Los que leyeron mi anterior escrito ‘Mi lista de amantes’ recordarán que el conserje del colegio donde solía estudiar me folló varias veces en su cuarto dentro del colegio que era donde vivía. La mención de él en mi lista me lo regresó a la mente y después de mucho pensarlo me decidí a hacerle una visita.
Fue así como sucedieron las cosas que ahora voy a relatar.
No sé debido a qué circunstancia ese tipo me atrae, no porque sea atractivo, para nada, es un cincuentón, barrigón y sucio, sólo que tenía una forma de mirarme que me metía la pija con la mirada. Todo sucedió una tarde en que tuve que regresar porque había olvidado mi celular en mi locker. Toque la campana un par de veces y cinco minutos después apareció don Ignacio vestido con un sucio jean y una camiseta de tirantes.
– Qué se le ofrece señorita Amanda -me preguntó con su mirada fija en mis tetas. Esa tarde llevaba también yo una playera de tirantes y un short rosa bastante ajustado, la verdad es que sólo tenía planeado tomar mi celular y regresar a casa a descansar y quizás masturbarme, andaba en mis días y a mi me sucede que eso me pone más cachonda de lo habitual.
– Olvidé mi celular en mi locker y vine por él -le dije algo inquieta teniendo sobre mis tetas los ojos clavados de ese pervertido. Ese tipo es capaz de mamarle las tetas a una chica con los puros ojos.
– Pasele señorita Amanda, yo la acompaño, no vaya usted a perderse – me dijo el cínico mientras caminaba a propósito detrás mío para irme viendo el culo mientras caminaba.
Podía sentir el peso de su mirada en mis nalgas. Cruzamos el patio y nos dirigimos hacia los lockers que están ubicados en un rincón del patio central. Al llegar a ellos caí en la cuenta que había olvidado la llave del candado en mi casa. Le dije apenada que tendría que regresar a mi casa pero me dijo que no era necesario, que en su cuarto tenía una ganzúa y que con ella podría abrirla.
– Acompáñeme señorita Amanda – me dijo el tipo sin quitar los ojos de mis tetas.
Era un rumor entre compañeras que don Ignacio había sido descubierto por algunas chicas masturbándose en algún aula del colegio y que calzaba grande. Se sabía también que ya se había follado a dos o tres chicas y que era una gloria en la cama. Cruzamos el pasillo que conducía a su habitación, no sé porqué caminé con él en lugar de esperarlo y, cuando abrió la puerta, pude ver un catre distendido, su escaso mobiliario y bastante polvo. Supe que la higiene no era lo suyo y aun así entré a su habitación. Al ver el catre me pregunté si allí ya se habría follado a alguna de mis compañeras.
– Sientese señorita Amanda -me dijo no en un tono gentil sino de manera un poco tosca- no vaya usted a cansarse mientras yo busco esa pinche ganzúa. Dónde la habré dejado -decía mientras se paseaba por el cuarto pasando cerca de mi sin ocultar su mirada pegada a mis senos.
En ese momento me percaté que este tipo tenía un cierto tipo de magnetismo animal, no era gratis que entre compañeras se hablara sobre don Ignacio y su mirada pervertida. Mientras yacía allí sentada, completamente sola frente a un tipo que casi podría triplicar mi edad y duplicar mi peso, me percaté de que el tipo no es que no encontrara la ganzúa sino que ahora se paseaba cínicamente por toda la habitación sin quitar la mirada de mis tetas, el tipo lo que quería era follarme y a mí me estaba gustando ser el sujeto de ese deseo.
La carpa en su pantalón ya era fácilmente visible y seguía creciendo descomunalmente, se paseaba junto a mi y cada vez pasaba más cerca su cosota de mi rostro, la cual, estando yo sentada la veía prácticamente frente a mis ojos. Estaba yo como hipnotizada, por alguna razón no podía quitar la vista de ese animal, ¿cómo sería liberada?, ¿hasta dónde sería capaz de crecer?, ¿sería capaz de follarme allí mismo? Para entonces mi concha estaba hecha una charca de sangre y de mis jugos y posándose frente a mí se detuvo, se bajó el cierre, metió su mano por el hueco y finalmente liberó al animal exponiéndolo a escasos diez centímetros de mi cara mientras comenzaba a jalársela con gran morbo.
Lo que salió de ese pantalón era un manjar, un fierro de 25 centímetros de largo (días después regresé para medirlo, jejeje) y tan grueso casi como mi puño cerrado, era de color bastante oscuro y su glande era perfecto, simulaba a la perfección un casco de bombero y de su tronco sobresalían venas gruesas que lo hacían lucir amenazador. Yo me quedé estupefacta, por mucho tiempo la verga más grande que vi fue la de mi hermano, pero esta cosa que tenía frente a mi era un monstruo, una serpiente marina, no podía quitarle la vista de encima y lo único que me distrajo fue cuando me dijo:
– Sáquese las tetas señorita Amanda, déjeme verlas -dijo mientras escurría saliva de su boca. No sé porqué le obedecí y no me fue, el magnetismo animal de ese hombre maduro, sucio y vulgar imponía en mi obediencia y docilidad. Me saqué las tetas por sobre la playera de tirantes que llevaba puesta y se las expuse cuando él aceleró el ritmo de su jalada a un ritmo casi epiléptico, como si le estuviera dando un ataque, parecía que quería arrancarse la verga.- ¿Los quieres en la cara putita, o en la boca? -me preguntó.
La palabra "putita" que salió de sus labios me hizo reaccionar y sin pensarlo dos veces le respondí:
– En la cara don Ignacio, échemelos en la cara -le contesté sorprendida de mi respuesta, como si esa pregunta hubiera sido expuesta a una persona que vivía en mi, pero que no era yo. No pude más y me llevé la mano al coño sin siquiera desabotonarme el short, el contacto de mis dedos con la humedad de mi sangre y mis jugos combinados me ocasionó un fuerte orgasmo casi al momento. Justo cuando terminaba de venirme de la verga de don Ignacio salió un fuerte disparo de leche que me batió la frente y nariz, el segundo disparo, más potente que el anterior, se dirigió a mi cuello y mejillas, el tercero lo dirigió a mis senos y los siguientes los embarro en mi paladar que por vez primera se metía una verga de ese calibre a la boca.
Me tomé su leche, le limpié la verga con la lengua y me percaté de lo bien que sabían los mecos de don Ignacio, un sabor dulce y agradable, sólo me molestó la viscosidad de su venida, fue espesa. Al salir mi mano de mi short mi mano salió mojada de sangre y jugos vaginales y al tipo casi se le salen los ojos de pura perversión:
– Pero mira que la señorita está en sus días -dijo hilvanando una sonrisa burlona. Por primera vez posó sus pesadas manos sobre mis tetas encendidas, mis pezones estaban completamente tiesos, parecían flechas, y don Ignacio llevó su boca con aliento a cigarro a mis senos y se acurruco frente a mi, de cuclillas, amamantándose de mi. La sensación de ver a ese hombre arrodillado ante mi y chupando y lamiendo mis tetas me encantó, me hizo sentir poderosa, era como amamantar a un bebé que multiplicaban mi edad y peso.
Pasó la playera por sobre mi cuello y me desabotono el brasier dejándome expuesta frente a él. Así estuvimos por varios minutos hasta que, poniéndose de pie, me di cuenta que su verga ya estaba igual de tiesa que hace rato. Dirigió su animalote a mi cara y yo me deglutí su fierro tan hondo como pude. Podía sentir claramente el contorno de sus venas saltadas por entre mis labios y lengua, esta verga era gloriosa recuerdo que pensé en ese momento. De pronto, se puso de pie y me levantó junto a él, la diferencia de cuerpos no podía ser más patética, su barriga era asquerosa pero ese pedazo de verga que sobresalía por sobre su barriga era un manjar de diosas, parecía la verga de un burro.
Me tomó con sus ásperas manos, me dio la vuelta como si fuera una muñeca, se deshizo de mi short rojo y tanga de encaje y dirigió su glorioso mástil a mi boca quedando yo de cabeza con mi cabello cayendo en dirección al suelo, mi boca intentando deglutir ese pedazo de carne estando de cabeza y de repente sentí que empezó a lamerme la concha como si fuera un helado. ¡Este cerdo me estaba comiendo la concha estando yo en mis días! Con sus manos fuertes me sostenía de la unión entre mis piernas y mi cintura y me balanceada moderadamente, como columpio, para que se la mamara con el puro balanceo. Estando en eso me percaté que don Ignacio se estaba quitando los zapatos con los mismos pies y deshaciéndose de sus pantalones y calzones mientras él seguía de pie sosteniéndome de cabeza con la pija en mi boca y él comiéndome el coño como un animal salvaje, nunca nadie me había lamido así la concha, este hombre era un enfermo sexual. De repente, empezó a caminar cruzando el cuarto, abrió la puerta y siguió caminando conmigo de cabeza y su boca en mi coño.
– A dónde vamos -le pregunté sacada de onda- don Ignacio, nos pueden ver -le volví a decir.
– No se preocupe señorita, puse el candado en la reja y nadie tiene llave de ese candado más que yo, ni la directora. O sea que no te preocupes y sigue mamando. ¿En qué salón va? -me preguntó.
– B202 -le conteste. Sin saber lo que tramaba a mi ya me estaba resultando dolorosa esa posición.
– No se preocupe señorita, ya estamos por llegar.
Cruzamos todo el patio y las escaleras en esa posición, dos tipos desnudos comiéndose los sexos de esa manera debía ser una escena de ciencia ficción. Entramos a lo que reconocí era mi aula. Con un movimiento de manos me volteó hacia mi vertical y me colocó en el suelo. La sensación de verme totalmente desnuda frente al conserje en mi aula me puso más cachonda de lo que ya estaba.
– En dónde se sienta señorita -me preguntó don Ignacio con pequeños restos de mi sangre alrededor de sus labios y barbilla.
– Allí -le dije señalándole mi lugar en el aula.
– Pues no se diga nada más -dijo yéndose a sentar con su culo desnudo en mi propio pupitre con su gigantesco falo apuntando al techo.- Vengase señorita, móntese en mi verga de macho y cabálgueme como la putita que es en el mismo pupitre donde aprende sus cositas.
¡Por fin descubrí lo que este tipo quería, quería follarme en mi propio salón de clases, en mi propio pupitre! La idea me encantó y me monté en el dejando deslizar todo su falo dentro de mi. La comida de concha que me había hecho me había dejado empapada y lista para ser empalada. Me lo cogia frenéticamente mientras él bufaba como toro.
– Me lo cojo don Ignacio, me lo cojo, me lo cojo, me lo cojo, me lo cojo -empecé a decirle como posesa mientras su falo entraba y salía de mi y sus labios chupaban mis tetas y su lengua lamia mis pezones.- Soy su zorra don Ignacio, soy su zorra, su puta, su alcahueta, soy su hija (me encontré diciéndole de repente y no supe ni porqué), cójame porque soy su hija, hágame un bebé aquí mismo en la escuela, en mi pupitre, préñeme don Ignacio le empecé a decir mientras tenía orgasmos simultáneos cada uno llegando más fuerte que el anterior.
Don Ignacio empezó a bufar como animal y, no aguantando más, se puso de pie llevándome cargada al escritorio del profesor, allí me recostó de espaldas y me empezó a poseer como un salvaje hasta que de su ronco pecho empezó a proferir maldiciones y a decirme mecánicamente "Te preño cabrona, te preño puta, aquí te preño para que casa día que vengas a la escuela me recuerdes a mi preñándote donde estudias putita" hasta que sentí que su verga de animal se tensó incluso más dentro de mi y entonces sentí sus palpitaciones y sus lechasos dentro de mi, qué delicia, nunca nadie se había venido dentro de mi de esa manera.
Quedamos los dos tendidos sobre el escritorio totalmente exhaustos y llenos de sudor.
– Creo que esta ha sido la cogida de mi vida don Ignacio – le dije después de un rato. Sólo espero no me haya preñado.
Empezaba a anochecer cuando salimos del aula desnudos de regreso a su cuarto donde habían quedado nuestras ropas tiradas en el suelo. Antes de salir el pervertido me dijo algo que me dejó pensativa:
– Señorita Amanda, si un día anda cachonda mientras clases, avíseme, me la puedo follar aquí en mi catre y mandarla de regreso a clases con el estómago y la concha llenita de leche. Una semana más tarde mientras don Ignacio limpiaba unos pisos me acerqué a él y le dije:
– Don Ignacio, deme la llave de su cuarto, lo espero allí en un rato.
Ese fue el comienzo de una relación de aproximadamente seis meses que mantuve con ese pervertido. El hijo de puta me hizo ver las estrellas. Saludos.