I. Lo bueno del fútbol viene al final.
Nunca he sido jugador de fútbol, ni siquiera en el colegio, tuve la fortuna de escaquearme cada vez que había fútbol obligatorio. Me parecía una tortura estar ahí en medio de tantos jugadores sudados y tropezándose, cayendo a tierra y recibiendo patadas. Para mí el fútbol se definía de esta manera: «La brutalidad del ser humano corriendo tras una pelota que se volvía loca de ir adelante y atrás continuamente, con una sucesión de patadas contra la pelota de las que un gran porcentaje se lo llevaban las piernas de los que intervenían, empellones, empujones y unos “¡¡pásamela, hijoputa!!´´ sin que nadie sancionara semejantes insultos». ¡Mierda!, siempre odié el fútbol, me parecía una actividad de salvajes. Cuando no podía escaquearme del campo, acababa como portero arrimado al poste y protegiéndome cuando llegaba la pelota. ¡Qué asco, siempre me echaban la culpa a mí!
Pasó el tiempo, yo recién había comenzado a estudiar en la universidad filosofía. Me parecía que eso sería para mí coser y cantar, aunque nunca he cosido ni un botón y cantar tampoco se me iba muy bien.
A estas alturas os he hecho un somero retrato de mi pensamiento; ahora pretendo haceros un retrato de mi físico. Soy alto, 1.82 m., para mi desgracia, parezco una escoba porque tengo mucho pelo en mi cabeza y soy flaco. Lo peor es que he de usar L en ropa interior que no tengo abundante porque no me gusta usarla, pero mi pene y mis nalgas no soportan el M, los rompen o algo peor, los deja escapar. Mis manos son grandes, mis pies calzan un 44 y no sé nunca cómo acomodarme en una silla o sillón. Hasta mi cama me la han hecho adrede para mí. Mi padre me dice que deje de crecer de una puta vez ya, siempre le contestó que creceré hasta los 22 años según me dijo un médico amigo suyo, el Dr. Fabián López.
Este médico está casado, tiene a su mujer raquítica, él es gordo y tiene dos hijos por casualidad, error de la naturaleza o pillería de su mujer, ambos mellizos, más feos que una col después de salir del congelador. Cuando me recibe, porque soy propenso a los resfriados, me dice que creceré más cada vez que me resfríe, me exige que me desnude del todo y me suele decir: «todo lo tienes grande y buena salud», pero antes toca todo hasta que se me levanta, entonces dice: «todo funciona, toma esto y en ocho días resfriado fuera».
El tercer retrato de mí va unido a mi polla y a mis huevos. Es que estoy en los 18 años y todo en mí está caliente hasta el hervor. Si en la tv hay una noticia de una mujer que ha tenido un accidente automovilístico y está embarazada, se me levanta la polla como si yo hubiese engendrado lo que lleva dentro. Si en la conversación de mis padres dicen que tal programa salían unos chicos con no sé qué cualquier cosa y poca ropa, se me levanta y ahí estoy yo haciendo lo mismo. Si veo en clase un compañero que se levanta al baño, ahí estoy yo ayudándole a mear o mamándosela, todo de pura imaginación. Todo es sexo. Fuimos los amigos a una iglesia a misa porque uno de ellos cumplía años, también 18, nos había invitado a todos su mamá, que es muy parroquiana ella, y nos pidió que fuéramos a la acción de gracias. Entré junto con los demás compañeros, salió el cura a saludarnos con un vestido ancho, largo y negro, lleno de botones desde el cuello hasta los pies y pregunté: «¿tan grande tiene su polla? Se rieron y el cura se fue; un poco en serio, en ese momento entendí eso de tener los huevos atragantados en la garganta.
No sé si soy culpable, pero yo solo tengo 18 años, un calor enorme en todo mi cuerpo, una polla que sé para qué sirve pero que es enorme y que solo la uso para mear y para meneármela hasta cascármela del todo, echar la leche y volver a comenzar; pero me cuesta tanto eyacular que a veces me canso hasta de masturbarme. Mi abuelo me sorprendió masturbándome frente a su caballo y me dijo que me iba a enfermar y que estaba enseñándole malas cosas a su caballo. Como sufro muchos constipados tengo que sacar continuamente mis mocos por la nariz y la boca y lo hago con toallitas perfumadas, esas mismas que me sirven para limpiar mi polla cuando me masturbo. No entiendo que sacar los mocos sea bueno y masturbarse para sacar los mecos sea malo. Me puse a mirar fijamente al caballo que a su vez me miraba con indulgencia, moví cariñosamente mi cabeza y le dije al caballo: «No hagas esto que hago yo que te constiparás». El caballo dio un brinco y relinchó como si se burlara de mí. Entonces entendí todo lo que tenía que entender. Acababa de descubrir frente al caballo que a mis 18 años tenía todas mis hormonas en ebullición; en consecuencia, tenía que dominar mis nervios si deseaba eyacular antes de cansarme.
Volvamos al fútbol, por favor. Entendedme; si el fútbol era una tortura para mí y mis amigos me habían inscrito en un equipo para el campeonato de la U, comprended la tortura que me suponían los vestuarios, culos, penes, piernas, pechos de todos los pelambres y sin pelambres, paseándose desde las banquetas hasta las duchas, desde las duchas a los lavabos, entreteniéndose conversando, poniéndose calzoncillos de todos los tipos y colores, pero con verdaderos paquetes, y yo allí deseando agarrármelos a todos y llevármelos a mi cama. No sé si alguien me entiende, pero para mí todo era un verdadero tormento.
Lo peor no era todo eso, sino que como tipo alto que soy me ponen en la portería para parar los balones altos, que los bajos los frenaban ellos, decían. Pero yo sabía que tenía una polla tan descomunal, es decir, fuera de lo común que ya se burlaban de mí en mi época de colegio. Y así pasó también en la U. Todos hacían comentarios por lo bajo o atrevidos por lo alto, que me hacían subir los colores de la cara. Hasta que conseguí ser remolón, me busqué el encargo de revisar el campo para recoger el material que se dejaban y quedaba en el banquillo, aunque siempre era poco, pero hacía que me retrasara y eso era para mí como una tabla de salvación en medio de la marea. Me duchaba cuando ya se habían ido todos.
El entrenamiento fuerte en el que se definía la formación era en miércoles, un día que todos teníamos que acudir, entrenar y en el que nadie tenía prisa para nada. Cuando había partido de la liguilla, competíamos y a continuación todos se iban con sus amigos o con sus chicas que habían asistido a presenciar y animar el partido. Si habíamos ganado, querían presumir camiseta; si perdíamos se iban en sus coches a casa a llorar hasta el miércoles. Por el contrario los miércoles no se sabía cuando nos iríamos de allí, todo se demoraba y todo el mundo remoloneaba. Si habíamos ganado se felicitaba al final del entrenamiento a los goleadores y a los que habían pasado el servicio; si habíamos perdido tocaba escuchar la bronca y arenga del entrenador.
Ese día del que voy a contar lo ocurrido y mi cambio de pensamiento parecía en principio que iba a ser un miércoles cualquiera en el que por la mañana nos recordábamos el entrenamiento de la tarde y comenzaban los rumores sobre las posibles alineaciones a las que concluiríamos por la tarde como ocurría en cualquier otro miércoles.
Habíamos ganado el partido del viernes. Se fueron todos y yo puse orden al material, me duché y me fui. Mis tribulaciones del miércoles ya empezaban por la mañana. Al primer aviso que me daba alguien ya pensaba en sus genitales, cuando otro me avisaba por segunda vez recordaba sus nalgas, si otro me lo decía de nuevo, sus pectorales o pezones, y así hacía un repaso de las características sexuales de cada uno. Todo eso me ocurría por querer mantenerme en el armario, porque mi situación me importaba a mí y no a los demás. Pero así estaban las cosas. Pude mantener esa situación en otro tiempo, pero ahora se hacía insostenible. Yo no deseaba follar a nadie, estaba seguro que temerían mi polla negruzca, gorda y fea; pero me gustaba verlos y que les gustara mi cara, que esa sí era bonita.
No sé quién o qué lo hizo, si ellos mismos sin darse cuenta o si fueron mis propias hormonas las que se pronunciaron, pero descubrí a todos los chicos atractivos que me gustaban. Como he dicho, el miércoles por la mañana era el momento para prever por dónde irían los tiros y con quién me encontraría para indisponerme, era toda la mañana de precaución para tratar de evitar emocionarme frente a mis colegas. No hace falta decir que siempre fracasé en mi propósito y tuve que hacer malabarismos para que nadie notara mi pene duro en medio de un vestuario de hombres.
Yo no era fuerte ni muy definido, pero ya estaba en esa fase de ganar músculo a base de ejercicio, pues acudía al gym justo al lado de mi casa. No me duchaba en el gym, porque en dos minutos cambiaba de portal y estaba en mi casa bajo la ducha de mi propia habitación. Nunca he pensado que si era feo o guapo, pero nunca me he gustado a mí mismo, excepto mi cara; me gustaban los otros chicos, unos, los guapos, más que otros; también sabía que no era gordo sino todo lo contrario y eso también me acomplejaba. Cuando me di cuenta por primera vez que mis brazos formaban bola, fue el día que mi padre me miró cambiando yo el televisor de sitio —52’’ con soporte, id est, 25,5 kg— sin esfuerzo por mi parte; puso su mano en mi brazo por encima de la camisa y me dijo: «¿De dónde has sacado este mulo? Y vi su rostro muy satisfecho. Sabía que había subido un poco de peso y mis piernas eran más firmes, pues esos pocos kilos extra en los músculos recién desarrollándose y descubrir mis muslos no tan escuálidos, me hicieron sentirme muy atractivo; más de lo que podría haber imaginado antes.
No había sufrido bullying ni menosprecio, pero sí me dolían esas expresiones de «flaco, qué buen culo tienes» y «flacucho de mierda, ¿tu polla tampoco engorda?» y otras por el estilo. Todo eso me producía horror en el vestuario y hubiera querido tener el valor de irme sin duchar como hacían otros y como hacía en el gym, pero tenía que tomar dos buses para ir a casa y me daba no sé qué corte de subir al bus oliendo mal; pues, una vez que lo hice, me encontré en el segundo bus con mi hermana que, apenas me senté a su lado, me mandó la muy puta al final del bus porque yo apestaba. Nunca más lo hice, antes me iría a pie.
El vestuario era una profusión de muslos, culos, penes y pechos como para mostrar los propios defectos, todos desfilando en su gloria en ese cálido vestuario. ¡El olor! Ah, el olor de ese vestuario: el olor a orina de macho en la parte de atrás de cada baño de hombres porque están algo descuidados y la otra mezcla de sudor y jabón común, porque casi todos usan el jabón barato que pone el club universitario. No lo puedo definir bien…, pero me parecía afrodisíaco, ¡era como oler a un hombre directamente! Ahora mismo, sólo recordar ese olor hace que mi polla se levante hasta mi ombligo y se salga de mi short por la presilla.
Ese miércoles, el efecto de ese cóctel de olores era el de una bomba letal para mí. Mi polla estuvo todo el tiempo tan dura que me fue difícil subirme la cremallera de los pantalones. Si me quedaba unos minutos retrasado, mi polla se pondría a babear. No quise imaginar lo que me iba a pasar por quedarme más tiempo. pero retrocedamos y cuento lo ocurrido a mi torpe valentía.
Las hormonas me hicieron descubrir a todos los chicos guapos. No es que yo fuera virgen, ya había pasado algo no tan importante, pero nunca fue fácil descubrir chicos guapos de verdad, ni allí mismo siquiera. Pero el viernes anterior, tras esa captura de balón que iba directamente adentro y que yo había hecho magistral aunque inconscientemente, gracias a lo cual ganamos al equipo contrario, se me ponía difícil no mirar y ver a cada uno y a todos desnudos abrazándome y dándome palmadas a mi culo por encima de mi short de deporte, ya que yo aún estaba vestido… ¡Joder, la puta madre que los parió a todos ellos! Si supieran que yo estaba en el armario como lo que yo era y al mismo tiempo quería quedarme ahí encerrado en ese momento del campeonato, pues ya me había hecho la ilusión del fútbol.
De entre todos los chicos guapos que me abrazaron, tres me besaron y creo que también los tres me tocaron el culo. Eran los más guapos, solo de verlos se me ponía y deseaba que me hubiera follado. Uno fue Marcos, un tipo más pequeño que yo, de pelo rubio, corte de ala delta de los 80 y ojos color miel; delgado, tenía una polla muy normal, lo que destacaba en él era un culo pequeño pero absolutamente delicioso, lo que me hacía desearlo para hacer con él todo lo imaginable, sobre todo chupar su culo.
Otro era Jaime, que era no sé si más alto pero sí más grande y corpulento que yo y tenía un cuerpo muy bien definido. La primera vez que lo vi, me asusté. Una enorme polla, no tan grande como la mía, se balanceaba entre sus piernas, el pelo largo con mechas pixeladas a colores. Parecía estar orgulloso de pasearse con un pie colgando de su entrepierna por todo el vestuario. Estaba desnudo todo el tiempo mientras yo intentaba meterme la polla sin dañarme. No recuerdo a nadie que fuera más insoportable en ese momento para mí que él.
Y por último, está Abelardo, que estudiaba biología con Marcos y Jaime. Abelardo era entonces muy indefinible para mí. Era un poco más alto que yo, alrededor de 1.85 m., su cuerpo estaba perfectamente definido, pero de cara, siendo muy guapo, no lo era tanto como los otros dos. Sin embargo, su cara era del estilo de las caras traviesas y un sabelotodo que me ponía muy contento. También mencionaré que tenía una polla que rivalizaba con la de Jaime, aunque no sabía yo si tanto o no estaba convencido de ello, pero caía bien a todo el mundo. Verlos desfilando desnudos en la ducha fue lo que más me hizo salir corriendo de allí. Ninguno de ellos, tras la felicitación, parecía darse cuenta de mi existencia. Ya me duché más tarde que regresé cuando ya se habían ido.
Un miércoles de los habituales, la Universidad parecía un desierto, porque había una amenaza de huelga del profesorado que aún no se materializaba, solo que, la misma incertidumbre estaba causando que muchos estudiantes faltaran a clases. Los entrenamientos del equipo, al menos el nuestro no quedaba afectado por la amenaza ni por la realidad de la huelga, por lo que se llevó a cabo el entrenamiento y estuvimos en el campo como era habitual, dispuestos a sudarla. De nuestro equipo estaba presente como la mitad de los componentes, entre ellos Abelardo; de Biología vinieron solo tres más, que no me llamaban la atención y eran de los que se iban sin ducharse.
Como éramos pocos, estábamos más relajados. Algunos de los que se iban sin ducharse se bañaron. Yo estaba almacenando el material y cuando entré en el vestuario, vi que la mayoría de ellos ya se habían ido y el resto estaba a punto de irse. Me despedí de mis colegas que se iban y pensé en meterme en la ducha, ya que no había nadie más. Me quité la ropa sudorosa, fui a la barra de duchas y el agua, sintiendo el alivio del agua fría que caía sobre mi cuerpo. Como había pensado que no entrenaríamos, no llevaba mi gel. Así que pensé en quedarme 10 minutos bajo la ducha fría y limpiarme calmadamente con solo agua, porque no tendría nada más que hacer ese día.
De pronto, mientras mis ojos estaban cerrados bajo el chorro de agua, oí que alguien se acercaba y se paraba muy carca de mí. Abrí los ojos rápidamente y me encontré con Abelardo, desnudo, con una toalla en el hombro y un jabón en la mano, mirándome. A pesar del susto, lo revisé de la cabeza a los pies en fracciones de segundo, él se dio cuenta y me miró con una especie de mirada burlona, diciendo:
— Eh, ¿qué pasa?
Mi corazón parecía que fuera a estallar dentro de mi pecho en un instante. Me entró de inmediato una sensación de tener la polla muy dura y paralizada, con un subidón de adrenalina tan fuerte que ni siquiera se movía. Mi mirada estaba fija en la cara de Abelardo, que esperaba, con esa sonrisa medio burlona, una respuesta.
Dios mío, para una respuesta estaba yo, los segundos pasaron, estaba paralizado y tenía que responder porque allí estaba esperando. Mi rostro debe haber estado transfigurado de pavor, pero fui capaz de reunir fuerzas y dar una respuesta completa en el dialecto de los acobardados:
— ¿Qué pasa?, ¿qué pasa? Hmm…
Sonrió, supe que le gustó su efecto en mí, y se fue a duchar a dos chorros más allá de donde yo estaba. Me quedé mirándole con disimulo cuando cerró los ojos mientras el agua fría caía sobre su cabeza y escuché algunos sonidos guturales de satisfacción que expresaba por el alivio del calor. Me separé de mi ducha y me puse a mirarlo descaradamente. Él sentía que el agua estaba muy buena y así era. Yo miraba cómo se estaba enjabonando gloriosamente: pecho, vientre, muslos, culo y esa gran polla; como que yo lo disfrutaba mirándolo. El agua fluía por su cuerpo: cabeza, cuello, pecho, vientre, polla, polla, y más polla… mi mirada se había detenido y no podía dejar de mirar, ni siquiera contra todo sentido común. De repente, abre los ojos y me atrapa mirándolo fijamente, y lo que es peor: mi polla había empezado a levantarse.
Me quedé completamente paralizado por el terror, imaginando que me llevaría la paliza del siglo, además de convertirme en el hazmerreír de todo el equipo cuando él lo contara.
De repente salí de las duchas tratando inútilmente de esconder mi polla, que me dolía tanto. Ya en la zona de las banquetas empecé a vestirme muy mojado, porque no tenía toalla. Me vestí en ropa interior y me incliné para buscar el peine en la mochila cuando sentí que alguien pasaba por detrás de mí, burlándose de mi trasero. Me enderecé rápidamente y miré hacia atrás.
— Lo siento, lo siento, lo siento, —dijo Abelardo con una toalla atada a la cintura, esto… estamos en una situación muy comprometida, disculpa…
— ¡No hay problema! —le dije mientras me reía nerviosamente y estiraba los pantalones del uniforme.
Podía sentir su movimiento detrás de mí, el olor del jabón de tocador en su piel, pero no me atrevía a mirar atrás, no quería darle más ocasiones.
Me puse los pantalones, pero de nuevo la cremallera no se cerró por el volumen de mi pene. Cuando estaba pensando en rendirme, siento un movimiento y lo siguiente que sé es que Abelardo me abraza por detrás mientras sus manos pasan a través de mi cremallera.
— Déjame ayudarte, o podrías herirte gravemente, —dijo en mi oído.
El tiempo parecía haberse detenido. Sentí su cuerpo pegado al mío, sus manos en mi polla y su boca en mi oído. Estaba casi quieto, esperando mi reacción, muy precavido. Él estaba seguro que ganaría la partida, pero algo le retenía mientras esperaba que yo respondiese a sus embates.
Primero, el pánico me invadió y el miedo de que alguien nos atrapara allí me paralizó, me mareé. Pronto, sin embargo, la sensación de su boca en mi cuello, sus manos en mi polla y el enorme volumen de la suya que me presionaba por detrás dilucidaron el problema, haciendo hervir mi sangre. Empujé mi cuerpo hacia él, empujando mi culo y girando mi cabeza hacia atrás, rindiéndome a su cuerpo, que también parecía estar ardiendo.
Me besó en el cuello, sus manos atravesaron mi pecho y mi polla, mientras sentía un calor furioso como si mi cuerpo hirviera y se llenaran de sangre todas mis venas. Me bajó los pantalones y se quitó la toalla. Cuando me incliné hacia atrás, pude sentir la enormidad de lo que estaba por venir, su pene parecía estar en llamas cuando pasaba de un lado a otro de mi trasero.
Me volví hacia él y lo besé. De hecho, casi me trago su boca, pues que mi hambre era tan grande que terminé de deshacerme de mis pantalones y ahora nuestros palos se frotaban libremente. El beso fue salvaje, con el sentido propio de la urgencia de cumplir el deseo. Además, estaba el peligro de ser atrapado allí en el acto, lo que sin duda conduciría a un escándalo, pensaba yo como un tonto. Parecíamos dos caníbales tratando de devorarnos el uno al otro. Su tacto, aunque intenso, era suave y sus manos pasaban por todo mi cuerpo. Bajó a mis espaldas y me tocó el culo con ambas manos, levantándome un poco. Sin encontrar oposición, su dedo medio se deslizó a través de mi columna vertebral y me frotó el culo, donde empezó a jugar.
Suspiré profundamente con ese sentimiento y abrí los ojos. Sin separar nuestras bocas, me miró fijamente, estudiando mis reacciones. Cerré los ojos y me entregué a esa sensación, pero también bajé la mano detrás de su espalda y presioné ligeramente su trasero con mi dedo medio, imitando sus acciones. El movimiento pareció sorprenderlo, ya que sentí que su cuerpo se contraía ligeramente. Para mi deleite, sentí su pene presionar mi muslo, liberando una gran secreción babosa. No sólo no se detuvo, sino que me mostró que estaba muy emocionado. Cuando volví a abrir los ojos, no paraba de mirarme, pero ahora sus ojos tenían el brillo de esa sonrisa burlona. Había un montón de juegos de azar ahí dentro de las luminarias de sus ojos.
Comenzó a morderme el lóbulo de la oreja y a bajarme la lengua alrededor del cuello, haciendo que me inclinara y me arqueara de nuevo. Cuando vino a mi pecho y me mordió en el pezón, grité, ya fuera de mi mente. Me cubrió la boca con la mano, un poco asustado, pero con un aire de diversión que estaba feliz de estar causando esas sensaciones.
— Shhhhh, no hagas mucho ruido, de lo contrario nos oirán, — dijo.
Asentí con la cabeza y me quitó la mano de la boca.
— Pero… ¿y si entra alguien? —le pregunté con una dosis de sentido común que no sé de dónde me vino en ese momento.
— Cerré la cancha con llave, — dijo y señaló la llave en la parte superior de su mochila; el conserje tuvo que irse temprano y me pidió ese favor.
Antes de que se me ocurriera algo, ya me estaba chupando los pechos de nuevo, sacando mis suspiros. Lo siguiente que supe fue que me empujó al banco del vestuario y me lamió la cabeza de la polla desde la base. Ni mil años podría soñar con ver a un macho pegajoso, desnudo, arrodillado entre mis piernas, con la polla en las manos y la baba brillante de su polla en mi lengua. Me sonrió con esa sonrisa burlona y de medio pelo que le caracterizaba, de nuevo se le notaba contento de estar provocando todo esto.
Fui muy transparente, demostrando completamente que me agradaban sus acciones. Sin pensarlo mucho crucé mis manos detrás de su cabeza y lo empujé hacia adelante.
— Chúpamela, —susurré.
Abrió la boca y se metió más de la mitad de mi pene en la boca a la vez. Yo tengo un pene grande y muy grueso y le llenó bien la boca. Parecía gustarle, porque empezó a gemir mucho a medida que avanzaba y venía con esa boca, trabajando toda mi polla y haciéndome gemir aún más fuerte sintiendo que esos labios pulían la cabeza de mi polla.
La posición ya no era satisfactoria y, sin dejar de chuparme, se puso a mi lado en el banco y nos acostamos juntos, tanto así que en un movimiento muy rápido que hizo mi polla al levantarse me dejó casi turulato y se puso en posición de 69.
Ese monumento que se me había vuelto suave y húmedo en la ducha, ahora estaba en el punto alto de nuestra acción y brillaba de tanto precum. Mi polla se había convertido en un coloso de 24 cm., y eso que era de las que no crecían mucho cuando se ponían duras, pero aún así era impresionante. Lo provocaba el contacto y su olor que me producía escalofríos en cada pelo de mi cuerpo. El glande, proporcional al cuerpo, formaba un casco rojo casi de vino, coronado por un gran agujero que babeaba sin parar.
Después de admirar mi polla, durante unos segundos miré el tronco de Abelardo, a sólo unos centímetros de mi cara, inhalando ese embriagador olor a macho, le di un toque a la cabeza que también estaba roja. Temía de mi ímpetu y emitió casi un grito, que fue amortiguado por mi polla en su boca. Su susto pronto fue reemplazado por gemidos mientras yo estaba trabajando en su glande y tragándome más y más de esa polla. Era mucho algo más que la mía, debía tener unos 25 cm. desplegada, bien proporcionada, me golpeó ligeramente en la garganta cuando intenté tragarla entera.
Después de unos minutos no sólo pude tragarme toda su polla, mientras él hundía mi cara en su escroto, sino que también pude mantenerme en esa situación durante varios segundos, sintiendo su glande palpitar en mi garganta, hasta que se me acabó el aire. Se volvió loco con las sensaciones, dejó de chuparme y empezó a abrirse camino entre mis piernas, haciéndome levantarla para darle acceso a mi trasero. Pasó sus dedos por el hoyito y pensé que se iba a quedar allí, porque estábamos sudados, pero entonces empecé a sentir su lengua vibrando por los bordes y la presión de la punta tratando de entrar. Eso fue demasiado para mí.
— ¡Pon esa enorme polla dentro de mí, vamos! —le supliqué en un susurro.
— ¿Cómo lo quieres, mi niño guapito? —me preguntó, en una muestra de consideración que no esperaba en ese momento.
Sin más preámbulos le mostré cómo quería hacerlo, me tumbé de espaldas en el banco y abriendo mis piernas hacia él. Más claro, imposible. Sonrió un poco burlonamente, soltando hijos de puta sin parar a todos los colegas del equipo, tomó su toalla, la dobló y, levantando mi cintura, la puso debajo de mí, dejándome en la línea de fuego de su polla, ¡Joderrrr!, ¡y qué disparo!
— Quería calentarte el culo desde principios de año, pero no me lo hiciste fácil, —dijo, en un tono medio quejándose, medio bromeando.
No sabía él que para mí hubiera sido suficiente que me chasqueara sus dedos y yo me hubiera puesto en cuatro para él cada día que a le hubiera apetecido. Cepilló la cabeza del pene a la entrada de mi culo, extendiendo la baba que seguía saliendo, escupió un poco y lentamente comenzó a introducir esa cabeza en mi agujero. Poco a poco, me abrió y me penetró. Tan lento y suave penetraba que sólo podía sentir la presión constante y la salida de su pene. Nunca he estado con un tipo tan atento a las sensaciones del pasivo. Sin dolor y con esa ligera fricción, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y mi polla saltó, babeando de nuevo profusamente. Pronto sentí su pelvis presionando mi escroto y me di cuenta de que todo estaba dentro de mí. Respiró hondo y se acostó sobre mí, besándome.
— ¿Cómo va todo, guapo?, ¿sientes mi pene latiendo en tu trasero? —me preguntó en un susurro al oído.
Mi respuesta fue un gemido y crucé mis piernas sobre su espalda, presionándolo contra mí. Cuando se dio cuenta de que todo estaba bien, empezó un mete y saca lento, pero aumentando el ritmo cada vez, profundizando al máximo.
Los preliminares, la juventud, el calor, el peligro, todo conspiró para que no tardara mucho en eyacular. Sentí su calor sobre mí, su sudor fluyendo y goteando sobre mí cada vez que se inclinaba para besarme. Tiré mi cuerpo contra el suyo, tratando de que fuera más profundo. Un calor empezó a subirme por las piernas, empecé a blandir mi polla ferozmente. Él, al darse cuenta de lo que estaba pasando, comenzó a calentarse más como si se enfadara, sin enfurecerse, pero verdaderamente loco por la emoción. Ese calor se canalizó a través de mi pene y me hizo explotar en un goce épico que hizo que mi corazón pareciera que fuera a explotar dentro de mi pecho. Mi esperma golpeó mi pecho, mi cara e incluso el asiento sobre mi cabeza.
Pronto comenzó Abelardo a tener espasmos, se cayó sobre mí y me clavó su bastón tan profundo que me hizo abandonar el lugar. Él gimió en voz alta en mi oído y casi pude seguir los chorros de su eyaculación a través de los espasmos de su cuerpo.
Poco a poco, nuestras respiraciones volvían a la normalidad. Incluso se durmió unos segundos encima de mí. Se despertó asustado y me miró un poco desorientado, pero pronto llegó esa sonrisa, esta vez afectuosa. Me besó a la ligera indecentemente. Me lamió la barbilla y me mostró su lengua llena de espesura de semen blanco. Enseguida entendí que era mi esperma, que estaba en mi barbilla. Riendo, se tragó mi mierda y me besó de nuevo.
Tomaremos otra ducha rápida. Me prestó su jabón para ayudarme a sacar todo ese esperma de mi cuerpo. El me limpiaba a mí y yo a él; él limpiaba el esperma propio que estaba corriendo a borbotones desde dentro de mi trasero. Nos arreglamos y salimos del vestuario con toda naturalidad como si no hubiera pasado nada. El patio y el campo estaban desiertos, sólo había gente cerca de la cafetería, pero no nos vieron. Nos miramos y nos guiñamos los ojos como diciendo: «Hasta la próxima» y nos despedimos sin palabras sonriendo satisfechos. Luego nos dirigimos hacia la puerta lateral sin palabras, para tratar de salir sin ser vistos. En ese momento, veo a Jaime, sentado en un banco medio escondido para fumar.
En un tono casi serio, pero con una mueca de sonrisa en el ojo, me pregunta:
—¿Ha estado bueno el partido de hoy?
Lo que no sabe Jaime es que a él me lo comería entero, espero que un día se acerque.