La modificación de su precioso cuerpo continuó durante toda el día siguiente. Ahora en sus muslos se podía leer su nombre, ‘Perra Banquita’, ‘Saco de Mierda’ en ambas pantorrillas y ‘Coño de uso público’ en su vientre. Su pelo, antes largo y rubio, había sido cortado y teñido de rosa fuerte.
Llevaba puesto un sujetador de cuero negro, una falda de cuadros cortísima y unos zapatos de tacón de aguja. Evidentemente, no llevaba bragas. De esa guisa debía ir a trabajar, o más concretamente, a hacer la calle.
Le presentaron al chulo local, un gigantesco negro encantado de la vida de tener una perra blanquita a su disposición.
Pero eso sería por la noche. Ahora había que trabajar.
Laura se montó con un negro joven en la moto. Se sentía comida rápida.
Las órdenes estaban clarísimas. Ese hombre desconocido ahora era su dueño. Podía matarla a golpes o dejarla tirada en cualquier sitio si desobedecía. Y sería su familia la que pagase las consecuencias.
Pudo notar la mirada de odio de las escasas mujeres que la vieron por la calle mientras viajaba abrazada a su chulo, como si él fuera Nicolás.
Cerca de allí había una obra, con al menos veinte albañiles y algunos de ellos dispuestos a pagar por una mamada o un polvo rápido.
Los hombres la vitorearon cuando la vieron llegar de la mano del negro. No había ni un solo español en el grupo.
El negro negoció con ellos y llamó a Blanquita.
-Desnúdate.
-¿Aquí?
Recibió una fuerte bofetada.
-Sí, aquí. Desean verte desnuda.
¿Más aún? Ya iba prácticamente desnuda. Y aun así…
Laura se quitó el sujetador y la falda. Se quedó desnuda delante de esos cerdos que se la comían con los ojos.
Vio cómo se repartían el orden en la que la iban a usar.
La colocaron encima de una mesa mientras uno de ellos iba a por cervezas. Se la querían follar como la perra que era. Y como los del bar, unos preferían su coño y otros preferían darla por culo. Total, solo era un saco de semen.
Laura perdió la cuenta de cuantas veces se la follaron esa mañana, pues los hombres iban pasando uno detrás de otro y no hacían más que repetir y pelearse entre ellos porque le tocaba.
Lo que más les gustaba era ver como se balanceaban sus tetas al son de las embestidas a la que era sometida. Al final, probó la doble penetración, tanto oral como por la vagina, como oral y anal a la vez.
Grandes goterones de semen resbalaban por sus muslos mientras los hombres descansaban.
-El tal Nicolás debería de marcarla con fuego, como si fuera ganado. Aquí, tras el muslo, o en el culo, o en su espalda.
Echó un trago de cerveza. Le habían dicho que la tratará como si fuera suya. Se levantó y se acercó a ella. Se sacó la polla y se la metió en la boca. Tenía ganas de mear.
Laura se lo tragó todo. Estaba convencida de que si lo hacía, si lo complacía, se le quitaría la idea que veía reflejada en sus ojos.
-Preparar el fuego.
-No, por favor, no… Yo haré lo que queráis, pero por favor, no me marquéis.
Los obreros prepararon un hierro con un círculo y una M, y tras amordazarla y descalzarla, se lo grabó en la planta del pie. No estaba tan borracho para hacerlo más a la vista por ahora.
Laura aguantó bien el dolor, pues en contra de lo esperado, no era ni mucho menos el dolor más intenso que había tenido que soportar, lo que no sabía si era bueno o malo.
Tras verse libre, recogió las dos escasas prendas de ropa que la permitían vestir y subió de nuevo a la moto.
Se dirigieron a un bar de carretera, pues él iba a comer algo y ella a trabajar.
-Joder, menuda pedazo de hembra traes hoy.
-10 euros por follártela, 15 el anal. Chupar, la chupa gratis, cuando acabe el servicio.
Cuatro billetes de 10 cambiaron de manos y la ordenaron subir a la barra y que se abriera de piernas.
Los primeros clientes del bar llegaron mientras Laura aún se la estaba chupando a uno de tres camareros con los que contaba el establecimiento
El hombre, que ya le había entrado prisa, se corrió en su cara y pelo.
-Hay una habitación abajo – le indicó su chulo. -Los clientes no tardaran en llegar.
Lo que la mayoría de ellos buscaban era una mamada rápida y que se la tragará. Cuatro o cinco buscaban un polvo y solo uno la dio por culo.
Su chulo apareció con un bocadillo. Laura se dio cuenta de que estaba hambrienta, de que en su estómago solo había semen y orina. Y mientras se lo comía, este comenzó a tocarla las piernas y sobarla el coño.
-Abre la boca, blanquita
Laura obedeció aunque aún la tenía llena de comida. Su chulo escupió dentro.
Y Laura se lo tragó. Con todo el asco del mundo.
La ordenó dar otro bocado. Esta vez se sacó una polla negra como el carbón y comenzó a pajearse. La agarró fuertemente del pelo y le metió un poco la polla dentro de la boca para asegurarse de que toda su leche cayera dentro.
-Le dará sabor.
Y Laura se lo tragó. Con todo el asco del mundo.
Su chulo la quitó el sujetador y la falda que llevaba puesta, así como los zapatos. Realizó una foto de la quemadura que tenía en el pie y otra de cuerpo entero.
La metió un plátano pelado dentro del coño y sacó otra foto.
Ese iba a ser su postre. Sabía raro, claro. Sabía a ella, y también a hombre.
El dueño del establecimiento no tardó en bajar. Traía con él un infernillo y un hierro.
-¿Estás seguro de esto?
-Claro tío.
Le parecía una barbaridad estropear unos pechos tan bonitos, pero no podía negar que la tenía dura como el cemento armado.
Laura se agarró con todas sus fuerzas a la cabecera de la cama mientras su chulo la sujetaba el pecho para marcárselos por la cara inferior.
Y no gritó.
Ni con uno ni con el otro.
El resto de la tarde, Laura lo pasó en una esquina de un polígono industrial, subiéndose a coches de desconocidos y haciendo mamadas.
¿Fueron 77? ¿De verdad se la había chupado y tragado el semen de 77 hombres? Porque eso era lo que decía el dinero. Porque no podía hacer nada más que mamadas por mucho que los hombres quisieran otra cosa.
Era bien entrada la noche cuando volvió a montar en la moto de vuelta al prostíbulo. Allí la esperaba el negrazo de la mañana.
La cogió del brazo y bajó con ella hasta el sótano.
Laura se encontraba tumbada en el suelo de la mazmorra, con las piernas abiertas y con doce negros desconocidos.
Y se estaba masturbando para ellos.
Ya se había corrido una vez, y una segunda. Incluso una tercera. Pero no estaban satisfechos. Una buena guarra debía de correrse tantas veces como desearan sus amos.
Así que Laura seguía frotándose el coño mientras los negros la miraban sonrientes. No recordaba ningún momento anteriormente que se lo hubiera frotado y sobado tanto.
Al fin terminó de correrse por cuarta vez. Había tenido que dar todo lo que tenía para lograrlo.
La dieron un cubo lleno de preservativos usados. Debía lamerlos y tragarse su contenido.
Cuando al fin acabó la trajeron dos cubos más.
Laura aseguró que no podía más…
El negro la metió la cabeza dentro y la obligó a masticar. La goma, el semen y los jugos vaginales de las putas se mezclaban en su boca.
Terminó llena, con el vientre hinchado y a punto de reventar.
Y la noche no había terminado.
La subieron encima de una mesa, con su cabeza colgando por un lado, y recibió una doble penetración. Pero estos no eran como los obreros de la mañana. Eran más duros, más resistentes, y su cuerpo estaba ya al límite.
Aun así Laura dio lo mejor de sí misma. Cuando al fin el negro se corrió dentro de su boca, se lo tragó como era su deber. Y la mantuvo abierta esperando a otro que ocupará su puesto.
-Y decía que no podía tragar más. – Recibió un fustazo en el coño. – No vuelvas a mentirnos nunca.
Laura gimió de dolor. O de placer, empezaba a no saber distinguir una sensación de otra.
Dos nuevos negros empezaron a tomarla…
Alta madrugada cuando Laura y su chulo se encaminaban a la casa de este. Él era su guardián, y por tanto, hasta que Nicolás no dijera nada al respecto, su legítimo amo.
Sin el menor disimulo, la iba sobando el culo por la calle para escándalo de los pocos viandantes con los se cruzaba.
Su apartamento no era una pocilga, pero casi. Muy pequeño, con una única habitación y salón.
-Dormirás, conmigo, en la cama.
-Nunca he dormido con un chico antes.
Su amo le quitó el sujetador y la falda, palpó sus pechos marcados por el mismo horas antes.
-¿Sabes lo que quiero, verdad?
Laura entendió que a pesar de todo el sexo que había tenido durante todo el día, la noche aún no había acabado para ella.
Sí, sabía lo que deseaba de ella. Así que se arrodilló, le bajó la bragueta y se metió la polla del negro en la boca.
Este comenzó a mearse…