Un trío doble y la doble penetración.
Transcurrieron los días de El Romeral y regresaban todos felices, pero a la vez tristes, porque se lo habían pasado como monos en la selva. La verdad es que entre las fotos del día de llegada y las de cuatro días después, el color de todos ellos había cambiado mucho, no era un bronceado de playa, sino un moreno de sierra, de esos que ponen negro del todo ciertas partes más expuestas, como brazos, piernas y espaldas. Antes de salir, a la puerta de la casa quisieron hacerse una foto. Le pedí al vigilante que las hiciera con mi móvil. Pero algunos comenzaron a despojarse de su ropa y han salido como cuatro fotos con muchos desnudos y una quinta, todos desnudos y un montón de ropa al lado del grupo. Foto que el vigilante enmarcó muy bien para que se viera el montón de ropa.
Nos vestimos de nuevo con el short y algunos nos pusimos camiseta, otros la llevaban en su cintura para ponérsela al bajar, ya que el bus iba a dejarnos en la puerta de la universidad y nuestros familiares nos recogerían allí.
Paramos a mitad camino en un Área de servicio de la Autopista para merendar o tomar un refresco. Compramos cosas de regalo; yo le compre un osito de peluche a mi taita para que adorne su dormitorio. Y le dije a Abelardo que eligiera algo para su madre:
— ¿Cuándo veré yo a mi mamá?
— Cuando la veas se lo das, —le respondí.
Le compró otro osito de peluche.
La segunda parte de la ruta veníamos muy en silencio cansados y algunos incluso durmiendo. Cuando llegamos a las puertas de la Universidad, en la misma avenida, allí estaba lleno de coches y los papás y hermanos de todos esperando. Abrazos y besos. Allí estaba también mi taita con su taxi preparado, al lado de mi taita estaba la mamá de Abelardo. Ambas nos dieron sendos y fuertes besos a Abelardo y a mí. Sacamos de la bolsa los osos de peluche y cada uno le dio el suyo, Abelardo a su mamá y yo a mi taita, acompañando de besos. Estaban felices las dos mujeres con el obsequio. Con ser insignificante, agradecieron que nos acordáramos de ellas. Abelardo iba a decir que era yo y le pellizqué en la nalga fuerte.
— No sé por qué pensábamos que estaríais juntas y se nos ocurrió lo mismo para las dos, —dije y me quedé muy ancho.
— Tenía ganas de verte, hijo, y de saber cómo lo habías pasado, pero veo que estas muy bien y muy brillante, —dijo la mamá de Abelardo.
— Es que como hacía buen sol, para no quemarnos a cada rato estábamos poniéndonos a cualquier hora protector solar todos, por eso es que estamos muy brillantes y morenazos, —respondió Abelardo.
Subimos al taxi y acompañamos a la mamá de Abelardo a su casa. Al despedirse Abelardo de su madre, ambos hicieron brotar de sus ojos unas lágrimas:
— Si hablas alguna vez con papá, dile que ya le he perdonado y que no se preocupe que estoy bien.
Yo vi por la ventana al papá de Abelardo y me pareció que también lloraba de no poder abrazar a su hijo, pero cada uno tiene su historia, la tiene que vivir y resolvérsela.
Una vez en casa y colocando las cosas en nuestro armario, me dice Abelardo:
— Sé que viste a mi padre en la ventana desde el taxi.
— Sí, le vi y lloraba.
— ¿Me acompañarías un día para hablar con él y perdonarnos uno al otro?
— Aunque con ello me fuera mi vida, te acompañaré.
***** ***** *****
Estaba acabándose junio, yo tenía costumbre de ir cada año durante el mes de julio a Venice en California, pero estando Abelardo en casa, me parecía que no debía irme o me lo llevaba conmigo. Tampoco podía ir en agosto porque la segunda quincena acompañaba a mi taita a su pueblo, le ayudaba a poner orden a aquella casita pequeña y éramos felices esos quince días. Así que decidí hablar muy en serio con mi taita sobre ambos asuntos. Le expuse el inconveniente de dejarme a Abelardo, que por un momento pensaba llevarlo a algunas excursiones organizadas, pero me pareció muy aburrido que fuera solo. Por tanto iríamos a la casa de la playa los dos y a la mierda California y excursiones, al menos este año.
— Ahora bien, taita, donde tengo la gran dificultad es en qué hacer con él la segunda quincena de agosto.
Y me contestó como si todo estuviera calculado, decidido y confirmado:
— Abelardo se viene con nosotros al pueblo para que lo conozca, Dorito; no vas a dejarlo solo aquí, ahora que me quiere tanto…, ¡ah!, y un secretito tengo para ti…
— Dímelo, taita, dímelo…
— He invitado a la mamá de Abelardo, a la señora Serafina, que es mi amiga y me ha dicho que sí, que necesita unos días con otros aires.
— Así que lo tenías todo arreglado y vengo yo a consultarte y me lo encuentro todo cocinado y a mí no me habías consultado nada…
— ¿Cuándo te he consultado algo que ha sido bueno para ti? Si cada vez hubiera tenido que consultar tú ya estarías muerto, Dorito.
— Perdona, taita, perdona, es que…
— Ni es que, ni es ca… Lo que es bueno para ti y para Abelardo os lo haré siempre sin consultar, sería yo una descarada y vaga; no, Dorito, no; mi vida tiene sentido si te cuido y protejo…
— Gracias, taita, y le di un beso fuerte, muy fuerte.
Abelardo se asomó por la puerta escuchando lo que hablábamos y dijo:
— Yo tampoco te consultaré lo que es bueno para ti, te lo hago y en paz.
Entonces comunicamos el plan a Abelardo. Se puso feliz de saber que su mamá se venía con nosotros. Mi taita le dijo que se habían hecho amigas porque se juntaban casi todos los días en el mercado o en otro lugar porque quería saber de ti. Algunos días ha venido y ha estado conmigo dentro y desde allí te ha escuchado y se ha puesto feliz de oírte feliz. Por mi parte, llamé a don Fermín para darle las gracias por haberlo dispuesto todo y que todos los chicos han quedado muy contentos.
— Además —le dije—, no voy a ir a California, porque está Abelardo aquí…
— Pensé que querías que fuese contigo, iba a arreglarlo todo.
— No es necesario, don Fermín, iremos a la casa de la playa algunos días y otros estaremos en casa para acompañar a mi taita. Vaya usted tranquilo a su merecido descanso.
— Mando un equipo para que le pongan orden…
— No, no es necesario que somos dos para hacerlo, vaya y descanse.
— Gracias, Doro, pasadlo bien.
Como teníamos muy buen color, había que presumirlo, y nos pusimos un short jean cada uno y camiseta de tirantes como me gustan, bien sesgadas. Nos fuimos a pasear y a tomar un refresco. Nos sentamos en una terraza y pedimos dos pintas de cerveza glaciar y unos pescaditos fritos.
— Hoy pagas tú, Abelardo.
— Sí, ¿de dónde?
— Sé que tienes dinero en el bolsillo, —extrañado metió la mano al bolsillo y encontró un pliego de billetes.
— ¿Y esto?
— Pregúntaselo a taita, ella sabe…
— Tenemos que hablar de todo esto, yo no puede ser incómodo y…
— Alto ahí, no lo eres, pasa página, mañana iremos a la casa de la playa, tú limpias la casa y yo me siento en un sillón, ¿te parece?
— No estaría mal eso…
— Estaría fatal, Abelardo, para todos ya somos como hermanos, enamorados o lo que quieran pensar, pero tú y yo somos la alegría para dos mujeres, para taita y para tu mamá. ¿Es así?
— Lo es, Doro, lo es, eso se nota.
— Pues vamos a poner orden, limpiar y pasamos unos dos días entre la limpieza y la playa, luego invitamos a unos cuantos del equipo de los que no salen a ninguna parte y pasamos allí unos cuatro o cinco días todos. Luego, bien pertrechados y elegantes vamos a ver a tu padre y hablas con él. Y nos queda el mes para invitar a tus hermanos a venir a la casa de la playa algún día, si lo deseas o a otros amigos que tengas y que les gustaría.
Nos pusimos de acuerdo con el plan, justo en un momento que por casualidad pasaba por allí Mauricio. Nos había visto y vino a saludarnos, le hicimos sentar y pedimos una cerveza para él, le pidió al camarero que sea solo una caña. Abelardo le preguntó qué pensaba hacer en julio y contestó:
— Morirme de asco en la ciudad, acercarme algún día por la playa, tomar el sol y siempre igual…
— ¿Conoces alguno del equipo que le pase como a ti, que no salga a ningún lugar?
— Sí, justo acabo de ver a Marcelo y me ha dicho que hemos tenido suerte este año por los días que hemos pasado en la finca de Doro, porque ahora ya, ciudad, ciudad y más ciudad.
— Nosotros nos vamos mañana a mi casa de la playa a poner orden unos dos días, así, una vez listo, por el espacio que allí hay, con nosotros tres, pueden venir cinco más y os invitamos a pasar unos días allí, los días que queráis, —le dije.
— Yo podría, si no es molestia, ir con vosotros a poner orden…, —dijo en voz muy baja Mauricio, arrepentido de auto invitarse.
— Eso sería estupendo, vienes a casa mañana a las 9 de la mañana y nos vamos en taxi, —le dije.
— Hecho, mañana os digo de los que sé que podemos invitar, —se fue Mauricio a su casa para comer y nosotros a la nuestra.
Al día siguiente nos explicó que Alicia se encontraba en Paris con sus padres y hermanos hasta el día 15 de julio, acabada la fiesta nacional. Y llevaba la lista de los que podíamos invitar porque no salían a ninguna parte que eran los siguientes: Leoncio, Canales, Martín, Santi, Frasquito, Luis Ortega y José Jiménez. Como espacio habría para 8 le dije a Mauricio que no invitaríamos para esta vez a Luis Ortega y José Jiménez, sino que, cuando viniera Alicia haríamos algunos días en que vosotros dos podríais venir y ellos también, porque siendo heteros, se pueden sentir incómodos si se nos ocurre alguna cosa inadecuada para ellos. Entonces Mauricio dijo:
— Yo también soy hetero…
— No, Mauricio, —dijo Abelardo— es más que evidente que eres bisex y además muy guapo y nosotros dos te queremos y nos gustas.
— Debes tener razón, Abelardo, —reflexionaba Mauricio— porque cuando os veo como ayer, se me va el corazón hacia vosotros y se lleva mis pies.
Iríamos los tres a comer a un restaurante que había a 200 metros de donde está mi casa; ese restaurante se encuentra en la misma playa, así que nos llevaríamos una pequeña mochila con documentos, dinero y los tres speedos. Después del baño, al salir de la playa nudista, nos pondríamos el bañador para ir a la terraza del restaurante a comer. Por la noche a cenar en el pueblo cercano que está a medio kilómetro en la otra dirección y hay paseo marítimo.
Así que pasamos poniendo orden hasta las 12, fuimos al mar, luego a comer, después a limpiar y otra vez al mar hasta anochecer. Cena en el pueblo y a la cama grande los tres. Estábamos cansados, pero las ganas pueden más que el cansancio y como ambos teníamos ganas de Mauricio, nos pusimos a comer su polla. Luego, mientras Mauricio gemía de la mamada que le estaba dando Abelardo, yo me puse a comerme el culo de Abelardo, lamiendo su entorno y el perineo sin cesar y metí dos dedos de golpe sin que se quejara, al poco rato ya tenía tres dentro y lo así de los hombros, lo tumbé de espaldas a la cama, Mauricio lo tomó de los pies, se lo ajustó a la altura de su pubis y ensartó su polla en del ano de Abelardo suavemente y muy despacio, pero sin tregua, toda de una vez. Cuando comenzó a follarlo, le di a comer mi polla que la estuvo mamando con fruición hasta que me corrí en su boca. Al ver Mauricio que yo me había corrido y que Abelardo soltaba hilos de semen por las comisuras de sus labios, se corrió en el interior y soltó todo el fruto de ese orgasmo en el recto de Abelardo que no tardó en correrse y, como yo estaba agachado de cara a la follada de Abelardo, me soltó al menos tres chorros de leche en mi cara. Los tres quedamos sucios, sudados e imposibles de aguantar de pringados. Nos metimos a la ducha, nos lavamos y daba gusto ver cómo salía el semen de Mauricio del culo de Abelardo. Nos fuimos a la cama y nos dormimos a pesar del calor que hacía.
Despertamos temprano. Desayunamos de las cosas que nos había puesto mi taita y acabamos de dejar la casa como un espejo. De nuevo salíamos a la playa para tomar el sol a las 12 y a las dos de la tarde fuimos al restaurante, pero regresando a la playa, porque la casa estaba limpia. Al atardecer, dejamos en el lavadero los speedos y salimos para el pueblo con nuestro short y sleeveless shirt, esperamos el autobús para ir a la ciudad y por el camino le dije Mauricio que me debía una follada de las suyas y me dijo que esa misma noche en mi casa, porque no tenía prisa de ir a la suya. Le dije que quedaba invitado.
Al llegar a casa ya eran las 9 de la noche. Mi taita esperaba para que cenáramos. Nos vio contentos, le contamos todo el trabajo hecho, pero sin las intimidades y se puso feliz. Cuando mi taita le preguntó a Mauricio si sabían en su casa que estaba en la nuestra, contestó:
— Para no avisar dos veces que me iría, les dije que me iba para toda la semana, así que si no molesto…
Los tres reaccionamos igual, levantando las manos como diciendo que de ninguna manera, entonces mi taita dijo:
— ¡Aquí no molestan los chicos guapos!
Hablamos un rato con mi taita y nos fuimos a la televisión para hablar de la invitación a los chicos. Abelardo insinuó que era buena hora para llamarlos y le di el móvil a Mauricio para que los llamara y les preguntara si querían ir a la playa por cuatro o cinco días. Solo uno dijo que sí, los demás contestaron que mejor cinco que cuatro. Determinamos que nos dieran respuesta positiva de su casa para decirles el horario de salida. Los que se encontraban en casa, Leoncio, Martín y Frasquito contestaron a los pocos minutos y les dijo que saldríamos pasado mañana a las 9 de la mañana, que no necesitaban traer nada, solo la ropa para venir y un bañador; que había toalla y crema protectora para todos. Lo mismo se les dijo a Canales y a Santi cuando respondieron más tarde positivamente.
No teníamos ganas ya de estar en la televisión, nos mirábamos con picardía invitándonos los tres a los tres para irnos a la cama. Solo faltaba que uno se animara a levantarse y tuve que hacerlo. No me dieron tiempo de buscar el mando, se levantaron en seguida. Apagamos la televisión y cogidos de los hombros, los tres juntos nos metimos en la habitación, nos desnudamos y nos dirigimos sin más a la ducha a limpiar nuestro recto con una ducha anal y exterminar las suciedades, luego una cremita para proteger las paredes del recto.
Metidos en la cama, la pasión de Abelardo y mía era acometer la polla de Mauricio, pero Mauricio quería mi polla, así que no hubo más remedio que hacer un 69 mío con Mauricio para que me comiera mi polla, por supuesto algo más grande que la suya en grueso y largo y a Mauricio le entraba ganas de tenerla en su boca. Yo estaba trabajando la polla de Mauricio porque su culo era tarea de Abelardo. Ya cansados de mamar y lamer fuimos al grano, Mauricio me la metió suave y lentamente como tenía costumbre por habérsela metido a otras chavalas en su vagina a falta de permiso de Alicia que, según declaraba, quería llegar al altar virgen. Pude sentarme sobre el pubis de Mauricio y Abelardo se puso debajo de mí con la ayuda de Mauricio. Abelardo hizo todo lo posible para dilatar con sus dedos más mi ano, teniendo yo en mi posesión la polla de Mauricio, y cuando lo consideró oportuno, metió su polla junto a la otra y la fue clavando hasta el interior. Mauricio hacía el juego para entrara Abelardo y yo lloraba lágrimas de sangre y satisfacción por el dolor que tenía y el placer de tener a mis dos mejores amigos dentro de mí.
Mauricio se corrió, le noté varios trallazos con ganas que tropezaban en no sé donde de mi recto y cuando suspiraba de placer comenzó Abelardo, mientras yo hacía esfuerzo por disfrutarlo y no correrme. Mauricio se dio cuenta que yo estaba a punto, se salió de mí y puso su boca cubriendo mi polla para que me fuera dentro de él y me corrí, me notaba encharcado dentro de la boca de Mauricio y al ancho de mi pubis lo que se escapaba de la boca del rubio. Abelardo se inclinó y buscaba lamer mi pubis por lo que se salió de mí y luego vinieron ambos para hacerme la corte con sus besos embarrados de mi propio esperma.
¡Qué buenos amigos tengo! Me pusieron en medio de ellos para honrarme, pero me presionaba tanto líquido en mi interior y tuve que saltar de la cama corriendo al baño y solté todo el esperma contenido que hacía más ruido que una fuerte meada a las 4 de la mañana. Vinieron mis amigos para ver el espectáculo y la llevaban muy alta y erguida con erección de caballo. Así que me levanté y me dejé follar primero por Abelardo y de inmediato, al vaciarse dentro de mí, me la metió Mauricio que estaba esperando impaciente. De nuevo, cuando la sacó Mauricio, me encaramé sobre el sanitario para vaciar igual que antes, con mucho ruido.
No me gusta contar los gritos que doy, pero me quedé ronco entre las dos sesiones, pero lleno de placer. Nos duchamos y nos fuimos a la cama, una polla junto a la mía, la de Abelardo, y la de Mauricio a lo largo de la raja de mi culo. Así desperté, muy a punto de que volvieran a follarme y lo hicieron. Yo feliz de tener dos machos para mí. Estoy totalmente convencido de ser poliándrico porque puede amarlos a los dos con todo mi corazón.
Jamás en mi vida disfruté tanto como en esta ocasión. Tal fue que la ducha me pareció un refresco, un alivio de la pasión y una expresión de lo que mis amigos eran capaces de amarme. Todo el tiempo me tuvieron entre los dos, mientras uno me enjabona el otro me enjuagaba con la regadera de la ducha.
Ese día el desayuno parecía un festín. En realidad era como siempre, abundante y rico, pero a mí me pareció un verdadero banquete, comí tanto que luego estaba lleno. Mi taita se extrañó de tanto que comía que llegó a ponerme de sobreaviso para que no me hiciera daño comer tanto. Solo se me ocurrió decirle:
— Es que estos dos amigos míos que tú, mi-mi-mi taita, tanto quieres también, me hacen trabajar demasiado.
Mi taita se puso en jarras mirándolos y moviendo la cabeza de derecha a izquierda y viceversa como si estuviera enfadada, pero como se sonreía, ellos me amenazaban con hacerme trabajar más.
Como ya teníamos el short y las zapatillas puestas, fuimos a ponernos unas camisetas de tirantes sesgadas, los tres, cada uno cogió la que quiso, si casi éramos de similar talla. Abelardo un poco más bajito y Mauricio casi dos centímetros más que yo a causa de sus pies gruesos.