoro todo lo que me hace.

-No mientas, para aguantar a mi hermano hay que tener el coño cuadrado, y las tetas piramidales. ¿Cuántas veces te dijo que no eras más que una mantenida?

Eva, mojando una pasta en el café, le dijo:

-¿Y tú cómo sabes eso?

Olga, tomó un sorbo de café, en un pocillo de porcelana china, y después le respondió:

-Porque lo conozco- Le encanta sentirse importante. ¿Cuánto tiempo llevas sin follar?

Rosa, se levantó, y con cara seria, le respondió:

-Eso no es de tu incumbencia.

A Rosa se le cayó el cinturón que sujetaba su bata azul y se le vieron las tetas redondas, que tenían areolas color carne con pequeños pezones y el coño rodeado de una bella mata de pelo negro. Se tapó, se sujetó la bata. Olga, le dijo:

-Bonito cuerpo.

Rosa, colorada, tartamudeó.

-No, no, lo, lo…

-Ya sé que no lo hiciste a propósito.

-¡¿Eres una jodida adivina?!

Olga se metió la mano derecha dentro de las bragas

-¿Sabes guardar secretos casi inconfesables, Rosa?

Rosa, se sentía incomoda viendo lo que hacía su cuñada.

-Quita la mano de ahí.

Olga quitó la mano, chupó dos dedos y volvió a llevar la mano al coño.

-¿Sabes guardar secretos casi inconfesables o no? Yo guardo uno tuyo que de saberlo tu marido quemaría el pazo contigo dentro.

Rosa, se cabreó con su cuñada.

-¡Yo no tengo nada que ocultar! ¡¿Pero a qué viene lo de tocarte delante de mí y decir la tontería que has dicho?!

-Porque quiero que seamos amantes.

A Rosa se le escapó una risilla nerviosa, antes de decir:

-¿¡Estás borracha, Olga!?

-No, pero si quieres nos emborrachamos juntas.

-¡Ni de borracha me acostaría contigo!

Olga, parecía darse por vencida.

-Entonces será mejor que no te cuente mis secretos.

Rosa, y estaba interesada.

-¿Qué secretos sexuales podría tener, cuñada? ¿Follaste con el cura?

Se lo soltó cómo quien dice que hace sol.

-No, follé con mi padre.

No le pareció extrañar mucho.

-¿Y por qué querías contármelo? ¿Tienes cargo de conciencia? Si tienes cargo de conciencia vete a confesar.

-No tengo remordimientos. Volvería a hacerlo.

-¿Follaste con él en Londres?

-No en Londres ya tenía bastante con ser estudiante de día y escort de lujo de noche.

-¡Qué dices!

-Que por las noches follaba y me forraba.

Rosa, de lo de Londres, no le creía una palabra, pero estaba cómo hipnotizada mirando cómo la mano de su cuñada se movía dentro de las bragas y quería que siguiera hablando.

-Desde luego, fantasiosa eres un rato largo.

-Fantasías fue lo que hice realidad. ¿Quieres que te cuente cómo empezó todo en Londres?

-¿A dónde quieres llegar, Olga? Esto no me lo estás contado gratuitamente.

-Quiero follar contigo y te acabaré follando.

-¡Eres una engreída! ¡¿Vas a seguir masturbándote mientras hablas?!

-Sí, necesito correrme, me relaja.

-Está bien, trataré de no pensar en lo que estás haciendo. Habla.

-Todo comenzó una noche que una amiga me llevó a un club de striptease. ¿Nunca quisiste exhibirte delante hombres y mujeres y ser deseada, Rosa?

Rosa, se empezó a soltar.

-¿A que mujer no le gusta sentirse deseada?

-Tócate.

-¡No!

-Tú misma… Pues eso fue lo que quise hacer, exhibirme para que me deseara cómo la deseaba yo a ella.

-¿Te acostaste con esa chica?

-No, esa noche me acosté con mi amiga, pero a la semana siguiente hice un número después de ella, y entonces sí, esa noche me acosté con ella en una mansión mientras nos miraba el dueño de una agencia de escorts -Olga, cerró los ojos-. Fue delicioso. Diane ya se había comido unos cuantos coños, pero, según sus propias palabras, ninguno tan rico cómo el mío. Recuerdo cómo la punta de su lengua jugaba con mi clítoris, ahora lamiéndolo hacia arriba, ahora alrededor del capuchón, ahora hacia los lados. Mi coño no paraba de mojarse y el dueño de la mansión, Robert, un play boy, con un parecido asombroso a Richard Gere cuando hizo Pretty Woman, no paraba de tocarse el paquete. Cuando sacó la verga quedé maravillada. Era gorda cómo un salchichón -Rosa metió una mano dentro de las bragas-. Diane, me cogió de la mano. ¡Oooooy! Me voy a correr. Diane, me cogió de la mano e hizo que me sentara sobre aquella maravilla. ¡Que gustazo sentir cómo entraba aquella verga en mi coño estrechito! Ni dos minutos tardé en decir: ¡Me cooorro!

Olga se corrió de verdad, gemía y se convulsionaba en el sillón. La mano de Rosa se movió a mil por hora dentro de las bragas viendo cómo se corría su cuñada. Se acabó de correr Olga y Rosa aún no llegara. Fue a su lado, sacó la mano de su sexo, y le dijo:

-¡No me toques!

Olga, besó a su cuñada. Rosa se levantó, Olga le bajó las bragas, la empujó y Rosa se volvió a sentar en el sillón. Le cogió la mano que metiera dentro de las bragas. Le chupo los dedos mojados de jugos. Le abrió las piernas con las dos manos. Mirándola a los ojos fue acercando su boca al coño empapado. Rosa, le dijo:

-¡No, Olga, no!

Olga, enterró la lengua en el coño de Rosa y comenzó a lamer de abajo arriba, desde el ojete al clítoris, cada vez más y más, y más, y más aprisa… Rosa apretó las tetas con las dos manos, y corriéndose, le dijo:

-¡¡¡Me maaaatas!!!

Al acabar de beber de ella, le dijo:

-Cuéntame cómo fue lo de Caperucita Roja, Rosa.

Aquel era el secreto de Rosa que sabía Olga.

-¡¿Te dijo tu padre lo del bosque?!

-Antes que tú, fui yo su Caperucita Roja.

-Cuenta tú y te diré si hay alguna diferencia.

-Vale, cuento… Era una calurosa tarde de verano. Fui con mi Seat Panda hasta el bosque que me había indicado papá. Llevaba puesta una minifalda roja, una blusa blanca, una caperucita roja, el cabello recogido en do trenzas, calzaba unos zapatos rojos con calcetines blancos y llevaba en una mano una cesta con un pastel dentro. No sabía dónde estaba la cabaña. Al meterme en el bosque me encontré con un tipo musculoso, un Hércules, de casi dos metros de estatura, peludo, y que estaba desnudo con su gorda verga colgando. Me preguntó:

-¿Adónde vas, Caperucita?

-Yo seguí el cuento.

-A ver a mi abuelita, hombre lobo.

-Este bosque me pertenece.

Rosa, la interrumpió.

-¿Se la mamaste?

-Sí, sigue tú.

-Cogí aquella tranca, que casi no entraba en mi boca, y le hice una mamada que al hombre lobo le temblaron las piernas cuando llenó mi boca de leche.

Después de correrse me indicó el camino. Iba con las bragas mojadas y con unas ganas locas de correrme. Al llegar a la cabaña el hombre lobo estaba en la cama, tapado, pero, aquí cambió el cuento. Entró en la cabaña el cazador, o sea…

Habló ahora Olga.

-Mi padre. Ahora sigo yo. Me apuntó con la escopeta, y me dijo:

-¡Desnúdate, desvergonzada!

Me desnudé. El lobo se levantó de la cama. Cogió la tarta en la cesta y a puñados la echó sobre mis tetas, sobre mi vientre, sobre mi coño y sobre mi culo. Me comió las tetas hasta dejarlas limpiar de tarta, después el vientre y luego se agachó delante de mí, me echó las manos a la cintura y me lamió el coño cómo si de un lobo se tratase. Mi padre me puso los cañones de la escopeta en el ojete, sobre la tarta, y me preguntó:

-¿Ya te dieron por culo?

-Sí.

Apretó los cañones de la escopeta al ojete, y me dijo:

-¡Te lo voy a reventar!

Me asusté y le dije:

-No, papá, seré buena.

-¡Te lo voy a reventar con mi polla, perra! ¡¡Y no soy tú padre!! ¡Soy el cazador!

-Sí, señor cazador.

-Se agachó y ahora ya eran dos los que me comían viva. Mi padre me comía el culo, y me lo azotaba con las palmas de sus manos, y el lobo me comía el coño. Sigue tú, Rosa.

Rosa, siguió con la historia.

-Yo le dije que me lo reventara si tenía pelotas. Tu padre cogió un látigo que colgaba en la pared, y me lo reventó a latigazos, aún tengo algunas marcas en las nalgas. Luego el lobo me mordió las tetas y los pezones… Me gustaba sentir dolor. Al final, tu padre, me cogió en alto e peso, me la metió y me folló con violencia hasta que me corrí cómo una fuente. Sin ponerme en el piso me pasó al lobo. ¡Pufff! Aquella verga llenaba mi coño empapado y me daba tanto placer que me corrí en nada. Al acabar de correrme, tu padre me la metió en el culo, y al rato largo, sintiendo cómo me llenaban culo y coño de leche, me corrí por tercera vez. Deje el piso con un charca de jugos que daba gusto verla, pero aún más gustó me dio ver cómo el hombre lobo lamió los jugos hasta que dejó el piso limpio.

-Las historias son parecidas.

-Si quitamos lo de los latigazos casi fue igual tu historia que la mía.

-Parecida, Rosa, parecida, yo me corrí cinco veces… ¿Sabes, Rosa?

-¿Qué?

-Podríamos inventar un cuento nuevo.

-¿Cuál?

-El de las dos Caperucitas, sería cuestión de hablarlo con mi padre.

-Sí, será cuestión de comentárselo.

Olga, quería guerra.

-¿Me comes el coño, Rosa?

Rosa, besó a Olga, y le respondió:

-Claro, te debo una.

Quique.

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