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Milagros, la gordita
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Tiempo de lectura: 10 minutos

Milagros está de pie, desnuda frente al espejo. Son las 11 de la mañana de un martes cualquiera.

En su habitación contempla su cuerpo desnudo. No es muy alta, 1,72 o así y está gorda, pesa 85 kilos. A sus 30 años, solo se ha acostado con dos tíos. Fue en la universidad y está segura de que se acostaron con ella solo por el morbo de hacerlo con una gorda. Desde entonces no ha vuelto a tener sexo con nadie.

El espejo de su habitación tampoco es muy alto. Solo llega hasta su pubis, y además tiene una mesilla grande, una coqueta, la llamaba su madre, que oculta sus piernas si el espejo llegara hasta más abajo.

Milagros empieza a tocarse las tetas, las tiene grandes como corresponde a una mujer de su peso. Las coge fuerte como si fuera un hombre el que se las tocase, apretando y soltando, sobándoselas bien. Después de un rato tiene los pezones duros como piedras. Pasa a acariciárselos. Son grandes como las ruedas de una radio antigua, como las que tenían sus abuelos. No sabe porqué le ha venido la imagen de la radio a la cabeza mientras se los toca.

Enseguida nota la humedad en su coño. Baja su mano derecha hasta él y comienza a masturbarse, tocándose sus labios. Pasa su mano por ellos, aun no quiere llegar a su clítoris. Quiere retrasarlo lo más posible.

Después de un rato sus gemidos van en aumento. Está gozando como una loca. Ahora si, roza su clítoris y en unos pocos toques, llega al orgasmo.

Se queda parada, recuperando la respiración, con las manos agarradas a la mesilla, inclinada hacia delante, con sus pechos grandes caídos sobre ella.

Se levanta y no se da cuenta de que ha dejado una mancha de sus fluidos en la mesilla con su mano derecha.

Ya duchada, se viste. Después de desayunar, baja a la farmacia que hay cerca de su casa. Necesita comprar tiritas y bastoncillos y esparadrapo. El esparadrapo casi nunca lo necesita, pero es algo que le gusta tener siempre en casa, no sabe porqué.

Cuando llega a la farmacia ve que el chico es nuevo. En su identificación pone técnico. No es el señor Ruiz, el farmacéutico de siempre, lo que hace que le dé conversación cuando le trae lo que ha pedido.

No sabe porqué, pero cree que es la primera vez en mucho tiempo, que un hombre la ve como una mujer sin importarle su peso.

Cuando vuelve a casa, está tan cachonda que tiene que volver a masturbarse pensando en el chico nuevo de la farmacia. Ha visto cómo su culo se mueve al hacerlo porqué no ha podido estarse quieta frente al espejo. Lo ha hecho en todas las posturas posibles y ha acabado corriéndose como una cerda con la pierna subida a la mesilla.

Ha dejado una mancha en el suelo de su habitación.

Mira el reloj y se da cuenta de lo tarde que es. Casi no tiene tiempo para comer. Sale en pelotas por el pasillo hasta la cocina y allí se pone el sujetador y las bragas. Solo espera que ningún vecino la haya visto desnuda a través de la ventana.

Ha sido un día duro de trabajo y Milagros llega a casa muy cansada. Cena algo ligero y se va a dormir pronto.

Al día siguiente se despierta toda mojada. Ha tenido un sueño húmedo con el chico de la farmacia. No sabe que le ha dado con él, pero quiere volver a verlo.

Va varias veces en la semana a verle. Compra cualquier cosa, sin necesitarla. Hablan de cualquier cosa, hasta que a la semana siguiente se le ocurre algo, a ver si coge la indirecta.

Entra directamente y tras dar los buenos días, coge una caja de condones del estante y se dirige a la caja. El chico, que se llama Roberto, le aconseja mejor comprar unos con estrías.

—Si tienes que hacerlo con condones porque no tomes la píldora, llévate de estos, así también disfrutarás tú.

Milagros se pone colorada como un tomate.

—Gracias por la ayuda.

—Encantado de dártela. Y ya sabes, que los disfrutes.

Su sonrisa es encantadora y nota que está mojando las bragas otra vez.

Va a salir de la farmacia, pero entonces se queda parada. Al haber comprado los condones, pensará que tiene novio y no habrá cogido la indirecta, por lo que se da la vuelta y se dirige de nuevo al mostrador.

—Me gustaría saber si te apetecería tomar un café cuando terminaras.

—Claro. Salgo a las 8 y media. Doy de comer al gato y quedamos.

¿Dar de comer al gato? ¿Eso significa que no tiene pareja? ¿O la está vacilando?

—Quedamos a las 8:45 en la cafetería que hay enfrente de la panadería de Julián, ¿la conoces?

—Si, compro el pan ahí.

Se despiden y sale de la farmacia.

Vuelve contenta a casa, aunque un poco azorada. No tiene ningún vestido que pueda ponerse para la cita. De todas formas piensa que con unos vaqueros y una blusa estará perfecta.

Se contempla en el espejo de su habitación donde se masturba. Tiene los muslos gordos con esos vaqueros y el culo le abulta, pero piensa que a Roberto no le ha importado para nada que esté gorda.

En 5 minutos llega a la cafetería donde Roberto ya está esperándola.

Le cuenta que lleva poco en la farmacia y que le gusta mucho su trabajo. Ha tenido suerte en encontrar ese trabajo cerca de su casa y que le gusta conocer a gente tan encantadora como ella.

Milagros está encantada con el chico. Hasta cree que podría enamorarse de él.

Cuando terminan Roberto le propone seguir tomando algo en su casa. Milagros no puede rechazar la invitación.

Llegan a su casa. Es pequeña pero acogedora.

Toman un poco de vino y unos aperitivos. Milagros está contenta, aunque no borracha, cuando oye algo que cree que acaba de imaginarse.

—¿Te gustaría probar los preservativos que te recomendé?

—¿Qué has dicho?

—Eso, que si te gustaría probar los preservativos.

—Los tengo en casa, dice sonriendo, pensando que la está vacilando como antes con lo del gato.

Justo en ese momento, un gato blanco de angora, salta sobre el sofá. Maúlla y se queda mirándola.

Milagros piensa que iba en serio con lo del gato y por lo tanto también con lo de los preservativos.

Roberto se abierto un par de botones de la camisa y puede adivinar en su torso depilado lo musculoso que está.

No puede aguantar el calentón que lleva con el vino y la visión de su torso y Milagros se lanza sobre él.

Se besan con pasión, sobre todo por parte de ella. Se nota que hace siglos que no ha tenido sexo.

Tumbados en el sofá se magrean mutuamente.

—Desnúdate ya. Le dice Roberto.

Milagros se intenta quitar el pantalón, pero sus muslos gordos no la dejan. Roberto la coge en brazos y la lleva a su habitación. Allí se lo quita como si nada. Ella lo mira desde abajo y le pregunta si no le importa que esté gorda.

Le dice que a él no le gustan las mujeres tan delgadas como se ven hoy en día y que le encanta su cuerpo.

Se levantan los dos ya desnudos. Milagros se fija en que Roberto tiene en su habitación un espejo idéntico al suyo, solo que llega hasta el suelo porque no tiene ninguna mesilla.

En el reflejo ve que no se ha depilado el coño. A Roberto parece no importarle, porque se ha agachado detrás de ella y a empezado a jugar con sus labios con un dedo. Los acaricia, los abre y los soba. Milagros está húmeda enseguida.

Cuando cree que ya no puede más, Roberto pasa a acariciar los labios con su lengua y luego su clítoris.

Milagros se corre como una loca. Cuando Roberto se levanta, puede ver su tranca reflejada en el espejo. Es bastante grande.

Roberto se va y vuelve con un condón estriado que le enseña en el espejo.

—Me dan muestras de sobra. Vamos a ver qué tal.

La penetra despacio, muy lento para Milagros, que está mojada como una camiseta en un concurso de camisetas mojadas. Ella quiere que se la folle con fuerza, pero parece que Roberto no tiene prisa, porque saborea su coño con su polla y su condón de estrías yendo de dentro a fuera despacio, sin prisas, como si no hubiera un mañana.

Disfruta como una loca con el condón de marras. Ese estriado que lleva la está volviendo loca. Cree que volverá a correrse de nuevo enseguida.

Ahora Roberto acelera el ritmo, bombea fuerte, muy fuerte, oye como su pelvis choca con su culo. Roberto le mira el culo, no le importa que sea grande y que tenga celulitis.

Siguen un rato más, follando fuerte, hasta que Milagros tiene un segundo orgasmo. Se agarra a los lados del espejo, no puede más, nunca ha disfrutado así en su vida y cree que va a caerse al suelo.

—Ah, ah, ah, ah, que gusto, que gusto, que gustooo…

No sabe que le ha dado a Roberto, pero está aguantado mucho.

Al final, después de una media hora, llega su turno.

—Voy a correrme, le dice, voy a correrme, voy a correrme…

Nota cómo saca su polla de dentro y oye cómo se quita el condón y nota su leche caliente derramándose sobre la raja de su culo, escurriendo hasta que cae al suelo.

Cuando recuperan la respiración, Milagros se da la vuelta y se sienta de culo en el suelo.

—Por cierto, la próxima vez me gustaría hacerlo contigo con unas botas puestas. ¿Sabes? Me encantan las mujeres con botas. Debo ser un fetichista de las botas, jajaja.

—¿Y quién te ha dicho que quiera volver a hacerlo contigo, eh? Sonríe picara.

—Lo he supuesto por cómo te has corrido.

—Evidentemente que quiero volver a hacerlo contigo. Follas como los dioses y hace mucho que no me daban caña como tú hoy. Así que, sí, quiero volver a hacerlo contigo.

—De acuerdo, le dijo y la ayudó a levantarse del suelo.

—Ahora si no te importa, me daré una ducha. Me has puesto el culo perdido de semen, ¡guarro! Y diciendo esto se reía.

Roberto se quedó mirando su culo mientras se bamboleaba al andar de camino a la ducha.

Se dieron los teléfonos y quedaron para un par de días después.

Roberto estaba ese día en la farmacia despachando, cuando Milagros entró por la puerta. Se dirigió directamente al mostrador e iba a decirle algo a Roberto, cuando el señor Ruiz salió de la trastienda con unas cajas.

Intenta disimular hablando con Roberto.

—¿Y entonces el esparadrapo es mejor de tela o de plástico?

—Yo lo llevaría mejor de tela.

Cuando el señor Ruiz vuelve a la trastienda, Milagros le dice en voz a baja a Roberto que no tiene botas en casa. Cree que tenía unas, pero que debió de perderlas cuando se mudó.

—No te preocupes, le responde en voz baja, te compraré unas.

El día de la cita, Roberto la llevó a una zapatería donde le compró dos pares de botas. Milagros estaba encantada. Fue llegar a casa de Roberto y enseguida estaban desnudándose y ella poniéndose las botas.

Empezaron follando en el sofá. Roberto encima de ella. Milagros con las piernas abiertas y él empujando fuerte. Con el condón estriado. Gemía como un loco mientras su polla entraba y salía del coño de ella, que estaba más lubricado que nunca.

—Roberto, Roberto, joder, que bien me follas, es tu polla y ese condón estriado, joder, sigue así, sigue, sigue, más, más, más.

Milagros tuvo un orgasmo y le clavó las uñas en la espalda. Roberto se corrió después de ella y sacándola, la llevó a su habitación. La puso encima de él y sin quitarse el preservativo, se la volvió a follar. Podía verla en el espejo, de espaldas a él y ver como botaba y botaba. No tenía la polla aún al máximo de su erección, acababa de irse, pero era muy excitante notar cómo el condón un poco arrugado le proporcionaba un placer enorme.

Como cinco minutos después, Milagros tuvo un segundo orgasmo.

—¡Ah, ah, ah! ¡Me corro, Roberto! ¡Eres una bestia! ¡Un animal! ¡No puedo más! ¡Aaaah! ¡Aaaah!

¡Me corro! ¡Me voyyy!

Milagros seguía botando sobre él, incluso después de haberse corrido. Roberto aguantaba porque hacía poco que se había corrido.

Le metió un dedo en el culo y a Milagros le dolió.

—¡Ay! ¿Qué haces? protestó, pero no estaba enfadada.

—Nada, solo darte un poco más de placer, dijo gimiendo, casi sin respiración.

—Si ya me has dado todo el que tenías, y le besó en la boca, mientras seguía follándosela.

Con el dedo hizo que volviera a correrse y siguió bombeando, más fuerte, más duro, mirándose en el espejo y viendo cómo ella seguía botando sobre él.

Milagros estaba extasiada, ya eran 3 orgasmos los que había tenido y Roberto todavía aguantaba sin correrse.

El condón se rompió y ella se salió de él, no quería quedarse embarazada. Roberto al fin se corrió sobre su tripa.

Se ducharon juntos y ella se quedó a dormir con él. No quería que aquello terminase.

Cuando se despertó, le había dejado una nota en la mesilla:

“Ha sido el mejor polvo de mi vida” Espero que hayas descansado. Te he dejado el desayuno preparado.

Milagros sonrió, era el hombre perfecto, un caballero y una bestia en la cama.

Aunque todo no podía ser perfecto en realidad.

Tres días después, Milagros volvió a la farmacia. Le parecía que eran muchos días sin verse, y no podía esperar más.

No parecía que hubiera nadie, ni siquiera clientes. Se dirigió al mostrador y estaba vacío. Se iba a dar la vuelta, cuando le pareció oír algo en la trastienda.

La puerta estaba entreabierta. Alguien sentado frente a un televisor. No veía bien en la oscuridad.

Se asomó un poco más y pudo ver cómo el señor Ruiz veía un video porno. Cuando se acostumbró a la oscuridad, pudo ver que el hombre estaba meneándosela. Si, estaba haciéndose una paja como si fuera un adolescente.

Milagros salió de allí sin hacer ruido. Si se hubiera quedado un minuto más, podría haber visto que quién aparecía en el video eran ella y Roberto.

Al llegar al trabajo, llamó a Roberto, pero este no le contestó. Se puso nerviosa aunque intentó olvidarlo todo con el trabajo.

Por la noche volvió a llamarle, pero saltó el buzón. No sabía que pensar.

Al volver a casa le dio por pasarse por la farmacia. Eran las 10 y 15 y evidentemente no habría nadie, pero vio una luz que salía de la trastienda.

Tocó el cierre varias veces y cuando se iba a ir, le abrieron desde dentro. Era el señor Ruiz junto a Roberto. La acompañaron hasta la trastienda y allí le pusieron un video. Milagros no tenía ni idea de que iba la cosa.

Después de una imagen en negro, vio a dos personas besándose, cuando se dejaron de besar, comprobó que eran ella y Roberto. Entonces la giraba, su tripa se apoyaba contra el espejo y empezaban a follar.

Por la posición estaba claro que Roberto tendría que tener una cámara detrás del espejo, como en las películas.

Milagros se volvió hacia ellos ofendida y preguntó:

—¿Y esto de qué va? ¿Qué pretendéis los dos?

—El señor Ruiz tiene ya una edad, dijo Roberto. Siempre se ha sentido atraído por ti, pero sabía que siendo viejo, tú no te fijarías en él. Así que, continuó explicando, al poco de haberme contratado, me propuso seducirte para que pudiera grabar nuestros encuentros y con eso el estaría satisfecho. Se excitaría con tus videos y si no podía tenerte, se pajearía contigo al menos.

—Ahora que has descubierto nuestro secreto, dijo ahora el señor Ruiz, me gustaría poder… follar contigo.

—¿Y se cree que estoy tan loca para hacerlo con usted?

Ahora habló Roberto:

—El señor Ruiz me ha propuesto que te pagará la hipoteca de tu piso el tiempo que le quede de vida. Además, no tiene familia por lo que te haría su heredera universal.

—¿Y todo eso por un polvo conmigo?

—Uno solo no. Siempre que quiera, tú estarás dispuesta a darle tu cuerpo. A entregarte a él.

—¿Seré su esclava sexual?

—No exactamente. También te follaré yo, por lo que serás libre. Y cuando el muera… digo guiñándola un ojo.

Milagros no sabía que pensar. Estábamos en el siglo XXI, la esclavitud ya no existía, al menos en el mundo civilizado. Pero por otro lado, la propuesta de llevarse todo su dinero cuando muriera…

Si le follaba bien, bien duro y bien fuerte, no creía que aguantase mucho.

—¿Y si me niego? Le dijo, pero no muy convencida.

—El señor Ruiz mandará estos videos a tu madre. Es muy beata y no soportará ver cómo follas sin estar casada.

—Dadme cinco minutos para pensarlo.

—Está bien.

Milagros estaba sola, no tenía nadie aparte de su madre, pero no se hablaba con ella desde hacía mucho tiempo. No es que le faltara dinero para pagar el piso, pero tampoco le sobraba. El hecho de follar con el señor Ruiz le asqueaba, pero aunque Roberto fuera un cerdo, no le importaba porque luego se lo follaría a él.

—Está bien, acepto. ¿Cuándo empezamos? Milagros ya estaba dispuesta a todo.

Roberto llevó a Milagros a la trastienda y cerró la puerta para que la luz no se viera desde fuera.

El señor Ruiz se bajó los pantalones y dejó su miembro al aire.

—Empezaremos por una mamada si no te importa.

—Claro que no.

—Quiero que te quites la blusa y el sujetador, por favor.

Milagros obedeció, dejando sus pechos al aire. La polla del señor Ruiz reaccionó enseguida y casi se empalmó a la primera.

Comenzó con la mamada, despacio. No tiene mucha práctica en esto, pero enseguida oye los gemidos del señor Ruiz por lo que sabe que lo está haciendo bien.

—Para, para, le dice al cabo de un rato. Quiero correrme dentro de ti.

Milagros se levanta y se desnuda del todo.

—Tenga jefe, le dice Roberto. Pruebe un estriado.

El señor Ruiz se pone el condón. Tumba a Milagros sobre la mesa que tiene en la trastienda y la abre de piernas. Se pone a comerle el coño, lo hace bastante bien, casi tan bien como Roberto. Mientras se lo está comiendo, le dice que su mujer nunca le pidió que lo hiciera. Que se buscaba putas con las que follar y podérselo comer.

¿Y a mi que me importa que hiciera de joven? Fóllame ya, y cállate, pensaba Milagros.

En ese preciso momento se levantó y la penetró sin más.

Entraba y salía de ella como si nada. Milagros solo sentía algo por el condón estriado, pero el tío ni se molestaba en darla placer, solo disfrutaba él. Cuanto más aceleraba, más jadeaba y más se cansaba. Milagros empezaba a pensar que iba a darle un infarto.

Ya cerca del orgasmo, Roberto tuvo que sujetarlo porque se iba a caer. La imagen era curiosa. El viejo empujando mientras Roberto le sujetaba y Milagros abierta de piernas, viendo cómo al viejo estaba a punto de darle algo.

—Déjame, le dijo a Roberto. Ahora de pie.

Roberto cogió a Milagros y la levantó. La puso de pie y le abrió las nalgas y como si fuera un mamporrero, guio la polla del viejo hasta su coño y se la metió.

El viejo dio unas embestidas más y se corrió con un gemido fuerte. Milagros apenas había disfrutado.

Ahora pensó que menudo panorama tener que follar con el viejo. Al menos volvió a pensar que no duraría mucho y podría llevarse su dinero. Aunque no se fiaba mucho de que fuera verdad.

Para Lara, mi más fiel lectora.

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