Bajo la lluvia de la ducha.
Marcos me esperaba para hablar conmigo. Así me lo dijo:
— Necesito hablar contigo para decirte dos cosas.
— Dímelas ahora, aquí mismo.
Se me acercó más, miró para todas partes en medio del campus, no circulaba nadie por allí y bajó aún más la voz como si quisiera evitar que nos escuchara el aire que respiramos. Casi murmurando, me dijo:
— Quería decirte dos cosas, una es que tengas mucho cuidado con Jaime, no es malo, pero es un poco aprovechado y me temo que te puede hacer alguna, que todos lo hemos sufrido.
— ¿Qué os ha hecho?
— A mí me invitó muy en secreto para ir a su casa y fui pensando que era asunto entre nosotros, pero esperaba también otro chico y quisieron follarme los dos; tuve suerte que pude escapar, pero otros no tuvieron la misma suerte…
— Ya; entonces, ¿tú eres gay?, —pregunté.
— Ah, bueno, ¿no sabías?
— No, no sabía, tampoco sé por qué tenía que saber…
— Disculpa —se puso nervioso Marcos—, parece que no tienes muchas ganas de conversar conmigo…
— No es eso, no, no es eso; es que…, hum…, bueno, te agradezco que me hayas avisado, tomaré precauciones; ahora la otra cosa que me quieres decir.
— Y si mejor lo hablamos en otra ocasión, veo que tienes prisa, —dijo más nervioso que nunca.
— No tengo prisa, pero es que hoy me asalta un nerviosismo que no sé qué me pasa.
— Pareces estresado…, ¿por qué no vamos a tomar algo? ¿Quieres?
En eso que apareció Abelardo y, al vernos, se acercó, diciendo:
— ¿Qué secretos os estaréis contando que os habéis puesto en el medio del césped?
— Abelardo, ¿vienes no nosotros a tomar algo?, —preguntó Marcos.
Miré a uno, miré al otro y antes de que Abelardo hablara, pregunté:
— ¿Os habíais puesto de acuerdo para llevarme con vosotros?
Mientras Marcos negaba y volvía a negar e iba diciendo que no sabía que Abelardo estaba por allí, este, frío de toda la conversación, dijo:
— Claro que sí; si me esperáis un rato, voy a recoger mi abrigo que se me había olvidado y allí tengo mis documentos y, aunque es poco, también mi dinero.
— Perdón, no quise decir nada, estoy nervioso, necesito ir con vosotros, Abelardo, te esperamos, —dije con firmeza.
Parece que esta actitud repentina mía al haber escuchado a Abelardo la razón de su presencia allí, animó a Marcos y me preguntó:
— Oye, se te nota muy estresado, pero te tengo mucha estima, aunque nunca hemos cruzado más que dos o cuatro palabras de cortesía, pero te puedo asegurar que yo soy franco…; antes de que llegue Abelardo quiero decirte la otra cosa para que te la pienses… —me puse muy atento porque había bajado mucho la voz— me gustas, me gustas mucho, me estoy enamorando de ti, si no quieres no hagas caso, pero sabe que me gustas mucho y al menos podemos ser amigos.
— Marcos, me pillas en un mal momento, tú también me gustas, podemos ser amigos, pero de momento nada más, no te molestes con lo que te estoy diciendo, pero no quiero novios de momento, no sé si yo podría ser monoándrico.
— No te volveré a molestar con preguntas, pero busco antes que nada tu amistad.
Llegó Abelardo feliz con su abrigo y con la billetera en las manos y dijo:
— Por haberme esperado, os invito yo.
— No, no, no…, —dijimos Marcos y yo a la vez.
— No se hable más, pues, entonces…, vamos que pago yo, concluyó Abelardo.
Salimos del campo y emprendimos el camino por la Avenida de la Universidad hasta llegar a una cafetería donde Abelardo nos indicó que se estaba bien. Entramos, pedimos una cerveza cada uno y nos pusimos a hablar. Comenzó Marcos, diciendo:
— Jaime y Buffon han roto, ¿lo sabías?, —dijo mirando a Abelardo.
— Es que esa pareja eran de cuidado —decía Abelardo—, se engañaban continuamente, tenían planes perversos…
— Solo presumían de polla —dijo Marcos— como si la tuvieran tan grande…
— Dejémoslos, ya se arreglarán, que cada uno tiene lo que se busca, —dijo Abelardo y mirándome— tú no pareces saber nada de nada, —y volviéndose de cara a Marcos— ¿tipos buena gente como Doro no te encontrarás, callado, discreto y buen amigo…
Se me subieron los colores a la cara. Yo no decía nada y ellos siguieron contando cosas de Jaime, las botellas ya estaban vacías, me mareaba escuchar hablar de Jaime y tomé la palabra:
— ¿Sabéis que he pensado? Que os invito a cenar, quiero mostraros que puedo ser vuestro amigo y que me caéis muy bien, pero…, antes he de hablar con mi casa, no sea que meta la pata… Esperad un momento…
Pasé a la barra donde estaba el camarero y le dije que llevara tres botellas más a la mesa. Llamé a mi taita y le dije si estaba la cena preparada. Me respondió
— Dorito, te he hecho lo que más te gusta y te estoy esperando para que se mantenga caliente.
— Taita, ¿has hecho justo o mucho?
— ¿Por qué preguntas, Dorito, tienes que no te lo acabarás todo?
— Gracias, Taita, voy a ir con dos amigos, trátanos muy bien, como siempre lo haces conmigo.
Antes de ir a la mesa, pagué en la barra al camarero y me fui a sentarme con ellos. Ya estaban acabándose su cerveza y me di un buen sorbo. Entonces les dije:
— He llamado a casa y está la cena lista para los tres. Sería conveniente irnos para cenar porque mañana hay entrenamiento y me levanto a las cinco a correr.
Nos levantamos, Abelardo fue a pagar y le dijeron que ya estaba cancelado. Mientras le esperábamos, llamé un taxi, nos subimos los tres y llegamos a mi casa. Cruzamos el pequeño jardín y, cuando vieron la fachada, escuché a Abelardo que dijo:
— Ah, tu casa es unifamiliar, es de tu familia o la has alquilado…
— Fue de mis padres, ahora es mía y vivo aquí con mi taita que es de Badajoz.
— ¿Tu taita?
— Bueno, sí, es mi empleada, era la empleada de mis padres, ella me crió desde antes de mis dos años en que murieron mis padres de accidente automovilístico y es para mí como mi madre y desde pequeño la llamo taita; no sé ni lo que significa, pero expresa mi cariño a la mujer que me crió. Mientras ella viva, esta será su casa.
— Perdona la indiscreción, pero si no tienes padres, de qué vives tú…, perdón, si no quieres no respondas…
— Podría decirte que del narcotráfico, pero no, algo de eso tenían mis padres, pero vivo de la fortuna que acumularon en su vida, pero eso no es importante, para mí no lo es, y vosotros queréis ser mis amigos y yo quiero ser vuestro amigo.
Entramos y llegamos al salón, sobre la mesa había una bandeja con unas tapas y tres copas junto a una botella de champaña. Entonces les dije:
— Eso lo acaba de poner mi taita para recibir a mis amigos…, la voy a llamar y la conoceréis.
Le hice salir con muchos ruegos. Salió, saludó, al ver que yo la besé, Marcos y Abelardo la besaron también. Me quité el abrigo y Taita me lo recibió, lo mismo hizo con la chaqueta y con la ropa de Marcos y Abelardo que la puso en un armario que hay en el zaguán. Luego le dije:
— Taita, ¿quieres cenar con nosotros?
— Ay, no, mi hijito, yo ceno otra cosa más leve, así vosotros habláis de vuestras cosas, —y se retiró.
Cuando ya nos acabamos la botella pasamos al comedor, todo estaba ya preparado y comenzamos la cena. Entonces Abelardo dijo:
— Vas a disculparme y a disculparnos, pues todos en el equipo te teníamos por muy pobre…
— Además, te pediste el encargo de recogedor de materiales…, añadió Marcos.
— Yo llegué a pensar que alguien te daba una beca para estudiar…, —dijo Abelardo.
— Bueno, bueno, esas cosas ocurren por mi culpa, porque disimulo mi situación…, pero sí, soy pobre, no tengo padres ni los he conocido, si no fuera por mi taita…, es que no tengo ni abuelos, ni tíos, ni primos, por eso es que lo que quiero son amigos de verdad, que me traten como uno más, no quiero que me traten por mi dinero… Hoy, después de cenar os iréis a vuestras casas, el taxi está avisado y pagado, pero a mí me tratáis como uno más, sin otras deferencias…
— ¿Quién se atreve ahora a meterse contigo?, —reflexionó Abelardo.
— Abelardo, tú nada tienes que temer, ya te conozco, sé que eres bueno, y tú, Marcos, hoy hemos hablado en serio por primera vez, también me va a gustar tu amistad.
— Me gustaría salir a correr contigo —dijo Marcos— ¿por dónde vas?
— Salgo en mi coche o en taxi hasta el paseo marítimo y allí corro a mis anchas.
— Con razón te levantas a las 5 de la mañana, tienes casi media hora para llegar…, —dijo Marcos.
— A esas horas de la mañana, se llega en menos de 15 minutos, pero mañana, después del entrenamiento hablamos…
— Si lo hacéis los dos, yo me apunto, —aseguró Abelardo.
Cuando se acabó la cena, el taxi ya estaba esperando a Marcos y a Abelardo. Nos despedimos con un abrazo cada uno. Abelardo pasó disimuladamente su mano por mi culo y le sonreí.
Estuvimos en el entrenamiento, todo era estupendo porque el entrenador venía muy animoso. Pienso que gracias a la victoria del partido anterior, que se había pronosticada en nuestra contra y que ganamos por 1-4, y a lo que parecía seguro una victoria esta semana, el equipo estaba muy entusiasta y todos me daban ánimos para que siguiera con mis capturas. La verdad es que me pidieron ir al equipo por las pelotas altas, pero me encanta echarme por la pelota y he avanzado mucho en este sentido.
Al final del entrenamiento se me acercó Marcos para decirme que definitivamente se apuntaba a correr. Quedé con él que pasaría a recogerle por su casa para que no viniera a la mía y no perdiéramos tiempo. Se fue sin esperar a ducharse porque tenía visita de familiares en su casa, según me dijo.
Como siempre, recogí las cosas que quedaron afuera, mis colegas van teniendo cada vez más cuidado en recoger cada uno lo suyo y se me hace más rápida la tarea, lo cual me hace disfrutar más de los ojos, porque ahora llego antes, aunque me entretengo colocando las cosas, así disimuladamente voy no solo mirando sino calibrando las medidas y distinguiendo. Creo que hoy podría reconocer de quien es cada pene con verlo en foto sin la cara de su propietario. Los hay peludos, con los pelos muy revueltos, los hay que se los peinan, los hay rubios, negros, y marrones oscuros; hay penes cortos, otros muy cortos, alguno no se podría ni medir, pero los tipos juegan bien, hay penes largos y delgados, cortos y gruesos, pero, sin afan de presumir, ninguno se iguala al mío, grueso y largo.
Al poco de entrar yo a los vestuarios se me acercó Abelardo para preguntarme sobre lo de correr, le comuniqué la decisión de Marcos y se animó, pero no se apartaba de mi lado. Iba en speedos y se notaba su erección, sabía yo que era eso lo que me quería hacer notar mientras me ayudaba a poner orden y solo le hice una señal afirmativa con la cabeza y un «ok», que entendió perfectamente, con lo que nos hicimos los remolones. Se acercó el entrenador y me dio la llave para que cerrara tras ordenarlo todo. Miré a Abelardo y le contagié mi sonrisa.
Nos metimos a la ducha, aunque era corrida y sin cortinas, como ya indiqué anteriormente, nos pusimos uno al lado del otro, previamente cerré con llave el vestuario para desnudarnos y ducharnos. Me fui a la ducha, Abelardo abrió la de al lado, pero enseguida se vino a la mía y comenzó a tocarme por la cintura y los costados, lógicamente yo hice lo mismo. Me gustaba tanto sentir sus manos por mis costados desde casi las axilas hasta la cadera con suavidad que aflojé el agua, dejando que cayera como una suave lluvia de verano, y nos pusimos a mirarnos sonriendo mientras descubríamos cada uno donde nos gustaba ir sintiéndonos y dónde nos producía placer.
Con Abelardo y sin mediar palabras, con solo caricias corporales y la continuada sonrisa me sentía bien, muy a gusto y encontraba algo singular que no sabría describir pero que notaba. Me acerqué más al cuerpo de Abelardo y acariciaba su cara con deseos de besarlo. Abelardo se acercó hasta juntar nuestros pechos, nuestro abdomen y nuestras zonas púbicas, con lo que se tocaron nuestras pollas y sentí como un rayo interno que subía desde los pies y se centraba en el corazón. Descubrí que ya estaba amando a Abelardo. Le acariciaba la espalda y él sonreía de gusto más que antes, puse mis manos en sus nalgas y las fui masajeando. Abelardo cerró los ojos y el agua le salpicaba desde mi cabeza a su cara. Se sintió inspirado y me agarró de las nalgas, masajeando primero y amagando un dedo en la puerta de mi ano. Poco a poco metió el dedo y poco a poco empujaba, empujaba, hasta que entró.
— ¡Aah! Abelardo, me gusta, —dije suspirando.
— A mí, Doroteo, me gustas tú, más que todo en el mundo.
— Abelardo, cariño, entra ahora en mí, méteme tu polla en mis entrañas, por favor.
— ¿No quieres que preparemos un poco más…?
— No, siento el deseo ya, ahora mismo.
Cerré el agua del todo, me incliné muy agachado dándole todo mi culo a su disposición y con mis manos abría el agujero separando los glúteos. Había visto cómo Abelardo la tenía levantada y le dije:
— No demores, por fa, no demores, entra ya…
Sentí su glande en la entrada de mi culo y escuché y oí los dos escupitajos con abundante saliva y comenzó a empujar.
— Avísame si te hago daño.
— Tú entra, lo otro va de mi cuenta.
Y no sé si fue de modo reflejo, pero voluntariamente retrocedí mi culo para presionar contra la polla de Abelardo y él se animó a perforar y abrir mi culo con su polla. Me hacia daño, pero apreté mis dientes y cerré mis ojos, mientras hacía lo posible para mantener mi culo abierto. Un rato y otro trabajando Abelardo y al fin entró. Como se quedó quieto y me sentía lleno, me moví circularmente y sentía alivio al fuerte dolor que me había producido y comenzó el placer. Abelardo sabía que me había hecho mucho daño. Y le tuve que animar para que comenzara a salir y entrar. Lo hizo y para paliar el posible dolor me daba palmadas en las nalgas, lo que acrecentaba más el placer. Llegó a tocar fondo y sentí como subía mi deseo empujado por un no sé qué interno que eyaculé sobrado de semen por toda la pared de la ducha. Observaba como se iba mi semen hacia el agujero del desagüe que estaba a mis pies y sentí la polla de Abelardo que palpitaba como si fuera el palpitar del corazón y de pronto ¡aaaah! qué gusto, toda la leche de Abelardo en mi interior.
Me giré para sonreír a mi amante y le vi con la cara hacia el techo y ambos ojos místicamente cerrados, las manos muy apretadas a mis caderas y todo el impulso de su polla dentro de mí, como si quisiera expulsarse a sí mismo detrás de su semen. Supe en ese momento que me amaba. Cuando bajó la vista me tomó de los hombros para acercarme a él, yo, con la cabeza vuelta que tenía hacia él, recibí el beso más intenso que hasta ese momento había recibido nunca jamás.
Abelardo hizo ademán de salir de dentro de mí y apreté mi culo, cerrando los esfínteres con lo que le di la señal de que estaba a gusto ahí.
— Quiero besarte de frente para decirte que te quiero, porque has resistido mucho dolor para darme mayor placer.
— Quiero decirte que a besarme tendrás mucho tiempo, que yo quiero sentirte tan unido a mí que no quisiera soltarte ya nunca más.
— Pero sabes que me debes una…
— ¿Yo? ¿Por qué?
— Porque esta vez te tocaba penetrarme tú a mí, yo también te quiero sentir igualmente dentro de mí.
Entonces le consentí que se saliera y nos abrazamos para darnos un beso largo, muy largo, su lengua entró todo lo más que pudo en mi boca, pero yo pude saborear e inspeccionar cada rincón de su boca.
— Te amo, Abelardo.
— Te amo, Doro de mi corazón.
Comenzamos a decirnos piropos, cosas bonitas, ya escuchadas y leídas muchas veces, pero en ese momento y en ese lugar y circunstancias sonaban a nuevas:
«— Si tu cuerpo fuera cárcel y tus brazos cadenas… qué fácil sería cumplir mi condena.
— Cuidado con el sol que te puedes derretir. Bombón!
— Me gustaría ser tu pijama para acostarme contigo.
— Quisiera que fueras el sol, para que me dieras todo el día.
— Quizá no pueda darte lo mejor del mundo…, pero sí lo mejor de mí.
— Ahora que te he sentido, me asusta perderte.
— Soy y quiero ser egoísta, no te miento, que solo seas mío y para mí.»
Esta última frase que dijo Abelardo me asustó y le dije:
— Creo que eso no podrá ser, porque no me veo de un solo hombre, soy poliándrico.
— Eso tiene remedio, si te doy todo mi amor, cada día y cada momento, noche y día, mañana y tarde, te aseguro, Doro, que no desearás a nadie más.
— No quisiera desengañarte, mentirte y fallarte, por eso te digo que lo veo difícil, me voy detrás de cada cara, de cada culo, de cada polla…
— Yo te cubriré todo esos espacios.
— ¿Y si te fallo o te soy infiel?
— Volveremos a comenzar.
Entre todos los piropos hay muchísimos que no he escrito aquí por ser tan cursis que me da vergüenza registrarlos, nuestras pollas se pusieron erectas y deseosas y todo nuestro ser deseaba llenarse de amor, el amor del amante y el amor del amado a unirse en un solo deseo.
Abelardo se puso de rodillas para mamar mi polla, no le cabía en la boca, pero vi cómo la disfrutaba y fue un concierto de sonidos, gemidos, inspiraciones y de repente se me puso en cuatro. Me arrodillé y me agaché para comerme ese culo que me ofrecía, lamí y lamí hasta saciarme y metí poco a poco uno, luego dos y ya tres, —¿para qué más?, me dije—, dedos en el culo de Abelardo. Me sobé mi polla, escupí y la dirigí al agujero de Abelardo con mucho cuidado. Apreté poco a poco escupiendo para hacer fácil la entrada. Abelardo gemía, pero cuando le metí la mitad de mi polla se calló. Me quedé quieto, creí que le pasaba algo y escucho:
— Sigue, sigue, siento un placer divino, un gusto celestial, de paz, quietud y un no sé qué más indescriptible, como la entrada en el cielo…
Seguí y poco a poco metí toda mi polla y la sentí aprisionada, pero un espíritu vivo en mis carnes me subió desde los pies y llegó hasta mi pecho, pero revertió en mi polla y todos mis flujos invadieron el recto de Abelardo, dispersándose por todo su interior hasta el extremo de hacerle estremecer con tanto placer que gritó más de alegría que de otra cosa y disparó su pene todo su esperma llegando a la ducha de al lado. Los dos nos caímos en el suelo, yo encima de su espalda que me puse a besar y Abelardo con sus manos acariciaba mis nalgas.
Al rato nos levantamos. Llevábamos mucho tiempo en la ducha, más de una hora y media y nos entró el alegre pánico de que podría venir algún vigilante. Entonces nos levantamos para ducharnos y mientras nos vestíamos ocurrió lo que no deseábamos. Llamaron a la puerta y salí para dar explicaciones, ya iba vestido y le dije al vigilante que estaba arreglando todo el material, que se había caído la pira de colchonetas y le dije si quería entrar. Como me conocía, me dijo que no, que solo le preocupaba si había algún intruso o si habíamos dejado la luz encendida.
— No se preocupe ya, que me voy gracias a que ha venido un amigo a ayudarme; porque, al ver que no podría llegar hasta arriba, tuve que llamarlo.
Salimos delante del guardia jurado y, al decirle buenas noches, me dice con un pícara sonrisa:
— ¿Ha ido todo bien?
Le contesté:
— Eso se podría ver en otra ocasión.
Cuando ya habíamos salido del campus y nos íbamos avenida arriba hacia casa, Abelardo me dice:
— ¿Cómo te has atrevido a insinuarte ante el guardia?
— ¿Has visto su cara? ¿No has visto lo guapo que es? Si le entran ganas, nos lo pasamos entre los dos.
— Qué tonto eres… ¿cómo te atreverías?
— He estado a punto de decírselo clarito por si quería una sesión con nosotros, por eso le dije que habías venido.
— !Eres un puto animal de verdad!
— Pero ¿es que no has visto la cara de ganas que tenía?
— Claro que lo he visto, pero…
— Abelardo, ¿cenas conmigo en mi casa?
— Deseaba que me invitaras, ¿me invitas también a dormir contigo?
— Avisa a tu casa…
— No hace falta, ni se van a enterar, ni se van a preocupar.
— ¿Qué?
— Tú no tienes padres, eso puede ser una pena; pero yo los tengo, pero como si no los tuviera, eso si que es un dolor…
— Entonces… nos tenemos nosotros… Abelardo…
— Te necesito, Doro…, te necesito.
En medio de la calle arrimados a la pared donde no ilumina la farola de la calle, nos abrazamos con un intenso y profundo beso. Luego entramos en casa. Mi taita me esperaba y se alegró de ver a Abelardo. Le dije que Abelardo se quedaba esa noche a dormir conmigo. Mi taita se puso muy feliz, su Dorito ya tenía amigo.