Abelardo y yo sesionando con el entrenador.
Habíamos sesionado toda la tarde, como siempre, habíamos tenido la charla del entrenador, los errores repetidos, lo que debíamos corregir, nos animaba a dar mayor rendimiento, etc., estas charlas siempre me han gustado, nuestro entrenador comenzaba por lo peor de todos en su conjunto, luego pasaba lo peor de cada uno que afectaba al equipo, pero siempre concluía, después de proponer cómo debíamos de trabajar, en animarnos con lo mejor del equipo y de cada uno. Siempre me pareció muy instructivo y no se vislumbraban odios, rencores o rencillas, sino estímulo para mejorar
Luego había ejercicios, más ejercicios de calentamiento, esto me parecía necesario pero aburrido. Lo más divertido del calentamiento es cuando nos dejaba sueltos y nos poníamos a hacer el idiota aunque siempre con la pelota en los pies. No nos dejaba relajarnos ni disimuladamente con estiramientos excesivos, sino que se mostraba exigente y creativo.
Los ejercicios obligatorios era lo más pesado, pero también el objetivo del entrenamiento. Los ejercicios eran progresivos, muy técnicos y de cara a la eficacia en el partido. Lo que a mí me sacrificaba es cuando venía el momento de mi humillación, los goles desde todas partes, acababa siempre con dolor de cabeza. Si con medio campo todos estaban jugando contra mí, yo no podía distraerme. Eran dos equipos, un portero, todos con la misma portería. Se colaban el 80% de las bolas pateadas. A todos había que decir defiéndela y todos querían marcar gol. Ahí sudaba más la camiseta que en un partido real.
Luego venía la calma, estiramientos más largos, serenidad en los ejercicios, etc. Pero ese día me envió con Abelardo a la otra mitad del campo para que hiciéramos entre los dos estiramientos ayudándonos y como jugando. Abelardo se puso feliz por esto, ya que iba a poder tocarme cuanto quisiera, pero yo vislumbré que se cernía una nube por el horizonte, que podía ser buena o de mal presagio.
Luego vimos que todos se iban e hicimos ademán de marcharnos, pero el silbato desesperado del entrenador nos frenó en mitad del campo y nos llamó que nos acercáramos a él.
Cuando llegamos, lo primero es que nos abrazó a los dos como quien nos animaba. Nos dijo luego:
— Este sábado os enfrentáis al Ventura CF. Tenéis que saber que es un equipo difícil y duro. No puedo hablar de esta estrategia con todos porque la comentan y eso es como poner el culo a disposición. El objetivo es que tú, Abelardo metas dos goles al comienzo del partido, métete eso en la cabeza, y luego que no te duermas. El segundo objetivo es que tú, Doro, no te despistes ni un ápice, quiero un partido a cero, eso significa que tienes que seguir la pelota sin perderla de vista. No lanzarán por alto, saben que eres bueno; sus golpes serán traicioneros, rastreros, a nivel. ¡Quiero que te rompas las costillas y vayas por la pelota y no permitas que te la golpeen cerca de puerta, amárrala bien y que no escape.
Y continuó:
— Doro, vete a puerta. Abelardo, toma —le lanzó la pelota— no la sueltes de tus pies y mete gol, no consientas que te la coja de tus pies.
Comenzamos. Abelardo jugó como quiso delante de mis narices con la pelota y consiguió encajar dos goles. Me llené de amor propio y comencé a echarme loco por la pelota. Jamás en mi vida he atrapado tantos balones rastreros, jamás había visto tantos goles. Mi camiseta quedó fatal, llena de desgarros; parecía venir de la guerra.
Cuando el entrenador, después de interrumpir muchas veces para dar recomendaciones, hizo sonar el silbato para acabar, caímos Abelardo y yo al suelo juntos y nos faltaba el alma en nuestro cuerpo. No sabíamos si amarnos u odiarnos, habíamos pasado una media hora haciéndonos la guerra. Nos miramos a la cara y no nos dio ni por sonreír. Se acercó Mr. Vilhjalmsson y nos dio la mano para que nos levantáramos del suelo. Puestos de pie, nos abrazó y nos dijo:
— Ahora sé que vamos a ganar.
Caminamos los tres con nuestros brazos a la cintura de Mr. Vilhjalmsson, y él nos abrazaba con sus brazos por nuestros hombros. Iba diciendo cosas sobre nosotros, que si somos el alma del equipo, que nosotros somos los que haremos ganar el partido más complicado de la temporada, que si el Ventura era un atajo de señoritos cabrones de mucho dinero pero todos una mierda…; así hicimos el recorrido al vestuario.
Nos invitó a pasar a su zona donde tenía un jacuzzi que no sé qué entrenador anterior había mandado construir y que ahora no se usaba, pero que todo era cuestión de llenarlo… Pero en realidad lo vimos ya lleno de agua y en acción: burbujas, remolino, chorro alto y todo lo necesario, incluso luces. El entrenador nos dijo que nos desvistiéramos y nos metiéramos para relajarnos porque el trabajo había sido duro. No le faltaba razón, pero con él allí delante nos parecía excesivo. Abelardo, con un todo de atrevimiento pregunto:
— ¿Desnudos?
— Si quieres te pones el abrigo para entrar, —contestó Vilhjalmsson.
Me reí, me quité todo y me metí, agua templada tirando a caliente. Me siguió Abelardo. Mr. Vilhjalmsson se quitó su ropa y lo miré bien. ¡Qué cuerpazo! Era la ostia, marcado todo, hasta el mínimo cuadrante, cada músculo, se podía dar una lección de anatomía viendo ese cuerpazo. Cuando se acercó miré su polla, ¡qué polla! La madre que le parió debía ser elefanta. le llegaba a la rodilla, carnosa, nervuda y circuncidada. ¡Qué glande! Me entraron ganas de que nos encerrara para violarnos. Se metió en el jacuzzi y se puso en la parte más alejada dentro con agua hasta los hombros como nosotros. De repente, mientras Mr. Vilhjalmsson estaba al otro lado, en susurros al oído me preguntó Abelardo:
— ¿Te atreverías con esa polla?
— Ya me pica el culo de ganas, —respondí.
— ¿De qué habláis, muchachos?, preguntó Mr. Vilhjalmsson.
— No, de nada, no, señor, —dijo Abelardo.
— Yo sí, Mr. Vilhjalmsson, de lo bueno que está usted, de su polla, ¿a quien le gustaría tenerla dentro?, de eso hablábamos, perdone, Mr. Vilhjalmsson, —dije quizá motivado por el cansancio.
— Está usted casado, Mr. Vilhjalmsson, —preguntó Abelardo.
Se puso de pie, mostrando toda su pollaza y dijo:
— Eso ya no se lleva, muchachos, ¿qué mujer aceptaría un hombre con esta polla tan trabajada? Esto es solo para machos y muy machos. La primera chica que me vio siendo yo jovencito se fue corriendo, desde entonces que no, que no he tenido sexo con mujeres.
— ¿Y con hombres?, —pregunté-
— Doro, tú me has mirado y te ha entrado el pánico, Abelardo se ha horrorizado…, solo un par de veces me he encontrado a machos dispuestos a tragarse esta polla.
— A mí me gustaría, míster…, —dije con cierto recelo.
— Yo solo darle una buena mamada y no completa, eso no cabe en mi boca, —dijo Abelardo haciéndose el hombre, pero con horror.
— No os he traído para violaros, ni por tener sexo, pero sé que sois buenos amigos y me gustaría ver qué sabéis hacer y qué podríais hacer conmigo, sin obligación, —dijo muy osado Mr. Vilhjalmsson, con no menos humildad y sin exigencias.
Pero a mí me entró el gusanillo y pensaba qué podría ocurrir si me dejaba follar por la pollaza esa que le colgaba, ¡menuda tranca! del míster. Podría entrar, y todo lo que entra sale, podría no entrar y sería una decepción, pero más decepción sería el miedo. Pensé para mis adentros: ˝Doro, tú querías pollas, esta es descomunal, pero será difícil que encuentres semejante oportunidad en toda tu vida, ¡anímate y ve por ella!˝.
Mr. Vilhjalmsson seguía de pie y nosotros hundidos dentro del agua con las rodillas dobladas y las pollas enhiestas. Yo miraba la pollaza de Mr. Vilhjalmsson, doblada casi por la base, colgando totalmente humillada y acabando con el glande amoratado con una franja blanca junto al anillo a la altura del centro de la rodilla, que al menor movimiento se movía como el badajo de una campana a derecha e izquierda, pero que ya se estaba golpeando a sí misma con ligeros movimientos hacia adelante y hacia atrás, creo que motivados por mi modo de mirarla, pues yo tenía la boca llena de saliva y la miraba con ávidos y aviesos deseos, lo que no pasó desapercibido para Mr. Vilhjalmsson.
Me incorporé poniéndome de pie, adelanté hacia el míster, me senté al borde del jacuzzi que es ancho y agarré aquella polla con mis manos sopesándola y acariciándola. No pude calcular su peso, pero sí su apetencia. Por el costado veía a Abelardo absorto mirándonos, sobre todo mirando el culo del míster, que tampoco estaba mal. Arrimándome a la pared me fui hundiendo en el agua, doblando las rodillas hasta que tocaran suelo y quedé con mi rostro frente al trancazo del míster. Cuando iba a meterla en mi boca, vi que se acercaba Abelardo y se colocó junto a mí igualmente de rodillas y ambos comenzamos a besar, lamer y chupar aquella polla por partes. Había polla para los dos y pudimos ver cómo la íbamos enderezando. Nos estábamos animando al ver el efecto de nuestras mamadas y la polla se puso recta cual saeta de una brújula enhiesta y todavía no estaba dura del todo. Para sujetarme bien, me agarré por debajo de la nalga del míster, en la parte trasera del muslo y sobre el hombro de Abelardo. Abelardo se agarró de los muslos bien desarrollados del míster y metió la polla dentro de su boca mientras yo la mamaba por los laterales y acariciaba sus huevos. ¡Qué paquetón! Aquello parecía una bomba en color carne un tanto pardusca.
Tantas lametadas dimos entre Abelardo y yo y alternando por meterla en la boca, que el míster comenzó a gemir rabiosamente de placer. Llenamos la polla y sus bolas de nuestra saliva y salpicada con gotas de agua. Los turnos de metérsela en la boca eran alternos y rápidos porque tanta polla era imposible de meter del todo. Intenté que atravesara mi garganta y me escoció, no entraba o no supe meterla bien. Lo intentó Abelardo y tampoco. Entonces hice gárgaras con la saliva que depositábamos sobre la polla y me la metí de inmediato, entró por mi garganta, pero pronto me faltó el aire, ni por la nariz podía respirar. La saqué y tosía, pero intenté una par de veces más y, ocurriendo lo mismo, me parecía placentero. Soltamos la polla y vimos su inclinación, no estaba totalmente vertical, pero era una polla recta, sin curvas, verdaderamente apetitosa.
— Descansad un momento; luego, si queréis, seguimos…, dijo el míster.
Nos remojamos un poco como quien deseaba nadar y salimos los tres afuera del jacuzzi. No hablábamos. Parecía que teníamos el permiso tácito de jugar con la polla porque se la mirábamos y seguía erguida, menuda erección, ¡la puta que lo parió!
— Bueno, amigos, ya sabéis algo de mí que nadie sabe. Delante de los demás me llamáis el míster, o Mr. Vilhjalmsson, pero somos amigos y podéis llamarme Gunnar, ese es mi nombre. Yo no tengo más amigos, luego os doy mi número de móvil, si necesitáis algo podéis llamarme.
Nuestra calentura se había bajado, pero a mí seguía atrayéndome esa polla que mis ojos ahora veían humillada y rezumando líquido transparente y pegajoso hasta el suelo. Para nada se la había tocado Gunnar, mientras que nosotros sí, ¡qué aguante, teniendo esa pollaza! Me pareció tan extraordinario que le miré a los ojos suplicando tocarla y me dijo:
— Sí, por supuesto, lo que quieras.
Le pedí que se sentara en la banqueta, me puse de rodillas, de nuevo, me la metí en la boca y a Abelardo le indiqué con mi mano que me dilatara el culo, levanté mi trasero como gato para que me lo trabajara bien y al tiempo que yo le daba placer a Gunnar, Abelardo me lo daba a mí. Puse la polla totalmente erecta jugando con la lengua sobre el frenillo que le hacía gemir a Gunnar y tocando sus bolas. Otro tanto hacía Abelardo, comerme el culo y me metió hasta tres dedos que iba separando mientras jugaba con mis bolas. Sentí que me había penetrado los tres dedos separados y consideré que pasaba aquella polla.
Me di media vuelta para dar a entender a Gunnar que me atravesara y se puso de pie, acomodó su polla a mi culo, la sentía pasearse por mi raja y mis nalgas, mientras yo separaba mis glúteos para mostrar y abrir bien mi agujero y Abelardo me besaba penetrando en mi boca. Grité:
— ¡Gunnar, maricón, métemela ya, joder!
El grito debió ser muy fuerte para la sensibilidad de Gunnar que me la metió junto al hoyo y yo me distendí totalmente, de modo que su capullo pasó, apreté de satisfacción, no me había dolido. Aflojé y Gunnar empujó, me dolió y cerré la boca mordiendo el labio de Abelardo que gruñó rabiosamente. Volví a aflojar y empujó. No sé dónde había llegado, pero, metí mis manos atrás y faltaba como un tercio de polla por meter porque alcancé a tocar sus bolas. Mientras Abelardo se acariciaba el labio, pensando que tendría sangre, volví a gritar:
— Métela toda, joder, sin miedo, destrózame, ¡viólame, cabrón! ¡¡¡Métemela ya, joder!!!
Empujó y entró, sentí sus bolas por debajo de las mías. Se quedó quieto. A mí me dolía enormemente, pero me entró la puta en mi ser y comencé a mover circularmente mi culo para hallar alivio al infernal dolor. Gunnar solo hacía que escupir sobre su polla y culo y la sacó un poco y escupió abundante porque el escupitajo cayó en mi nalga de donde lo recogió y lo masajeó junto a su polla. Abelardo se acercó por detrás y exclamó:
— ¡Joder, qué culo, la tragaste toda, toda, toda…!
Y escupió varias veces sobre la polla de Gunnar para favorecer la posibilidad de deslizarse en lo que venía a continuación. No había desaparecido el dolor, pero sentía placer de saber que estaba toda dentro. Se me acercó Abelardo y me preguntó:
— ¿Te duele mucho?
Con mis lágrimas en los ojos de dolor y la sonrisa del placer le dije susurrando:
— Sí, me duele mucho, pero si me das tu polla a la boca me dolerá menos.
— ¿A quien le amarga un dulce? Mientras no te me la comas de verdad…, —contestó Abelardo.
Metió su polla en mi boca y entendió que tenía que follármela sin parar para darme gusto. Al verlo Gunnar moverse, comenzó suavemente un movimiento de penetración saliendo y entrando, y escupía cada vez hasta que notó mis brazos sin tensión y moviéndose normalmente; dejó de escupir, mi culo se había acomodado a la polla de Gunnar. No fue rápido, algo así como desde que te caes de un quinto piso hasta que sales del quirófano. Pero parece un milagro, todo se pasa, el dolor pasó y a la follada de Gunnar solo había que esperar con paciencia, a la follada de Abelardo ayudarle con la lengua y los labios dándole al frenillo. Abelardo comenzó a suspirar:
— Me voy, me voy, me corroooo… ¡Joder, que me corroooo…!
Se corrió magistralmente. Cerré bien mi boca para que no se me escapara nada. Cinco chorrones que dieron con fuerza en el paladar y pude tragar, luego el resto que exprimí de la polla de Abelardo. Se la dejé limpia, me besó para probar su esperma, pero tuvo que dejarme porque Gunnar lo llamó diciendo:
— Méteme tus dedos en mi culo para que me corra. Abelardo, que mete los dedos en cualquier sitio, está muy entrenado y lo folló con sus dedos de tal modo que Gunnar comenzó a gritar salvajemente, mientras yo notaba palpitar su polla y sus venas:
— Macho, córrete, córrete ya, Aaaagggh, aaaagggh, aaaagggh, — decía esto sin parar, expulsando su esperma, hasta que se inclinó sobre mi espalda dando besos a mi cuello. Entonces también me vine yo con fuertes trallazos de semen.
Entonces le susurré al oído:
— Has disfrutado, ¿eh maricón?
— Te has comportado como una buena puta, muchacho, —me contestó.
Poco a poco y bajada su calentura Gunnar fue sacando su polla. Los tres estábamos sudando y nos metimos en el jacuzzi. Al final pasamos a la ducha donde los dos me ayudaron a lavar mi culo que seguía tan abierto que mi pulgar entraba sin rozar. Gunnar con un trapo limpió los restos de semen, sobre todo míos que había en el suelo. Nos vestimos y, saliendo del vestuario, Gunnar nos invitó a subir en su coche, pero decliné porque me dolía el culo y quería caminar para ayudar a rebajar la dilatación. Lo entendió y dijo:
— Ponte bien, el sábado ganaremos, ganaréis vosotros, ganaremos todos y a vosotros dos os invito a cenar en un sitio muy especial… ¿os gusta la comida de diseño?
— ¡¡Muuuuucho!!, — dije yo.
— Como te has portado hoy en el campo y en el jacuzzi, hazlo el sábado y seremos campeones…, sé que lo harás.
— OK, — dijimos los dos.
Abelardo se quedó conmigo en mi casa. Estábamos felices, pero me convertí para Abelardo en su héroe sexual. Esa noche no follamos, pero nos masturbamos mutuamente algunas veces, mientras Abelardo elogiaba mi proeza con la polla de Gunnar. De vez en cuando, Abelardo me fue girando para ver mi culo y me iba comunicando como volvía al sitio. Más que sentir dolor, era una especie de escozor que parecía como que me faltaba algo en mi culo. En la mañana, en la ducha metí mi pulgar buen mojado con saliva, costó entrar, pero una vez dentro sentí mucho alivio. Abelardo me puso una crema que vio en el baño para suavizar antes y después de las penetraciones. Sentí alivio y le pregunté de donde la había sacado. Me dijo que estaba en el baño y entonces pensé y le dije a Abelardo:
— La ha dejado mi taita para cuando follemos.
— Esa mujer es una verdadera joya, —dijo Abelardo.
Bajamos a desayunar sin prisa, porque las clases de jueves eran por la tarde. Me acompañó a pasear para aliviar mi culo y comimos en casa con mi taita.