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Tiempo de lectura: 4 minutos

Son las 8 de la mañana, un día común y corriente viajando en el metro de la ciudad de México, eso significa cantidades estúpidas de gente molesta por cualquier cosa.

Llegamos a la estación Guerrero y entre la multitud la veo abordar el mismo vagón en el que viajo. Aproximadamente 1.70 de estatura, alta para el promedio, pero no para mí, delgada, con trabajos debe pesar unos 70 kilos, cabello negro azabache, largo y suelto, odia esos estúpidos peinados modernos, una blusa blanca y holgada que apenas da un indicio de sus senos, pero sé que están ahí y no es fácil esconderlos, pésima elección para viajar en el metro. Lleva unas mallas negras que cubren sus largas y torneadas piernas y se ajustan perfectamente a ese divino culito, como si lo abrazaran.

Después de unos segundos por fin nuestras miradas se encuentran, a través de sus lentes puedo ver como la sorpresa tiñe sus ojos, rápidamente desvía la mirada y su cara comienza a ruborizarse. No entiendo su reacción, esperaba ver enfado, posiblemente rencor e incluso odio, pero en su lugar pareciera que le avergüenza verme.

El teléfono vibra en mi bolsillo y ella se ruboriza aún más cuando me ve sacarlo, el metro se detiene a medio túnel -maldición, tarde otra vez- recuerdo el teléfono en mi mano y tardo unos segundos en entender lo que está pasando, el bluetooth se ha conectado automáticamente a un dispositivo conocido.

Volteo a verla y ahí está, con la cara completamente roja, evadiendo mi mirada y tratando de pasar desapercibida, entonces recuerdo. Recuerdo su emoción cuando lo encontró en una página de juguetes para adultos, recuerdo su impaciencia esperando que llegara su juguete nuevo, recuerdo la humedad de su vagina cuando por fin lo saco de la caja y comenzó a revisarlo, aun siento las contracciones de su vagina cuando lo encendió.

Quien diría que una niña (mujer, debo de recordar que eres toda una mujer) de apariencia tan seria escondería detrás de esa facha a una verdadera y candente puta. Y no, no es un insulto, ni soy un misógino de cuarta, simplemente sé que dentro de cada mujer se encuentra una verdadera puta, deseosa de placer, esperando a ser descubierta.

El juguete en cuestión es uno de esos vibradores llamados “bullet”, no más grande que un encendedor, pero el truco de este en especial, es que puede ser manejado vía bluetooth. El móvil me indica que se encuentra encendido y funcionando a velocidad baja, cualquier cosa para ti, solías andar por la casa únicamente en bragas y con el vibrador dentro de tu vagina, al final del día tus bragas se encontraban totalmente empapadas y el coño totalmente caliente y dispuesto, en esas ocasiones el primer orgasmo lo podía obtener rápidamente lamiendo tu clítoris, los demás solo podía obtenerlos penetrándote, podía sentir como se enlazaban uno a uno, clavabas tus uñas en mi espalda cada vez más fuerte hasta que perdías el control y la fuerza. Incluso recargarme en una silla era una dulce tortura al otro día.

Así que mi pequeña puta no ha cambiado – pensé – vamos a ver qué tan sensible sigues – cavilo, mientras comienzo a subir la intensidad del vibrador. La primera mirada es de pánico, después veo como el color se va apoderando de tu rosto mientras te aferras al barandal. La anciana que viene sentada frente a ti te observa y te pregunta si te sientes bien. No alcanzo a escuchar lo que contestas. Tu voz es un susurro, pero veo el efecto, intentas disimular, te enderezas de nuevo y comienzas a abanicarte aparentando que lo que te afecta es el calor.

Me miras fijamente de nuevo, desafiante, conozco esa mirada, me retas a ir más lejos, el metro comienza a andar de nuevo, llegamos a la siguiente estación y mientras la gente sube te acercas a mí, por mi parte acepto el reto, también me acerco hasta que quedamos frente a frente, me abrazas como una vieja amiga, tiras un poco de mi camisa para que me agache y me dices al oído:

– Apaga esta chingadera

– ¿Por qué? ¿no es tu juguete favorito?

– No seas cabron, ve donde estamos

– ¿Te preocupa que alguien se dé cuenta?

El metro sigue avanzando, llegamos a la siguiente estación y la marejada de gente nos empuja a los dos, puedo ver el sudor corriendo por tu cuello, me acerco a lamerlo, me das la espalda y pegas tu culito contra mi verga que se encuentra a tope.

Te abrazo por la espalda, pegas aún más tu culo contra mí y comienzas a moverlo circularmente, pero con discreción, tus mallas me permiten sentir tu entrada trasera con libertad, no llevas bragas, eso sí es una sorpresa, nunca pude convencerte de que salieras sin ellas mucho tiempo.

El metro se detiene de nuevo y en esta ocasión las luces se apagan, normal, los usuarios estamos acostumbrados a que esto pase, así que aprovecho la oportunidad, deslizo una mano bajo tu blusa, el brasier está ahí, pero es delgado y me permite descubrir algo nuevo, un piercing en el pezón, es pequeño y tiene puntas en los lados, no me sorprende, siempre hablaste de hacerlo, pero no te animabas a que cualquier idiota te viera o te tocara los pezones solo para perforarte, los rumores deben ser ciertos, encontraste a una mujer lo suficientemente sexy como para dejarla tocarte. Tus pezones están bastante duros.

Mi otra mano serpentea por tu abdomen, bajo tus mallas, tienes el coño depilado, como siempre me gusto lamerlo, la sorpresa te lleva a empujar tu culo hacia atrás, encuentro tu clítoris y empiezo a jugar con él, estás completamente mojada. Deslizo dos dedos dentro de tu vagina evadiendo el cable del vibrador, quieres que continúe, lo sé.

Hechas la cabeza hacia atrás y mientras tiras del cabello de mi nuca susurras – aquí no.

Tienes razón, aquí no, todo ha durado apenas unos segundos cuando saco retiro mis manos, giras rápidamente mientras las luces regresan y comienza a avanzar de nuevo el metro, me observas totalmente ruborizada, estas sudando, pero no es solo por el calor del vagón.

Llegamos a la estación, no tengo ni una maldita idea de donde estamos cuando sales corriendo y bajas del metro, volteas a verme, me diriges un gesto obsceno con tu dedo medio y te vas.

Como siempre, logras sacarme una sonrisa, mis dedos siguen húmedos, lentamente acerco mi mano a mi nariz e inhalo profundamente tu aroma de hembra en celo, me bajo en la siguiente estación, efectivamente es tarde, pero aprovecho el ajetreo para lamer mis dedos, deliciosa como siempre.

Camino con calma hacia la oficina, el día comenzó bien y no hay nada de qué preocuparse, puedes correr, pero no esconderte.

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