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Un viaje en el metrobus
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Primero que nada, me quiero presentar, me llamo Alberto. Vivo en la CDMX y quería contarles algunas de las historias que he vivido a lo largo de estos años, esperando que encuentren mis experiencias tan excitantes como lo fueron para mí cuando las viví.

En este primer relato les quiero contar de una de mis primeras experiencias cuando era más joven, hace unos 10 años, más o menos. En aquel entonces tendría apenas unos 20 y pocos años, no más de 23. Yo trabajaba de oficinista al sur de la ciudad, y me sucedió en un día como cualquier otro, sin que lo pensara o me lo propusiera.

Me levante temprano, fui a oficinas y al final del día, como cientos de personas, me dirigí al transporte público pensando solo en regresar a casa a descansar. Con lo que no contaba es que ese día el transporte estaría más atascado que de costumbre. Tan solo al entrar a la estación y ver el mar de gente que estaba abarrotando los andenes, me di cuenta que sería un viaje muy pesado.

Así pues, como el resto, entre empujones y empujones, logre acercarme hasta la entrada del próximo autobús, conocido en nuestra ciudad como metrobús. Como muchos otros, cuando se abrió la puerta para abordar, me metí más a la fuerza que con educación y ya me sentía bastante mal humorado, por lo que no me di cuenta al principio de que tan apretados estábamos unos contra otros en la sección de hombres.

Y tampoco me di cuenta de que uno de ellos estaba pegado a mí, con su bulto del pantalón pegado a mi cadera por el lado derecho. Fue hasta que el metrobus cerró sus puertas y comenzó a avanzar que me di cuenta del bulto que podía sentirse a través de la tela del pantalón. Creí que era accidental, ingenuo de mí, y como no sabía como reaccionar, me congele por completo, pensando que en cuanto se moviera la gente y hubiera más espacio se quitaría de mi lado.

No fue así. Llegamos a la siguiente estación, y luego a otra y el hombre a mi lado seguía con su bulto pegado a mi. Sin saber como reaccionar, y rígido como piedra, fue hasta como la tercera o cuarta estación que por fin hubo la oportunidad de movernos. Otro pasajero de mi otro lado nos pidió permiso para poder bajar y al hacerlo supuse que por fin se alejaría de mí el señor cuyo bulto sentía a mi lado.

En cierta forma tuve razón. Se movió para que el otro pasajero pudiera acercarse a la salida del metrobus, pero no fue para alejarse, sino para acomodarse atrás de mí. Sin saberlo, el quedarme quieto lo había interpretado como una invitación para seguir tocándome, y ahora se estaba atreviendo a dar el siguiente paso, y ahora su bulto estaba justamente atrás de mí, en medio de mis caderas.

Yo ya sabía que era gay, y no era mi primera vez, pero aun no conocía lo suficiente del mundo del cruising para saber cómo reaccionar, los códigos y el sutil mundo del ligue, aun ahora me siento torpe, por lo que de nueva cuenta estaba congelado. Excitado, pero petrificado. ¿Y si un policía nos atrapaba en pleno acto? ¿Y si otro pasajero se daba cuenta de lo que hacíamos? ¿Y sí…

Un bulto en el camino y un “accidente”. Pude sentir su pene restregándose contra mi trasero y recordé cuanto tiempo llevaba sin sentir un hombre dentro de mí. Conforme las estaciones fueron yendo y viniendo, quedando atrás, se esfumaron mis miedos y solo me dedique a disfrutar la calidez de su bulto atrás mío, y como su pene poco a poco crecía y se endurecía.

En algún punto, abiertamente restregué mi cadera contra él, como si quisiera que su pene atravesara la tela de mi pantalón y me penetrase ahí mismo.

Entonces él se acercó a mí oído y me hizo una pregunta mágica: “¿Bajas en la (estación) que viene?”. Normalmente habría respondido que no, pero en realidad ni siquiera estaba muy seguro de cuál era la siguiente estación. En realidad no era muy importante. Ni siquiera pude contestar, pues las puertas se abrieron y él de forma sutil (o quizás no tanto), me empujo afuera del metrobus. Casi me tomo del brazo para obligarme a seguirlo, sin saber mi respuesta a su pregunta.

Una vez en el andén, se mantuvo cerca de mí y me hizo la plática de forma casual, si como me llamaba y si estaba ocupado, cosas así. Yo le respondí con un nombre falso y le dije que tenía toda la noche libre, con un sutil y coqueto tono para darle a entender mis intenciones para nosotros dos. O bueno, eso es lo que me gustaría creer. La verdad estaba nervioso al punto de que las rodillas me temblaban y solo medio balbuceaba algunas palabras incoherentes. Y dado lo que sucedió después, él se dio cuenta y decidió tomar ventaja de la situación.

Me pidió que lo siguiera y me llevo por las calles de la zona hasta llegar a un hotel pequeño. Antes de entrar me pregunto si cooperábamos para rentar un cuarto y después de tragar un poco de saliva, estaba sacando mi cartera y temblando le di un par de billetes. Él se acercó a la recepción, hablo un poco con la persona encargada y después de recibir las llaves, me llamo para que lo siguiera.

Caminamos por el pasillo, llegamos al ascensor y apenas se cerraron las puertas de aquel pequeño elevador, se abalanzo sobre mí, empujándome contra una de las paredes y se puso a besarme y mordisquear mi cuello mientras me repetía lo caliente que lo había puesto mi culito. Yo para ese momento me di cuenta que ya no había vuelta atrás, y decidí dejarme llevar. Le devolví los besos y con mi mano le comencé a masajear sus genitales por encima del pantalón.

Al fin llegamos a nuestro piso y salimos. Yo ya me sentía más caliente y no dejaba de contornear mis caderas, y adopte mi acento más afeminado. Él por su parte al principio pasó su brazo detrás de mi cintura, pero descaradamente bajo su mano y me comenzó a manosear mi nalga mientras caminábamos por el pasillo. Cuando encontramos nuestra habitación, quito sus manos de mí, abrió la puerta y me invito a pasar. Al ir entrando pude sentir sus ojos clavados en mi, pero antes de que pudiera voltear a sonreírle, sentí su mano dándome una sonora nalgada.

Eso me dio el último empuje para terminar de entrar, y al girar para verlo, solo lo vi cerrando la habitación detrás suyo y acercarse a mí para seguirnos besando. Entre cada beso pude sentir sus manos en mi espalda y nalgas, y aunque al principio mis manos estaban en su pecho para intentar alejarlo, poco a poco las fui moviendo para sentir sus músculos, su abdomen y finalmente su pene.

Estaba dura y podía sentirla palpitando debajo del pantalón, y por un momento sentí un poco de lastima, pues aquel pedazo de carne seguía encerrado en aquellas telas. Yo quería bajarle el cierre y dejarlo que respirase un poco, pero mi compañero lo interpreto de otro modo. Me tomo de la cabeza y con firmeza, pero amable me hizo ponerme de rodillas frente a él. Yo ya sabía lo que venía, así que cambie de su cierre hacia su cinturón y cuando por fin pude soltar su pantalón, trague un poco de saliva antes de bajarle por completo todas sus ropas.

Por fin pude echar un vistazo a su dura verga que tanto me había cautivado durante la última hora más o menos.

Era gruesa, mucho muy gruesa, con una cabeza lisa y brillante, producto de los jugos preliminares. Era recta, con una vena resaltando en un lado y un par de huevos grandes y pesados colgando en la base. Mi amante se puso las manos en su cadera, orgulloso de su verga, mientras yo seguía viendo, embelesado.

– ¿Te gusta… putita?

Al fin me preguntó. Yo no le preste atención a que me insultara, y solo moví mi cabeza para darle a entender que sí, y por reflejo abrí la boca y me acerque para saborear aquella carne que tan deliciosa se veía. Al principio solo le lamí toda la cabeza, luego el tronco y un poco sus bolas, casi como si intentara limpiarlas completamente. Ahí de rodillas, con los cerrados y saboreando aquel miembro, solo escuchaba a mi pareja gimiendo y alabando mi desempeño.

– Así, así, zorrita, trágatela… uff, ¿ya tienes mucha experiencia, verdad?… ah, que rico, ¿te gusta, putita?… Tengo buen ojo para las maricas…

Sus palabrotas denigrantes de pronto se convirtieron en un lubricante para mis oídos. Era la primera vez que un hombre me trataba así, y quizás la novedad era lo más excitante, pero también era el hecho de sentir que hacía bien algo, que me alababan por ser bueno en algo, aunque ese algo fuera dar sexo oral. Y eso se tradujo en que mi pene se comenzó a poner rígido mientras yo seguía ahí de rodillas.

Así seguimos un largo rato mientras él disfrutaba de mi boca en su verga, hasta que él me puso su mano en la frente y me alejó. Yo me sentí confundido, pero antes de preguntarles que había pasado, su puso a un lado mío, y me tomo de los hombros para casi, casi aventarme sobre el borde de la cama.

Con mi pecho sobre el colchón, pronto me di cuenta de que era lo que venía, así que mientras él se terminaba de quitar la ropa y ponerse un condón, yo intentaba desabrocharme el pantalón. Un momento después, él completamente desnudo, y yo con mi culito expuesto sobre el borde de la cama, puso sus manos en mis caderas y apunto su verga hacia mi agujerito.

Uff, aquello fue casi una violación. Me separo las piernas usando las suyas y empezó a empujar. Yo me agarre de las sabanas mientras él forzaba su camino dentro de mí. Yo solo sentía mucho dolor y solté un grito que parece haberlo hecho dudar de si seguir o parar, pero después de un titubeo inicial, siguió adelante. Solo se detuvo hasta que toda su verga estaba dentro de mí y sus huevos chocaban con mis nalgas.

Para entonces, gran parte de la excitación inicial había desaparecido, estaba adolorido y asustado de que me hubiera lastimado. Pensaba decirle que se quitará cuando se acercó a mí oído y me dijo “¿No era lo que querías putita? Ahora te la comes toda”.

Y dicho esto comenzó a bombearme, despacio al principio, pero firmemente en cada estocada. Solo la sacaba un poco y luego la volvía a meter despacio hasta el fondo, y ese ritmo poco a poco hizo excitarme de nuevo. Comencé a gemir y mover mis caderas a su ritmo, y él por su parte me ayudo a quitarme la camisa para que ambos quedáramos completamente desnudos.

Una vez desnudos, me siguió bombeando y sus estocadas me hicieron subir al colchón completamente. Una vez arriba, ambos comenzamos a cambiar de posiciones.

Me penetro estando completamente acostado sobre el colchón, estando en cuatro apoyado sobre mis rodillas y codos; me hizo meterme su pene mientras él estaba boca arriba, sin llegar a sentarme, sino apoyándome en las palmas de las manos y los pies. Mi favorita fue cuando me penetró en posición de misionero, pues pude verlo cara a cara mientras me seguía diciendo de cosas que pronto se volverían cosa común entre mis amantes.

– Que rica estas, zorra. Como me gusta este culo, putita. Ah, que… piruja… marica… mamadora…

Entre sus empujones, yo solo oía cuantas palabras denigrantes y sucias se le podían ocurrir y en algún momento solo acerté a decir “sí, papí, soy bien puta”. Eso lo excito mucho y me comenzó a dar más fuerte y rápido. Unos momentos después, solo sentí como empujaba su verga con más fuerza hasta el fondo, y lo oía bufar con fuerza. Supe que estaba terminando y después de un rato se dejó caer a mi lado.

Yo me acerque a su miembro para verlo. Le quite el condón y antes de darme cuenta le estaba lamiendo los restos de semen de su miembro. Él me agarro con fuerza del cabello y no me dejó ir hasta que le deje su pene completamente limpio.

Después de eso, me senté en la cama y platicamos un poco. Yo solo le repetía lo delicioso que fue aquello, y tenía muchas ganas de repetir, pues yo todavía no terminaba. Pero él me dijo que se le hacía tarde y tenía que irse. Después de un rato, se levantó y se metió a la regadera. Yo me sentía un poco decepcionado hasta que se me ocurrió algo.

Me metí a la regadera con él y sin mediar palabra me arrodille frente a él para darle otra mamada. Entre cada beso y lamida, le dije claramente que quería darme un baño también, y sentir el agua escurriendo sobre su cuerpo, resbalando de su pene erecto y cayendo sobre mí era lo más erótico que hubiera hecho en mi vida.

Me siguió el juego hasta que un rato después me aviso que iba a terminar. Supongo que por las prisas es que no quiso aguantarse mucho, pero tampoco me molesto, simplemente abrí la boca y saque la lengua, invitándolo a que terminara ahí mismo. Él entendió mi mensaje, y menos de un minuto pude sentir su esperma tibio y viscoso impactando mis mejillas y lengua. Con su esperma todavía en mi cara, me masturbe un poco para terminar en el piso de la regadera.

Después de eso, me salí y me seque un poco. Salí a la habitación, y me puse a ver la televisión mientras el terminaba. Cuando salió, hablamos un poco de cosas intrascendentes, que si era muy tarde (lo era, casi las 21:00 h.), que si todavía agua caliente, que sí había algo bueno en la televisión. Conforme se iba vistiendo le dije que me iba a dar un baño también, y él medio balbuceo algo de que se le hacía tarde. Sin prestarle mucha atención, me metí a la ducha y cuando salí, él ya se había ido.

Me sentí un poco decepcionado de que no quisiera darme su teléfono para seguir en contacto, pero lo que más me molesto es que hasta entonces me di cuenta que nunca le había preguntado su nombre, ni él se había preocupado en darme siquiera un nombre falso.

Pero parte del encanto de esa experiencia fue saber que un completo desconocido solo se interesó en usarme para saciar su lujuria personal.

Espero poder compartir más experiencias que haya tenido. Si te gusto mi relato, me encanta coleccionar fotos de penes erectos, por lo que si gustas, puedes enviarme tus fotos a [email protected], o solo para seguir en contacto.

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