A pesar de llevar el coche cerrado, y con filtros para que no pudiera pasar una brizna de are sin purificar, pude sentir el penetrante olor a salitre del mar cercano, nos estábamos acercando a nuestro destino.
En los últimos kilómetros por recorrer me volvían los temores, me sentía inseguro a pesar de que Pablo me asegurara, después de hablar por el móvil en dos ocasiones distintas sobre mi deseo de regresar con Eduardo, que éste estaba deseando que volviera.
Como hombre que había vivido una larga vida, sabía que a veces se hacen las cosas por despecho y no deseaba que este fuera mi problema. Ni yo mismo estaba seguro de que no se tratara de una pataleta, y que probablemente debía haber consentido ser simplemente el amante de Álvaro y compartirlo con Irina hasta el regreso definitivo de Pablo.
Intuía no obstante, que solo hubiera causado problemas y además, era mayor, independiente y quería vivir mi vida aunque para ello tuviera que permitir que utilizaran mi cuerpo, también yo lo disfrutaría o lo intentaría al menos.
Atravesamos la ciudad y aminoro la velocidad para girar el volante y enfilar la carretera de costa, pronto pude ver los altos álamos detrás de la pared de piedra coronada de alambres espinosos. Pulsó el mando a distancia para abrir los portones de hierro, detrás del cristal de la cabina un guarda uniformado que no conocía saludó militarmente a Pablo.
De momento todo parecía estar igual: la gran avenida de robles que conducía a la fachada principal, las rosaledas con los primeros pimpollos aún sin florecer, la piscina descubierta y al lado el pabellón de verano, todo recogido y pulcro.
En el descansillo, al lado de la puerta, estaba el fiel Tomás con el chófer uniformado dos escalones más abajo. terminaron de descender para abrirnos las puertas, el tieso mayordomo ni me sonrió y solo inclinó la cabeza, le alargué la mano y algo sorprendido me la estrechó con la suya enguantada de impoluto blanco.
-Buenas tardes Tomás. -le sonreí y pude arrancarle una mueca lo más parecido a una sonrisa.
-Muy buenas señor, don Eduardo está en la biblioteca esperándole.
Recordé el nombre del chófer que sustituyó a Damian a pesar de haberle conocido muy poco.
-Justino, me acuerdo de usted, buenas tardes. -el hombre se me quedó mirando sorprendido pero supo reaccionar enseguida.
-Bienvenido señor. -cerró la puerta que me sostenía y se encaminó al maletero para sacar el equipaje.
-Ve adelantándote, enseguida estoy contigo. -Pablo me impelía a que mi encuentro con Eduardo lo hiciera sin él. Solamente eché una ojeada a la fachada de piedra antes de empezar a subir la escaleras,
En la entrada habían aparecido Alicia, la ayudante de cocina de Berta, y Carmen la doncella de Ana María, sentí la necesidad de abrazarlas al verles la inmensa sonrisa que me ofrecían, pronto interrumpimos los saludos cuando llegó Tomás con las manos repletas de mis paquetes y maletas.
Me detuve indeciso ante la puerta cerrada de la biblioteca y sin llamar abrí la hoja derecha, Eduardo permanecía sentado ante su mesa tapizada de cuero verde, mirando la gran pantalla de plasma y desvió la mirada hacia la esperada visita.
Me acerqué observándolo detenidamente, estaba más delgado y con menos pelo, pero seguía siendo el imponente hombre de mis recuerdos, si yo le analizaba él no hacía menos conmigo, sonrió y me hizo un gesto para que terminara de hacer el recorrido.
-¡Hola pequeño! ¿Te vas a quedar ahí como una estatua?
-¡Hola Eduardo! ¡Gracias por recibirme en…! -no me dejó seguir hablando y se colocó un dedo sobre los labios.
-¡Shissss! Ven aquí. -me indicaba sus piernas para me sentara sobre ellas como era su antigua costumbre. Le miré indeciso, su delgadez me impresionaba y él lo entendió.
-No me vas a romper. -me coloqué sentado como tantas otras veces y le pasé la mano por la cabeza acariciando el escaso pelo blanco. Me sostenía sobre los pies para no pesarle y él me sujetó la cintura para que terminara de tomar asiento sobre una pierna.
Me giré hacía él y aproximó la cara para besarme la boca, le respondía al beso abriéndola ligeramente, sentía la presión de su brazo apretándome contra su pecho, su aliento tibio y con olor a violetas rozando mis labios, la dulzura de su saliva cuando me introdujo la lengua. La mía salió a su encuentro y nos fundimos en un suave beso sin exigencias. Sabía besar de maravilla.
Me lamió la lengua, los labios, yo hice lo mismo gozando de su ternura que parecía paterna, hasta que reí ahogado, se había recortado el bigote y me hacía cosquillas en la nariz con sus pelos.
-Bienvenido a tu casa pequeño, a tu mundo, donde debes estar.
-Gracias Eduardo, por acogerme y brindarme tu casa.
-No vuelvas a repetirlo, esta es tu casa y así lo debes tomar. -volvimos a besarnos, me daba cuenta del cariño que aquel hombre me tenía, y claro que estaba desmejorado, flaco, y se le notaban los estragos que su enfermedad operaba en su organismo además de los años, pero aún estaba fuerte.
Escuché un pequeño gruñido y busque el origen, del alejado sofá chester, Dulce saltaba al suelo y se acercó a paso rápido, pero sigiloso, observándome, llegó y puso las patitas delanteras en la otra pierna de Eduardo reclamando sus derechos.
Había crecido, quizá habría alcanzado su máximo crecimiento, adelanté la mano para acariciarle la cabeza y volvió a gruñir, la retiré con rapidez y Eduardo soltó una carcajada mientras Dulce movía el rabo de un lado a otro.
-Perro malo, ¿te has olvidado de Ángel? -Dulce me miraba lastimero, parecía haber comprendido lo que le decía Eduardo, acercó su ociquito negro y húmedo y empezó a olerme, volví a intentar acariciarle y me lamió la mano. Eduardo no terminaba de reír.
-Si que te recuerda, te da la bienvenida. -Dulce se animó y se subió sobre mis piernas, intentando llegar a mi cara para lamerla como hizo con la mano, le abracé y le subí para que lo hiciera. Fue en ese momento cuando me sentí verdaderamente en mi casa. Tuve que reprimir sus efusiones y depositarle en el suelo, ahora quería seguir jugando.
No me había dado cuenta pero Pablo había llegado y contemplaba la escena.
-Ya tienes tu equipaje en la habitación, Carmen y Alicia te lo están colocando…
Hasta la hora de la cena no se presentó Ana María, no porque me rehuyera, estaba fuera de casa cuando llegamos. Seguía tan majestuosa y bella como siempre, vestía elegantemente un traje primaveral de seda y me ofreció la mejilla para que se la besara. Cuando lo hice se me quedó mirando la cara.
-Necesitas un tratamiento intensivo de piel cariño, tendré que ocuparme de eso. -sí, ya tendría desde ahora quien se ocuparía de mi piel, de los pelos, las uñas, y de desvalijar la cartera de Eduardo.
Así fue el reencuentro con lo más parecido a lo que podríamos llamar mi familia cercana. Empezaba un nuevo ciclo de mi vida y esperaba que fuera agradable, provechoso y feliz para todos.
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La primera semana fue de una frenética actividad y movimiento incesante.
Vinieron Guido y Oleguer, mis profesores, para organizar las clases y esa misma semana se reanudaron como antes, Pablo volvió a la universidad y a emplear la moto que le regaló don Manuel para desplazarse, decía que le resultaba más práctico.
El lunes me llamó Alberto, había estado con Oriol y David y sabía que había vuelto, esperaba su acostumbrada llamada y me alegré, se interesó por la vida que llevaría a partir de ahora. Sentí que tenía dudas cuando me dijo si me gustaría salir con él un día para hablar y tomar algo.
-Por supuesto que me gustará, y además encantado de estar un rato a tu lado, ¿a qué vienen esas dudas? -era muy, pero muy sincero en lo que le decía y él lo notó por que su acento cambió a más alegre.
-Perdona, pensé que al estar con Pablo igual no tenías tiempo, o no te apetecería, no lo se de verdad, ¿puedes disculparme? -de verdad que no le entendía que hablara con cierto miedo.
-Para, para…, tu y yo somos amigos, estos meses de atrás te has interesado por mi más que nadie y Pablo no tiene nada que decir si quiero verte o no. -esperaba haber dejado claro cual era mi posición, y Alberto me gustaba como amigo, me hacía reír cuando me sentía triste y me sabía escuchar.
Quedamos en que me recogería el viernes aunque antes me llamaría, pero sus llamadas, a partir de ese momento, se hicieron constantes y lo hacía todos los días para hablar un rato.
Guido me convenció para que retomara las clases de danza y guitarra, tenía grandes dudas de que fuera conveniente, pero Eduardo me animó, sobre todo para que saliera de casa y me relacionara, de momento tendría tiempo hasta que comenzara en la universidad mis clases, luego ya veríamos.
El chofer salió varios días conmigo para enseñarme la ciudad y como circular por ella, el camino de la escuela de danza y lugares donde tendría que transitar, pero ya con el coche conducido por mi. Justino era totalmente diferente a su antecesor, amable y no imponía tanto aunque también era un hombre fuerte.
Me estaba convirtiendo en un ciudadano cualquiera, un chico más de los que pululaban por las calles y gozaba de mi libertad, de esa sensación placentera de sentirte propietario de ti mismo.
El martes a la noche y durante la cena Ana María me habló.
-He quedado para mañana con Oriol en el salón de belleza, ¿te apetece acompañarnos?, la verdad es que ya lo necesitas querido. -la vi mirarme las uñas, más lo que ya me había hablado sobre mi piel fueron suficiente estímulo para que dijera que sí entusiasmado.
Después se lo comentaría a Pablo, cuando a la noche fui hasta su habitación. Como siempre estaba estudiando y con desgana apartó los papeles para atenderme.
-¿Has oido lo que me ha pedido Ana?
-Es normal, ya sabes como es ella, le gusta la perfección y la belleza. -Pablo no entendía lo que eso significaba para mi y le miré descorazonado.
-No es eso Pablo, esta vez no ha sido como si fuera una obligación impuesta por Eduardo, me coloca casi al nivel de Oriol, ¿te das cuenta? -Pablo me dirigió una sonrisa condescendiente y tiro de mi mano para que me sentara en sus rodillas.
-Mira Ángel, yo se que Ana María te aprecia, en serio que pienso así, pero creo que en esta ocasión se esta valiendo de ti para acercarse a su hijo. -me quedé un momento pensativo.
-Puede que sea así, pero me hace ilusión pensar que importo a la gente, y mira que es a pesar de los celos que siento por que te acuestas con ella, no se, necesito que me quieran.
-Yo lo hago Ángel.
-Sí, como ahora, desde que volvimos no hemos vuelto a estar juntos. -en ese momento sentí que volvía a ser injusto.
-¡Oh! Perdóname Pablo. -me abrazó y empezó a besarme la mejilla pasando los labios con suavidad por ella.
-Tengo que hablarte de algo Ángel, Eduardo desea estar presente, solo algunas veces, cuando lo hagamos, y no se si tu…, si te agradará eso. Ya te había dicho que no puede participar pero le gusta mirar… -lo pensé solo unos segundos, no veía el problema, Eduardo ya había visto como otros hombres me follaban, Yasin sobre todo.
-No me importa, para nada, puede estar si es lo que quiere. -Pablo me regalo un beso en la boca que hubiera deseado que continuara en su cama. Se puso de pié y me acompañó hasta la puerta.
-Ahora tengo que seguir estudiando Ángel, este trimestre será decisivo, ¿lo entiendes? -en lugar de responderle me colgué de su cuello para continuar besándole los segundos de tiempo que aún me dedicaba.
Cuando llegué a mi cuarto me extrañó encontrar la puerta abierta, no entendía de que manera Dulce había conseguido abrirla y esperaba tendido sobre mi cama.
Me metí bajo la sábana y le abracé contra mi, solamente un fiel animal como él deseaba dormir a mi lado, muchos hombres me deseaban y tenía que dormir solo. Le besé agradecido la cabeza y él la volvió para lamerme los labios, luego me quedé dormido.
El encuentro con Oriol, poder hablar con él, saber que sentíamos los mismos placeres de ser atendidos en el salón por personal especializado, resultó sumamente agradable.
Tuvieron que aplicarse con mis manos y pies, él estaba perfecto, el masaje delicado y acariciador por las dos lindas muchachas que nos acariciaban con cierta envidia era adormecedor. Me arreglaron el cabello y seguían dejándolo largo por orden de Ana María, me depilaron los escasos pelos que tenía y seguía conservando los de las axilas y el pubis recortado.
Salimos para ir a comer los tres a un restaurante donde ya había estado con Ana María, resultaba ser un soberbio día que me apetecía que se repitiera. Y Oriol y yo intimamos un poco más. Me habló de Alberto, como si solamente fuera un amigo suyo y de David. En realidad me lo ponderó muy bien y que le agradaba que nos hubiéramos hecho tan amigos.
Me sentía bien, a gusto con mi nueva vida, pleno de satisfacción aunque recordaba a Álvaro, sin desearlo siquiera y pretendiera apartarle de mi cabeza.
El jueves me dispuse a iniciar mi primera clase en la escuela, conduje sin salirme de las calles que conocía sin problemas. Para llegar al aparcamiento trasero tenía que pasar primero por delante de la entrada principal, el recuerdo del coche de Eduardo esperándome con Damian consiguió que me estremeciera.
Entré por la puerta trasera cargado con la guitarra, mis cuadernos, partituras y una mochila con la ropa de danza. Pasé veloz para no tener que saludar hasta llegar al primer piso, a la sala donde impartía sus clases Martina.
Me recibió con una abrazo sin hacer mención a lo sucedido aquel día, y lo agradecí, quería olvidarlo como si no hubiera existido, aunque sabía que de momento no sería posible. La clase pasó con rapidez y me dijo que no había perdido mucha practica en los meses que lo dejé, tuve que aclararle que algunas veces cogía la guitarra allí donde estaba.
En los vestuarios no había nadie y podía escuchar la música que me llegaba del salón de baile, me desnudé y me puse las mallas, los calentadores y una camiseta sin mangas. Mientras lo hacía miraba el lugar donde aquella tarde Ian mi forzó a tener sexo con él. Era un recuerdo penoso pero no estaba traumatizado por ello.
En el salón había una docena de alumnos entre chicos y chicas, Guido se me acercó para darme instrucciones, me pidió que de momento solamente hiciera barra para calentarme. Me había dado cuenta de que conocía a algunos de los bailarines y también me percaté que Ian danzaba como si estuviera en un sueño hasta que se dio cuenta de mi presencia.
Se quedó quieto unas milésimas de segundo, como suspendido en el aire, fue una visión muy rápida donde nuestros ojos se encontraron para al instante girar en un salto abierto y perdimos el contacto tan intenso. No se acercó a mi, solo me dirigió una sonrisa y continuo su labor pero notaba su mirada prendida en mi.
Habían sido solo unos meses pero le notaba más maduro, más conciso y elegante en sus movimientos, con el pantalón recogido en la cintura y subido para no molestarle le marcaba los duros glúteos y el bulto de sus intimidades. Continuaba estando divino, con el pelo alborotado y la cinta conteniendo el sudor en la frente sujetándoselo.
Aparté la mirada de él para observarlo con disimulo por el gran espejo a mi costado.
Al terminar la clase salimos los chicos hacia nuestros vestuarios y entonces, andando por el pasillo, se me situó al lado.
-Ángel, ¿conseguiré alguna vez que me perdones?
-No tengo nada que perdonar, aquello está olvidado. -se quedó un momento indeciso y se adelantó un paso para girar la cabeza y mirarme.
-Aquel día quería pedirte perdón, de verdad que no deseaba volver a repetirlo, estaba arrepentido Ángel, huiste por mi culpa y terminaste por caer en las garras de aquel tipo. -giré también la cabeza parar mirarle extrañado.
-Ian, hubiera pasado lo mismo, unos minutos más tarde o en el momento que sucedió, ¿que importancia tiene eso?
-No lo se, me siento responsable a pesar de todo, culpable de lo que pasó.
-No fuiste el responsable, puedes estar tranquilo, no pienso que tu intervención provocara mi secuestro, eso ya estaba orquestado.
-Entonces, ¿me perdonas? -su insistencia me parecía curiosa y me divertía verle tan preocupado por lo que yo pudiera pensar o sentir.
-Si eso te tranquiliza, de acuerdo, estás perdonado. -su cara de chico malo se iluminó con una sonrisa, se quitó la tira para limpiarse el sudor de la cara y me ofreció su mano húmeda, se la estreche con cierta prevención.
-¿Entonces amigos?
-Vale, pero suéltame la mano. -se dio cuenta de que me la tenía cogida más tiempo del prudente y me la soltó a la vez que se reía.
-No quiero volver a hacer que te enfades. -ya no hablamos más hasta llegar a las taquillas, nos quitamos la ropa y fuimos a las duchas. Los demás compañeros estaban bajo los chorros de agua y nos unimos a ellos.
Había dejado la guitarra en la clase y subí a recogerla, al bajar Ian estaba en la salida trasera, me vio con tanto paquete que sujetó la puerta para que pasara.
Me siguió hasta el coche y le entregué la guitarra para que me la sostuviera mientras abría el maletero.
-Creo que para celebrar tu vuelta tengo que invitarte a un refresco o un café, ¿qué me dices?
-No se Ian, tengo algo de prisa, mejor otro día. -había puesto cara lastimera.
-Por favor Ángel, como muestra de que de verdad me has perdonado. -entonces hizo una cosa que me pareció ridícula, colocó una rodilla en el suelo y me imploraba uniendo las manos, Dejé salir al aire una risa divertida y alegre, Ian estaba tan cambiado y diferente.
-Te prometo que no dejare que algo malo te pase cuando estés a mi lado, por favor di que sí, no te ocuparé toda la tarde. -algunos chicos y chicas nos miraban asombrados y me ruborice.
-De acuerdo pero levántate ya, nos están mirando.
-Tengo allí mi moto, llegaremos antes con ella y luego te devuelvo para que recojas el coche, ¿de acuerdo? -dudaba, Ian me estaba convenciendo con mucha facilidad y aún no tenía muy claras mis ideas.
No podía pasarme la vida sintiendo miedos y amedrentado, debía enfrentarme a las contrariedades y luchar para sobrevivir, y aprender a defenderme.
-¡Conforme! Vamos, pero que sea poco tiempo. -la sonrisa que me ofreció era gratificante.
Llegamos al aparcamiento donde tenía su moto, debajo de una marquesina dedicada a cobijar bicicletas y motos, no era tan impresionante como la de Pablo, de tipo deportivo y con un solo asiento corrido para los dos pasajeros, Ian parecía orgulloso de ser su dueño. Sacó dos cascos y me ofreció uno.
-Póntelo. -me había quedado con él en la mano sin saber que hacer y se dio cuenta de que no estaba acostumbrado, me ayudó a ponérmelo y quitármelo varias veces.
-No es tan difícil, te acostumbrarás con el tiempo. -hablaba como si a partir de ese momento pensara llevarme a menudo de paseo, su fuerte y duro culo de bailarín se veía aumentado por la postura inclinada que tenía sobre la moto, no le llevé la contraria y pasé una pierna para montar una vez que inclinó la máquina.
-Solo tienes que sujetarte fuerte a mi y pegarte todo lo que puedas. -hice lo que me pedía y me abracé a su cintura, sin pegarme demasiado a aquellas portentosas nalgas. No se quedó satisfecho y pasó la mano derecha detrás de mi culo para acercarme más.
Escuchaba el silbido del viento en mis oídos, aumentado al pasar por las pequeñas aberturas del casco, sentía como se tensaba su duro abdomen bajo mis manos, y tuve que llevar mi pensamiento a otra parte para no excitarme al estar abrazado a su espléndido cuerpo, y con mi polla bien pegada a su trasero.
Seguíamos una arteria principal de la ciudad y con su moto no tenía problemas con el denso tráfico de aquella hora, llegamos a la plaza donde se erguía el edificio más alto de la ciudad, una torre ovalada de cristal negro que se elevaba hasta el cielo, se detuvo en una calle lateral y se metió en un parking para estacionar la moto.
-¿No hemos venido muy lejos Ian?
-Han sido siete minutos, con tu choche aún estaríamos al principio del camino, no está lejos, aquí vengo con mis amigos, quería que lo conocieras.
El local era un recinto alegre, amplio, y además con una escalera que conducía a un primer piso con un cartel de: “comedor y reservados”, con mesas distribuidas en distintas zonas y una barra en forma de “U”. Estaba bastante concurrido a esas horas, pero no lleno, había mesas libres y también espacios libres en la enorme barra.
Llegamos ante una mesa donde estaban sentadas seis personas, cinco chicos y una mujer, al notar nuestra presencia se giraron los que teníamos de espaldas y me llevé un susto de muerte y también dos de ellos.
Se trababa de Erico y Alberto, se pusieron rápidamente de pié y Erico, el más cercano, abrió los brazos para acogerme en ellos sin perder la cara de sorpresa que le había quedado, luego Alberto que no estaba menos sorprendido.
-¿Ya hemos llegado al viernes? -en referencia a que habíamos quedado para vernos al día siguiente.
Tuvimos que explicarnos la situación unos a otros. Alberto trabajaba en el alto edificio de al lado, en una empresa de asesoramientos o algo así, había quedado con Erico para hablar, no dijo de qué, y todas las tardes más o menos se reunían en aquel lugar un grupo de amigos, allí comía él los días laborales, los otros tres hombre y la mujer eran compañeros suyos.
Ian tenía su casa en la misma calle donde vivía la familia de Erico y Oriol, de una manera u otra los tres se conocían y nosotros dijimos de donde venía nuestra relación, de la escuela de música y artes escénicas. Cuando el emocionante momento pasó pidieron nuestras bebidas, unos simples refrescos para evitar marearnos, Alberto me ofreció asiento a su lado.
-A Ángel lo he traído yo. -le dijo Ian entre bromas y te lo dejo pero no abuses. -todos rieron pero yo presentía que no era totalmente de su gusto que me sentara al lado de Alberto.
Después de preguntarme sobre como me encontraba me hablo de su trabajo, La sociedad donde trabajaba asesoraba sobre variados ámbitos, desde inversiones financieras hasta la elección del personal para empresas, don Manuel, Eduardo y el doctor Salvatierra eran de los más importantes accionistas, y realmente con los problemas laborales del momento, David lo había dado su apoyo para comenzar a trabajar allí, y no estaba descontento, ni con su salario ni con sus funciones.
Cuando nos despedimos para volver a recoger mi coche Alberto confirmó que seguíamos manteniendo nuestro encuentro del día siguiente, y como Ian escuchaba preguntó el motivo de que no fuera allí mismo.
Mi grupo de amigos y afines lentamente aumentaba, de alguna forma y desde ahora, Ian tendría una frecuente presencia en mi vida lo mismo que Alberto o Erico, pero no quería enredarme con ellos sentimentalmente, los quería tener como amigos, sim problemas emocionales.
En la cena de esa noche le pedí a Eduardo un favor que me estaba rondando la cabeza desde hacía muchos días.
-Aquel policía que me rescató, creo que se llamaba Gutiérrez, y la mujer su ayudante, me gustaría darles las gracias por rescatarme, si es posible me gustaría hacerlo, expusieron sus vidas por mi. -Eduardo dejó el tenedor y me miró mientras sorbía su agua.
-Me parece magnífico y muy apropiado, además yo mismo lo quiero hacer y entregarles un cheque para su organización de huérfanos del cuerpo, lo gestionaré no te preocupes. -me hubiera gustado agradecerle su disposición a cumplir todos mis deseos, y creo que lo supo ver en mi sonrisa y la humedad de mis ojos.
Al único al quien no podía demostrarle mi gratitud inmensa era a Goio, aquel muchacho cojo que se interpuso y recibió el disparo que me hubiera quitado la vida. Donde fuera que estuviera leería en mi corazón mi inmenso y nunca suficiente agradecimiento.
Esa noche en particular necesita más que nunca la compañía de alguien que me abrazara, no pensaba precisamente en Dulce, esperé sin dormir hasta una hora prudente donde Pablo hubiera terminado sus trabajos y entré en su habitación. Aún continuaba perdiendo la vista en la pantalla del ordenado y en el montón de libros y papeles de su mesa.
-¿Puedo esperarte a que termines? -apartó un momento la mirada de su trabajo para fijarla en mi.
-Termino enseguida y me doy una ducha rápida. -pasé por su lado con la tentación de abrazarle, pero solamente me encaminé a su cama y me tendí sobre ella.
Cuando recogió los papeles y se encaminó al baño le seguí, se desnudó y las ganas de ser seducido y entrar tras los cristales con él me asaltaban lujuriosos, miraba su silueta espléndida tras los cristales empañados por el vapor y otra vez sentía mi pene despertar ante el deseo de su verga, salí del baño y decidí esperarle en la cama.
-He visto a Alberto esta tarde. -le puse al día de como mi compañero de baile me había llevado hasta el bar donde nos encontramos, y de todo lo que me pareció prudente que supiera, y a la vez le acariciaba el vello del pecho.
Me monté sobre su abdomen y me quité la chaqueta, él no llevaba otra cosa que el pantaloncito de dormir, me incliné y besé sus duras tetillas.
-Te lo has pasado bien y consiguiendo amistades, ¿estás contento de haber vuelto?
-Lo estoy de estar a tu lado y tenerte, mi Pablo, amor mío. -nuestros labios se encendían los unos sobre los otros saboreándose y lamiéndose.
-Te necesito Pablo, hazme tuyo amor. -llevé la mano a mi retaguardía, el bulto descomunal de la polla rompía la suave seda.
-La quiero toda para mi Pablo, dámela.
Seguirá…