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Era suficiente sentir su dura verga
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Hola, me llamo Carmen, vivo en una ciudad del norte de España, soltera y tengo 29 años.

Hace casi un año al volver a casa después del trabajo, siempre atravieso una plaza que tiene unas fuentes muy bonitas. Aquel día vi algo muy peculiar, tanto que me llamó poderosamente la atención.

Era un hombre de unos 45 años vestido con una larga túnica blanca, solamente se apreciaban sus pies que calzaban unas chanclas de playa. Lo primero que pensé era que llevaba puesto un pijama largo y lo de las chanclas me chocó bastante ya que en mi ciudad no hay playa.

Aquella túnica larga le cubría desde el cuello hasta los tobillos. Aquel hombre era moreno, con una barba corta, no muy alto y de complexión fuerte.

Evidentemente era moro pero su vestimenta era tan peculiar que de tanto mirarle se dio cuenta y también me miró fijamente a los ojos. Tenía una mirada profunda. Yo me puse nerviosa y cuando pasé a su lado, no sé porque pero noté una palpitación como nunca la había sentido.

Seguí mi camino y cuando miraba hacia atrás, el moro también me seguía. Cuando estaba cerca de casa, me detuve delante de un escaparate. Por el reflejo del cristal vi que el moro también se detuvo. Él se dio cuenta que le estaba mirando y con la mano me hizo el gesto de que siguiera caminando.

No tuve duda de que me estaba siguiendo lo cual sinceramente me agradó y al caminar mis piernas temblaban, aquel hombre produjo en mí una reacción que estremecía todo mi cuerpo. Total, decidí ir a casa. En el portal al abrir la puerta le miré y le hice el gesto con la cabeza de entrar. Él entró y subimos por las escaleras ya que vivo en un primero. Esperaba que me manoseara el culo pero no lo hizo. Al abrir la puerta de casa le hice un gesto con la mano para invitarle a pasar.

Vivo en un apartamento, que tiene un pequeño comedor unido a la cocina. A la entrada está la habitación y el baño.

Cuando el moro entró, cerré la puerta y al echar una ligera mirada al apartamento, con un gesto de mano me indicó que entrase a la habitación y entró detrás de mí. Con otro gesto de la mano me indicó que me quitase la camiseta. Yo como una autómata le obedecí. Luego me hizo otro gesto para que me quitase el sujetador. Él me observaba pero no gesticulaba palabra, sólo movía la mano para comunicarse conmigo.

Mis pezones estaban tan duros que hasta yo lo notaba. Luego me indicó que me quitase el pantalón y las bragas.

Quedé totalmente desnuda delante de aquel extraño hombre. Su mirada escudriñó cada centímetro de mi cuerpo. Con la mano me indicó que me diera la vuelta. Mi espalda y nalgas estaban a su merced. He de decir que tengo un cuerpo precioso, hago gimnasia y me mantengo estupenda.

Después de unos interminables segundos el moro dio una palmada, al escucharla me giré y me hizo el ademán de que me tumbase en la cama. Yo obedecí su orden sin rechistar. Me tumbe sobre la cama boca arriba, entonces me hizo una seña de que cerrase los ojos.

Cuando los cerré, me sentí totalmente a su merced. Aquello me produjo una excitación tal, que solamente por sentirme observada mi vagina empezó a lubricar como un manantial y de mis fluidos emanaba un olor muy particular.

Estaba en pleno éxtasis. Aquel misterioso hombre tardó un par de minutos y entonces sentí moverse la cama. Sentí como se situaba entre mis piernas. Yo las abrí para recibirle. Cuando estaba entre mis piernas, se fue acercando a mi empapado y oliente coño. Noté que debajo de esa túnica llevaba como otro pantalón ya que mis piernas en ningún momento sintieron contacto con su carne, solo el tacto de una suave tela. Después noté que posó su túnica sobre mi vientre acomodando la polla a la entrada de mi coño.

Entonces comenzó a meter la verga dentro, con suavidad pero sin parar. Mi cuerpo comenzó a estremecerse, aquella verga estaba dura como el acero, era gruesa pero no me hacía daño y lo suficientemente larga como para sentirla entrar hasta situarse en el fondo de mis entrañas.

Su túnica cubría todo mi cuerpo, a pesar de su corpulencia, el peso de su cuerpo era placentero.

Yo seguía con los ojos cerrados y todas las sensaciones se multiplicaban por mil. El extraño hombre tenía toda la tranca dentro. Comenzó a hacer unos mínimos movimientos de meter y sacar pero siempre manteniendo toda esa dura verga hasta el fondo.

Acostumbrada a que los chicos siempre me follan con un mete y saca frenético, el moro, con esa suavidad consiguió lo impensable, tuve un orgasmo tal que mi coño palpitó como nunca antes.

El moro, tampoco me besó, simplemente sentí su respiración al lado de la oreja. Era una respiración profunda, de alguien con voz fuerte.

En ningún momento sentí sus manos, me era suficiente sentir su dura verga dentro con esos ligeros movimientos, acompañados de unos suaves pero imponentes gemidos en mi oreja. Este sencillo contacto físico fue bastante para sentirme seducida, hechizada, sometida y tremendamente excitada.

No supe cuantos minutos pasaron, estaba en éxtasis. Volví en mí cuando sentí que aquella dura verga paro sus suaves movimientos, entonces mi hombre misterioso comenzó a gemir con más potencia y en ese momento sentí sus contracciones, sentí perfectamente los chorros de semen que expulsaba en mis entrañas. Más que contracciones, su dura verga latía dentro de mí a la par que su semen aporreaba mi útero.

Ni qué decir que en ese mar de sensaciones volví a tener un orgasmo, tan fuerte que mi cuerpo también latía acompañando cada una de las pulsaciones de esa vigorosa verga.

Después de correrse y derramar toda su leche en mi interior, aun con la verga dura, la sacó suavemente, se puso de pie (yo pude abrir un poco los ojos) y, aunque él estaba de lado vi que llevaba como un pantalón atado con una cuerda debajo de aquella túnica. Se limpió la verga con mi camiseta, ató aquel pantalón, la túnica volvió a cubrirle el cuerpo y sin mirarme siquiera, marchó de casa.

Escuché la puerta del portal cerrarse. Pasados unos largos segundos y sin pensarlo me vestí rápidamente para seguirle. No supe por qué lo hacía pero era más fuerte que mi voluntad. Cuando salí a la calle, no le vi, le busqué por todos lados, por todas las calles pero aquel misterioso hombre había desaparecido. Cuando estaba buscándole, noté que el semen salía de mi coño. Traspasó las bragas y comenzó a notarse en mis pantalones, tanto que parecía que me estaba meando, lo cual no me importó, solamente quería saber dónde se había metido el moro.

Volví a casa desconsolada, a pesar de que fue un fugaz momento, aquel hombre me dejó un sello de sumisión imborrable. Nunca más le volví a ver. Solo conservo las bragas impregnadas de su semen como si fueran una reliquia.

En el siguiente relato os contaré mi aventura con un turco que conocí por internet y que me invitó a conocer su país. Solo os puedo adelantar que durante los 6 días de estancia en Estambul lo único que conocí fue su casa y el dormitorio.

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