Estaba cenando con mi esposa en un furancho (casa rural gallega dónde por un módico precio dan de comer y beber hasta que te hartes). Habíamos tomado almejas a la marinera, pulpo a la feria y churrasco, todo regado con un vino tinto cojonudo que hacía el dueño del furancho. Traían el café y los chupitos (vasitos) de aguardiente, cuando me sonó el móvil.
Era un mensaje de whatsapp, que ponía: ‘Necesito verte, tío. Necesito sexo duro. Necesito que me rompas el culo. Me aburro follado con mi marido’. Era Diana, la sobrina de mi mujer, de la que no sabía nada desde hacía unos meses.
Una semana después estábamos sentados a la mesa de una habitación de Parador Hostal de los Reyes Católicos de Santiago de Compostela. Ya habíamos dado buena cuenta de unos langostinos, unas cigalas y un par de meros… El marisco y el pescado los regáramos con un Albariño Condes de Albarei. El champán descansaba en una cubitera.
Tomábamos el café, y Diana me estaba diciendo:
-… Y las noches se me hacen muy largas.
-¡¿De verdad qué aún no te corriste en su boca?!
-No, nunca llega hasta el final. Me corro sí, pero una vez, máximo dos, si estoy muy caliente, y en contadas ocasiones. Aunque lo de correrme con él creo que ya te lo había comentado.
-Hoy quiero que me dejes hacer hacerte el mor…
-No he venido para eso. Estoy cansada de hacer el amor. Quiero jugar duro y follar duro. Para hacer el amor ya tengo a mi marido.
Diana, venía con ganas de acción. Yo ya me había preparado.
-Compré unas cosas. Las traigo en la bolsa de mano.
Se interesó.
-¿Qué cosas?
-Los sabrás cuando juegue contigo.
Curiosa, era un rato largo, dijo:
-Si no me lo dices, no hay juegos, ni nada de nada. ¿Qué cosas son esas?
Sabía que no lo decía en serio, pero no era cuestión de llevarle la contraria.
-Juguetes sexuales, un vibrador, esposas…
Su lindo rostro se iluminó con una sonrisa.
-Eso suena muy bien. Yo también he traído unas cositas.
Acabó el café y fue a darse una ducha. Al volver, cubierta solo con una toalla, yo ya me había desnudado y puesto una bata. Se echó boca arriba sobre la cama, le dije:
-¿Te apetece un masaje para empezar?
-¿Erótico?
-Sí.
-No es sexo duro, pero… Dale alegría a mi cuerpo.
-Cierra los ojos y disfruta.
Fui a la bolsa y cogí el aceite, froté las manos, eché aceite en las manos y masajeé sus brazos, lentamente, primero el izquierdo y después el derecho. Abrió los ojos. Diana quería mantener el contacto visual. Le quité la toalla… Masajeé sus tetas con una y con las dos manos. Le di un beso con lengua, dulce, tierno. Me mordió el labio inferior. No quería mi ternura. Cómo me dolió le dije:
-¡Pilado!
Masajeé sus costillas y su vientre. Había engordado un poquito. Con su pequeña barriguita parecía más terrenal. Ya se lo había notado en las tetas, eran más grandes. Tentado estuve a preguntarle si estaba embarazada, al ver que le crecieran las tetas, pero no lo hice porque casi seguro que iba a relacionar la pregunta con su barriguita y no con las tetas y se iría la magia al garete.
Eche más aceite… Masajeé el interior y el exterior del muslo izquierdo hasta llegar al pie. Masajeé, planta, dedos y tobillos. Volví a echar aceite… Hice lo mismo con el otro pie y subí masajeando hasta llegar cerca del coño. Entonces le dije:
-Date la vuelta, bichito.
Se dio la vuelta, le eché aceite en la espalda y masajeé, sus hombros, su espalda, sus costillas… Al masajear la espalda, las nalgas y los muslos. Comenzó a gemir. Masajeé desde los talones a las nalgas. Diana, abrió las piernas. Le masajeé el periné y el ojete, Diana, levantaba el culo buscando que mi dedo medio entrara en su ano. Se lo dejé en la entrada y lo metió todo dentro. Se lo quité y repitió la operación más de veinte veces… Al masajear, y dejar el dedo, ella se lo metía todo dentro… Acabó por decir:
-Creo que me voy a correr así, cabrón.
Le seguí masajeando las nalgas y jugando con mi dedo, en su culo, mas como veía que se deshacía en gemidos, y no se corría, le dije:
-Ponte boca arriba, zorrilla.
Al estar boca arriba, le masajeé las tetas con una mano, y con dos dedos de la otra le acarició el capuchón del clítoris por los dos lados, luego tiré de el hacia atrás y se le lamí el glande, Diana, exclamo:
-¡Ayyy que rico!
Cuando vi que se iba a correr, dejé de lamer y le puse un dedo en la entrada de la vagina. Cogió mi mano con la suya y me lo metió dentro. Nos estábamos mirado a los ojos. Saqué el dedo y le metí dos. Le busqué el punto G y se lo froté cada vez más rápido hasta que sentí una corriente de jugo mojar mis dedos. Diana, cerró los ojos, al abrirlos dijo:
-¡Bésame, bésame, por favor!
La besé. Le mordí los labios. Arqueó su cuerpo, y exclamó:
-¡¡¡Me cooorro!!
Vi cómo se sacudía con el placer y sentí su coño apretar mis dedos. Mi polla latía una cosa mala.
Al acabar de correrse, me levanté. Fui a la cubitera, abrí el champán, eche dos copas, volví a la cama, y le di una. Tomo un sorbo, y me dijo:
-Echaba de menos tus manos. Tu boca. Tus caricias… Te eché mucho de menos.
-Y yo a ti, princesa.
-¡No me llames princesa! Fui, y soy tu amante casual.
Mi idea era hacerla gozar tanto como para que se plantease dejar a su marido, pero esta idea chocaba frontalmente con su actitud. Ya no me quería, bueno, sí, me quería, pero me quería para follar.
Bebió el champán, me dio la copa, y me preguntó:
-¿Empiezas tú o empiezo yo?
Estaba con la polla mojada, así que le respondí:
-Empieza tú.
Se rio. Me encantaba oír su risa. Luego dijo:
-Prepárate que vas a arder
-Ya lo veremos, preciosa, ya lo veremos.
Poco después estaba encima de la cama amordazado y con unas esposas forradas de terciopelo negro que Diana había cogido en mi bolsa. ¿Qué coño me iría a hacer? ¿En qué piel se metería? Enseguida lo iba a saber. Con la mano derecha dentro de su bolso, me dijo:
-Tú estuviste en Londres, ¿verdad?
Asentía cuando vi que sacaba de su bolso una navaja de afeitar y la abría. ¡Tremenda hoja tenía!
-¿Oíste hablar de Sweeney Tood?
¡La ostia! Diana iba a hacer del barbero diabólico. La cosa no pintaba bien, y menos cuando sacó de la bolsa un spray de espuma.
-Me gustan los hombres sin pelo. Los Barby Maricona.
Echó espuma sobre mi pecho y extendiéndola con la mano, me dijo:
-Me acuerdo que en un relato dijiste que no te gustan los coños peludos. Que no te gustan los coños de Barby. Y mi coño es de Barby. -Echó espuma sobre mi vello púbico y lo extendió- ¿No es verdad?
Negué con la cabeza. Me agarró la polla, y con la navaja rozando mis pelotas, me dijo:
-¡No me mientas que te la corto! Aunque pensándolo bien, debía cortarla. Si no es solo para mi no debe ser para nadie.
Me estaba acojonando. Quise decirle que dejara aquel juego, pero no pude, y aunque pudiera hablar y se lo dijera, no me iba a hacer caso.
La navaja comenzó a afeitar los pelos de mi pecho. Hacía un ruido muy peculiar: “Criiiish, criiish, criiiish…” Diana, afeitaba un poquito y limpiaba la hoja de la navaja con mi bata. Sus ojos brillaban, o me lo parecía a mi. Acojonado, estaba viendo en Diana la reencarnación de Sweeney Tood. Al llegar al vello púbico, me dijo:
-¿Sabrá bien un pastel hecho con tu polla y con tus pelotas?
Hice ruidos con la garganta y quise liberarme. Maldita fuera la hora en que comprara aquellos juguetes sexuales! Me quitó la mordaza, y me preguntó:
-¿Por qué no me pediste que no me casara?
-Cobardía, supongo.
Me agarró la polla y puso la navaja junto al frenillo. Tenía una cara seria cómo nunca le había visto, y dijo:
-¡Tú nuca me has querido!
Comenzó a afeitar mi vello púbico. El culo me andaba para dentro y para fuera. Le dije:
-Te quería, te quiero y siempre querré.
-¡Mientes!
Acabó de afeitar el vello púbico.
-Ahora parece que es más grande.
Metió mi polla en la boca, apretó el glande con la lengua, y sintiendo el contacto de la navaja en mis pelotas, en nada, me corrí en su boca. Fue una corrida bestial. Me temblaron las piernas. A Diana le salía por la comisura de los labios la leche que no lograra tragar.
Al acabar, cerró la navaja, me sonrió, y me preguntó:
-¿Te gustó?
Tenía el genio subido, y le contesté:
-¡Cabrona! ¡¡Casi haces que me cague encima!!
Se volvió a poner seria.
-¡¿Qué me has llamado?!
Me volví a acojonar.
-¡Caaariño!
Volvió a abrir la navaja. Empujó por mí y me dio la vuelta. Su voz sonó misteriosa, cuando dijo:
-Ahí están. Los pelos del culo.
-¡Noooo!
-Siiii. Los voy a afeitar y sin espuma, te los voy a cortar en seco.
-¡Hija de…!
No me dejó acabar. Me dio con uno de mis kiowas marrones con piso de goma en las nalgas.
-¡Plassssss, plassssss, plasssss…!
-Trata con respeto a tu barbera, cabrón. ¡¡Sube el culo!!
Levanté el culo. Me cogió la polla y comenzó a masturbarme.
-¿Te gusta, cara de coño?
-Bueeeno, no está mal.
Me mordió las nalgas y me volvió a dar.
-¿Quieres que te suelte?
-No, sigue.
Me siguió dando en las nalgas y ordeñándome hasta que sacó la leche.
Después de correrme cómo un cerdito, quitándome las esposas, me dijo:
-Te quiero. Lo sabes. ¿Verdad?
-¿Para jugar y follar?
Se me quedó mirando, bajó la cabeza, y me dijo:
-¿Y para que iba ser si no?
-Yo te quiero cómo no quise a nadie, pero si lo que te hace feliz es jugar y follar, juguemos y follemos.
Al rato la tenía boca arriba sobre la cama, amordazada, con los ojos vendados, las piernas abiertas de par en par, y sujeta con las cuerdas de amor. Le mamé y acaricié las tetas. Le chupé, lamí y mordí los pezones. Le puse dos pinzas en ellos, le metí un huevo vibrador con control remoto, (apagado) en el coño, y la engañé:
-Me entró un apretón. Voy al baño.
Intento decirme algo. Le quité la mordaza, y me dijo:
-A estas cosas hay que venir cagado y meado, guarro.
Le volví a poner la mordaza.
-¡Calla, sopla gaitas!
Me dirigí al baño y desde la puerta encendí el vibrador. Oí a Diana, decir:
-¡¡Mmmmm!!
Me quedé mirando… Al rato echó la pelvis hacia arriba, y temblando, se corrió… A los dos o tres minutos, se volvió a correr otra vez, y así hasta cinco veces.
Volví a su lado, Diana, al sentir cómo me sentaba en la cama, volvió a decir:
-Mmmm.
Le quité la mordaza. Me dijo:
-Se encendió solo el… Oh, oh, oh, oh. Ooooh. ¡Me corro otra vez!
Al acabar de correrse le quité el huevo y lo apagué. Le quite las pinzas de los pezones y la desaté. Estaba dócil como una corderita. Cogí la navaja de afeitar, y pasándole la parte contraria al filo por los pezones, le pregunté:
-¿A que sabrá un pastel con queso de tetilla?
Sonrió con descaro.
-No me asustas. Sé que es un farol.
-Tienes valor, sí señor. Decirle eso al señor Hyde, es de valientes… O de suicidas. ¡A Hyde no lo deja ninguna mujer para casarse con otro, zorrilla!
Se lo seguía tomando a broma.
-je, je, je, je.
Le di la vuelta a la navaja, le cogí el pezón izquierdo. Lo apreté con dos dedos. Tiré hacia arriba, y poniendo cara de asesino, le dije:
-¡Ríe mientras puedas, a Hyde no lo deja ninguna mujer para casarse con otro! ¡¡Soy muy celoso!!
Diana, ya no las tenía todas con ella. Mis dotes de actor de barrio dieran resultado.
-Ahora estoy asustada. Dime que me quieres. Dime que estás jugando.
Vi que estaba realmente asustada. Cerré la navaja, la tiré a la alfombra del piso de la habitación, y con una sonrisa en los labios, le dije:
-Claro que te quiero. ¿Subes, fiera?
Diana, estaba cabreada.
-¡La madre que te parió! Yo no juego más a estos juegos. Casi me da algo.
-¿Ya no quieres seguir follando?
Se serenó.
-Follar, sí.
-¿Quieres correrte a cuatro, arriba o abajo?
-A cuatro patas.
Yo, es ver un culo de mujer y me pongo tonto, y el suyo era un culazo. Mi lengua lamió coño, periné y ojete. Mordí sus nalgas al tiempo que magreaba sus tetas y pellizcaba sus pezones. Mi polla latía, estaba empapada y yo me moría por clavársela, y se la clavé. Estaba tan excitada que entró hasta el fondo de una estocada. Me dijo:
-Ayyyy ¡Maricón!
Le azoté el culo con las dos manos… Al rato se dejó caer sobre la cama con la polla dentro del culo. Cogió el mocasín del piso, me lo dio. Se volvió a poner a cuatro patas, y me dijo:
-¡Hazme chillar, cabrón!
Follándole el culo, le di:
-¡Plasss y plassss, y plassss…
No chilló, gemía. Unos minutos más tarde, sintiendo mi polla latir dentro de su culo, me dijo:
-Córrete dentro de mi coño.
Se la quité del culo, tiré el kiowa y se la metí en el coño. Unos cuantos mete y saca y apretando los dientes y temblando de gusto, me corrí dentro de su coño.
Cuando acabé de correrme, se puso boca arriba y me dijo:
-Ya sabes lo que quiero.
Sabía lo que quería. Metí mi cabeza entre sus piernas y mientras mi corrida salía de su coño, se lo lamí hasta que en mi boca se mezclaron sus jugos y mi semen. Diana, retorciéndose de placer, cogió mi cabeza y dijo:
-¡Te adoro, José!
Follamos hasta que no pudimos más. Nos quedamos rendidos. Al alba, Diana tenía su cabeza sobre mi pecho rasurado. La miré, y susurré:
-Si supieras cuanto te quiero, cielo.
No estaba dormida. Me dijo:
-¿Para qué? ¿Para qué me quieres?
Le respondí con otra pregunta.
-¿Quieres que lo nuestro deje de ser una aventura?
-Para mi nunca lo fue.
-No me contestaste.
Levantó la cabeza, me miró, y me dijo:
-Dame un tiempo. ¿Echamos el mañanero?
-¿Sexo duro?
-No, quiero que me hagas el amor.
Se lo hice.
Quique.