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De vuelta a la web ¡Lo he hecho en una calle!
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Tiempo de lectura: 3 minutos

Después de casi tres años ausente me ha picado el bicho de la curiosidad y he vuelto a la web. Eso por no decir que estaba con un chico que sí que sabía mantenerme entretenida, y terminar esa relación me llevó a consolarme con uno que otro semental.

Sin tantos preámbulos, les cuento lo que han venido a leer: una de mis mejores experiencias sexuales.

Si leyeron mis relatos de años pasados, notarán que cada nuevo amante para mí superaba al anterior. Alfonso, mi última pareja estable, no podía ser la excepción. Puedo jurarles que no hay muchos chicos con un pene tan increíblemente grande, grueso y juguetón como el de él. Es que no sería difícil para ninguna chica perderse en ese delicioso pito y morir de deseos por sentirlo adentro. Y para mí, tener ese elixir a mi entera disposición sí que era excitante, incluso enfermizo. En cada encuentro no quería otra cosa que hacer el amor en mil posiciones, comerle el pito y que me tocara el coño como sólo él sabía hacerlo.

Pues una noche caminábamos por las calles cercanas a mi casa, como cualquier pareja de enamorados que sale a charlar un rato. De repente, y como ocurría frecuentemente, las ganas de que me embistiera con su gran pene empezaron a adueñarse de mí, y poco a poco dejaba de escuchar sus palabras y me perdía en mis más morbosos pensamientos.

Lo besé con pasión, y él sin imaginar lo que pasaba por mi mente, sonrió exclamando lo mucho que le gustaba cuando lo besaba sin previo aviso. Nos quedamos en una esquina abrazados, besándonos, cual par de adolescentes enamorados.

¿Te imaginas hacerlo en algún jardín cerca de aquí? -Le dije. A lo que él quedó perplejo, y dejó salir luego una sonrisa de complicidad. No gesticuló palabra alguna, me tomó de la mano y empezamos a caminar, en busca de una calle poco transitada, con un jardín que se prestara para nuestra hazaña.

Después de caminar un par de minutos, encontramos la calle perfecta. Poca luz. Una jardinera alta, en la que podíamos sentarnos. La casa parecía deshabitada. Todo era ideal. Yo, que siempre moría de ganas por hacer el amor en cualquier rincón, me acostumbré a llevar siempre faldas, vestidos, cualquier cosa que facilitara un polvo rápido. Esta vez llevaba un vestido holgado, corto, y por supuesto, un hilo que dejaba muy poco a la imaginación. Sin más, me senté en sus piernas y empezamos a besarnos. Poco a poco abría mis piernas y él metía una mano debajo de mi vestido, tocando mi vagina, que para entonces ya estaba bastante mojada. Yo me movía lentamente sobre su pene, notando ya que estaba más duro que un palo. Él me masturbaba con sus dedos, frotaba mi clítoris de un lado a otro, ocasionando que salieran de mí suaves gemidos que lo ponían a tope.

Me bajé de sus piernas, me senté a su lado, saqué su pene del pantalón que ya casi salía por sus propios medios, y empecé a masturbarlo sin temor alguno a que alguien pudiera vernos. A él le encantaba y le excitaba todo el rollo de que nos pudieran pillar, y a mí me fascinaba ver su placer.

Después de unos minutos entendimos que no había tiempo de sobra, y que estando los dos tan calientes, era momento de cumplir lo que para mí era toda una fantasía sexual. Me senté nuevamente en sus piernas, esta vez encajando perfectamente su pito duro y grande en mi vagina llena de jugos y ansiosa por tenerlo adentro. Pude escuchar una especie de gemido ronco y suave que sólo indicaba una cosa: mi hombre estaba encantado, extasiado, maravillado de sentirme tan mojada y caliente. Subí y bajé varias veces, lento, metiendo todo su pito cuando me dejaba caer. Luego haciendo movimientos en círculos con mis caderas. Me encantaba toda la situación. Controlar las embestidas, sentir todo el placer que le generaba. Hazme venir -Dijo. Y esas palabras fueron música para mis oídos. Empecé a moverme tan rápido como pude, bajaba el ritmo por momentos, moviendo mis nalgas de un lado a otro, y retomaba con las embestidas rápidas, calentándome cada vez más. Gemía como si estuviésemos en cuatro paredes. Y debo decirles que me generaba más morbo pensar que en alguna ventana podía haber alguien pajeándose con nuestra escenita porno. Me apretó fuerte y esbozó un gemido que llevó mi excitación al máximo, haciendo que nos corriéramos al tiempo. Me encantaba sentir su leche caliente adentro de mí. Que sus jugos y los míos se mezclaran y desbordaran mi vagina. Cerramos el show con unos besos llenos de placer, de felicidad por haber cumplido una más de nuestras fantasías. Me reincorporé como pude, algo incómoda, con la vagina llena de fluidos, caminamos hasta mi casa, que estaba bastante cerca. No podíamos creer lo lejos que habíamos llegado esta vez.

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