—¡Joder! —exclamó Sergio— ¡es Mamá! ¿Qué coño vamos a hacer ahora?
Sergio se levantó del regazo de su hermano e Iván extrajo la verga de su culo. Algunas gotas de semen se escurrieron desde la punta mientras Iván intentaba reprimir un orgasmo.
—Rápido —susurró Sergio— métete en el baño, como si te estuvieras dando una ducha…
—¿Y tú? —quiso saber apresurándose cuanto podía.
—No te preocupes por mí, sabré arreglármelas.
Iván abandonó la habitación de puntillas y se dirigió al cuarto de baño que, afortunadamente, se encontraba justo al lado de la habitación.
—¿Sergio? —preguntó la mujer que acababa de llegar— ¿estás en casa?
La mujer abrió de par en par la puerta del cuarto de su hijo. Sergio se había puesto una sudadera y colocado la almohada y algunos cojines por encima, tapándole de cintura para abajo. Estaba acuclillado en la cama, jugando con una consola portátil.
—Estás aquí —dijo la mujer— ¿no me has oído llamarte?
—La partida —dijo Sergio sin levantar la mirada de la pantalla— estoy a punto de batir un record…
—¿Ha llegado ya tu hermano?
—Sí, se está duchando, venía cansado del viaje.
Sergio dijo esto levantando la cabeza de la pantalla por primera vez. Entonces pudo ver algo que le devolvió la erección. Ante si estaba su madre, la misma de las fotos. Llevaba un suéter ajustado que dibujaba sus nada pequeños pechos como dos enormes depósitos de combustible. El cabello suelto, rizado y castaño, desordenado sobre sus hombros y en forma de flequillo sobre su frente, y luego estaban los labios, unos labios carnosos que nacían en dos arrugas en sendas comisuras. Sergio tenía planes propios para esos labios y esa boca.
—¿Qué estás mirando? —quiso saber su madre.
—Nada —contestó Sergio, nervioso, volviendo a su partida— no estoy mirando nada.
En ese momento Iván abandonó el cuarto de baño. Como no había tenido tiempo de llevarse la ropa consigo simplemente se tapó de cintura para abajo con una toalla. La erección producida por el coito con su querido hermano ya se había aplacado, pero al entrar en la habitación lo primero que vio fue el trasero de su madre enfundado en unos ajustados vaqueros negros, y su miembro volvió a endurecerse por momentos.
—¡Iván, hijo mío! —exclamó ella abriendo los brazos de par en par.
—Mamá…
Madre e hijo se abrazaron cálidamente. Iván notó los pechos de su madre contra su cuerpo y se le puso completamente dura. Si su madre notó la verga tiesa por debajo de la toalla, sin embargo, no lo demostró.
—Déjame que te mire —dijo su madre apartándose unos instantes de su hijo y de su pene erecto— estás muy guapo, te ha sentado bien viajar por Europa.
—Pero os echaba de menos.
Su madre se detuvo unos instantes, examinando a su hijo pródigo con amor en los ojos.
—Vístete, tienes muchas cosas que contarnos.
Sergio e Iván se quedaron solos en la habitación de nuevo y, esta vez, con la puerta cerrada. Iván se deshizo de la toalla y le mostró un espectáculo monolítico a su hermano.
—¡Joder! Pero si la tienes tiesa como un poste…
—¿Y qué esperabas? —replicó Iván— Me ha clavado los pezones en el pecho…
—A mi me gustaría clavarle otra cosa…
—Está más buena de lo que recuerdo…
—Que me vas a contar —Sergio se quitó los cojines y la almohada de encima, bajo ella no sólo no llevaba pantalones, sino que su erección también era espectacular.
—Me podrías vaciar los huevos con la boca —dijo entonces Iván sujetándose el miembro con lascivia.
—¡Joder, tío! Que nos puede pillar…
—Sólo un poco… ¿te imaginas que fuera como en las pelis porno? ¿Qué nos pillara y se uniera a nosotros?
—Yo me pido el coño…
—Pues yo me pido la boca y el culo —se adelantó Iván.
—¡Joder! La boca me la quería pedir yo…
—La boca la tienes que usar para comerme la polla ahora mismo…
—¡Qué no, tío! —protestó Sergio— que nos puede pillar…
—Pues esta noche no te libras…
Los dos hermanos tardaron un poco en estar listos y, una vez vestidos, se reunieron con su madre en la cocina. Allí les esperaba una sorpresa, pues otro miembro de la familia había llegado a casa, su hermana pequeña Marta.
Marta se parecía a su madre de la misma forma que la imagen de un espejo deformante se parece a la persona reflejada. Era igual de bonita, tenía el mismo cabello y los mismos ojos, pero el primero lo recogía en una cola de caballo y los segundos tras unas gafas anchas. Sus pechos y sus caderas eran tan suculentos o más que los de su madre, pero algunos kilos de más disfrazaban esta particularidad.
Marta se echó a los brazos de su hermano mayor en cuanto lo vio.
—Iván, ha sido un año muy largo, todos te hemos echado de menos.
—Lo sé, hermanita, yo también a vosotros…
—¿A ella también? —intervino Sergio malicioso— eso no puede ser…
—Instrúyete de una vez, Sergio, en que no tienes la menor agudeza… —contestó Marta secamente.
—Se cree más lista que los demás —dijo Sergio— por eso utiliza palabras tan raras…
—Más lista que los demás no, sólo más lista que tu —sentenció Marta.
—Hay cosas que no cambian por más que uno se ausente —concluyó Iván.
Ante la noticia de que el padre de Iván, Sergio y Marta llegaría muy tarde todos ayudaron a hacer la cena y poner la mesa y comenzaron sin él. Tanto Sergio como Iván disfrutaron de la vista de su madre, de sus ajustados pantalones (Iván notó que se le marcaba el chocho bajo la tela) y su ajustado suéter. Cuando ella se agachó para sacar el pescado del horno pudieron disfrutar de un primer plano de aquel culo que les volvía locos y fantasear con bajarle los pantalones y penetrarla allí mismo sin ninguna consideración.
A Marta no la miraba nadie, esa era su frustración. Nadie la consideraba una chica atractiva a pesar de ser hija de una mujer como aquella, nadie veía más allá de sus gafas, sus kilos y su cola de caballo.
Trascurrida ya la cena el padre de familia se presentó por fin. Saludó a sus hijos, en especial a Iván con efusividad, pero se le notaba especialmente cansado.
—Tenemos demasiado trabajo en la oficina —protestó— no contamos ni con un minuto de descanso…
—Bueno, ahora ya estás en casa —le dijo su mujer sujetándole cariñosamente las manos— ahora relájate y come un poco…
—He cenado ya, cariño, lo siento…
Iván pensó que a él le habría gustado aceptar el ofrecimiento y “comer un poco” quizá entre las piernas de su madre o quizá darle algo a ella para que comiera.
—Voy a hacer café —dijo la mujer levantándose de la mesa— acompáñame, querido.
Marido y mujer se ausentaron a la cocina dejando a sus hijos en la mesa, lo que Sergio aprovechó para incordiar a su hermana retirándole el pan de delante.
—Ya has comido bastante pan por hoy —le dijo con malicia— tu culo ya es lo bastante gordo…
—¡Idiota!
—Aunque claro, seguramente te levantarás por la noche a devorar las sobras de la cena…
—¡Yo no hago eso! —protestó Marta fuera de sus casillas.
En la cocina, el cansado padre alcanzó el bote del café del armario de arriba. Su mujer aprovechó la postura para sobarle la entrepierna por encima del pantalón.
—¡Mónica, cariño! ¿No puedes esperar a que nos vayamos a la cama?
—Querido, me tienes muy abandonada, me hace falta ahora…
Su voz sonaba jadeante mientras le desabrochaba la cremallera a su marido. Tenía la boca entreabierta y las bragas completamente mojadas.
—Mónica, para. Los niños nos van a descubrir.
—Nuestros hijos están muy felices de que haya vuelto Iván, no nos molestaran en un momento.
El pene de aquel hombre era una versión tamaño rey del de sus hijos y a su mujer no le costó nada ponerlo tieso como un poste. Lo sacó todo afuera y lo masajeó a la vez que rozaba el glande con la punta de la lengua. Después, se lo metió entero en la boca y lo ensalivó a conciencia, chupando como una niña perversa un polo de limón aunque apenas podía respirar al hacerlo.
—Que bien la chupas —articuló su marido en voz baja— por eso me casé contigo, necesitaba una mujer con la boca lo suficientemente grande como para engullir mi polla.
Mónica estuvo un buen rato dando cuenta de la verga de su marido. De pronto la dejó estar y se puso de pie, se bajó los pantalones y se inclinó.
—Venga, ahora clávamela…
El hombre le bajó las bragas y le acarició la vagina con la mano, estaba caliente y húmeda.
—¿Seguro que quieres que te folle? Si gritas te oirán inevitablemente…
—Si grito tápame la boca, pero no me dejes así…
La tomó entonces apoyada contra el mármol de la cocina. El falo le entró entero de un golpe para salir enseguida y volver a entrar de nuevo, una y otra vez con un ritmo demencial. Ella movía el culo frenéticamente mientras estrujaba una rebanada de pan con la mano y trataba de no aullar. Las manos de su marido palparon por delante hasta meterse bajo el suéter y sujetar los dos enormes pechos que colgaban desafiando a la gravedad. En el comedor se escuchaba la charla cordial de sus hijos y sus risas. Mientras charlaran no había peligro de ser sorprendidos.
—Fóllame, fóllame… —susurraba Mónica intentando no gritar.
Mientras tanto, en el comedor, Iván había perdido interés en las puyas que se lanzaban sus hermanos el uno a la otra, así que se levantó de la silla.
—Voy a ver si ese café viene o no viene.
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Nos estamos leyendo.