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La historia de Ángel, solo era un muchacho (04)
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Eduardo me había mandado llamar para que fuera a la biblioteca, cuando entré estaba solo con un periódico en la mano y mirando la pantalla de su ordenador llena de números que para mi no decían nada, vestía una simple bata de seda color crema y la tenía un poco abierta dejando ver sus piernas.

-Acércate. -me haba quedado parado, no había vuelto a entrar allí desde el día de mi llegada y ahora lo miraba todo con curiosidad, las enormes estanterías llenas de libros, las estatuas en mármol blanco, integradas en las dos columnas que diferenciaban la habitación, los altos ventanales de cristales biselados, para hacer que la luz de descompusiera formando arcoiris de colores. Reaccioné y llegué a su lado detrás de la mesa, le fui a besar en la mejilla y él giro la cabeza haciendo que nuestros labios se unieran. Fue un beso breve, como un piquito.

Quería conocer el nivel de mis estudios y lo que deseaba estudiar. Algunas veces había pensado en ser profesor, quizá atraído por lo interesantes que los veía en su labor y fue lo que conteste.

-Me parece bien, miraré en un centro especial que pueda enviar los profesores que necesites, tendrán que prepararte para hacer el ingreso en la universidad, como llevará tiempo a la vez prepararemos tu cambio de identidad.

Me quedé mirándole indeciso, y de cualquier manera lo que me proponía, o había decidido que hiciera, no estaba tan mal, podría salir de la casa, hacer una vida relativamente normal. Al ver que no opinaba levantó la cabeza y sujetándome de las nalgas me llevó para que me sentara en sus piernas.

-¿Qué piensas? Te has quedado callado. -sentía la calidez de su cuerpo y podía ver el vello de su pecho entre negro y blanco, por la abertura de la bata.

-Bien, Eduardo, estoy de acuerdo y haré lo que desees. -me apretó la cintura en un cálido abrazo y me besó la cara.

-Pues así se hará, ahora vamos a la sala de relax, he llegado el masajista y quiero que te atienda a ti primero y ver como te trabaja el cuerpo.

Cuando llegamos a la sala el enorme hombre preparaba la mesa camilla colocando una sábana blanca, vestía un uniforme blanco que me recordaba a los de enfermería, con pantalón flojo y chaqueta abrochada en diagonal, medio abierta mostrando su poderoso pecho. La cabeza sin pelo le brillaba.

-Quítate a ropa y colócate en la camilla. -el que me hablaba era Eduardo. Me quité la ropa y busqué una toalla en las repisa donde estaban colocadas para taparme de medio cuerpo, y me subí a la camilla quedando tumbado boca abajo.

-Hazle al chico un buen trabajo Néstor. -era la primera vez que escuchaba su nombre, ahora que Eduardo le pedía un buen trabajo para mí.

El tal Néstor tiró de la toalla que me cubría y luego, con sus grandes manos, me elevó el cuerpo para sacarla de debajo de mi, ahora estaba totalmente desnudo delante de los dos hombres.

Sentía caer sobre mi piel el aceite de masaje y luego sus fuertes manos comenzando por mi cuello y los hombros. De la rigidez inicial pasé a una lasitud y flojera muy agradable, sintiendo resbalar sus dedos impregnados en el aceite, a veces apretando en ciertos lugares causándome cierto dolor que era agradable.

Pasó por las dunas de mi culo apretándolo y luego las piernas, cada vez me relajaba más y más, sentía que los ojos se me cerraban cuando en lugar de masaje parecían caricias dedicadas con profesionalidad.

-Date la vuelta. -su voz sonó ronca y me ayudó a cambiar de posición, pude ver a Eduardo muy cerca, con la bata abierta y una mano en la entrepierna, seguramente se estaría calentando mirando el trabajo de Néstor .

Volvió a comenzar su trabajo, moviéndome el cuello con fuerza, hasta sentir como pequeños crujidos en las vértebras, pero no había dolor, se entretuvo en los brazos uno a uno y en el pecho donde se me erizaron los pezoncitos y sentí como la verga me palpitaba, acarició mi abdomen lentamente, señalando cada uno de los poco visibles abdominales y pasó por mis genitales sin tocarlos, yo sentía la verga excitada y algo dura, nervioso contraje las piernas.

-Relájate, estás muy rígido. -obedecí el mandato hasta que volvió a subir desde los pies que había tenido moviéndome cada dedo. Envolvió la polla en su mano subiéndola y bajándola, parecía una auténtica paja lo que me hacía, el gusto que sentía me hizo gemir entre dientes.

-Tienes un verga muy bonita mirándola así de roja. -Eduardo me hablaba cerca pero no moví la cabeza, Néstor me separó las piernas para acceder al perineo y sobarme los huevos delicadamente. Estuvo unos segundos pasando las manos por esa parte tan delicada de mi cuerpo, por los testículos pasando a la pija y me sentía desfallecer, aquello era una tortura placentera.

-Vamos otra vez a la espalda. me coloqué arrodillado para coger la postura que me pedía.

-Creo que ya está preparado señor. -Néstor le hablaba a Eduardo mientras me elevaba las caderas de la camilla dejándome arrodillado y con el pecho pegado en la sábana, cerré los ojos sintiéndome todo expuesto y Néstor me separó las piernas dejando totalmente libre la visión de mi ano.

Uno de ellos me agarró las nalgas tirando de ellas hacia los costado, supe que era Eduardo al sentir su bigote rozando la entrada de mi culo, terminaba de sentir su aliento cuando llegó la punta de la lengua a tocar el anillo de mi entrada. Gemí y apreté el culo cerrándolo.

-Vaya culito más rico que tienes. -creía que moría de placer cuando aplastó la cara en mi culo y comenzó a frotar los labios sobre mi anito, y a pasar el bigote en todo el hoyito, sentía muy rico y gemía embriagado de placer.

-Abre el culito Ángel deja que te penetre mi lengua. -Eduardo me hablaba con suavidad para relajarme a la vez que pasaba la boca por mis nalgas besándolas. Era realmente tan excitante que no podía relajarme, deseaba correrme, dejar que mi leche fluyera fuera de mi.

Volvió a meter la lengua en la raja apretando con ella para que me abriera, me esforcé y relajé el anillo anal, entonces me penetró con la punta y quería meter más.

-¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy! Eduardo, que rico. Ummmmmm, me gusta, me gusta. -a Eduardo debían entusiasmarle mis ronroneos de gato y mis gemiditos ahogados, movía la lengua taladrándome el anito muy agresivo.

Pensé en Pablo, necesitaba su verga en ese momento, la lengua de Eduardo era divina pero necesitaba más carne dentro de mi culito, algo más duro y potente, si acaso la polla de Erico, sentir en el vientre empujando una polla dura como las de aquellos machos.

Y de repente se detuvo, dejó huérfano a mi ano cuando ya se abría él solo buscando ser penetrado. Néstor me giró un poco para que mi cabeza quedara al borde la camilla pero no me dejó tumbar, seguía con el culito en pompa dejando que me dispusiera. Abrí los ojos y tenía ante mi la verga de Eduardo, ante mis asombrados ojos la miraba, había cobrado vida, su dureza no era demasiada, ni siquiera suficiente para pretender metérmela por el culo. La polla le colgaba bastante grande, saliendo del vello blando que le envolvía los testículos con el escroto estirado, colgantes como el mismo palo del que pendía un hilito de sus juegos.

La acercó hasta el borde de la camilla, y supe lo que deseaba que hiciera. Abrí la boca y dejé que aquella masa de carne me llenara. La sentía suave y esponjosa contra mi lengua, de sabor rico.

-Chúpala Ángel, cómela precioso, dame placer. -a la vez que le chupaba la polla a Eduardo, y no podía atenderle como se merecía en esa postura, Néstor detrás de mi me tocaba el ano comenzando a meter un dedo que me hizo lanzar un sordo gemido, siguió algo más gordo apretando, metió el pulgar doblándolo y haciendo juegos con él.

-¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhhh! ¡Ahhhhhhh! -gemía sin sacar la polla de Eduardo, ahora más dura que me llegaba a la garganta.

Néstor, con la mano que tenía libre, cogió mis huevos estirándolos y luego la verga comenzando a masturbarme. Era increíble lo que aquellos dos hombres, uno mayor y el otro viejo lograban arrancar de mi cuerpo, conseguí llegar con una mano para agarras los colgantes huevos de Eduardo, eran tan suaves y estaban tan calientes tras la piel estirada y casi transparente.

-Así, así pequeño, se dulce, mételos en tu boquita. -saque la verga para meterme los huevos, no podía con los dos y tuve que ir por partes. Me encanta sentirlos sobre mi lengua y los pelos del escroto.

-Así, mi dulce Ángel, dale, dale, ahora la verga pequeño, quiero correrme y me va a venir. Eduardo se iba a correr y a mi me pasaba lo mismo, Néstor me sacaba el dedo pero para sustituirlo por la boca y besaba mi anito para volverme loco.

Entonces sentí que Eduardo iba a eyacular por los movimiento bruscos que hacía, estaba dispuesto para recibir su leche en mi boca, y de repente me retiró la polla, cerré los ojos contrayendo el ano, aprisionando la lengua de Néstor, y comencé a temblar lanzando chorros de leche que el hombre recogía en la mano mientras gritaba incapaz de controlarme.

-¡Ahhhhh! ¡Ohhhh, Dios! ¡Ahhhhh! -apreté los dientes para no desmayarme y sentirme sujeto a algo.

A la vez sentía caerme en la cara los chorros de leche de Eduardo. Caí colapsado cuando Néstor retiró la mano llena de semen.

Abrí los ojos, no me había caído la leche de Eduardo en ellos, se agarraba la verga que se le iba volviendo floja a ojos vista, y abrí la boca para que me diera en la lengua las últimas gotas de semen que colgaban de ella.

Luego se inclinó y lamió la leche que tenía en mi barbilla y me ofreció la lengua con el semen, se la chupe, lo sentía salobre pero rico en el calor de su boca, sin darme cuenta me estaba convirtiendo en un adicto a le leche de macho.

-Eres increíble Ángel, hacía mucho que no me sacaban la leche hijito, lo haces muy bonito. -y volvió a besarme limpiándome la cara con la lengua hasta que se comió todo el semen que había derramado.

—————————

Aquella experiencia con Eduardo y su masajista había resultado muy agradable y satisfactoria, además me sentía satisfecho de haber podido, de esa manera, pagarle a Eduardo parte de sus favores.

Habíamos comido Eduardo y yo solos, como siempre que se daba esa circunstancia, en el comedor anejo a las cocinas, jugando con dulce y servidos por Alicia.

Berta había preparado unas croquetas de bacalo seco que estaban deliciosas con ensalada, y antes un puré de verduras con picatostes, y piña natural de postre. Me gustaban mucho más esas comidas sencillas, preparadas personalmente por Berta y en aquel espacio más familiar y recogido, que las comidas donde estaba Ana María tan sofisticadas y servidas por el restaurante. A Eduardo también le encantaba esa comida y sentir a Dulce moviéndose entre nuestras piernas.

-Me ha dicho Pablo que Damián te va a enseñar a conducir. -levanté la vista del plato para mirar su reacción, él me miraba sin demostrar nada y enarqué las cejas rogándole con la mirada que no se opusiera.

-Ha sido una buena idea de su parte que no se me había ocurrido, así estarás entretenido, esta tarde no voy a necesitar el coche y Ana está fuera, puedes ir a las cocheras después y que Damián te vaya enseñando. -creo que mi mirada ya decía toda la alegría que sentía.

-¡Oh, sí! quiero que me enseñe, gracias Eduardo. -estiró la mano para cogerme la mía y la apretó con algo que me pareció cariño.

No es que me diera prisa, es que corría atravesando el salón antes de llegar al pasillo de nuestras habitaciones, para cepillarme los dientes y escapar hacia las cocheras en busca de Damián.

Las puertas estaban abiertas y las carrocerías de los vehículos brillaban, pero Damián no estaba allí, recorrí el gran espacio, y al fondo a la derecha había tres puertas, llamé golpeando sobre ellas sin recibir una respuesta, me decidí y volvía a ser curioso, la primera que abrí correspondía a un váter con lavabo y una ducha cuadrada de esquina. La siguiente era una habitación dormitorio que cerré enseguida y la tercera resultó la más interesante, era bastante grande y contenía algunos utensilios de gimnasio, del techo colgaban un saco de boxeador y un punching, también había otro en el suelo, colgando de una pared había varios guantes de boxeo, cuerdas para saltar y gorros protectores, y otros equipamientos, también en el suelo había pintado en rayas amarillas un cuadrilátero.

Recordé como me había llamado la atención la cara de Damián con la nariz aplastada y su pinta de boxeador de pesos pesados, aquello lo explicaba todo.

Me retiré para volver a la casa y cuando salía de las cocheras vi que Damian daba la vuela a la casa principal, viniendo de la puerta de las cocinas. Le esperé en la puerta.

-Verá venía por lo que le dijo Pablo de que me enseñara… -no me dejó continuar, me sonrió, tenía una sonrisa bonita y mostraba unos perfectos y alineados dientes, a todas luces no serían suyos.

-Ya me ha dicho Alicia que lo ha estado hablando con el señor en la comida, me preparo en un momento y empezamos, sígame. -fui detrás de él y se detuvo en la puerta que era la habitación, entro y yo le seguía como si fuera un perrito a su amo, abrió otra puerta donde se encendió la luz automáticamente, era un baño grande dentro de la habitación, aquel espacio debía hacerle de casa, y al verle venir de las cocinas era fácil suponer que comía con el resto del personal de la casa principal.

Le escuchaba trastear en el baño y el raspar del cepillo de dientes que lo pasaba con fuerza, luego gorgoritos enjuagando, el chorro de una potente meada cayendo en el inodoro, el ruido de la bomba de agua y el grifo para lavarse las manos.

Mientras todo eso sucedía en el baño, analicé con más detalle la habitación. Constaba de muy poco mobiliario, una cama grande y vieja, muy alta con cabecera de hierro forjado y unas bolas doradas, a juego con la zona de los pies, un armario de cuatro puertas, dos de ellas con espejos, una especie de cómoda con cajones y un gran espejo orientable sobre ella, dos sillas de madera con brazos tapizadas en tela azul lo mismo que las cortinas de la ventana, un gran globo blanco en el techo era la lámpara a juego con la más pequeñas de las mesillas a los laterales de la cama, dos pequeñas alfombras sobre el suelo de madera oscura.

-Podemos comenzar cuando quieras. -no me pasó desapercibido el hecho de que a mi me trataba a veces de tu, más familiarmente. Llevaba la misma camisa gris de antes y un pantalón azul bombacho de trabajo.

-Vamos a coger el viejo Buik que resultará más cómodo. -el automóvil que había escogido me pareció impresionante y eran muy bonito, descapotable de color crema con los cromados como espejos y debía ser muy antiguo, las cubiertas tenían bandas blancas en las gomas.

Se metió en el puesto del conductor y abrió desde allí la puerta contraria, me había quedado atónito mirando aquella preciosidad de máquina.

-Empezaremos por conocer los mandos básicos. -creí que me suponía tonto y que nunca había visto un automóvil, pero aquel a pesar de su antigüedad, era distinto y sobre todo muy distinguido por los materiales empleados y dispositivos modernos añadidos más tarde. Los asientos eran corridos en piel crema algo más oscura que la carrocería, con mucho espacio, podría convertirse cada asiento en una cama. Me lo mostró todo y me lo hizo tocar y sentir el delicioso tacto de todo aquello hecho por artesanos especializados.

-Ahora pasa aquí para enseñarte el manejo de los pedales. -me señalaba su asiento donde había abierto las piernas dejando lugar para que me sentara entre ellas.

La verdad es que accedí sin pensarlo un segundo y pasé sobre su pierna para sentarme delante de él. Pasó un brazo sobre mi abdomen para sujetarme y con la otra mano me sujetó la pierna izquierda, me la levantó para colocarme el pie sobre uno de los pedales.

-Este es el embrague, aprieta fuerte, sirve para cambiar las velocidades. -al hacer fuerza me resbaló el culo sobre la tapicería de cuero y mis hombros quedaron pegados a su estómago. Me reí un poco alocado dejando escapar un grito de sorpresa mientras el dejaba que le saliera la fuerte risa.

-No te preocupes, te sujetaré mejor para que no te resbales. -sujetó mis caderas tirando de mi para pegarme a su cuerpo, y me apretó con su brazo más fuerte aún que antes.

-Ahora vuelve a hacerlo pero con suavidad. -así una y otra vez, según decía él para que sintiera hasta donde podía llegar el pedal, me dejaba resbalar un poco y luego me llevaba hacia él, podía sentir algo duro que apretaba en lo alto de mis nalgas cuando me unía a su cuerpo.

Damián se adelantaba para coger la palanca de cambios al lado del volante, y en ese momento sentía su aliento muy caliente en el cuello y el roce de su cara con la mía, a veces suspiraba como si le costara respirar y en ese momento me apretaba más haciéndome notar la dureza de su entrepierna.

Para ese momento yo sabía muy bien que lo que tenía pegado sobre mis nalgas era, ni más ni menos, la verga de Damián bien dura para aquel instante. No me molestaba y no sabía lo que debía hacer solo dejaba que todo pasara.

Luego me cogió la pierna derecha para hacer los mismos ejercicios con el freno que se sentía más duro y difícil de llegar al final. Tenía que hacer mucho esfuerzo y no terminaba de llegar a hacer el recorrido. Entonces me iba soltando para desplazar mi cuerpo haciendo que el roce de su polla con mis nalgas fuera con movimiento más constante. Ya le sentía jadear a mi lado.

-Tendré que sentarte sobre mis piernas para que sujetes el volante. -dicho y hecho, me cogió por debajo de los muslos elevándome sin sentir mi peso, cerró las piernas y me sentó encima de ellas, ahora tenía su verga debajo de mi culo y al cogerme las manos para llevarlas al volante sentía que el sudor le resbalaba.

La tenía aplastada debajo de mi y no le dejaba moverse.

-Maneja tu para que te vayas acostumbrando. -y mientras y daba volantazos a izquierda y derecha Damián volvió a elevarme, dejándome rozando contra él y comenzó a moverse. Yo no era un ser inocente y sabía que se estaba masturbando la verga con el roce de mi culo sobre ella.

No se pudo contener y me besó en el cuello para pasar a morderme a oreja. Seguramente había perdido la razón y no sabía lo que hacía.

-¡Ayyy! putito, que rico culo, eres mi perdición mariconcito. -y ya me besaba con descaro haciendo que girara la cabeza para morderme los labios.

-Te follaría putito hermoso, te haría sentir este trozo de carne de macho en tu hoyito. ¡Ohhh! que bueno, que ricura.

Pensaba que no iba a tardar mucho en correrse con la ropa puesta si seguía de esa manera. Damian estaba recaliente y ya me tenía a mi excitado y deseando conocer el palo que se me incrustaba entre las nalgas que tenía que ser majestuoso por como lo sentía de potente.

-¡Damian? ¿Damian? -una figura se perfilaba en la puerta de las cocheras y no se le veía muy bien la estar en la parte más alejada de la nave.

La figura fue avanzando hasta que se fijó en el Buick ocupado por nosotros, entonces Damián dejó de moverse y me colocó en el asiento del al lado.

La persona que llegaba la conocía de verla en el parque trabajando, la empresa de jardinería debía tenerlo desplazado allí porque le veía muchos días recogiendo hojas y haciendo trabajos en el jardín y la piscina exterior, siempre le veía, de lejos, metido en su uniforme que era un buzo de color naranja.

Era más alto que yo y muy delgado, era lo único que conocía de él al verle solo de lejos al lado de Ana que le impartía órdenes. Llegó a unos dos metros del coche. Ahora le veía bien y realmente era delgado, con el pelo algo corto en los costados y largo en la parte alta de la cabeza, sin ser feo, en conjunto no resultaba atractivo.

-Mi jefe se ha retrasado, ¿podemos entrenar un rato hoy? -no avanzó más y se me quedó mirando curioso.

-Podemos, claro que sí. -Damián hablaba con la voz sofocada.

-Cámbiate de ropa y vete calentando haciendo punching, enseguida voy cuando termine lo que estoy haciendo. -el hombre se dirigió a la sala donde había visto antes los artilugios de boxeo y Damián comenzó a recomponerse.

-Ha llegado en el momento menos oportuno. -le miré y aún tenía gotas de sudor en la frente y sobre el labio superior.

-¿Te ha gustado la clase? -ante la duda y lo que pudiera venir le asentí.

-Sí, es interesante pero el coche es un poco grande para mi.

-Y lo otro. -aquí ya no sabía que responder y me quedé dudoso.

-Dime, ¿te ha gustado sentir mi verga en tu culito? -y decidí ser sincero porque no sabía realmente, si esto era parte del programa de preparación que Pablo me iba impartiendo.

-Se ha sentido rico y tu verga se notaba grande y muy dura. -Damian se sonrió como una hiena ante su presa herida.

-Me darías tu culito cuando te lo pida. -no había tanta luz para que lo notara, pero me sonrojé violentamente ante mi incapacidad para negarme a los deseos de un macho. Pablo estaba haciendo bien su trabajo, lentamente me convertía en un puto deseoso de verga, sumiso y deseando cumplir las fantasías de cualquier macho que me lo pidiera.

-Si, si que te lo daría, si no hay problemas con Eduardo. -entonces Damian me abrazó y me besó la boca metiéndome la lengua hasta el fondo.

-No te preocupes, yo sabré buscar el momento adecuado y el lugar, ahora recuerda que esto no debe salir de nosotros, somos cómplices, ¿de acuerdo? Tengo que ir a darle una pequeña lección de boxeo a este chico, ¿quieres quedarte?

Aún tenía tiempo antes de que Pablo llegara y además oiría el ruido de su moto.

-Vale, me quedaré un rato. -cuando entramos en la sala que yo conocía, el jardinero se había cambiado de ropa, una camiseta de tirantes negra le colgaba de los hombros dejando ver un pecho tremendamente peludo, y también los brazos delgados con mucho vello negro, un pantalón flojo y baboso hasta las rodillas y a partir de ahí sus piernas eran como dos palos cubiertos por una piel de rizados pelos que le servían como si fuera un pantalón.

Me recordaba a la figura de don Quijote, unos dibujos ilustrativos que había visto de él en un libro, solo le faltaba la perilla, estaba calentando con el punching que tenía la base en el suelo. Damian se marchó a su habitación y cuando volvió tenía una vestimenta muy parecida a la del otro, pero su cuerpazo era muy diferente, en él abundaban los músculos y tenía unas poderosas y fuertes piernas con pelo pero menos que el otro.

-Ponte el gorro protector, no querrás que te vuele un oido al primer golpe. -dejé salir una pequeña carcajada, porque había estado pensando que al primer golpe fuerte lo levantaría del suelo.

Se metieron en el cuadrilátero pintado en el suelo y comenzaran a jugar, bailando para calentarse, el delgadito era correoso y saltaba mucho moviéndose de un lado al otro, Damian no conseguía alcanzarlo y el otro, más ligero, conseguía llegar a cansarlo.

Damián no terminaba de reducir la calentura que agarró conmigo en el Buick, y no debía llevar slip debajo del pantalón, se le notaba danzar la verga marcándosele abultada en la tela. Pensé que Pablo se estaba retrasando y que quizá se hubiera tenido que quedar en la U, para algún trabajo.

-Me voy Damian. -se entretuvo para despedirse y su oponente le lanzó un derechazo al hígado.

-Cabrón tramposo, ahora verás por coger ventaja. lo rodeó con un brazo y le castigaba con el otro puño, el otro no se quedaba corto y le respondía pegando donde podía encontrar un hueco.

Marché bastante contento, la última escena de su pelea la había encontrado divertida. Estaba empezando a oscurecer y las luces de las cocinas estaban encendidas, decidí entrar por el ala donde Ana vivía, sería más difícil que alguien me viera y no se veía luz alguna.

Cuando llegué a mi habitación me di cuenta de que no había quedado concretada una nueva cita con Damian, y volví sobre mis pasos, me guiaba la luz que salía de la sala de boxeo y el brillo que reflejaban los cromados de los coches. Según me acercaba escuchaba fuertes jadeos que provenían de ese lugar y reduje el paso. Me asomé a la puerta entreabierta.

El chico delgado estaba apoyado en una de las paredes, la de los guantes colgando en un gancho sobre su cabeza, tenía el pantalón bajado en los tobillos, lo mismo que Damian detrás de él, tiraba de sus caderas metiendo y sacando su larga barra de carne del culo tan peludo como las piernas del jardinero.

-Tu culo va a pagar haberme interrumpido, y prefiero el de ese rico putito, terminaré rompiendo el culo y haciéndole beberse mi leche pero ahora tengo el tuyo. -la follada era frenética y los huevos de Damián golpeaban las nalgas del chaval al estrellarse con fuerza.

-Toma maricón, traga la verga de un hombre. -bociferaba a la vez que le daba fuertes palmadas en el lateral de las nalgas.

-Dame verga, folla a tu puta cabrón. Métela duro marica, esa puta te ha quitado la fuerza.

Salí sin que notaran mi presencia.

Seguirá…

 

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