Mi relación con don Ignacio, el conserje del lugar donde estudiaba, duró aproximadamente seis meses. De vez en vez, cuando andaba muy caliente y mis dedos no me quitaban las ganas le avisaba a don Ignacio que ‘preparara el catre’, esa era nuestra clave para decirle que necesitaba de su verga.
Me escabullía de mis amigas en la parte final del recreo y me ocultaba detrás de los lockers en un rincón. Cuando sonaba la campana sólo tenía que esperar unos cinco minutos más para salir de mi escondite y escabullirme al cuarto donde don Ignacio me poseía, ya para entonces yo tenía llave de su cuarto. Tenía que ser muy precavida y no dejarme ver por nadie entrando furtivamente en ese lugar porque si era descubierta sería muy difícil de explicar.
Ya dentro me desnudaba y así a esperarlo, a veces cinco minutos a veces hasta media hora. Hasta la fecha no logro entender el porqué me excitaba tanto el rebajarme de esa manera y entregarme al vicio con un viejo sucio, corriente, feo y panzón. Quizás era su manera vulgar de hablarme, de decirme "su putita", "su zorra", de ordenarme hincarme ante él, chupársela y recibir su primera lechada de la ocasión en la cara.
Me gustaba que me cogiera en el catre, al lado había un espejo y me encantaba ver cómo su feo cuerpo contrastaba con la belleza del mío. Quién lo diría, una chica hermosa, de familia decente, metiéndole la tranca posesamente a una "señorita". Y sí, posesamente era como me follaba, sin piedad, hasta el fondo, deslizando su serpiente dentro y fuera, dentro y fuera.
Recién entraba al cuarto se sacaba el rabo y sin mayor preámbulo me la metía hasta el fondo, a veces me hacía tenderme en su catre y no hacer nada, sólo dejarme hacer, sentir su pija enhiesta paseándose por mis pies, espinillas, muslos, hombros, cuello, ojos, mejillas. A veces me daba vergazos en la cara mientras me decía lo putita que era, se subía en mi con en cuclillas y se jalaba su vergota frente a mis ojos, colocando el glande a dos centímetros de mi cara.
Después de cogerme un par de veces a veces me mandaba de regreso a clases sin tanga ni sostén y en más de una ocasión toda me tocó ir escurriendo su venida por entre las piernas (don Ignacio se había hecho la vasectomía años atrás para "poder follarme a putitas como tú sin preñarlas – decía). Había veces que mi vagina seguía palpitando estando yo ya sentada en mi pupitre de mi salón donde me follo la primera vez (contada en mi confesión anterior), en la misma aula y pupitre donde me follaba seguido una vez cerrada la instalación pasadas las seis de la tarde. Fueron pocos los lugares donde no me cogió.
Me lo hizo en la oficina de la directora, en el patio central, en las duchas, en las gradas de la cancha de básquet, en la cancha de básquet, pero las más de las veces en mi aula, en mi mismo pupitre o sobre el escritorio del profesor (el aula era su lugar favorito, creo que por algún tipo de morbo de joderse a una estudiante en el lugar de su estudio). Un tiempo tuvimos un juego. Ya desnudos ambos me decía – Si te alcanzo, te cojo. Y salía yo corriendo simulando no querer ser alcanzada y cogida.
Cuando por fin me atrapaba me lamia todo el cuerpo como si fuera una paleta y acto seguido me pedía que le dijera – Ya cójame don Ignacio, hágame mujer – y entonces me enterraba la tranca de una sola embestida y nos entregábamos al vicio durante horas. Quizás era la forma de rebelarme a mi condición de hija de familia educada y casta. Todo mundo siempre me ha hablado con respeto y muchos me tienen en alta estima. No saben que dentro de esa chica hermosa y respetable se esconde una puta siempre dispuesta a ser cogida y humillada.
Don Ignacio me hablaba de zorra, de putita, de chica fácil y me cogia con ferocidad. De él aprendí a adorar la verga como ante un altar sagrado, de él aprendí a meterme los huevos a la boca, a masturbar y mamar al mismo tiempo, de él aprendí que mi cuerpo es también un altar. En ese tiempo tuve un novio al que le salieron unos cuernos tan grandes como la verga de don Ignacio. Nunca sentí el más mínimo remordimiento. En alguna ocasión me confesó que yo no era la única a la que se cogia, supe que tenía otra y supe que era su intención un día cogernos a las dos juntas.
El día que me lo propuso mientras me cogia como demonio me encantó la idea y me vine sólo de imaginarlo. Fue el primero que supo que también me gustan las mujeres. La idea nunca se concretó. En fin, mi relación con don Ignacio llegó a su fin después de que alguien lo descubrió cogiéndose a esa "otra", y esa otra resultó ser ni nada más ni nada menos que la hija de la directora, una chica súper mona. La noticia me sorprendió mucho. Nunca imaginé que Leticia (así se llamaba la chica) fuera una "putita" como yo. Como dice el refrán, "Caras vemos, corazones no sabemos". Don Ignacio fue despedido al momento y nunca supe más de él.
Un día le confesé a mi mejor amiga (Elisa) mi asunto con don Ignacio. "No puedo creer lo puta que eres amiga" – me dijo.