Recibí una bofetada cuando mi esposa me enseñó la invitación a la boda. Diana, se casaba. Era un día soleado y sentí que se ponía gris. Los gorriones que hacía unos segundos veía dar saltitos y me parecían encantadores, ahora me parecía buitres. Me sentí como si fuese un trozo de carne que alguien comió y después se cagó. Me sentí poco menos que nada. Oí la voz de mi esposa. Parecía que venía de ultratumba:
-¿Llamo a mi sobrina y le digo que iremos?
-Vete tú, yo no pienso ir.
-¿Y eso? Tan bien cómo te caía… Y ahora no le quieres ir a la boda… ¡Qué raro!
-Raro sería que me desplazase si no es por negocios.
-También es cierto. Quedamos de ir a Londres a ver a Terry y Wendy el año pasado y aún siguen esperando.
Esa noche, Diana, me mandó un whatsapp. No le contesté. Estaba dolido y oír su voz profundizaría en la herida.
Una vez, sin querer la había borrado de mi whatsapp, ahora sabía cómo hacerlo y la borré. Recibí un correo electrónico, por curiosidad, lo abrí, en él me decía que quería pasar parte de la noche de su despedida de soltera conmigo. Le respondí que lo hiciera toda con sus amigas. Me dijo donde me esperaría y le respondí que no iría y su repuesta fue que ella me esperaría igual…
La habitación de la pensión estaba solo iluminada con la luz de las lámparas de las dos mesitas de noche, a las que Diana había enrollado dos plásticos rojos muy finos. Encima de la cama, sobre un paño, había un pollo asado con patatas y dos botellas de vino tinto, de las baratas. Era la cena más sencilla y más romántica que había tenido en mi vida. Hasta el sitio era humilde, pero yo no estaba para romanticismos.
Diana llevaba puesto un vestido marrón que le daba por encima de las rodillas, una blusa blanca y unos zapatos marrones. Estaba preciosa. No se lo iba a decir. Le dije:
-No hay tenedores ni cuchillos.
-Las princesas, reinas y reyes comían con las manos y vistiendo sus mejores galas. Cómo tú y yo no somos de sangre azul, había pensado en que cenáramos desnudos y que tu cuerpo me sirviese de servilleta a mí y el mío a ti.
Me acerqué a Diana y cogiéndola por la cintura la besé en la boca, le di la vuelta y la puse mirando a la pared. Me dijo:
-¿Vienes con ganas o me tienes ganas?
Le respondí:
-Ambas cosas. Te voy a follar cómo nunca te follará tu futuro marido.
-¿Que sabrás tú cómo me folla él?
Le bajé las bragas, quité la polla, froté con ella su chochito para encontrar la entrada, y se la clavé de un golpe: "¡Zaaas!" Mi idea era que le doliera un poco al entrar, pero estaba mojada y entró en el coño cómo entra un cuchillo caliente en la mantequilla. Me dijo:
-¿Te adelgazó la polla, cabrón?
Le tiré del pelo hacía atrás, le comí la boca, y la follé duro y hasta el fondo. Estaba cabreada, se había dado cuenta de que traía rabia contenida, y lo aprovechó.
-¡¿No sabes meter con más ímpetu, capullo?!
Le solté el pelo, le agarré las tetas y le di cómo nunca le había dado.
-¡¡¡Pin, plas, pin, plas, pin plas…!!!
El resultado fue que por no parar a tiempo, me iba a correr. Pare… Diana, con la cara contra la pared, me agarró el culo con las dos manos y con el suyo me siguió follando. Me corrí dentro de ella. Al terminar, se dio la vuelta, me cogió la cabeza, la llevó a su chochito, y me humilló, diciendo:
-Hazme cómo una mujer lo que no supiste hacer como un hombre. Haz que me corra, picha floja.
Le comí el chochito cómo a ella le gustaba, llevando mi semen con la lengua a su clítoris y lamiéndolo de abajo a arriba y alrededor… Hacia los lados ya movía ella sus caderas… No tardó en correrse, y al hacerlo, me dijo:
-¡Qué no me entere yo que se derrama una sola gota de mi néctar!
Le ocurrió lo de siempre, sus piernas comenzaron a temblar y se corrió con una fuerza bestial. Era una mujer que disfrutaba sus orgasmos como nadie, y yo disfrutaba bebiendo de ella.
En fin, que con unas y con otras, fui de matador y me pilló el toro.
Diana, era una mujer muy especial. Follando, una fiera, pero después de correrse, dulce, muy dulce y muy tierna. A su lado no podía estar enfadado. La amaba demasiado.
Al levantarme, me quitó la corbata y la echó encima de una silla, yo me quité la chaqueta y la tiré sobre la corbata. Besándonos, le fui desabrochando los botones de la blusa. Al acabar se la quité y quedaron tapado sus pechos con un sujetador blanco. Besándonos me quitó la camisa y dejó mi pecho peludo al aire. Me quité el pantalón, los zapatos y los calcetines, ella se quitó la falda, las medias y los zapatos. Besándonos de nuevo le quité el sujetador. Sus tetas, aquellas tetas que adoraba, con areolas marrones y gordos pezones, se aplastaron contra mi pecho, mi polla reaccionó poniéndose morcillona, ya que después de correrme se había bajado del todo. Diana, sintiendo mi polla en su cuerpo, sonrío, y mirándome a los ojos, me preguntó:
-¿Tomaste viagra?
-Aún no.
-Se nota. Hoy no quiero que la tomes.
Le hice coquillas en las costillas, y le dije:
-Tú mandas.
Se encogió, y riendo, me dijo:
-Vamos a cenar, vamos a cenar que tienes un peligro… ¡Qué peligro tienes!
-¿No lavamos las manos?
-¿Y eso me lo pregunta el hombre más guarro que conozco?
-En la cama.
Me dio un cachete en el culo.
-¿Y a dónde crees que vamos?
Se acabó de quitar las bragas. Yo me quité los boxers. La polla seguía morcillona, y latiendo, al ver su chochito favorito.
Partió el pollo a la mitad y me dio mi parte. A mordisco limpio lo fuimos comiendo. Las botellas ya tenían el corcho a medio sacar. Con la boca y las manos llenas de aceite, cogí la botella y le eché un tragó que la dejé por la mitad. Diana, me preguntó:
-¿Se te levanta si estás bebido?
-Si estoy bebido, sí, si estoy borracho, no.
-¿Y que hace falta para emborracharte?
-Tres botellas de vino cómo estas.
Limpiándose el aceite de la boca con el dorso de la mano, me dijo:
-¡Ah bueno! Entonces no hay problema.
Diana, cogió su botella de vino y le echó un trago largo. Le dije:
-A ver si te vas a emborrachar tú, princesa.
Se puso mimosa.
-Me gusta que me llames princesa.
-Y a mí llamártelo.
Habíamos acabado el pollo. Se hizo un silencio, de esos incómodos, en los que unos segundos parecen siglos. Cogí la botella y casi la dejé seca, ella se echó otro, y luego, me preguntó:
-¿Hacía mucho que no tragabas tu semen?
-Desde la última vez que estuve contigo.
Me cogió la polla, flácida, con la mano llena de aceite. La metió en la boca, la masturbó y la mamó… La polla fue creciendo y acabó poniéndose dura. Paró de mamar, me besó, y me preguntó:
-¿No tienes nada que decirme?
Sabía que me estaba hablando de su enlace matrimonial, pero, ¿qué le iba a decir? La última vez que quise irme con ella a una isla paradisiaca me había dicho que amaba a su novio, y la prueba la tenía en que le quedaban pocas horas de soltera. Así que le respondí:
-Ahora mismo… Que tengo ganas de follarte el culo.
Diana, no insistió en la pregunta.
-¿Quién te lo prohíbe?
-Date la vuelta.
Enrolló los restos del pollo en el paño sobre el que estaba, los puso en el piso y se colocó a cuatro patas.
Con mis manos llenas de aceite le masajeé las tetas. Lamí desde su chocho hasta dónde se acababa su espina dorsal. Lamí y Besé su espalda… Luego le follé el chochito con dos dedos y el ojete con la lengua… A punto de correrse, me dijo:
-Hasta ahora no has hecho nada que no me hicieras ya. ¿Dónde está es polvo tan espectacular que me ibas a echar?
En vez de meterla en el culo se la metí en el chochito. Le metí la puntita y después el glande y con él la follé como si no tuviera más polla… Cada vez que echaba el culo para atrás la azotaba con fuerza en las nalgas.
-¡¡Plaaas, plaaas!!
Después de innumerables azotes, me dijo:
-La dulce agonía se va a acabar, me voy a correr. No aguanto más.
En ese momento, se la froté en el ojete, le metí la puntita y después el glande, se lo quité, y mientras se la frotaba en el ojete, con una voz más dulce que la miel, me dijo:
-Me corro. ¡Aaaay, aaaay, aaaaay! ¡¡Me cooorro!!
Puse mi mano en su chochito y mientras ella temblaba de placer, recogí sus jugos en la palma de la mano. Al acabar de correrse, se los mostré. Los lamió cómo una perrita, y después, dándose la vuelta, me besó con una dulzura que me estremecí.
Quedamos boca arriba mirando al techo. Me volvió a preguntar:
-¿Seguro que no quieres decirme nada?
-¿Qué quieres qué te diga? Que te quiero ya lo sabes, que te adoro, también. ¿Qué para mí eres la mujer más bella sobre la tierra? Todas esas cosas las sabes, cielo. ¿Qué quieres que te diga?
-Nada, a veces espero más de las personas de lo que me pueden dar.
A veces no había manera de entenderla.
-¡Coño! Si no me cuentas que quieres decir con eso…
-Tenía que salir de ti. Te tenía que provocar decirlo.
Supuse que quería que le dijera que me gustaba que se casara. No podía decírselo. Jamás le había mentido y no iba a empezar en la que sería nuestra última noche juntos.
-¿Sabes lo que me provoca, hermosa?
Se había puesto seria.
-Follar, a ti lo que te provoca es follar conmigo.
-No. ¿Me gustaría que me hicieras el amor?
No estaba muy receptiva.
-Encima, vago.
-No, quiero recordarte así, dulce, linda. Quiero recordar tu bello rostro llegando al cielo.
Seguía seria, y aún hoy no sé por qué.
-Si te cabalgo no voy a ser dulce. No te voy a hacer el amor. Te voy a follar cómo te follaría una loca.
Me resigné.
-Bueno, también es un bello recuerdo.
Diana, me besó, y con voz dulce, me dijo:
-Si supieran cuanto te quiero, calamidad.
Estuve a punto de decirle: "Si supieras la envidia que siento del que va a ser tu marido…" Pero me callé, y le dije:
-Ni la cuarta parte de la mitad de lo que te quiero yo a ti, bella.
Diana, subió encima de mí, me dio las tetas a mamar. Se las mamé, chupé y mordí… Besé los pezones, se los mordí… Después arrastró su húmedo chochito por mi cuerpo y me lo puso en la boca. Se lo comí cómo a ella le gustaba, lentamente y saboreando cada parte de él… Labios, vagina, clítoris… Me tenía caliente cómo un perro. Cogió mi polla con la mano derecha y la metió en el chochito. Me hizo el amor con su cuerpo pegado al mío. Me encantaba sentir sus tetas pegadas a mi pecho. Nos besábamos dulcemente en el cuello y en la boca… Así, follándome despacito, estuvimos más de media hora. Cuando ya no aguantaba más, me dijo:
-Córrete conmigo, cariño.
-Le di la vuelta. Haciendo palanca le busqué el punto G con mi glande y froté, froté y froté hasta que un torrente de jugos bañó mi polla. Vi que las pupilas se les subían, cerró los ojos, y comenzó a derretirse como un helado bajo el sol. Ahogué sus gemidos con un beso y me corrí dentro de su chochito. Fueron dos corridas mágicas, por lo largas, brutales, y al mismo tiempo, dulces.
No voy a contar cómo nos despedimos porque fue muy triste, solo diré que una hora más tarde, se fue… Una amiga la estaba esperando para la verdadera despedida de soltera. ¿O sería nuestra despedida la verdadera?
Quique.