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Tiempo de lectura: 3 minutos

Desde que comencé mi relación con Alfonso, el deseo y el morbo hacían parte de nuestros días. Me atrevo a decir que si algo nos atrapó fue el hecho de ser tan reservados y formales ante la gente, y extremadamente perversos en la intimidad. Era como jugar dos roles distintos y nunca sabíamos qué esperar del otro. La complicidad y la conexión sexual eran únicas.

Esta vez el morbo nuevamente nos sacó de los papeles. Estábamos sentados frente a las canchas de tenis de la Facultad, rodeados de nuestros amigos, y yo como era usual, llevaba una falda corta y suelta, que por cierto, a él le volvía loco. De repente, me senté en sus piernas y comencé a frotar su pene disimuladamente, mientras charlaba con los chicos con naturalidad. Él por un momento quedó atónito. Sin embargo, cuando vio que nadie notaba lo que sucedía y que estaban concentrados en el par de chicas que estaban practicando en las canchas, empezó a relajarse y a seguirme el juego. No tardó en pasar su mano debajo de mi falda y masturbarme de la manera más exquisita, como sólo él sabía. Sus dedos tenían la medida exacta para hacerme retorcer de placer. Los metía una y otra vez dentro de mi vagina, los sacaba completamente mojados y frotaba mi clítoris, que cada vez se hacía más grande. No pude contenerme y en un par de ocasiones solté suaves gemidos que a él lo ponían más y más. En ese punto, no sé si mis amigos no lo notaban o preferían ignorar la situación. En cualquier caso, poco me importaba. Yo sólo quería que ese pene grande y delicioso me penetrara.

Después de varios minutos masturbándonos sin temor a ser puestos en evidencia, lo tomé de la mano y nos fuimos al tercer piso del edificio de al frente, en el que a esa hora la mayoría de salones estaban desocupados. En cuanto entramos a un salón, no pude esperar para bajar su pantalón y masturbar su pito duro, bajé y con mi mirada fija en la suya, me lo comí entero, mientras veía cómo su rostro se ponía rojo de la excitación. Lamía su pene de abajo hacia arriba, recorriendo todo su tronco con mi lengua hasta llegar a su cabeza, donde terminaba haciendo pequeñas succiones. Luego, volvía a meterlo todo en mi boca, para que se la follara a su gusto, tragándome todo su pito hasta el fondo.

Después de unos minutos comiéndome su rico pene, llegó el momento de sentirlo adentro. Estaba tan mojada que creía que al meterlo me iba a correr toda. Lo senté en una silla y me senté frente a él, dejándome caer en su enorme, duro y jugoso pene, mientras lo besaba con deseo desbordante. Él besaba mi cuello, mi pecho, mis tetas, y yo no podía sentirme más excitada. Me movía de tal manera que en cada embestida estimulaba mi clítoris con su cuerpo. Llegué al orgasmo rápidamente. Él me tomó y me tumbó encima de la mesa del profesor, mirándolo de frente, y sin dar espera me empezó a penetrar rápido mientras masturbaba mi clítoris con una mano, y la otra reposaba en mi pecho haciendo presión, como si quisiera ahorcarme. Yo, que apenas me recuperaba del orgasmo, no podía con tanto placer. Debo decir que su mano en esa posición sadomasoquista casi ahorcándome me inundaban de morbo. Me retorcía en la mesa. El éxtasis era indescriptible. Mis gemidos creo que se escuchaban en toda la Facultad y a él le encantaba. Después de varias embestidas, justo cuando estaba a punto de correrme de nuevo, me volteó con un movimiento brusco y tomándome del cabello me lo metía tan fuerte y tan rápido… ¡Dios! Moría de placer. En cada embestida sentía que su pene llegaba a mi estómago. Empezó a darme nalgadas, que me excitaban más y más… Mi gran culo colorado por sus azotes, el morbo que me generaba sentirme dominada, mi vagina caliente y mojada… Sólo podía terminar en un orgasmo muy al estilo de las películas porno. Me tumbé en la mesa mientras él se venía adentro de mí. Ya saben cuánto me encanta sentir la leche caliente adentro de mi vagina palpitante.

Nos fundimos en un beso profundo, sonreímos como cómplices de una nueva aventura, nos limpiamos con pañitos húmedos (que también acostumbro a llevar a todas partes), nos vestimos y salimos del salón a reencontrarnos con nuestros amigos.

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