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Los herederos Federighi (Chocoidilios)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

El sol de verano era demasiado abrasador incluso para aquella pequeña distancia que yo intentaba recorrer desde la playa a casa. Mi rubio no lo aguantaría y mi bikini negro aún menos. La fiesta resultó ser una puta mierda. De repente todo el mundo se creía que reunir a unos cuantos amigos en la playa se podía llamar fiesta. Le había mandado un mensaje a mi hermano para que me recogiera pero no debió verlo, y el trayecto de vuelta en realidad era corto así que mejor no molestarle.

Llegué a casa cansada, y me extrañó ver que no había nadie, las persianas estaban bajadas y todo a oscuras y en silencio. No estaba borracha, yo nunca bebía demasiado, pero el vino que me llevé al estómago vacío de mal humor antes de marcharme de la fiesta debió sentarme fatal, lo suficiente como para no recordar que mis padres iban a salir fuera todo el fin de semana. Por eso abrí la puerta de la habitación de mi hermano con un enorme estruendo:

—¿¡Hermano, dónde estás!? —llamé casi gritando.

Mi pobre hermano Gabriel, que lo último que esperaba es que yo volviese tan pronto de una fiesta, se asustó, dio un bote de la silla de su escritorio y esta cayó al suelo.

—Estoy aquí, tranquila, ni que lleváramos siglos sin vernos —reprochó reponiéndose del sustillo.

—Ah perdona, ¿he gritado mucho? Lo siento —me excusé.

—En fin, no pasa nada. Estoy un poco ocupado, así que si no necesitas nada más, me gustaría volver al trabajo —dijo poniendo de pie la silla.

Mi hermano siempre era así de formal. En realidad no tenía más opción, su madre se había casado con mi padre, y eso implicaba que siendo varón heredaría el linaje de la familia Federigui como Gabriel Federigui, y para cumplir con su nuevo rol, su madre le había convencido para terminar el doctorado con matrícula de honor, y así lo haría. Le llamaba hermano aunque lo correcto sería llamarle hermanastro.

—¿No te cansas de estar todo el día estudiando, y haciendo tareas domésticas inútiles?

—No, no me importa, puedo ocuparme de cualquier cosa.

—Pero antes teníamos mayordomos para planchar, lavar y todo eso, pero tu madre no deja a mi padre tenerlos…

—Tienes razón, pero bueno, es mi madre, le cuesta acostumbrarse a este estilo de vida.

Me dejo caer en la cómoda cama, desarmando las sábanas.

—Oye, si quieres tumbarte en la cama, ve a la de tu habitación que para eso la he hecho.

—¿Has hecho mi cama? —dije con la voz oscilante—. ¡Joder, no hagas eso, me da mucha vergüenza! —Me llevé las manos a la cara. No hacía mi propia cama por pereza y no me gustaba que Gabriel perdiese su poco tiempo libre haciendo algo que debería hacer yo.

—Te noto un poco inquieta —se recolocó las gafas—. ¿No me vas a contar lo que te ha pasado en la fiesta?

—Ah, nada importante, vine pronto porque era una puta mierda, sin más. Tendrías que haber venido conmigo, habría sido mil veces mejor y podrías haber conocido alguna chica.

—Siento decepcionarte, pero eso de ir por ahí, de fiesta en fiesta rompiendo corazones ingenuos está por debajo de mi inteligencia. ¿Puedo hacer algo más por ti o tengo que echarte a culazos de mi cama?

Sabía que Gabriel no estaba siendo antipático, estaba claro que no le gustaba mi forma de actuar y él siempre me había echado en cara lo poco responsable que soy, y la verdad, comparándome con él, estaba en todo su derecho.

Me levanté de la cama y le abracé el cuello.

—¡Ay, mi hermanito, tan bueno que es! —dije con alegría melodramática— ¡Qué orgullosa estoy del futuro líder de esta familia!

—¿Qué coño te pasa de repente? —murmuró él contra mi hombro.

—¡No puede ser que no tengas novia! ¡Tienes que salir a conocer a alguien! —Me separé y le así de los hombros—. Digo yo que también necesitarás a alguien que te satisfazca ahí abajo, ¿no? —Palmeé uno de sus bolsillos del pantalón.

—Claro que sí, pero eso puede esperar —dijo muy sonrojado.

—¿Es porque tu madre tampoco te deja tener novia? ¿Es porque te sientes incómodo en esta casa? Porque que yo sepa antes de venir aquí tenías novia. —Le miré sin parpadear.

—¡No es nada de eso! ¿Qué quieres que haga si estás en mi misma casa?

—¿Es por mi culpa? —Me sentí mal por pensar que de alguna manera yo le molestaba tanto como para no tener novia.

—No, no es eso… —Negó con la cabeza. Entonces entendí el otro significado de su frase.

—¡Es por mi culpa!

Por un momento me quedé sin habla.

—Lo siento, no debí decir eso, olvídalo. En fin, me voy a hacer otra cosa. —Gabriel se puso la chaqueta—. Al menos no me iré sin decirte que ese vestido te queda de lujo.

—No, no, espera, no lo sientas… —Sacudo mi mano e intento recuperar la sonrisa—. Es solo que no esperaba que sintieses tanto por mí. —Intenté mirarle con los ojos empañados.

—Por favor, no vayas a llorar.

Estiré mis brazos hacia él en señal de abrazo, él sin duda respondió con el abrazo más fuerte que jamás pude recibir de él.

—No voy a llorar, mis ojos son así —traté de mentir—. Es que me sorprende tanto viniendo de ti… ¿Por qué te gusto?

—No lo sé. Es solo que nunca había conocido a nadie que le quede tan bien ese peinado en concreto —dijo estirándome un mechón de pelo—, o que siga siendo igual de sexy sin importar qué ropa se ponga, o que sea tan divertida a pesar de que me conozco todos sus chistes, o que sea tan amable con todo el mundo aunque sepa que solo están pensando en sus bragas, o que le guste tanto hacer deporte que a mí me anime a verlo, o que le guste tanto el helado que disfrute solo viendo cómo lo come.

Dejé caer mi cabeza en su pecho, asimilé sus palabras y deje escapar una lágrima sobre su tan calmado cuerpo.

—Sabía que en el fondo eras tan tierno… —Él no dijo nada, solo limpió mi lágrima oprimiéndome contra su pecho—. Soy tan feliz de que alguien como tú sienta algo así por alguien como yo. Llevamos poco tiempo juntos viviendo como hermanos pero sé que no es lo suficiente como para sentirte como a un verdadero hermano y sin embargo lo que siento por ti es tan difícil de explicar…

—Mejor no lo expliques, ya eres demasiado para mí, si encima me dices que me amas, no sé si podría contenerme.

Alcé la cabeza y vi que me estaba mirando muy sonrojado, nunca vi su cara así.

—No sé muy bien lo que siento por ti, lo único que realmente sé es que desearía seguir siendo tu hermana el resto de mi vida.

Quise besarle, ladeé mi cara y acerqué mis labios. Sin pensarlo me dio un gran y profundo beso, y de repente se retiró a la mitad.

—Vaya, al final no soy la única loca de la familia —dije divertida, aprobando su juego y anhelando más. Intenté abalanzarme sobre él, pescándole con mis brazos y encerrándole contra su cama. Tuvo que sentarse al perder el equilibrio.

—Sí, estoy bastante loco, me gusta todo de ti.

Le abracé, se pegó a mí y me besó con pasión durante unos segundos. Me robaba la energía poco a poco hasta dejarme sin aliento. Sus manos bajaron hasta mi cintura.

—Si de verdad estás loco, deja de evitarme. —Agarré sus apelmazadas manos y las puse sobre mi pecho—. Tócame aquí, hermano, en mis grandes “bubis”.

Las manoseó por encima de mi vestido, pude ver su cara de sorpresa y cómo intentaba ocultarla.

—Sandra, necesito más. Si no puedo usar estas cosas enormes y perfectas me voy a morir de desesperación.

—Nunca había deseado tanto que alguien dijera algo así —dije con el aliento. Las mejillas me empezaron a sudar, en su rosado más fuerte que ganaba la partida a mi trabajada piel bronceada—. Empieza ya, todo mi cuerpo te está esperando.

Me agarró el escote con ambas manos y lo desgarró con brutalidad, tomando mis tetas con sus manos, usualmente delicadas, y su lengua. En poco tiempo mis tetas estaban ensalivadas y mis pezones duros por los chupetones y juegos de estiramientos que les hacía. La cabeza se me erguía hacia atrás y dejé escapar una risa por su vigor y dedicación.

—¡Me encanta que hagas eso! —Reí—. Asegúrate de estrujarlos bien. —Le miré como un perrito a su amo.

Acabó de amasarlas, me quitó lo que me faltaba del vestido, dejándome completamente desnuda. Abrió mis piernas y me lamió mi cosita a la vez que la besaba. Acaricié su pelo por tratarme tan bien, exageré mi postura con las piernas y cintura para que pudiese contemplar mis curvas.

—¿Te gusta? Es el sucio coño de tu hermana —expliqué con seriedad—. ¿Sabes cuántos hombres quieren meter su cosa aquí cada vez que voy a una fiesta? ¿No te avergüenza que tu hermana sea así? —pregunté con curiosidad.

—No, eso me pone más. Ni en sus mejores sueños podrían llegar a tenerte.

Me chupaba sin descanso y usaba sus dos manos, una para jugar con mi clítoris, la otra para introducir sus dedos en mí muy rápido, me obligaba a empapar mi vagina.

—Guau, qué bien sabes hacer esto, eres muy bueno ¿eh? Si no fuera porque me hiciste decir esas cosas antes, nunca habría imaginado que tendría sexo contigo. —Reí un poco y con mi mano izquierda empujé su cabeza hacia mí, gozándolo como nunca.

—Voy a hacerte soltar todo lo que tienes. Ahora mismo.

Me estremecía y sentía escalofríos con cada arremetida de sus dedos, mis caderas se contraían por si solas, mientras me veía obligada a sacar la lengua para respirar y recrearme en mi propio placer, mientras usaba mi mano para jugar con mis tetas sin parar de gemir. Era cuestión de tiempo eyacular.

—¡Si sigues así voy a mojarlo todo!

Sus dedos entraban mejor y saboreaba mi coño sin parar.

—Podría estar así toda la vida.

Hundió su cara y me atacó con toda su fuerza. Mis caderas se contraían como nunca, mi voz estaba descontrolada y muy aguda:

—¡No puedo más, no puedo más…!

Mi vagina explotó y vertió todo mi fluido caliente sobre su cara mientras mi cuerpo sufría espasmos. Su cara manchada tragó lo que pudo. Volvió a besarme y abrazarme y se tumbó boca arriba. Yo intenté reponerme de mi fantasía, vi que no paraba de mirar mis pechos que no dejaban de moverse y vi su gran bulto bajo la ropa, no tardé mucho en desnudarle y dejar caer mi cuerpo sobre el suyo consiguiendo el máximo contacto, con mis labios sobre su pecho, mis tetas sobre su abdomen y mi ombligo aplastando su increíble pene. Lo sentí tan largo y duro apretado contra mí que tuve que levantarme un segundo para verlo con mis propios ojos y comprobarlo, entonces le miré impresionada.

—Sabes que esta cosita me encanta, ¿verdad? —Y moví un poco mi tripa para provocar el roce.

—A esta cosita le encanta que te encante.

Con cada roce se movía sola, poniéndose aún mucho más grande, él también empezó a moverse.

—Sigue por favor —me suplicó.

—Claro que sí, no voy a permitir que lo más preciado de mi hermanito no tenga lo que se merece —dije sonriendo y mordiendo todo mi labio inferior, me moví contra su pene y todo su cuerpo, disfrutando cada contacto y cada palpitación de su cosa. Entonces cuando nuestros cuerpos estuvieron más alineados, comencé a grindar mi rajita por toda la longitud de su pene mientras mis pezones se volvían cada vez más duros con el rozamiento.

—No pares, dame lo que me merezco.

Me besó apasionadamente durante unos segundos, saboreando nuestros labios y sentí su pene muy inquieto sobre mi rajita. Jugaba con su lengua, y presionando con toda la energía de mi carnoso culo, intenté ordeñarle.

—Sandra, tengo que darte mi leche ya —declaró con su mirada clavada en la mía.

Agarró mis caderas, las levantó, me punteó mis labios vaginales y me penetró a toda velocidad. Sus palpitaciones llegaban a mi corazón agitando mis senos a ritmo de locura. Tenía el privilegio de dejar caer mi peso sobre él y clavarme su jugoso miembro cada vez más profundo. No podía hacer más que gemir e intentar contener mi saliva con cada clavada.

Sus bolas chocaban conmigo al hacerlo tan fuerte, usando toda su largura, haciéndome rebotar. Cuando agarró mis pechos sentí mi cuerpo fuera de control. Su pene consiguió arrancarme gemidos y jugos abundantes, sus dedos firmes se enterraban en los pliegues de mis inmensos pechos, mi cuerpo no hacía nada por sí mismo más que rebotar con cada embestida suya y dejarme alcanzar por el éxtasis como un animal salvaje. Sentía su pene más grueso, hasta casi no caber en mí.

—¡Me corro! —dijo Gabriel.

No se lo permití. Me incliné hacia adelante para sacar medio pene y lo agarré con una mano para que no siguiera penetrándome. Estábamos jadeando como si hubiéramos corrido una maratón. Quería decirle algo, pero tenía la mandíbula tan salida que no me salían las palabras. Tuve que descansar unos segundos antes de hacerlo.

—¿Quieres que te haga eyacular? —balbuceé como pude.

—Sí. Por favor —le costó decir “por favor”.

—Te haré eyacular, pero solo si te conviertes en mi novio y estás siempre conmigo.

—¡Sabes que eso es imposible! —lamentó en voz baja—. Somos hermanos, nuestros padres nos repudiarían, además yo tengo que estudiar.

Sabía que me respondería eso.

—¿Pero no estarás siempre estudiando, verdad? ¿Tendrás un ratito para mí? Nuestros papis no se enterarán y mis amigos ni siquiera saben que tengo un hermano. ¿No te gusta el trato?

—¡Qué mala eres! Eso es chantaje, hermanita —se quejó con lástima.

—No es un chantaje, es un negocio —bromeé—. Se supone que vas a heredar el nombre y la fortuna de la familia, ve acostumbrándote a este tipo de cosas.

—Entiendo, creo que me encanta ese negocio, ¿dónde hay que firmar?

—Aquí —dije poniendo mis labios como morritos.

Me besó.

—Hazme eyacular, Sandra.

Encajé su pene en mi vagina y lo empecé a tragar a toda velocidad. Mis ojos se entrecerraron en blanco, mi lengua jadeaba esperando y deseando su vigorosidad, gemí desposeída con lo más profundo que tengo, y mientras sentí su pene hincharse y llenar cada milímetro de mi cavidad sabía que el clímax estaba cada vez más cerca. Gabriel rodeó mis glúteos con sus manos, transmitiéndome su loco deseo.

El placer de mi vagina y mis pechos me abrumó hasta dejarme casi ciega, sentí a mi vagina producir todo tipo de líquidos, siendo chapoteados sin parar por el pene que seguía clavándose en mis adentros, mis gemidos se volvieron locos y oscilaban sin el menor sentido, mis manos no sabían donde agarrarse así que las tenía contraídas cerca de mis hombros y mi cadera, que aún controlaba un poco y seguí clavando su pene hasta mi útero.

—¡No puedo más! —dijo Gabriel.

—¡Yo tampoco! —dije yo aunque no se me entendió.

Sacó su pene de mí y lo introdujo entre mis senos, y al recibir su calor mi vagina explotó una vez más derramando los fluidos sobre la cama. Mis gemidos incontrolables hicieron que su pene se revolviese entre mi valle con más fuerza. Y mientras yo clamaba su semen, presioné mis senos para hacerle sacar hasta la última gota en mi torso y procurar un final inolvidable.

Vertió un gran chorro en mi placentero rostro que se depositó en mis tetas. Seguí masajeando con mis senos para ver cómo salía el último hilo mientras intentaba que no se derramara nada con mi lengua para que su olor me impregnase todo el cuerpo. Entonces lucí mi mejor sonrisa con todos mis dientes, y le di un lindo besito a su glande

—Mira como me has dejado —le culpé—, toda sometida a tu semen.

Intenté recuperar el aliento.

—Es lo que más quería. Cabalgas como una diosa.

—Ha sido la mejor experiencia de mi vida, no la cambiaría por nada.

Me dejé caer en la cama junto a él y me dijo:

—Te amo. Ojalá esto no se acabe nunca.

Me abrazó y me besó.

*Dos días después*

El sol pegaba duro en aquella playa tan blanca. Yo llevaba puesto uno de mis habituales bikinis apretados. Un trío de jóvenes llevaba un rato estudiándome hasta que por fin, cuando pensaba que no lo intentarían, uno de ellos se atrevió a venir a hablarme.

—Ho-Hola, ¿qué tal, todo bien? —me preguntó.

—Hmm, la verdad es que no, hace mucho calor, ¿sabes? —dije con voz seductora.

Él se rio.

—Vaya, sí que hace bastante calor, me encantaría poder ayudar a calmarte un poco.

Gabriel apareció de detrás de él y vino a besarme con ternura. Puso sus manos en mi culo y se pegó a mí. Me manoseó hasta el límite de lo posible en un espacio público.

Tenía los ojos cerrados pero pude sentir las miradas celosas de todas las personas de la fiesta sobre nosotros. Me puso tan caliente que mojé el bikini.

—Vamos a los baños, no puedo más —me susurró Gabriel.

—Sí, vamos —contesté.

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