Cuando la conocí por primera vez no llamó mucho mi atención, aunque por ese entonces mi mente estaba preocupada por asuntos diferentes. Sin embargo, un día llegó al salón de clases con un vestido que me hizo notarla como la mujer más espectacular que mis ojos habían tenido el privilegio de admirar.
Fiel a mi compromiso y mi palabra, jamás engañé a mi pareja, pese a que todas las mañanas mi mirada se perdía en esa indeciblemente bella sonrisa. El tatuaje en el nacimiento de sus pechos también era un punto focal. Toda ella era intimidantemente bella. Su mirada… ¡Oh sus ojos! Eran como un lente para asomarse al universo y ver las estrellas… es como si tuvieran la habilidad de detener el tiempo… También estaban su forma de sonreír y de reír, que no se daba cuenta que era una suprema maravilla que compartía cada vez que abría su boca… y una voz tremendamente sexy que me hacía ponerme duro solo de escucharla… sus perforaciones, sus tatuajes, sus pechos, sus curvas, sus piernas y sus nalgas… Todo me embelesaba y, además de todo, me atraía mucho más que tuviera una forma de ser peculiar y una inteligencia que se notaba a leguas. Sin embargo, nunca me atreví a decirle que me atraía enormemente, más aún cuando uno de mis amigos tomó la delantera y se hicieron novios… aunque, bueno, lo suyo no duró mucho… pero hay un “código de honor” entre amigos. Lo cierto es que daría cualquier cosa porque ella me hubiese mirado como miró alguna vez a él…
Así que decidí reprimir todos mis instintos y centrar mi atención en quién lo reclamaba por aquél entonces, pese a que no perdía la oportunidad de admirar su belleza cada que la veía entrar o salir del salón, en fiestas, salidas escolares o reuniones. Cómo dicen en mi país “echarme un taco de ojo”.
Lo que, en un momento de mi vida, pasó de ser un pequeño platónico, se convirtió en una de las más deliciosas noches que jamás he podido contar.
– ¡No te creo! – comenté y le di un sorbo a mi trago
– Pues si – me dijo ella apresuradamente y continuó con su explicación – es decir, ¡yo me dedico a eso! Y el cabrón va y se mete con una tipeja que no sabe distinguir un tweet de un re-tweet – suspira y en ese momento mi corazón se acelera al admirar ese pequeño milagro, para después soltar exasperada – ¡Me emputa!
– Lo noto – señalé un tanto sarcástico, pero con una buena intención – Perdona que te lo haya hecho recordar – me disculpé un tanto cohibido por la reacción, lo cual denotaba que aún le dolían los cuernos
– No te preocupes corazón – dijo tranquilizándome – es bueno sacarlo de vez en cuando para que ya no afecte y, de hecho, cada vez que explota así, me afecta menos.
– Pues – suspiré y le di otro sorbo a mi ron con coca – al parecer padecemos el mismo mal.
– ¿Cómo? – preguntó abriendo los ojos y sonriendo de manera educada, aunque con una curiosidad evidente – No me digas que…
– Si – le interrumpí – Aunque creo que mis cuernos son mucho más grandes que los tuyos
– ¿Por qué lo dices? – inquirió
– Pues verás… – solté tras un largo suspiro
Honestamente no cabía en mí de tanta emoción que se arremolinaba en mi estómago. Ella, una deidad de mujer… Una mujer con M mayúscula, frente a mí, conversando y compartiendo detalles íntimos de su vida. Sobra decir que estaba con el corazón desbocado y haciendo unos esfuerzos titánicos (aunque sospecho que inútiles) por no mirar su escote. Estaba nervioso y no podía creer que tuviese la ventura de encontrármela precisamente ahí.
Había acudido a Monterrey para un curso relacionado con mi trabajo y con el modesto grupo, acudimos a un bar – karaoke, donde, celebrábamos anticipadamente el fin de aquella capacitación que se daría al día siguiente. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, al regresar del baño, me topé con una de las mujeres más bellas del mundo. Inverosímil, pero ella había ido por trabajo y se encontraba con su equipo en el mismo bar. El mundo es un pañuelo.
Nos quedamos platicando en la barra un rato y terminamos por quejarnos de nuestros fracasos en el tema del amor. Conversación que disfruté enormemente, aunque a cada instante estaba a punto de abalanzarme sobre ella. Venía vestida casual formal. Para salir, pero lo que más robaba mi atención eran sus labios, pintados de un rojo intenso. Si de por sí, siempre me había fascinado su sonrisa, aquél conjunto era un delirio para mí, que me mantenía babeando por ella.
Siempre supuse que una chica así jamás se fijaría en mí y aún ahora mantengo ese pensamiento, pero me encontraba dolido, presumiblemente separado y sin ninguna atadura. Además, en aquél momento, me sentía (gracias al alcohol) menos desinhibido. Desgraciadamente nunca he sido un don juan y mis aproximaciones con las mujeres siempre han resultado desastrosas; para mí es preferible que ellas se acerquen. Cuando es así, la cosa funciona perfectamente. Sin embargo, ella no daba muestras de sentir atracción alguna hacia mí (y si lo hacía, jamás me di cuenta de ello… porque… bueno… hombres…). Así que hice lo más estúpido que podría hacer un hombre en una situación como la mía.
– Así las cosas con esta mujer – concluí
– No lo puedo creer – dijo – de verdad que no
– La triste realidad – expresé – pero no queda más que seguir adelante – y levanté mi trago hacia ella de manera elocuente
– ¿Tú nunca la engañaste? – inquirió dándole un sorbo al suyo
– En teoría no – admití – Lo único que hice fue mandarme varios correos con mi ex, pero lo dejé de hacer desde hace mucho. Ella se enojó bastante.
– Y con justa razón – sentenció con rotundidad – pero, ¿nunca te viste con ella? ¿nunca se vieron o algo?
– No, sólo fueron correos – expuse con honestidad y tratando de enfatizar la verdad del asunto – Vivo en Tijuana y ella en Querétaro. Jamás. Salgo mucho de viaje, pero nunca me han mandado allá y cuando voy al D.F. apenas tengo tiempo de hacer algo.
– Eso no estuvo bien – me regañó, aunque un tanto en buena onda – Así sea un pinche mensaje, no está bien
– ¿A poco tú nunca lo engañaste o coqueteaste con alguien mientras estaban juntos? – pregunté en mi defensa, pues creía conocerla un poco y, si algo intuía, es que ella era coqueta… y yo hubiese dado mi mano izquierda porque ella coqueteara conmigo, casada o soltera.
– ¿La neta? – preguntó con una sonrisa cómplice y asentí con la cabeza indicándole que quería que fuese honesta – Si, con muchos güeyes, pero jamás permití que ellos cruzaran mis límites.
– En ese caso, yo creo que estabas en el mismo terreno que yo
– Puede – admitió y de pronto sonó una canción familiar en el bar – ¡Oh, esa canción la íbamos a cantar una amiga y yo! – hizo ademán de retirarse con sus amigos y subir a cantar la canción, pero cuando se retiraba, la tomé por el brazo e intenté (reitero, intenté) robarle un beso. Al instante ella se hizo hacia atrás, impidiendo que lograra mi empresa y compuso una cara, confusa y de un rechazo palpable – ¡¿Qué te pasa?!
– Lo siento – alcancé a balbucear como disculpa. Me observó con detenimiento y se fue, dejándome ahí, completamente avergonzado, turbado y recriminándome una y otra vez de mi pendeja osadía.
Regresé un tanto triste con el equipo de la capacitación, pues aquello suponía un duro golpe. Siempre había albergado una leve esperanza, por raquítica que ésta fuera de que, en algún momento, alguna reunión de exalumnos o cumpleaños de alguien donde nos pudiésemos encontrar… ella borracha y yo con suerte… pero aquella reacción había supuesto una rotunda negativa y la contundente certeza de que eso jamás sucedería.
Aunque ya llevaba unos tragos encima, lo normal era que hubiese ahogado mis penas en alcohol, pero había aprendido desde hace mucho que era mejor saborear ese dolor, aceptarlo y absorberlo, para que después desapareciera. En un arrebato de orgullo y en un intento de demostrar que no me había afectado dicha actitud suya, tras haberlo solicitado, interpreté “el rey” y “yo no sé mañana” (modestia aparte) de manera magistral ante el escenario, lo cual arrancó varios aplausos sinceros, pero me di el lujo de mirarla fijamente mientras lo hacía. Podría haber sido rechazado, pero con aquello había mantenido un poco (una minúscula pizca) de mi orgullo intacto.
Ya en el hotel y con la habitación amenazando con dar vueltas, trataba de no pensar en ella. Pero en mi celular se encontraba abierto su perfil de Instagram, el cual admiraba, como siempre lo había hecho. En mi defensa, es que era endiabladamente hermosa y no podía dejar de verla. Cada vez que cerraba mis ojos, acudía a mi mente su imagen.
De pronto, tocaron a mi habitación y supuse que se trataba de algún compañero que venía a revisar alguna cosa de las actividades que nos restaban realizar al día siguiente, pero mi corazón dio un vuelco al verla ante mi puerta con un semblante que denotaba… ¿Vergüenza? ¿Ruego? ¿Picardía? Lo cierto es que enmudecí y nuevamente una mujer logró incapacitar mis acciones.
– ¿Puedo pasar? – me preguntó y logré atisbar, aunque sea por un instante esa mirada que tantas veces había ansiado.
Mudo y petrificado, no supe cómo es que logré hacerme a un lado para darle el paso. Supongo que mi cara debió haber sido un verdadero poema. Mis piernas temblaban terriblemente y estaba seguro de que, si no lo estaba alucinando, podría darme un infarto o el hueco que había en mi estómago se haría realidad.
– El mundo es cada vez más pequeño – comenzó a decirme de espaldas mientras caminaba – No imaginé que estarías precisamente en el mismo hotel que yo y más curiosamente que estuvieras a dos habitaciones de la mía.
-… – como había dicho, era incapaz de articular palabra o hacer alguna otra cosa. Incluso dejé la puerta abierta de la habitación. Ella se mantenía de espaldas a mí.
– ¿Por qué intentaste besarme? – volteó de pronto y me miró con curiosidad, pero percibía algo más. Algo que me negaba a creer, pero que, de ser cierto… ¿Ella atraída por mí? No podía ser.
– Pues es obvio – alcancé a articular – Me gustas
– ¿En serio te gusto? – volvió a preguntar y en esta ocasión no me quedaron dudas de que me miraba de verdad.
– Mucho – admití y contuve la plétora de alabanzas que pugnaban por salir de mi boca.
– ¿Qué es lo que quieres de mí? – preguntó por tercera vez y la noté avanzar hacia mí lentamente.
– Esa es una pregunta muy complicada de responder – expuse con honestidad sin atreverme a desviar mis ojos de los suyos. No era lo que yo quisiera de ella… era lo que ella quisiera darme y cualquier cosa hubiese sido suficiente para mí; incluso yo le quedaría a deber.
– ¿Por qué? – inquirió nuevamente, pero ya se encontraba casi donde estaba yo, en el umbral de la puerta.
– ¿Por qué estás tú aquí? – intenté contra atacar.
– No se responde a una pregunta con otra pregunta – me dijo con una sensualidad que me causó un cosquilleo en la nuca. Cerró la puerta lentamente y colocó el seguro. No me lo podía creer. Se colocó frente a mi tan cerca que podía escuchar su corazón latir – “¿Yo no sé mañana?”
Tras esa elocuente cita, me besó. Me tomó completamente desprevenido. Pero al instante correspondí y mi mundo se vio elevado al cielo, al infinito. Parecía que estaba viviendo uno de esos momentos en las películas cuando una pareja se besa, sólo que yo sentía vértigo y todo me daba vueltas… Sentía como si el piso estuviera temblando… ¡Qué beso! Lo hacía endemoniadamente bien.
Sentí sus manos en mi espalda y yo me aventuré a abrazarla. Casi al momento, la sentí arrastrarme hacia la cama sin romper nuestro ósculo. Guiado por mis instintos, me apoderé de sus nalgas con desesperación y creo que en ese momento pude haber muerto sin ningún remordimiento. Ella suspiró, dejándose hacer. Rápidamente la despojé de su blusa y sus pantalones, mientras ella hacía lo propio con mi vestimenta. Me separé de ella en un instante para desnudarme por completo y admirar a la que, durante mucho tiempo, fue el motivo de muchas fantasías. Era una diosa.
Como un pequeño paréntesis, siempre he sido partidario de la filosofía de que el físico no es importante. Cuando alguien te atrae, eso pasa al segundo plano. Cómo usualmente he dicho en mis anteriores relatos, he estado con todo tipo de mujeres. Todo tipo. Incluso tuve una fugaz relación con una modelo que, con sólo tocarme, me hacía estar duro y ocurría también para ella, puesto que cuando tomaba su mano, siempre me aseguró que se mojaba. Pero eso es otra historia y no sé si sea bueno hacer un relato sobre ello… pero me estoy desviando del punto. La mujer que tenía ante mí era sensual y sumamente hermosa. No del tipo pornográfico ni del tipo grotesco que abundan hoy en día (sobre todo en las redes sociales). Ella era distinta y su sensualidad y belleza era algo nato y puro. Si bien tenía algunos kilos de más y alguna que otra llanta, para mí era lo más endiabladamente excitante, sublime y lúbrico que mis ojos habían admirado. Y eso que sólo estaba en ropa interior. Además, yo no soy un adonis y por supuesto que también tengo muchos defectos, no obstante, como dije, el físico no me importa. Ella podría haber tenido 100 kilos de más y aun así yo me habría lanzado a intentar robarle un beso y estaría más que dispuesto a intimar con ella.
Me desnudé mirándole fijamente y ella me sonrió al verme erecto. Me acerqué a ella y comencé a besarle el estómago y el ombligo para ir bajando poco a poco a su sexo. Aspiré su aroma y para mi deleite emitía un olor inconfundible: a hembra en celo. Con delicadeza, pero cierta rapidez, deslicé aquella prenda hacia abajo y ante mi apareció una visión que quedará grabada por el resto de mis días. Ella se abrió para mí y hundí, sin más, mi cabeza entre sus piernas.
La probé y fue delicioso. Sabía exquisitamente. Una “unión de dulce y sal” a la que soy adicto. Pero me tomé mi tiempo en aquella hermosa gruta. Lamí e inspeccioné con cuidado. Haciendo círculos alrededor de su clítoris, casi rozándolo, recorriendo con mi lengua sus labios y adentrándome de vez en vez dentro de ella con mi lengua, para después, estimularlo directamente. ¡Oh, qué delicia! No sé cuánto tiempo me perdí realizándole un oral que sólo existía en mis fantasías, cuando ella me exigía más. “Sigue”. “Más rápido”, me susurraba en un suspiro mientras que sus jadeos eran música para mis oídos.
Cuando la sentí próxima al orgasmo, paré, me incorporé y se la clavé de golpe. Ella aulló de placer y de inmediato imprimí un ritmo constante, aunque no lo suficientemente rápido. Miré su rostro y me volvió a sonreír. ¡Demonios, esa sonrisa me mataba! Estuve a punto de venirme en ese instante, puesto que eso era demasiado para mí, pero logré contenerme. Le devolví la sonrisa y le levanté el bra para poder tocar sus pechos, esos divinos montes que ansiaba acariciar.
Cerca de cinco minutos después fue ella quien me detuvo. “Recuéstate”, me dijo. Obedecí de buen grado y fue ella quien me montó a mí. Normalmente soy yo quien impone el ritmo, incluso en esa posición, pero en esa ocasión, me sorprendí. Ella fue quien me cogió a mí y no yo a ella. Se movía de una manera espectacular y yo estaba al borde del orgasmo. Con mis manos me apoderé nuevamente de esas gloriosas nalgas y las amasé con brío, mientras que, con mi boca, jugueteaba con sus pechos. En momentos, me quedaba hipnotizado del movimiento bamboleante de sus hermosos pechos. Su piel llena de tatuajes hacían verla más deliciosa, más exuberante y magnífica.
A cada instante y a cada momento, cuidé celosamente de no sacar a relucir mi verdadera naturaleza, puesto que eso supondría algún resultado contraproducente. Además, estaba casi completamente seguro de que ella no era partidaria del bdsm. Así esto fuese un “vainilla”, era el “vainilla” con ella y eso lo hacía muy, muy especial.
No supe cuánto pasó, pero cuando yo estaba nuevamente encima de ella, sintiéndome a punto de explotar, saqué mi miembro y eyaculé sobre su monte venus. Caí rendido junto a ella, jadeando y completamente fuera de mí. No cabía en mi corazón tanta felicidad ni plenitud. Feliz, escuché que ella también jadeaba, aunque no supe identificar cuando se vino ella o si es que en algún punto lo hizo. Fue un orgasmo intensísimo y sólo ha habido tres mujeres que habían logrado hacerme venir así.
– No puedo creerlo – susurré jadeante, mirando al techo
– ¿Por qué te viniste afuera? – preguntó con la respiración agitada
– Porque lo hicimos sin condón – respondí cauto, pues aquello podía significar muchas cosas – Y no quiero que te embaraces. También puedo asegurarte que estoy limpio de cualquier enfermedad de transmisión sexual, por si tenías el pendiente – la miré de soslayo y noté que me observaba
– Es bueno saberlo – hizo una pausa elocuente y continuó
– Lo siento… – me disculpé
– No hay problema.
– Eres espectacular – le ensalcé – coges delicioso.
– Gracias – me contestó, aunque no era la respuesta que esperaba. Me giré a ella y sonreí abiertamente. Comencé a acariciar su hombro con delicadeza.
– Si te apetece, dame unos 5 minutos y repetimos la faena – propuse un tanto nervioso por mi desempeño, puesto que era ella y me aterraba que el acto hubiese sido insatisfactorio.
– ¿Qué esperas de esto? – me preguntó tras un instante de silencio donde ella estaba mirando hacia la nada y suspirando.
– ¿A qué te refieres? – respondí confuso.
– Probablemente no hay manera de decirlo con delicadeza, así que…
– Ya sé que sólo es sexo casual – le interrumpí adivinando sus pensamientos – Perdona que te haya interrumpido, pero como yo lo veo, sería demasiado complicado. ¿Es más o menos lo que me ibas a decir?
– Algo así – me respondió con una expresión que me fue difícil identificar – Es que siento que siempre te involucras demasiado en tus relaciones y jamás imaginé que tú fueras de esos tipos que se les da el sexo casual.
– Normalmente no soy así – acepté – Pero eres tú y…
– ¿Cómo que soy yo? – me interrumpió un poco más seria
– Bueno, siempre te admiré y me gustaste – le confesé – No es que tuviera un crush por ti o algo así… creo que más bien fue un “amor platónico” porque yo sabía que nunca te fijarías en mí ni te llegaría a gustar. De hecho, no tengo idea de por qué estás aquí, si hace rato me bateaste gacho. No es que te esté despreciando, al contrario, le agradezco al cielo o a quien sea por todo esto – y nos señalé sonriendo, desnudos.
– ¿Y tú cómo sabes si me gustas o no? – me reclamó un tanto airada – Eso es lo que pasa con los hombres, que siempre asumen cosas cuando ni siquiera tienen la decencia de preguntarnos y para colmo actúan en consecuencia
– ¿Te gustaba o te gusté en algún momento? – le pregunté y esa duda me carcomía desde hacía mucho tiempo
– Bueno, no… – me confesó y algo en mí se quebró, aunque dicha información la sabía por adelantado – Además tú siempre andabas con alguien.
– En eso llevas razón – admití – Bueno, para el caso es lo mismo – corté el rollo para tratar de tranquilizarla, a pesar de que me encantaba verla así, cuando sus emociones crecían en intensidad. Era eso, precisamente, uno de los rasgos más atractivos para mí – Te prometo que no te voy a buscar ni te mandaré mensajes cursis o corta venas. Entiendo que hay innumerables factores que harían de la supuesta relación, algo quimérico. Me gustas y siempre me has gustado. Mucho, muchísimo, pero no soy tonto.
– ¿Te gustaría que esto llegara a más? – preguntó y me miró con más seriedad
– Eso tampoco es algo sencillo de responder – comenté tratando de apartar la mirada de ese cuerpo que comenzaba a excitarme nuevamente y no pude reprimir la erección que se me estaba formando. Ella lo notó y sonrió levemente – Sin pensarlo, por supuesto que sí. Pero cualquier decisión referente a esos temas, siempre se tiene que considerar. Ambos somos padres de dos criaturas y tenemos trabajos que no nos gustaría dejar. La distancia es otro punto a considerar. No nos conocemos lo suficiente para emitir un juicio correcto de ambos y, sinceramente, a esta altura del partido me daría hueva volver a empezar en aras de un incierto. Hay muchas, muchísimas otras cosas que intervienen…
– Se ve que lo has analizado mucho – apuntó con precisión quirúrgica, delatándome
– Bueno, como te dije, me gustas y mucho y en algunos momentos pensé… – comenzaba a confesarle de nuevo, pero eso no nos llevaba a ningún lado… a menos que ella quisiera, pero no… eso no podía ser – Mira, la noche aun es joven y como verás – comenté señalando mi verga y me acerqué a ella, acariciando sus piernas – quiero que continúe. Después de que terminemos, puedes mandarme a la chingada como mejor prefieras y prometo no agobiarte con nada.
Cómo única respuesta obtuve un beso y su mano sobre mi miembro, masturbándolo. Nuevamente tomé la iniciativa y me coloqué sobre ella, saboreando cada momento y cada segundo que durara aquella fantasía que se había vuelto realidad, esperando poder corresponder, aunque sea un poco con todo el placer que ella me estaba proporcionando.
A las 8 de la mañana y vestidos, nos despedimos con un beso fugaz, más por rigor que por deseo, al menos de su parte. Yo dudaba que ella tuviera el remolino de emociones que se acumulaban en mi interior, pero había valido la pena… “había valido cada maldito segundo”. Observé su caminar y, por última vez en mucho tiempo, me dediqué a admirar descaradamente el sensual movimiento de sus caderas y su hermoso culo.
– Gracias – le dije cuando abría su habitación y sonrió cuando notó que le miraba las nalgas. Su única respuesta fue precisamente ese gesto, el cual que percibí sincero. Entró a su cuarto sin dirigirme la palabra.