Cantaba Luis Fonsi Despacito en la televisión. En la mesa estaban sentados varios de los miembros de mi familia. Era mi cumpleaños. Ya llegáramos al café y a las copas. Justo enfrente de mí tenía sentada a la mesa a mi sobrina Violeta. Una muchacha de ojos color marrón oscuro, con un cuerpo de escándalo y muy dulce en el trato. Era mi deseo prohibido. Lo que ansiaba con más ganas, y pienso que ella lo sabía, creo que más de una vez había visto por el rabillo del ojo como le miraba para el culo o para las tetas, ya que después me miraba y le daba a la cabeza en un gesto de desaprobación.
Violeta, que vestía una blusa blanca, una falda marrón que le daba por las rodillas y calzaba zapatos marrones, se levantó de la mesa y le dijo a su padre:
-Voy a dar un paseo por el campo. Respirar aire fresco siempre viene bien.
Había pasado una hora. Como no regresaba y mi hermano estaba algo tomado, mi esposa me dijo que la fuera a buscar yo.
La encontré justo después de haber caído un chaparrón de una de esas tormentas de verano. Salía de una vieja cabaña en la que se había refugiado de la lluvia. Su cabello estaba mojado, Su blusa blanca de seda estaba empapada y pegada a sus redondas y grandes tetas. Cómo no llevaba sujetador se veían con nitidez sus gordos pezones y sus areolas marrones.
Le dije:
-¿Estás loca? ¿Cómo se te ocurrió meterte en el bosque?
-No creí que me fuese a perder. ¡Qué miedo pasé! -se abrazó a mí- Gracias por rescatarme, tío, gracias.
Sentí sus tetas contra mi pecho y mi polla se puso gorda al momento. Violeta, la sintió y aun así no se separó de mí. Le puse un dedo en el mentón y le levanté la cabeza para darle un beso. Me dijo:
-No, tengo pareja.
Comenzó a llover de nuevo. Nos refugiamos en la cabaña.
La cabaña tenía una cocina de piedra con un tres pies encima y ceniza, mucha ceniza. En la pared, colgada, había una sartén oxidada. En un lado un arcón que probablemente había sido la despensa. También tenía una cama con un viejo colchón, telarañas por todas las partes y polvo, mucho polvo, pero polvo de verdad era el que íbamos a echar, un polvo que no olvidaré en mi vida.
Después de entrar en la cabaña, Violeta, se arrimó a la pared de madera, al lado de la puerta, y frotando los brazos con las manos para entrar en calor, me dijo:
-Tengo frío.
-Si quieres te puedo calentar.
Se puso muy seria, y me respondió:
-No necesito esa clase de calor.
-Me refería al calor corporal. Dos cuerpos juntos se dan calor.
-Sí, pero se te va a empinar otra vez.
-Me puedes abrazar por detrás.
-Lo haré, tengo mucho frío.
Violeta se pegó a mí rodeando mi cuerpo con sus brazos. Al sentir sus tetas en mi espalda, mi polla volvió a levantar la cabeza.
Pasamos un par de minutos en completo silencio. La curiosidad de Violeta era grande. Me preguntó:
-¿Estás empalmado, tío?
Le mentí.
-No.
Una de sus manos bajó a mi paquete y se encontró con mi polla dura como una piedra, que al sentir la mano, comenzó a latir. Quitó la mano, me volvió a abrazar, y me preguntó:
-¿Tanto te gusto, tío?
-Tanto, que a veces, con verte, ya me excito.
Me di la vuelta y quise besarla de nuevo. Violeta, me hizo la cobra, y me dijo:
-No, no puedo. Si no tuviera pareja…
Hizo que me girase y volvió rodear mi cuerpo con sus brazos. Esta vez puso su cabeza en mi hombro. Le dije:
-Nadie se va a enterar.
-Me enteraría yo.
.¡Joder si te ibas a enterar!
-Ya no será la cosa para tanto.
-Si no te dejas calentar nunca lo sabrás.
Violeta, cedió.
-Vale, dejo que me calientes, pero sin besos en la boca, esos besos sólo se los doy a mi pareja… y al estar caliente, paras. ¿Vale?
-Cuando me mandes parar, paro.
-Promételo.
-Prometido.
Me di la vuelta. Me moría por besar sus sensuales labios, pero cómo no podía besarla en la boca la besé en el cuello, le besé y mordí los lóbulos de las orejas… Bajé y le lamí los pezones y le chupé las tetas por encima de la blusa. Violeta, lentamente, se fue desabotonando la blusa. Al quedar las tetas al desnudo se las agarré con las dos manos y lamí y mamé apasionadamente. Al rato, Violeta, se levantó la falda, se agachó un poco y bajó hasta los tobillos su tanga negro, luego volvió a cubrir su chocho y sus muslos con la falda. Me puse en cuclillas y apreté mi lengua contra su falda a la altura del chocho. Al estar mojada se pegó a él y Violeta sintió como mi lengua lo recorría. Abrió la presilla y bajó la cremallera que tenía a un lado la falda, falda que cayó al suelo. Ni se molestó en quitarla de encima de su tanga y de sus zapatos. Abrió las piernas… Le metí la lengua en el chocho mojado y oí cómo decía, muy en bajito:
-Aaaaay.
Lamí sus labios vaginales, juntos y por separado… Después me centré en el clítoris… Unos minutos después sus gemidos ya eran perfectamente audibles. Yo estaba empalmado como un toro. Dejé de lamer para penetrarla. No me dejó. Cogió mi cabeza por debajo de las orejas y llevó mi boca a su chocho empapado. La chica dulce se transformó.
-¡Acaba lo que empezaste, cabrón!
Quería guerra y le iba a dar guerra. Humedecí el dedo de mi mano derecha con sus jugos. Se lo metí en el culo y le succioné el clítoris. Quería arrancarle un gemido, y lo que oí fue:
-Preferiría tu polla dentro de mi culo, pero habrá que conformarse, piltrafa.
Le quité el dedo para empotrarla contra la pared y romperle el culo, y va me coge por las orejas, me lleva la boca al coño y cómo si fuese mi dueña, me dice.
-¡Come, cabrón, come o te arranco las orejas!
La hostia era que su manera de comportase me ponía a mil. Le volví a meter el dedo en el culo y le lamí el coño de abajo a arriba aumentando la velocidad con cada lamida, y ocurrió lo que tenía que ocurrir, se comenzó a correr en mi boca, diciendo:
-Aaaay, aaaaay ¡¡¡Me corro, cabrón, me corro!!!
Sus piernas temblaban y de su coño salió flujo mucoso que cayó sobre mi lengua. Lo saboreé y lo tragué. Era un jugo calentito y delicioso.
Al acabar de correrse, me iba a levantar y sacar la polla para follarla allí mismo, de pie, pero Violeta iba un paso por delante. Me empujó y quedé tendido en aquel piso de madera apolillado y mugriento. Se quitó la camisa y la tiró al suelo sin importarle que se manchase. No se anduvo con rodeos. Se agachó, me abrió la cremallera del pantalón y me sacó la polla. Con ella en la mano, me dijo:
-¿Qué le das de comer para que esté tan gorda, papi?
-¿Papi? ¡Le doy de comer coños, puta!
Me dio dos bofetadas, una en cada lado de la cara.
.¡Plas, plas!
Después, me dijo:
-¡A mí háblame bien, cara culo!
Le pregunté:
-¿Qué coño te pasa?
Me dio otras dos bofetadas,
-¡Calla, caraaaallo!
Me callé, sino me iba a dar más.
Se sentó encima de mi polla y la metió hasta el fondo de su chocho. Entró tan apretada, que le dije:
-Parece el agujero de un culo y no él de un coño.
-¡¿Coño?! ¡Yo tengo una almejita, bicho!
Me volvió dar dos bofetadas.
-¡Plas, plas!
Le dije:
-¿Quieres guerra? ¡Toma guerra!
Empecé a follarla a toda hostia… pero no le podía dar más de cuatro o cinco clavadas seguidas o me iba correr antes que ella.
Después del décimo mete y saca con cuatro o cinco clavadas, me dice:
-¿Eso es todo lo que sabes hacer, capullo?
Me folló ella a mí… Su chocho parecía una metralleta.
Me corrí sin poder evitarlo. Me miró mientras me corría. Era como si no quisiera perderse ningún gesto de placer que se dibujase en mi rostro mientras sentía como la leche llenaba su choho.
Al acabar de correrme mi polla se empezó a poner morcillona. Cogió un cabreo criminal.
-¡Ni se te ocurra dejarme así, chulo de feria!
Se dio la vuelta, me puso el coño en la boca, un coño que empezó a soltar semen. Agarró mi polla, la chupó, y después me dijo:
-¡Come, rata asquerosa!
-Está saliendo mi leche de tu almeja.
-¡¿Y qué te piensas que acabo de aprovechar yo, sopla pollas?!
Le agarré las nalgas y le lamí el ojete mientras el semen caía sobre mi mentón y bajaba por mi cuello. Le gustó, ya que dijo:
-Bueno, por esta vez… Fóllamelo con tu lengua y prepáralo para meter tu polla en él, maricón.
Se lo follé y la nalgueé. Se enfadó.
-¡Aquí la que arrea soy yo! ¡¡Cómo me des otra vez te muerdo los huevos!!
Aún no pasara un minuto, y me dice:
-¡Quiero que me des en culo, y fuerte, cabrón!
-Pero…
-¡Qué te arranco la polla de un mordisco, mamóm!
Sus palabras eran órdenes que había que cumplir.
Al rato, después de comerle el culo, de nalguearla y de hacerme ella una buena mamada, mi polla estaba de nuevo dura. Volvió a subir y jugó con la polla en la entrada del ojete. Yo empujaba, pero ella la apartaba… En una de esas empujé y la polla entró, pero en el chocho. Sonriendo, me dijo:
-¡Sorpreeesa!
-Una sorpresa muy agradable.
Violeta, empezando a follarme, me dijo:
-¿Agradable? ¡Cómo te corras y se te baje otra vez, te la corto! ¿Entendido, picha de gelatina?
-Entendido.
Violeta me folló y me dio las tetas a chupar, cuando ella quería, y encima, levantando una mano amenazadora, me ordenaba como mamar, y chupar y como atacarle los pezones.
Veinte minutos más tarde y después de haberse corrido dos veces, a punto de correrse por tercera vez, me dijo:
-¡Cuando me corra, si te corres, te arranco la polla y los huevos a mordisco, perro!
Cerré los ojos y pensé en un amigo mío que es muy feo, y aun así ni os podéis imaginar cómo me latía la polla.
Violeta me sorprendió hasta el final, ya que sacó la polla del chocho. La metió en el culo, ajustada, pero sin sentir dolor. Al tenerla toda dentro, frotó su clítoris contra mí… Estaba tan excitada que se corrió en minutos. Antes de correrse, me dijo:
-Ahora, ahora es el momento, córrete conmigo, tío.
Sentí sus jadeos de nuevo y cómo temblaba su cuerpo junto al mío. Me corrí dentro de su culo sintiendo sus jugos empapar mis pelotas, y como su boca estaba cerca de la mía, le robé un beso.
Al acabar de corrernos, y mientras se estaba vistiendo, le pregunté:
-¿Lo repetiremos, Violeta?
Sin mirarme, con voz dulce, me respondió.
-Nunca se sabe, tío, nunca se sabe.
Quique.